Guam es la mayor isla del archipiélago de las Marianas, a 2.500 km al este de las Filipinas. Podría pensarse que se trata de un punto remoto sin ningún tipo de interés social o militar, cuando realmente es un lugar valioso y estratégico, tanto en la actualidad como en el pasado. Hoy, desde la base americana en Guam se pueden lanzar misiles a Corea del Norte o China; durante la II Guerra Mundial los aviones japoneses que bombardearon Pearl Harbor partieron de las Marianas. Finalmente, durante la época colonial española, Guam era el lugar de abastecimiento de la ruta que conectaba América, Asia, Europa y Oceanía y, por ello, era conocida como la Perla del Pacífico.
La presencia española en Guam se inició el 6 de marzo de 1521, cuando se produce el primer contacto conocido entre europeos y chamorros (nombre dado a los nativos de la isla) a raíz de la expedición de Magallanes-Elcano. Los españoles se detuvieron en la isla para aprovisionarse de agua y víveres, pero el encuentro no fue todo lo bien que hubieran querido. Los chamorros subieron al barco de Magallanes, dejaron alimentos y agua a bordo y se llevaron algo de ropa y algún objeto. Era un trueque, un intercambio, pero los españoles lo interpretaron como un robo, lo que derivó en un fuerte encontronazo entre dos culturas que no se conocían. Tras esta primera toma de contacto, sería el 22 de enero de 1565 cuando Miguel López de Legazpi tomaba posesión de Guam en nombre del Imperio español, cuando viajaba camino a Filipinas.
La primera presencia española estable y permanente es una misión que se fundaba en 1668. Diego de San Vitore, un jesuita que había llegado a la zona para predicar el catolicismo entre los isleños, puso a aquel archipiélago de 15 islas el nombre de “Marianas”, en homenaje a Mariana de Austria, la reina regente de Carlos II.
Esta pequeña y aparentemente insignificante isla de 500 kilómetros cuadrados se convirtió en determinante para el Imperio, un referente donde se aprovisionaba el Galeón de Manila, un convoy de transporte que cruzaba el océano Pacífico una o dos veces al año entre Manila y los puertos de Nueva España en América. El Galeón de Manila no sólo era portador de valiosas y exóticas mercancías, sino que tuvo un gran impacto e influencia espiritual, social, económico y cultural en los países que enlazaba en una de las rutas comerciales más largas de la historia.
Por ello se levantaron en la isla de Guam varias fortificaciones y defensas que estaban a cargo de una pequeña guarnición militar, hasta que en 1821, con la independencia de México, la ruta comercial cayó en desuso, provocando que aquella fabulosa isla se convirtiera en un pedrusco olvidado al que se solía enviar a aquellos políticos que tenían ideas demasiado progresistas.
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Y entonces llegó 1898, uno de los años más nefastos de la historia de España. Las pocas colonias que le quedaban habían empezado a sufrir revueltas con ánimos independentistas y Estados Unidos empezó a ver con buenos ojos que los españoles se volvieran por donde había venido para poder hacerse con una apetitosa presa que llevaban años queriendo merendarse: Cuba.
Mantener el orden en las colonias costaba al estado español muchos hombres y dinero que no tenía, así que los estadounidenses creyeron que era el mejor momento para hacerse con ellas. Sin embargo, como España rechazaba una tras otras las ofertas de compra estadounidense, decidieron hacerlo por las malas. A las 21:40 del 15 de febrero de 1898, una gran explosión iluminaba el puerto de La Habana. El acorazado estadounidense USS Maine, que había llegado a Cuba 20 días antes para presionar a España, había saltado por los aires, falleciendo 256 de sus 355 tripulantes.
Los españoles negaron tener relación alguna con la explosión, pero la campaña mediática realizada por los periódicos norteamericanos convenció a la opinión pública estadounidense de la culpabilidad española. El 25 de abril se iniciaba la guerra hispano-estadounidense, que acabaría extendiéndose al resto de colonias españolas: Puerto Rico, Filipinas... y Guam.
En la pequeña isla del Pacífico, la guarnición española, formada por 54 soldados y 4 oficiales, vivía ajena a la noticia. El último mensaje que habían recibido desde Manila les informaba de que las hostilidades iban en aumento y que se estaba intentando utilizar la vía diplomática de forma amistosa para rebajar los ánimos. Pero en la mañana 20 de junio de 1898, un enorme contingente estadounidense formado por el nuevo y flamante crucero USS Charleston, escoltado por el City of Pekin, el Australia y el City of Sidney, con más de 2.000 marines a bordo, al mando del capitán de navío Henry Glass, era avistado cerca de los arrecifes de coral que protegían el puerto de la capital, Agaña.
Glass iba de camino a Manila para reforzar al almirante George Dewey en la toma del archipiélago de las Filipinas, pero había recibido órdenes de tomar antes la pequeña isla de Guam. El USS Charleston, fuera del alcance de las defensas españolas, disparó tres andanadas con sus espectaculares y nuevos cañones y Glass dio orden de zafarrancho de combate a la espera de la respuesta por parte de las baterías españolas, pero tras una hora de tensa espera, nadie respondió. Súbitamente, un pequeño bote de remos, con la bandera española ondeando, se encaminó desde el puerto en dirección al USS Charleston.
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El capitán del puerto de Guam, el teniente Francisco García, consideró que aquellos disparos no eran más que las salvas habituales hechas por los buques extranjeros al entrar a puerto y por ello había llamado al cirujano local y al hijo de un rico comerciante de la isla que sabía inglés, para que lo acompañaran a recibir a los norteamericanos. Su precariedad de medios era tal que el teniente tuvo que pedir un bote prestado para llegar al buque insignia estadounidense.
A bordeo del USS Charleston, García se disculpó ante Glass por no haber respondido a las salvas de saludo, explicándoles que los cañones del viejo fuerte estaban en tan mal estado que no se atrevían a dispararlos por miedo a que explotaran. El estadounidense, perplejo, les informó de que la munición empleada había sido real y les hizo saber que sus países estaban en guerra y que debían rendir la isla de inmediato. Además, les preguntó cuáles eran las defensas de Guam, a lo que el español respondió con la cifra de 54 soldados y 4 oficiales.
García, que había solicitado hacía pocos meses a España que enviaran 600 fusiles para armar a los nativos en caso de conflicto y que nunca había obtenido respuesta a su petición, contestó que tendría que hablar con el gobernador, el general Juan Marina, ya que él no tenía conocimiento alguno de que hubiera estallado una guerra.
Marina reunió a sus oficiales para, durante horas, discutir si plantar cara al enemigo o rendirse sin combatir. Al final triunfó la lógica y decidieron entregar la isla, pero Marina intentó dar largas a los estadounidenses pensando que, en cualquier momento, la marina española llegaría bordeando la costa con los refuerzos necesarios, algo que nunca ocurrió, así que firmó la rendición: “Sin defensas de ninguna clase, ni elementos que oponer con probabilidad de éxito a los que usted trae, me veo en la triste decisión de rendirme, bien que protestando por el acto de fuerza que conmigo se verifica y la forma en que se ha hecho, pues no tengo noticia de mi Gobierno de haberse declarado la guerra entre nuestras dos naciones”.
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En pocas horas los soldados españoles fueron llevados como prisioneros al USS Charleston, así como toda la documentación militar encontrada en la isla. Los estadounidenses tenían orden de izar la bandera sobre las fortificaciones y destruir estas, sin embargo, debido el deplorable estado de las mismas, Glass decidió respetarlas.
Al día siguiente, el 21 de junio, tan sólo quedaba en Guam personal civil y el Administrador de la Hacienda Pública, que decidió que la toma de la isla por los yanquis era nula al haberse marchado sin dejar guarnición alguna, por lo que izó de nuevo la bandera española. Tan solo un mes después, el vapor norteamericano USS Uranus llegaba a la isla para recoger a la familia del exgobernador Juan Marina y hacer ondear la bandera estadounidense de nuevo.
El Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898 obligó a España a conceder la independencia a Cuba y a ceder Puerto Rico, Filipinas y Guam a Estados Unidos por la irrisoria cantidad de 20 millones de dólares. No sería hasta 1899 en que el contraalmirante Edward D. Taussig tomaba posesión de Guam para los Estados Unidos de América, su primer territorio en el Pacífico y que ha permanecido desde entonces bajo su dominio, excepto cuando fue tomada por Japón durante la Segunda Guerra Mundial.
En la actualidad la isla es básicamente una gran base militar y tiene estatus de “territorio no incorporado”, por el cual los chamorros tienen ciudadanía estadounidense pero no tienen derecho a votar. En la Perla del Pacífico se pueden ver referencias hispanas a cada paso: palabras, apellidos, nombres… Hasta hay restos del camino real, de los puentes coloniales, de las iglesias, de los fuertes y de aquellos cañones que no podían ser disparados por miedo a que explotaran.
Lo sucedido aquel 20 de junio de 1898 marcaba el fin de 300 años de presencia española en el Pacífico y de un imperio irrepetible, uno de los mayores de todos los tiempos. Un Imperio que, no obstante, tuvo un ridículo y disparatado final en Guam.