A la guía Elena Smerichevskaya le parece irreal lo que está viviendo. Trabaja enseñando el Museo de las Fuerzas de Misiles Estratégicos soviéticos en Ucrania. Creía que esta antigua base de lanzamiento de armas atómicas era ya Historia obsoleta. Una estremecedora reliquia de los años en que crecimos con el terror a que estallara la Tercera Guerra Mundial.
Pero, de la noche a la mañana, ha pasado de explicar en paz la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, a sufrir en las puertas de su casa la nueva guerra del siglo XXI. La invasión rusa de Vladímir Putin ha puesto a cabalgar de nuevo a los fantasmas nucleares.
"Nadie podía imaginar que esto podía ocurrir", dice Elena a EL ESPAÑOL | Porfolio por videoconferencia desde su apartamento en Pervomaisk, una ciudad de 63.000 habitantes en la región de Mikoláiv, en el centro-sur de Ucrania. "Vivo en la cuarta planta y mi edificio no tiene sótanos para refugiarse de los bombardeos rusos", precisa.
El museo donde se gana la vida, ahora cerrado, está a 30 kilómetros al norte de su hogar, junto al pueblo de Pobuzke. Aquí muestra las entrañas del único centro de lanzamiento de misiles nucleares que se mantiene en pie (aunque no operativo) de los 18 que tuvo la Unión Soviética en territorio ucraniano. A españoles, estadounidenses o locales les explica que, cuando la URSS se disolvió, Ucrania era el tercer país, detrás de Rusia y Estados Unidos, con más ojivas nucleares del mundo: 1.272.
Baja con ellos al silo subterráneo que alberga el puesto de mando unificado, y, sentada en el sillón de uno de los dos oficiales que había de guardia, les indica en el panel de control una llave a la derecha y un botón gris a la izquierda. Accionando a la vez dos pares iguales, a cuatro manos, los dos oficiales habrían disparado hacia Estados Unidos un misil balístico intercontinental RT-23 Mólodets (o SS-24 Bisturí, como lo llamaba la OTAN), en caso de que desde Moscú les hubieran dado la orden.
El cohete, dotado con 10 cabezas atómicas, habría alcanzado su destino a 11.000 kilómetros de distancia en unos 22-24 minutos. Además de este puesto de mando y la lanzadera subterránea a la que estaba conectado, había otros diez silos de misiles repartidos en un radio de 30 kilómetros. En el museo al aire libre exponen dos tipos de cohetes: el R-12/SS-4 (como el de la crisis de los misiles de Cuba de 1961) y el gigantesco R-36M/RS-20.
La alerta y la tensión de la Guerra Fría entre el bloque occidental y el comunista pareció acabarse cuando la URSS se disolvió, Ucrania se independizó en 1991 y el nuevo gobierno del país decidió desprenderse de las armas nucleares y destruir los cohetes y silos en un triple acuerdo con Estados Unidos y Rusia. El departamento de Defensa estadounidense pagó el desmantelamiento.
Tras su independencia en 1991, Ucrania acordó con EEUU y Rusia desprenderse de las armas nucleares soviéticas
Las cabezas atómicas las entregaron al ejército ruso y aquí inutilizaron los cohetes que las propulsaban y los silos que las contenían, rellenándolos de hormigón. Como enseñanza para el futuro, el Ministerio de Defensa de Ucrania preservó únicamente algunos misiles inofensivos y este silo de lanzamiento con su puesto de mando cerca del pueblo de Pobuzke. El lugar se encuentra en el límite entre las regiones de Mikoláiv y Kirovogrado, a 30 kilómetros al norte de Pervomaisk, la ciudad de Elena Smerichevskaya.
El regreso de Moscú
Ella creció en los años 80, una época en que Ucrania, integrada aún en la URSS, se preparaba para un posible ataque de Estados Unidos y la OTAN desde el oeste. Pero no podía imaginarse que al final los iba a invadir Rusia −su vecina, su hermana− por el norte, por el este y por el sur, empujándolos hacia las fronteras con la Unión Europea.
Elena asiste así estos días con horror, miedo e incredulidad al avance de las tropas enviadas por el presidente ruso, que en pocos días podrían ocupar de nuevo la vieja base de lanzamiento de misiles nucleares. Una conquista, aclara, que no entrañará peligro "porque el silo no se puede reutilizar", pero que tendrá gran fuerza simbólica: Moscú volvería a adueñarse del lugar que abandonó hace tres décadas y que representaba el culmen del imperio militar soviético.
La antigua base de misiles atómicos se encuentra en el camino que conduce desde la asediada ciudad portuaria de Mikoláiv, en la desembocadura del río Brug Meridional en el mar Negro, hasta la capital, Kiev. En la ruta del mar Negro a Kiev, las tropas rusas que avanzan desde Mikoláiv se dirigen como primer gran objetivo a la central de energía nuclear de Ucrania Sur, que está a 46 kiómetros al sur de Pervomaisk, la ciudad de Elena. Los invasores han tomado ya las centrales nucleares de Chernóbil, al norte en la frontera con Bielorrusia, y de Zaporiyia, al sureste. Después, ocuparían en su avance Pervomaisk y, un poco más al norte, la antigua base de misiles. Desde ahí hasta Kiev faltarían otros 290 kilómetros hacia el norte, describe la guía y traductora.
"Como en mi bloque no tenemos sótano, he enviado a mi hijo, de diez años, con mi abuela, para que se refugie con ella"
"Han empezado a sonar las alarmas antiaéreas", dice Elena haciendo un breve alto en la conversación y mirando hacia la luz que parece venir de una ventana, a media tarde. "Suenan cada vez que los radares detectan que hay un ataque, aunque sea en Kiev", explica, y sigue hablando con determinación. "Cerca de mi casa hay una batería antiaérea y la han bombardeado con misiles cuatro veces. Como en mi bloque no tenemos sótano, he enviado a mi hijo, de diez años, con mi abuela, para que se refugie con ella en el sótano de su casa. Mi hermana, que está embarazada, y mi cuñado también han preparado un sótano con una cama para vivir allí", dice Elena, antes de enviar unas fotos para demostrarlo.
En una, borrosa, se ve a su abuela, Lyubov, "que significa Amor", abrigada en la penumbra de una bodega y sentada en un jergón. En otra aparece la cama que su hermana y su cuñado han encajado en un hueco subterráneo, protegida en sus laterales con una alfombra. Parecen imágenes sacadas de la Primera o la Segunda Guerra Mundial. La anciana le ha dicho a su nieta que le cuente al periodista lo que están sufriendo, "que lo sepa el mundo entero". Por su parte, la guía ha acondicionado el cuarto de baño de su apartamento como un pequeño búnker, a falta de sótano, por si no le da tiempo de ir con sus familiares si les golpea un ataque aéreo repentino. "Dicen que el cuarto de baño es el lugar más seguro de una vivienda. He metido dentro almohadas para protegerme, comida, agua, dinero, pilas...".
Pregunta.— ¿No ha pensado irse de Ucrania?
Respuesta.— Estamos muy lejos de la frontera. Un vecino se fue en coche con su familia y tardaron 30 horas en llegar hasta Vínnytsia [que está a 268 kilómetros]. Es muy peligroso. Los rusos han atacado vehículos de civiles. Ahora es más seguro quedarnos donde estamos, en casa.
Explica que de esta parte de Ucrania, más alejada de las fronteras con la Unión Europea, han huido menos refugiados que los que han llegado como desplazados internos de otras partes del país para buscar protección aquí. Pero eso podría cambiar. La vida, mientras tanto, continúa. El inicio de la invasión rusa el 24 de febrero ha coincidido con las dos semanas de vacaciones escolares de final de invierno. En el colegio de su hijo se preparan para regresar a las clases, pero de forma telemática. "Nos enviaron un formulario a los padres. De los 24 niños de la clase, se han ido al extranjero dos", apunta. Explica también que los vecinos con experiencia militar y policial están combatiendo en los diferentes frentes y que otros vigilan la ciudad, mientras el resto continúa con sus trabajos.
"El objetivo ruso es la central nuclear Ucrania Sur, a menos de 50 kilómetros. Es una zona muy peligrosa"
P.— ¿Cómo está la situación en Pervomaisk?
R.— Mikoláiv, desde donde vienen avanzando las fuerzas rusas, está a 164 kilómetros al sur por autovía. El siguiente objetivo de los rusos es la central nuclear Ucrania Sur, que está a menos de cincuenta kilómetros de Pervoamaisk hacia el sur. Estamos dentro de la zona de radiación en caso de accidente, es una zona muy peligrosa. En mi ciudad hay cuatro puentes, y dos de ellos los han minado para volarlos si los soldados rusos llegan, para que no puedan seguir hacia Kiev. Tengo miedo de que vuelen los puentes cuando mi madre y mi hermana estén trabajando en el otro lado de la ciudad y no puedan volver a casa.
Pese a la incertidumbre ante el avance del frente, dice que se siente aún una privilegiada en comparación con los civiles atrapados en la ciudad asediada de Mariúpol. Explica que Rusia quiere ocupar este importante puerto en el mar Negro para unir toda la costa y el territorio interior que va desde la península de Crimea, anexionada por Putin en 2014, a las regiones separatistas ucranianas prorrusas de Donetsk y Lugansk, hasta la frontera rusa. En Mariúpol han matado a más de 2.400 civiles, contando sólo los cadáveres identificados por las autoridades. "No tienen ni agua, ni luz. Una amiga mía está allí y no sabemos cómo está. Da señales de vida con breves mensajes de teléfono cuando puede, cada varios días".
Raíces rusa y ucraniana
En la familia de Elena Smerichevskaya las culturas rusa y ucraniana se funden. Tiene raíces en ambos idiomas eslavos, como millones de habitantes del país. Por eso defiende una Ucrania independiente que respete ambas identidades, sin excluir a ninguna. Pero lamenta que, a menudo, cuando hablan con parientes que viven en Rusia, éstos les contestan que no se creen que el ejército ruso esté invadiendo Ucrania con una guerra en la que está atacando a civiles, aunque les envíen fotos. Lo achaca a la censura y control informativo del régimen de Putin sobre la población rusa, a la que le ha "lavado el cerebro". "Sólo el 10 por ciento de la población rusa es consciente de lo que está pasando, el 90 por ciento apoya a Putin" y su "operación especial de desnazificación de Ucrania", un argumento que ella ve absurdo.
Elena Smerichevskaya también critica al ultranacionalismo ucraniano, sobre todo en el oeste del país, que en los últimos años intentó marginar a la población rusófona desde instancias oficiales. Cuenta que "la última ley que firmó el presidente Poroshenko", antes de que lo relevara en 2019 el actual presidente, Volodímir Zelenski, "fue una ley loca que prohíbe el uso del ruso en el espacio público". Aclara que gran parte de la población ignoró el veto y siguió usando ambos idiomas, "como el gobernador de nuestra región, que publica sus vídeos en ruso y ucraniano". Esa hostilidad larvada de los más nacionalistas hacia la cultura rusa ha hecho que los libros en esta lengua vayan saliendo de la circulación, dice con tristeza Elena, cuya enciclopedia de casa que usa su hijo está en ruso.
Está muy preocupada por las consecuencias de la invasión de Putin: "Nuestros hijos odiarán a los rusos"
Pero lo que más le duele es que la invasión rusa de Putin va a ampliar ese desgarro social de forma difícilmente reparable: "En el museo decimos que estamos más cerca de Rusia que de Europa, pero ahora esto va a cambiar. Vamos a odiar a los rusos durante siglos: nuestro hijos odiarán a los rusos", exclama, muy preocupada por las consecuencias de la guerra.
Ha sido testigo de esa creciente separación desde hace años. En 2014, cuando estalló la guerra en el Donbás, los militares ucranianos a los que enseñaba inglés en un programa de Defensa se fueron de sus clases para combatir a las fuerzas separatistas prorrusas del este del país. Hasta entonces, el Museo de las Fuerzas de Misiles Estratégicos era un amistoso punto de encuentro entre los exmilitares soviéticos de la base encargados de mantener y enseñar las instalaciones, y los compañeros de Rusia y otras repúblicas soviéticas que volvían de visita a su antiguo centro de trabajo secreto.
En este museo al aire libre y subterráneo sobresale el fuselaje de un impresionante misil R36-M, apodado en occidente Satán, la compuerta de 157 toneladas que cubría el silo de lanzamiento, los colosales camiones de transporte MAZ-537, los aviones y los tanques que protegían la instalación secreta. En este escenario, los antiguos operarios de la base atómica recordaban sus tiempos de juventud en los años 80, cuando vivían pendientes de la orden, que nunca se produjo, de activar y lanzar un armamento que habría afectado a 200.000 kilómetros cuadrados con cada proyectil. Tres o cuatro SS-24 habrían bastado para destruir un país como Ucrania, suelen decir los veteranos militares del museo.
La base nuclear, por dentro
Aquí estaba estacionado el 309º Regimiento, perteneciente a la 46ª División (con base en Permavoisk) del 43º Ejército de Misiles de la URSS (con sede en Vínnitsia). Había 8 divisiones de misiles atómicos desplegadas en Ucrania. Cuando la Unión Soviética se disolvió hace tres décadas tras la caída del comunismo y el muro de Berlín, cuenta Elena que parte de los militares decidieron quedarse en la nueva Ucrania independiente y adoptar su nacionalidad, y otros se fueron a Rusia y otros estados.
En las amistosas reuniones mostraban su orgullo por el nivel tecnológico y científico que les había dotado de semejante arsenal nuclear. Pero las visitas desde Rusia cesaron casi por completo tras el estallido de la guerra en el Donbás en Ucrania y el empeoramiento de las relaciones entre el gobierno ucraniano proeuropeo y el ruso. "Desde 2014, apenas han venido al museo diez o veinte rusos. Sólo dan visados a quienes vienen a visitar a familiares de primer grado", lamenta Elena. En cambio, le llama la atención y celebra que desde el verano de 2020 "cada vez venían más españoles".
El silo ya no puede lanzar cohetes, pero las comunicaciones del centro de mando "funcionan como hace 40 años"
Subraya que aunque el silo esté inutilizado para lanzar cohetes, las instalaciones eléctricas y de radio "funcionan como hace cuarenta años". Todo permanece congelado en el tiempo y "los visitantes se quedan impresionados". El puesto de mando subterráneo es una cápsula en vertical de 3,3 metros de diámetro y 33 metros de altura. Está enterrada como si fuera un submarino de pie. Se divide en once plantas, con paredes reforzadas para resistir un ataque nuclear. Allí vivía durante sus guardias la dotación encargada de operar el punto de lanzamiento.
Hasta aquí se baja en un estrecho ascensor. No todos los visitantes se atreven al descenso, por claustrofobia, explica. Una vez abajo a 45 metros de profundidad, les enseña los dispositivos, los teléfonos, las radios, los botones de mando, el microondas donde calentaban la comida, las camas, las compuertas que cruzaban mediante contraseñas.
P.— ¿Cómo reaccionan los visitantes cuando ven las instalaciones?
R.— Los que crecieron en la Unión Soviética suelen mostrarse orgullosos del nivel tecnológico y científico que representan los misiles. No son conscientes del coste [dice Elena en sus visitas que con lo que valió esta base se podría construir una ciudad de cien mil habitantes]. Para ellos, estos misiles los protegían. Pero los americanos reaccionan de forma diferente. Ellos crecieron de niños con el miedo a un ataque soviético. En clase, les enseñaban que en caso de guerra nuclear se escondieran debajo de la mesa y se pusieran a cantar. Algo que no iba a impedir nada. Por eso, algunos, cuando están aquí, lloran.
Paradojas de la historia, después de la disolución de la URSS, Ucrania, o una parte de su población, empezó a acercarse a Estados Unidos. El primer paso, que explican en el museo, fue la intervención estadounidense para que la nueva Ucrania independiente se desnuclearizara. Fotos y vídeos antiguos colgados en el perfil del museo en Facebook muestran las sonrisas y gestos amistosos entre representantes rusos, ucranianos y estadounidenses en estas instalaciones y otras a mediados de los años 90, cuando acordaron y empezaron a poner en marcha la destrucción de los silos y cohetes y el traslado de las cabezas nucleares a Rusia.
En 2001, inauguraron el museo y los militares de la base se reconvirtieron en sus cicerones
En 2001, inauguraron el museo, que depende del Museo Nacional del Ministerio de Defensa de Ucrania, con sede en Kiev. Los militares de la base se reconvirtieron en sus cicerones. Algunos tuvieron que aprender ucraniano, porque su lengua madre es el ruso. "Un compañero", pone como ejemplo Elena, "les dice a los grupos ucranianos, 'nací en Rusia, pero soy ucraniano. Si no os importa, os daré la explicación en ruso porque me sale mejor'. Normalmente, casi todos le dicen que adelante, que no importa; pero algunos le han dicho, no, en ucraniano. Y él ha contestado, 'pues entonces iré más lento, porque tengo que ir traduciendo mentalmente'".
Relación con la OTAN
El acercamiento estadounidense se afianzó y profundizó en los últimos años a través de la colaboración de Ucrania y la OTAN, que envió a militares para formar a los ucranianos, como en la base de Yavoriv, atacada esta semana a 25 kilómetros de la frontera con Polonia. Elena Smerichevskaya explica que esa colaboración puso en guardia y en posición de ataque a Rusia: "Americanos y británicos ayudaron a construir una base naval en el mar Negro junto a Crimea; Rusia quiere Crimea para controlar el mar Negro y esa base suponía una amenaza para ellos porque pensaban que por ahí podían desembarcar. Así que la han atacado y destruido".
Tiene muchos amigos y conocidos entre los militares ucranianos, sobre todo los de la antigua base de misiles nucleares. A algunos les ha escuchado lamentarse por el arsenal atómico perdido. "Ahora se dice que si hubiéramos mantenido algunos de estos cohetes cuando nos independizamos, Rusia no se habría atrevido a invadirnos". El argumento es que los podrían haber usado como elemento disuasorio, igual que antes frente a Estados Unidos. Ella, en cambio, cree que es mejor no tenerlos. "Si tuviéramos aún misiles, no los podríamos disparar, porque su área de destrucción afectaría a nuestro territorio", dice para señalar la cercanía entre los contendientes.
"Si tuviéramos aún misiles, no los podríamos disparar: su destrucción afectaría a nuestro territorio"
En unos días, puede que las tropas rusas hayan ocupado el antiguo silo de los misiles estratégicos, los que podían alcanzar territorio estadounidense o del extremo occidental de la OTAN, incluida España. Elena cree que para los invasores militares rusos "el museo no es interesante, es sólo historia", pero que su ocupación demostraría, treinta años después, cuando se efectuó la desnuclearización pacífica del arsenal ucraniano, que "los acuerdos no significan nada para ellos".
Por suerte, el silo con la plataforma de lanzamiento de cohetes no se puede reutilizar. "Lo llenaron con cemento 37 metros y sólo quedaron 7 metros por arriba". Así hicieron con los otros silos, decenas, que había repartidos por Ucrania, rodeados de alambradas electrificadas y camuflados para ser indetectables desde el aire. El ejército ruso no lo necesita. Ya tiene instalaciones nucleares operativas de sobra en Rusia.
Para despedirse, la guía Elena Smerichevskaya da las gracias por la ayuda internacional a Ucrania y a sus refugiados. "Es muy bueno sentir que no estamos solos". Unos días después, difunde un vídeo para actualizar la situación: en la noche resplandecen los fogonazos de las "bombas de racimo" rusas disparadas contra zonas residenciales de la ciudad de Mikoláiv, la capital de su región. La guerra está aquí.
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