La candidata demócrata a la Presidencia de EEUU y vicepresidenta, Kamala Harris, este jueves en la Convención Nacional de Chicago.

La candidata demócrata a la Presidencia de EEUU y vicepresidenta, Kamala Harris, este jueves en la Convención Nacional de Chicago. Brendan Mcdermid Reuters

LA TRIBUNA

Radiografía de una Convención histórica

La Convención Nacional Demócrata celebrada esta semana tenía dos objetivos: jubilar con delicadeza a Biden y presentar a Kamala de manera convincente ante los escépticos.

26 agosto, 2024 02:01

El segundo discurso más esperado de la Convención Nacional Demócrata llegó con mucho retraso: solo cuando el reloj dio las 23:30 del lunes en la Costa Este (el horario que realmente importa en política estadounidense) pudo salir Joe Biden al estrado para despedirse del partido que, tras nominarle como candidato a la reelección, le retiró la batuta hace unas semanas.

Muchos han sugerido que haber empujado a Biden hasta el límite de la jornada, con buena parte de la audiencia ya acostada, fue algo intencionado. Los organizadores, sin embargo, dicen que no ir en hora suele ser habitual en este tipo de eventos, porque las interrupciones son constantes y a los últimos oradores siempre les toca salir más tarde de lo planeado.

Da igual. Que Biden no pudiese hablar en prime time trasladó un mensaje bastante claro. A saber: tiene usted derecho a una despedida digna, cómo no, pero ya sabe cuál es su nuevo lugar en todo este entramado. Figurar como pie de página.

El presidente saliente de EEUU, Joe Biden, se despide de su partido durante la primera sesión de la Convención Nacional Demócrata, el pasado lunes en Chicago.

El presidente saliente de EEUU, Joe Biden, se despide de su partido durante la primera sesión de la Convención Nacional Demócrata, el pasado lunes en Chicago. Alyssa Pointer Reuters

No obstante, si al todavía presidente de Estados Unidos le molestó el desaire, no dio muestras de ello. Fiel a su nuevo papel, explicó que sus ansias por la reelección nunca han superado el amor por su país y que, por eso mismo, en cuanto comprendió que la mejor forma de "preservar la democracia" era ceder el testigo así lo hizo.

También aseguró no guardar rencor a quienes se rebelaron contra él hace un mes. Una afirmación que nadie se cree pero que tenía que deslizar para cumplir, así, con el mensaje de unidad que se ha querido trasladar durante estos días en Chicago.

Luego, tras pronunciar un discurso de tres cuartos de hora que aliñó con sus logros y que estuvo salpicado de ovaciones, Biden se despidió del personal, enfiló hacia el Air Force One y puso rumbo a California para disfrutar de unas merecidas vacaciones antes de afrontar los últimos meses de presidencia.

No se sabe si, una vez instalado a orillas del océano, Biden sintonizó la tele para ver hablar al matrimonio Obama durante el segundo día de la convención. Es probable, porque la idea era que ejerciesen de bisagra aplaudiendo su legado antes de presentar con energía, pero también con sensibilidad, la apuesta de un futuro con Kamala Harris al mando. Un discreto baño de masas en remoto.

Sin embargo, Michelle Obama –la primera en hablar de los dos– no se anduvo con remilgos. Dijo que por primera vez en mucho tiempo respiraba "algo maravillosamente mágico en el ambiente", conectando directamente a Harris con el periodo anterior a la llegada de Donald Trump al poder, y añadió que ya era hora de poder saborear esa sensación tan bonita llamada esperanza. Como si lo sucedido entre el 2016 y el 2024, mandato de Biden incluido, fuese una época para olvidar.

Barack Obama, que habló justo después, trató de compensar el portazo dedicando sus primeros minutos a loar el trabajo del que fuera su vicepresidente. Pero el tono ya estaba servido.

Tocaba dejar los masajes al octogenario de lado y hablar de Harris en términos rupturistas. Tocaba hablar, en fin, de una nueva era. La era de "Kamala".

Y así, en la tercera noche de la convención, apareció en escena Tim Walz. El gobernador de Minnesota, quintaesencia del midwestern –cazador, veterano del ejército, entrenador de fútbol americano– y candidato a la vicepresidencia pronunció un discurso de corte patriótico en el que si no pronunció la palabra "libertad" una docena de veces, no la pronunció ninguna. Una maniobra destinada, se supone, a atenuar las alarmas surgidas entre el electorado centrista tras conocer, grosso modo, que las intenciones económicas de Harris pasan por regular unos cuantos mercados.

"Las referencias a Trump han mezclado la mofa de 2016 con la advertencia de 2020 de que es un peligro para el futuro de la nación"

Asimismo, Walz volvió a recurrir a la fórmula que popularizó sin querer pero queriendo hace un par de meses, cuando se refirió a Trump y a su segundo, J.D. Vance, no en términos grandilocuentes o catastrofistas –"dictador", "autoritario", "fascista"–, sino simplemente como "gente rara". Un lenguaje mundano, costumbrista, que por la razón que sea conectó con una parte importante de la ciudadanía. Hizo gracia, vaya.

De modo que el miércoles por la noche Walz recogió el testigo dejado por Obama, que el día anterior había sugerido en tono guasón que Trump la tiene pequeña, y volvió por unos fueros que parecen tener como objetivo presentar al candidato del Partido Republicano como una amenaza, sí, pero encarnada por un hombre acomplejado y mediocre.

Una mezcla de lo que se dijo en 2016 –cuando todo el establishment progresista se mofaba de él– con lo que se dijo en 2020 –cuando el Partido Demócrata definió su figura como un peligro para el futuro de la nación–.

En cuanto al resto de oradores invitados a hablar entre el lunes y las últimas horas del jueves, más de cien en total, hubo de todo. También varios nombres propios de fama notable.

La congresista neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez, por ejemplo, que dividió opiniones al no saber descifrar, sus seguidores, si es que el Partido Demócrata ha virado a la izquierda o si es que Ocasio-Cortez se ha visto seducida por las mieles del sistema.

También apareció Bernie Sanders, todavía senador y todavía paladín de los socialistas norteamericanos, quien tras dedicar doce minutos a subrayar una serie de cuestiones –alto el fuego en Gaza, más avances sociales– concluyó que Harris es el futuro. Y habló Nancy Pelosi, apodada "la madrina" por muchos al considerar, no sin razón, que estuvo al frente de la rebelión contra Biden.

Tampoco faltaron los conservadores opuestos a Trump como John Giles, alcalde de Mesa; Stephanie Grisham, exjefa de prensa de la Casa Blanca durante el mandato del expresidente; o Adam Kizinger, excongresista del Partido Republicano. En todos los casos el mensaje fue el mismo: estamos con Harris.

"Entre los dos caminos para intentar conectar con el votante escéptico –sacar el Excel o seducir– escogió el segundo, sin rebozarse en sus méritos"

De modo que a última hora del jueves, sabiendo que la audiencia se encontraba plenamente entregada, Kamala Harris subió al estrado. Lo hizo con dos misiones en mente: mantener el entusiasmo acumulado durante los tres días anteriores y tratar de conectar con el votante escéptico. Importaba, sobre todo, lo segundo.

Sólo las encuestas de las próximas semanas dirán si ha conseguido poner distancia con Trump. Pero que llegó bien asesorada es indudable. Porque entre los dos caminos existentes para intentar conectar con ese votante escéptico –sacar el Excel o seducir– escogió el segundo, con el cuidado de no rebozarse en sus méritos.

Es decir, siguió la estela de tres candidatos que en su momento lograron la presidencia hablando no de lo que les separaba del grueso de la ciudadanía sino haciendo hincapié precisamente en lo contrario: lo que tenían en común con ella.

George H. W. Bush trató –y consiguió– minimizar una ascendencia familiar plagada de cargos y privilegios para insistir en sus andanzas como militar estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial y la búsqueda de un nuevo comienzo en Texas al terminar la contienda.

Por su parte, Bill Clinton trató –y consiguió– minimizar la etiqueta de elitista por haber estudiado en Georgetown, Oxford y Yale explicando su infancia a cargo de una madre soltera y de un abuelo tendero. Un ejemplo del que tomó buena nota el propio Barack Obama cuando trató –y consiguió– poner otra infancia a cargo de una madre soltera por encima de sus méritos académicos en Harvard y Columbia.

Eso es, básicamente, lo que quiso hacer Harris al hablar de cómo había llegado su madre a California procedente de la India y de las dificultades que afrontó en un barrio de clase obrera hasta lograr hacerse un hueco entre la clase media. Y es que es ahí, precisamente, donde parece estar la clave de la victoria en noviembre: en una clase media no ya soñada por los de abajo, eso siempre, sino añorada por quienes han tenido que abandonarla en los últimos años.

"Apuntalar esa clase media será el objetivo definitorio de mi presidencia", exclamó Harris entre aplausos antes de añadir que no lo estaba diciendo por decir. "Es una cuestión personal", sentenció. "Porque yo también vengo de ahí".

*** Borja Bauzá es periodista especializado en información estadounidense.

Vista de un teléfono móvil que muestra el logo de la red social X, en una fotografía de archivo.

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