El exportavoz de Sumar, Íñigo Errejón, interviene en un acto de campaña el 16 de julio de 2023.

El exportavoz de Sumar, Íñigo Errejón, interviene en un acto de campaña el 16 de julio de 2023. Jesús Hellín Europa Press

Tribunas LA TRIBUNA

Doctor Errejón y míster Íñigo

Lo que se ha filtrado a la opinión pública sobre su comportamiento sexual mueve más a la pena que a la condena. Al menos por ahora.

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El personaje del doctor Errejón empezó a construirse muy pronto desde los medios de comunicación.

Cuando Podemos era un artefacto político ascendente, directo a la conquista de los cielos, la mandamás del diario El País, Soledad Gallego-Díaz, ya decía de Errejón que era "el Gramsci del siglo XXI".

"¡Pobre Gramsci!", pensamos entonces los admiradores del genial sardo.

Íñigo Errejón, exportavoz parlamentario de Sumar.

Íñigo Errejón, exportavoz parlamentario de Sumar. Europa Press

No hace mucho, coincidí en un seminario académico con uno de los máximos expertos en Gramsci de España. "Yo me leí la tesis de Errejón", me dijo, "y creo que no ha leído a Gramsci". Así de tajante fue, y yo concordaba con él.

El Gramsci de Errejón se reducía a un grupetto de clichés tamizados por la lectura de los Mouffe y Laclau. A decir verdad, el personaje Errejón no era más que un charlatán con pico de oro, más bien vaguete, chico de buena familia con facilidad para ramonear por los decanatos mientras hacía de rebelde a pie de aula, un "intelectual" sin pensamiento genuino ni ideas serias, con capacidad (eso sí) de convertir a Ernesto Laclau en una referencia de la nueva izquierda populista.

A este "Gramsci del siglo XXI" no tardaron en nacerle clientelas académicas bien organizadas en departamentos, con algún que otro cátedro más que dispuesto al aplauso fácil. Normalmente, los políticos buscan una referencia académica (Popper, Hayek, Keynes, Marx, Laclau) que les sirva de apoyo.

Aquí fue más bien al revés.

Fue la universidad la que salió en busca de un político de referencia. Así que Laclau (no Gramsci) se puso de moda. Y la Complutense se llenó de errejonistas.

En realidad, el populismo desde abajo de Laclau era más bien un instrumental (una caja de herramientas) para organizar el asalto al poder, con sus significantes vacíos y sus cadenas equivalenciales, dada una determinada coyuntura de concentración de descontentos e indignación social.

Pero si la teoría valía para construir estrategias, lo hacía al precio de vaciar el discurso de toda concreción programática. Por eso, estos partidos populistas, cuando llegan al poder, no saben muy bien qué hacer con él y tienen que inventarse propiamente un programa de acción.

El discurso posfeminista importado de Estados Unidos lo adoptó Podemos sobre la marcha, y en él encontró una seña de identidad diferenciada que hicieron suyas las otras formaciones segregadas de la matriz podemita.

En sus orígenes, Podemos hilvanó un discurso centrado en denunciar a la oligarquía político-financiera (la casta) y en la cuestión social (pobreza y desigualdad). Incluso amagaron con un discurso obrerista, ¡en Barcelona!, poco antes de virar hacia el plurinacionalismo confederal.

Con estos dos esquemas polarizantes (casta/pueblo y centro/periferia) asaltaron los cielos, esto es, llegaron al poder. Laclau había funcionado.

Una vez en las alturas, el marco confederal prácticamente secesionista se mantuvo y el esquema casta/pueblo, que ya no era funcional porque ahora ellos eran parte de la casta, se sustituyó por el posfeminismo de las neoidentidades de género y sexo. Un discurso que se levantaba sobre una nueva y peligrosa dialéctica amigo-enemigo entre hombres y mujeres, y del que el mismo don Íñigo terminaría siendo víctima.

"Lo que se ha filtrado a la opinión pública sobre el comportamiento sexual de Errejón mueve más a la pena que a la condena"

Para entonces, el personaje Errejón (su Dr. Jekyll) estaba ya formado. Si don Íñigo (la persona) tenía proclividades narcisistas, la prensa oportunista y esta universidad vacua, más las ventajas y proyecciones del poder, le habían proporcionado todo el alimento para generarle incluso un trastorno de personalidad.

Y al parecer, con ese personaje como pantalla, la persona de don Íñigo (su Mr. Hyde) empezó a hacer de las suyas, y, como el protagonista de la novela de Stevenson, se "emancipó".

En realidad, lo que se ha filtrado a la opinión pública sobre su comportamiento sexual mueve más a la pena que a la condena. Al menos por ahora. Al parecer, don Íñigo no era más que uno de esos salidos de toda la vida, con prisas por descargar su pulsión sexual sin perder el tiempo en caricias y romanticismos.

Si además iba artificialmente potenciado o desinhibido, pues seguramente su torpeza y su premura serían más acusadas.

Y como al parecer, las chicas (sin saber muy bien por qué) se le metían en la cama, pues a follar que la vida es corta.

En fin, el juez tendrá que juzgar, pero no parece, al menos por ahora, que don Íñigo cometiera delito alguno: habría parado cuando se lo pidieron y no se le conocen coacciones ni amenazas, ni mucho menos violencia. No habiendo delito, como yo creo que no lo hay, lo que don Íñigo hiciera con su vida sexual privada, que fuera mal o peor amante, solo le importa a él y a las mujeres que (ellas sabrán por qué) consintieron sin ser forzadas a su poco delicado y nada erótico comportamiento sexual.

Lo interesante es el personaje Errejón.

Algunos intérpretes de su kafkiana carta de dimisión-despedida dudaban de si la habría escrito la persona o el personaje. Yo no tengo duda: la escribió el personaje. Genio y figura hasta la sepultura.

Porque es el personaje el que busca una excusa contextual que a nadie puede convencer: la perversa influencia del neoliberalismo y el patriarcado reinantes. Por el día, micrófono en mano, fustigo el neoliberalismo patriarcal, y por la noche me entrego a él pero como víctima del mismo.

Áteme Vd. esa mosca por el rabo.

Ese personaje se inventa esta excusa con la misma frivolidad con la que enarbolaba la bandera del feminismo más beligerante, o condenaba con furia de gran inquisidor al zafio Rubiales, mientras su persona, su Mr. Hyde, se pasaba los discursos de su propio personaje por el arco del triunfo. A Dios rogando y con el mazo dando.

"Los mismos que encumbraron a Errejón, los mismos que lo encubrieron, las mismas que consistieron sus 'abusos', ahora hacen leña del árbol caído"

El personaje, encumbrado como el Gramsci del siglo XXI, no era sino otro Tartufo más de esta izquierda tóxica del siglo XXI que nos ha tocado padecer a la izquierda ilustrada en particular y al país en general. Era un Tartufo conocido y consentido por los miembros de sus partidos (ellas, ellos y elles) y como tal Tartufo se despidió.

Los mismos que lo encumbraron, los mismos que lo encubrieron, las mismas que consistieron sus "abusos", ahora hacen leña del árbol caído. Lo hacen con saña, con crueldad, con ánimo vengativo. "¡Y los que quedan por caer!", avisan relamiéndose como fieras hambrientas de carne fresca.

El personaje se comió a la persona, pero no dimitió. Para dimitir, el doctor Errejón (el personaje bueno) tendría que haber renegado autocríticamente de su propio discurso seudofeminista, el de la guerra de los sexos, el andrófobo, el que convierte a todo hombre en un violador potencial.

El que quiere deconstruirnos al gusto de no se sabe quién.

El que permite linchamientos anónimos y cazas histéricas de brujas.

El que destruye vidas sin prueba ni remordimiento.

El que cuestiona la presunción de inocencia en nombre de una falsa sororidad.

El que transmuta a las mujeres en ontológicamente veraces, ¡angélicas ellas!

El que está enturbiando las relaciones eróticas heterosexuales en una ceremonia de la confusión donde ya ni ellas mismas saben diferenciar el verdadero acoso de una mala experiencia erótica.

Si el personaje hubiera dimitido, habría reconocido el error de unas leyes que, en nombre de la seguridad y la libertad de las mujeres, han permitido excarcelar y rebajar penas de auténticos violadores, sin que nadie haya dimitido por semejante desmán.

Habría reconocido la dudosa eficacia de ciertas políticas (muy bien dotadas económicamente) para reducir las cifras de feminicidios.

Y habría renegado además de un seudofeminismo que está convirtiendo a muchas mujeres en poco menos que ursulinas hipersensibles, sexualmente pasivas, pendientes de consentir o rechazar más que de desear y proponer como agentes sexualmente activos. "Fijaos lo que me dijo, que cómo le ponía, y me quería quitar el sujetador, y se sacó el miembro, y quería que llevara lencería fina (que ni siquiera me pagaba él)".

Pero estas mujeres, ¿de qué guindo se han caído?

¿Acaso ellas no desean activamente? ¿Jamás salieron por su boca palabras lujuriosas en la intimidad de la alcoba? ¿Usan tal vez la lencería de la abuela cuando salen a ligar?

¿Dónde está su empoderamiento?

Oyéndolas respirar, uno las imagina en la derecha neocatólica francesa en tiempos de la revolución sexual del 68.

De haber dimitido, en fin, el personaje Errejón habría reconocido lo que seguramente ya sepa: que todo esto nada tiene que ver con el auténtico feminismo, que es, y no puede dejar de ser, una ideología de la igual libertad de hombres y mujeres.

*** Andrés de Francisco es profesor de Ciencia Política y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, y coautor de Podemos, izquierda y "nueva política" (Viejo Topo, 2022).