La fantasía de la inmortalidad, tan humana y tan áspera, ha dejado un puñado de imágenes populares que, a poco que uno las mire con los pies en la tierra, no pueden más que causarle terror. A saber: esos esqueletos animados, 'Catrinas' de gala para la ocasión, que escapan de sus tumbas el Día de Todos los Santos; o esos muertos que resucitan incorruptibles al sonido de la séptima trompeta del Apocalipsis. ¿Quién no ha fantaseado, pese a todo, con verse a sí mismo vivo en un posible futuro intergaláctico o de coches voladores? Un futuro que el doctor Ramón Risco, profesor titular de la Universidad de Sevilla, ha traído al presente: ya ha resucitado a varios gusanos y espera que, en 10 años, se pueda hacer lo mismo con un cerebro humano.
Un gusano C. elegans como los usados por Risco en sus experimentos tiene una vida aproximada de un mes, pero en manos de este científico sevillano ha vivido 3 años y 7 meses. Es decir, ha aumentado la duración de su vida en un 4.200%. "Esos gusanitos han conocido a los nietos de los nietos de sus nietos", cuenta Risco. Todo gracias a la criopreservación del cuerpo y su posterior recalentamiento: "Esto es como viajar en el tiempo".
Figúrense: el equivalente en humanos sería congelar a una persona de 40 años y despertarla 4.000 años después, en idéntico estado. El reto que afronta es mayúsculo: primero, la criopreservación de órganos por separado; luego, de un ser humano completo. De cumplirse los pronósticos de Risco, no solo podríamos viajar al futuro, sino que sería el final de enfermedades como el cáncer o la ELA: "Si alguien tiene una enfermedad terminal, podría criopreservarse y despertarse en 300 años, cuando haya cura". No obstante, el asunto también encierra problemas éticos o religiosos.
Todo surge hace 15 años, cuando unas ideas un tanto alocadas agitaron el grupo de investigación Cryobiotech: Criopreservación de Tejidos y Órganos, del que Risco es responsable. Consistían en desarrollar una novedosa técnica de criopreservación que, mediante ultrasonidos, lograse devolver a la vida a un gusano que llevase años congelado. Si funcionaba, se decían los investigadores, hacerlo con un humano estaría al alcance de la mano. Y funcionó.
En rigor, el gusano resucitado no estaba muerto, sino "en estado de suspensión animada, con el metabolismo detenido". Es entonces cuando se hace el proceso de criopreservación, "que consiste en poner material biológico en hidrógeno líquido generalmente, aunque también hay una forma de almacenamiento que es en frigoríficos a muy baja temperatura, para después recalentarlo rápidamente y que ese material biológico esté viable", explica.
Las simulaciones realizadas demostraban que la técnica funcionaba. Una quincena de experimentos después, en los que se probó con 3.000 gusanos (vitrificados en tandas de 200, qué locura sería tener que ir uno por uno), llegó el subidón: "Ves al primer gusano adulto moviéndose y no te lo crees". Tenía un par de semanas cuando fue congelado, es decir, estaba en la mitad de su vida. Cuando despertó, su organismo seguía teniendo dos semanas, pero habían pasado tres años y medio. Murió a las dos semanas: el tiempo que le faltaba por cumplir.
"El gusano vuelve a la vida exactamente igual al estado en que se criopreservó. Si ocurre con todos los sistemas, lo normal es que ocurra también con humanos"
Nunca antes ningún científico del mundo había logrado conservar con éxito un gusano en estado adulto, pero Risco y su equipo ya han reproducido el experimento desde entonces "cientos de veces". El descubrimiento ha sido el uso de ultrasonidos para devolverlos a la vida. "Son una tecnología escalable, es decir, aumentando la potencia consigues calentar de manera rápida y uniforme volúmenes más grandes".
Existen otro tipo de técnicas escalables que se vienen estudiando desde mediados del siglo pasado: el microondas o el campo electromagnético entre las más esperanzadoras, pese a que nunca llegaron al resultado deseado. Sin embargo, la técnica de ultrasonidos utilizada por Cryobiotech, además de escalable, es controlable: "Esto permite la conservación de volúmenes más grandes, solo hay que aumentar la potencia. Si ocurre con todos los sistemas, lo normal es que ocurra también con humanos".
Pregunta.– ¿Cuáles son los siguientes pasos hasta poder aplicar esta técnica a los humanos?
Respuesta.– Para devolverle la vida al ser humano habría que pasar, en primer lugar, del gusanito a pequeños órganos de mamíferos, como el ratón. Solo hay que aumentar la potencia de la máquina que tenemos. Si se consigue con esos pequeños órganos, pasaríamos a otros más grandes: conejo, cerdo... o directamente a un órgano humano. Hasta ahora nadie contempla la criopreservación de órganos humanos porque no es una realidad, pero yo estoy convencido de que es alcanzable, solo hay que sacarle partido a la técnica.
Hacia el transhumanismo
Si bien no hay casos de órganos humanos criopreservados, sí hay algunos ejemplos aislados de órganos animales conservados en hidrógeno líquido, trasplantados y funcionales en personas. Ramón Risco destaca el "riñón de conejo trasplantado en California" y, en Reino Unido, "el ovario de oveja, que es el más parecido al humano". No obstante, señala que, aunque estas operaciones han ido bien, "en ambos casos los órganos han sufrido daños que, si se produjesen en otros como el corazón humano, probablemente no serían asumibles".
Así las cosas, la opción de criopreservar órganos humanos durante tiempo ilimitado desprende el aura de los descubrimientos que actúan liminares entre dos eras. Saltar al futuro, vencer a las enfermedades incurables, viajes interestelares, sustitución de órganos... las posibilidades son infinitas por inimaginables.
"El gran reto está en los órganos. Tiene una aplicación práctica inmediata. Yo creo que criopreservar órganos aislados de manera fiable, rutinaria y sistemática podrá hacerse en 10 años tirando por lo alto, posiblemente antes. Para criopreservar a un ser humano entero hará falta más tiempo, pero creo que es posible: no somos más que un conjunto de órganos, si se puede hacer por separado, no veo por qué no se va a poder hacer conjunto", afirma Risco.
Congelar el bazo, el hígado, o los testículos, supondrían un avance médico sin parangón, pero ¿qué pasaría si en 10 años pudiéramos criopreservar nuestro cerebro? Para Ramón Risco, "criopreservar el cerebro y ponerlo en otro cuerpo sería una posibilidad factible para devolver la vida".
Esto supondría hacer de los milagros una antigualla. El episodio de Jesucristo con Lázaro se convertiría en una cotidianidad más donde los niños no atisbarían la excepcionalidad merecedora de ocupar espacio en su memoria. Algo así como cuando a los adolescentes de hoy se les cuenta, con aire heroico, que hace no mucho uno se pasaba horas grabando manualmente un disco para hacer recíproco el amor con el o la protagonista de sus desvelos. ¿Y el Spotify? ¿Y el trasplante de cerebros?
"Se podría trasplantar el cerebro a un clon de sí mismo, quizá crecido sin cerebro para evitar problemas éticos, con una estructura biónica, o con partes no humanas", hipotetiza Risco. "Posiblemente eso es en lo que está pensando la gente que está haciendo esto".
"Yo creo que criopreservar órganos aislados de manera fiable, rutinaria y sistemática podrá hacerse en 10 años"
La pregunta es inevitable (¡cómo si solo surgiese una!): ¿Qué pasa con los recuerdos, con las habilidades adquiridas, en definitiva, con todo el proceso de socialización, cuando se congela el cerebro? Ramón Risco cree que, hasta que no se demuestre lo contrario, toda esa información almacenada en el cerebro se mantendrá, sin que la criopreservación suponga mayor diferencia. "Estos gusanos tienen sus neuronas y siguen funcionales", argumenta.
P.– ¿Hay relación entre su descubrimiento y el que le hizo a Shinya Yamanaka ganar el Nobel (reprogramación de células para devolverlas a estadios anteriores)?
R.– Lo de Yamanaka consiste más bien en rejuvenecer. Hay conexión en que las personas interesadas en la criónica también suelen estar interesadas en rejuvenecer, técnicas para evitar la muerte. Las personas que piensan que el envejecimiento es una enfermedad curable ven la criopreservación como plan B: detener el tiempo hasta que eso ocurra, momento en que ser devueltos a la vida como mis gusanos.
P.– ¿Entonces no ve imposible alcanzar la inmortalidad?
R.– Yo creo que, hoy en día, decir que algo es imposible en biotecnología, y en tecnología en general, es una temeridad. Opino que, si la humanidad no desaparece antes de manera accidental, lo más probable es que se consiga.
P.– ¿Considera que hay algún tipo de problema ético en todo esto?
R.– No sé qué tiene que ver una cosa con la otra. Cuando hay este tipo de sugerencias nuevas siempre salta a la palestra la cuestión ética. Ya pasó con la reproducción asistida, el trasplante de órganos o las trasfusiones de sangre, pero no veo ningún problema ético.
[El transhumanismo, la distopía que viene]
Dilemas religiosos
A diferencia de Ramón Risco, estos avances científicos sí que han sido vistos con recelo por algunos filósofos e investigadores religiosos. Justo Aznar, quien fuera director del Instituto de Ciencias de la Vida de la Universidad Católica de Valencia y miembro de la Pontificia Academia para la Vida (falleció en 2021), criticó en un texto de 2015 este tipo de prácticas.
Aznar distinguió dos posibilidades: utilizar estas técnicas con "individuos en proceso de muerte, pero todavía vivos", o personas "que ya estén muertas, actuar sobre un cadáver". Su conclusión, en ambos casos, era la misma: es algo moralmente ilícito.
En el caso de individuos aún vivos, Aznar argumentaba que se le podrían aplicar los criterios que se han utilizado para valorar moralmente la congelación de embriones humanos, "pues desde un punto de vista moral no hay ninguna diferencia en cómo debe ser tratado un embrión humano temprano y un individuo adulto". En el caso de los ya muertos, el problema estaba en "la separación del cuerpo y el alma".
Desde el punto de vista católico, por tanto, el dilema estaría tanto en la licitud moral de criopreservar a un ser humano, algo aún lejano, como en resolver qué pasaría con el alma en casos de trasplante de cerebros a un nuevo cuerpo, situación que podría darse en menos de 10 años. "En el laboratorio nunca hemos visto el alma, y mira que hemos mirado cosas por el microscopio... Cuando me la encuentre igual puedo pensar más en esto", dice el doctor Risco.
EL ESPAÑOL | Porfolio ha preguntado por estas cuestiones al Padre Juan Berchmans, que lleva desde hace 19 años la parroquia San Jaime Apóstol de Relleu (Alicante). "Nosotros creemos en la resurrección de los muertos. Devolver la vida es un milagro que Jesús hizo cuando resucitó a Lázaro. Este gusano es como Lázaro, que resucitó y, más tarde, murió", señala en una primera tentativa.
P.– Pero Jesucristo era el Mesías. Aquí el milagro es obra del hombre, ¿no?
R.– Es la voluntad del hombre, pero es Dios quien nos da esta ciencia. Es un milagro porque Dios actúa en estos buenos médicos.
P.– ¿Y qué me dice acerca del alma?
R.– Si a la persona la congelas... (ríe). Hay que distinguir entre alma y espíritu. El alma está en la sangre, el espíritu viene de Dios. El espíritu está en el corazón, no en el cerebro, porque Dios es amor. Si cogemos un quitamos un cerebro de su cuerpo y lo ponemos en otro cuerpo, se mantiene el espíritu de la segunda persona. No hay problema.
P.– ¿Le parece que congelar a una persona es como congelar embriones?
R.– La Iglesia está en contra de la fecundación in vitro porque se congelan millones de óvulos y solo fecunda uno, el resto mueren. No me parece que sea igual que este caso, porque el ser humano que se criopreserva ya está fecundado. Es una técnica para curar, como la de dar órganos. No creo que la Iglesia pueda estar en contra.
P.– Y qué me dice de la inmortalidad, ¿no es contraria a la creencia de la vida después de la muerte?
R.– Si es como el ejemplo del gusano, no, porque lo que se hace es prolongar la vida. Después de esta prolongación, morirá. Si vivimos 80 años y a esa persona la congelas con 60, y la tienes así 40 años, en lugar de morir a los 80 morirá a los 120 años. Eso sí, ¡qué susto tendrá al despertar! Los nietos ya casados, sin vecinos... (ríe). El cáncer de páncreas te mata rápido, si pudieras mantener a una persona en el frigorífico hasta que haya cura, sería algo bueno. Si no muriese nunca es verdad que sería privarle de la vida eterna, y seguiría aquí en este mundo que es un valle de lágrimas, con hambre, sequía, calor, las muertes de los demás...
Al final, paradojas de la vida, el Padre Juan, representante de la Iglesia, y Ramón Risco, de la ciencia, parecen intercambiarse los papeles. Mientras Risco cree que criopreservarse durante siglos con el único propósito de viajar al futuro tendría problemas legales ("una persona no puede decidir este tipo de eutanasia con esos propósitos"), al Padre Juan no le parece tan mal. "No creo que sea eutanasia. La eutanasia es precipitar tu muerte, esto sería medicación para dormirte, como la anestesia. Lo interpretaría como prolongar la vida, y eso la Iglesia lo aprueba".
Dilemas éticos
Isabel Rosó es profesora de Filosofía en el Colegio Reggio de Madrid y está especializada en Ética Aplicada. Ella cree que tratamientos como la criogenia "se enmarcan en un optimismo transhumanista", pero tienen un problema grave: el acceso. "Tanto la criogenia como otras mejoras que promete el transhumanismo, si se aplican en una sociedad tan atravesada por desigualdades como la nuestra, pueden ahondar en la brecha social ya existente", explica.
En su opinión, otro de los retos de este avance científico reside en qué medida puede democratizar su práctica. Si se hace como "tratamiento médico en casos extremos puede incluso llegar a democratizarse pero, como técnica para alcanzar la inmortalidad o viajar al futuro, eso sería imposible e insostenible. Y, si no se universaliza, significa que genera desigualdades".
Por otro lado, señala problemas de índole organizativa: "¿Hasta qué punto sería obligación del Estado proveer de estos tratamientos? Por no hablar de los problemas en lo que respecta a herencias, reclamaciones familiares... En todo caso, requeriría la creación de modelos de consentimiento informado muy rigurosos, pues no hay nada garantizado. Si quiebra la empresa que tiene al humano criopreservado, o hay cualquier error en el proceso que provoca la muerte definitiva, ¿qué pasa?".
P.– Si se coloca el cerebro de una persona en otro cuerpo, ¿sigue manteniendo su identidad?
R.– Hay una concepción cerebrocentrista según la cual creemos que el cerebro es un órgano aislado, independiente del cuerpo. Hay estudios que dicen que el cerebro se ve influenciado por el cuerpo, sus hormonas, sus bacterias... Esto condiciona cómo se comporta el cerebro.
Alan Jasanoff, por ejemplo, explica que no se puede desligar la influencia del cuerpo en nuestra psicología. El cerebro no es algo inmutable, sino que es plástico y se va adaptando a muchas cosas. No sabemos hasta qué punto la química del cuerpo receptor puede alterar nuestros procesos cerebrales y, por lo tanto, nuestra personalidad.
Además, volvemos a la dimensión social del problema. ¿Cómo garantizamos que la donación de estos cuerpos receptores jóvenes se da en circunstancias de justicia e igualdad?
"El principal problema de las mejoras biológicas es que den lugar a una desigualdad biológica"
P.– También se ha hablado de trasplantarlo a cuerpos biónicos.
R.– Significaría entrar en una fase de transhumanos. En el momento en que cruzas esa línea surgen debates morales en el sentido de dónde queda la naturaleza humana. Si trasplantas un cerebro a un cuerpo biónico, mejorado... ya es otra especie. No puedes atenerte a las categorías de los humanos.
Aun así, pienso que el principal problema sigue siendo el acceso: quedaría en manos de unos pocos. Antonio Diéguez, que a su vez cita a Habermas, dice que no hemos alcanzado los objetivos de igualdad que tenía el sujeto moderno ilustrado. Estamos en una sociedad donde hay desigualdad económica, de género, de raza... y esto supondría introducir una nueva forma de desigualdad puramente biológica.
P.– ¿Y en un futuro hipotético donde pudiésemos distribuir la superpoblación derivada de la inmortalidad en viajes a otros planetas?
R.– El problema del acceso seguiría. No es cuestión de viajes espaciales, porque ahora también tenemos riqueza suficiente para que nadie muriese de hambre, pero es un problema que sigue existiendo. Todas estas técnicas son esperanzadoras porque nadie quiere morirse. Eliminar completamente las enfermedades a partir de la genética sería fantástico, pero el principal problema de las mejoras biológicas es que den lugar a una desigualdad biológica.
No solo las imágenes populares de ultratumba tienen la fuerza metafórica suficiente como para que la inmortalidad sea un deseo que pensarse dos veces si cumplir. También los relatos que han fantaseado con esta opción se han encargado de avisar de sus posibles efectos secundarios.
En Cuatro corazones con freno y marcha atrás, de Jardiel Poncela, cuando ya todos los personajes han saboreado la inmortalidad, a don Ricardo no le queda más diversión que dormir porque es lo más cercano que puede estar de la muerte: "Dormir, que es tanto como olvidar que se vive... Lo único que uno puede hacer a gusto", se lamenta.
Claro que, si quitamos lo de la desigualdad biológica, lo de despertarse sin nada conocido en el mundo, más allá de las tumbas de quienes quisimos antes de pasar al frigorífico, y, si quitamos también eso otro de la superpoblación, lo de mantenerse en los 25, o en los 35, o en los 45, pasados un par de siglos, no está tan mal. ¡Ay, si le hubieran dicho a Ponce de León allá por principios del siglo XVI, cuando se decidió a buscar la fuente de la eterna juventud, que la llave del asunto estaba en uno de esos gusanos mil veces pisados!