Veintisiete años de Conferencias del Clima y pocos resultados prácticos. Es el balance de la cronología de las COP, la última de ellas celebrada con pompa y lujo en Sharm el-Sheikh, Egipto, en un resort al que los máximos mandatarios de prácticamente todos los países ricos del mundo acudieron en sus jets privados, rodeados de lobistas de los combustibles fósiles –los grandes responsables del calentamiento global– y patrocinados por grandes multinacionales. Un encuentro que, por vigesimoséptima vez, buscaba llegar a acuerdos bilaterales para reducir las emisiones de CO2 en una situación de emergencia climática que ya se acerca peligrosamente, cuesta abajo y sin frenos, a los tipping points, los puntos de no retorno.
Precisamente la falta de resoluciones vinculantes es lo que genera cada vez más desconfianza en la población, especialmente entre los jóvenes. Los datos avalan esa decepción: desde que comenzaron las cumbres en 1995, las concentraciones de dióxido de carbono, vapor de agua y metano no han hecho más que crecer, retroalimentándose unas a otras. Con dos excepciones: 2008, año de la crisis financiera, y 2020, cuando se impuso un estricto confinamiento global por culpa de la pandemia. La magnitud del fracaso en el caso concreto de la reducción de la contaminación por CO2 es sobresaliente: si en la COP1, celebrada en Berlín a mediados de los noventa, el mundo emitía alrededor de 23.000 millones de toneladas de CO2, en 2022 la cifra roza los 40.600 millones, según Global Carbon Project (GCP), un 1% más que en 2021.
¿Han servido para algo todos estos años de acuerdos bilaterales? ¿Cuáles han sido sus máximos logros y sus principales deficiencias? Fernando Valladares y Antonio Turiel, científicos del CSIC y expertos en ecología y energía, respectivamente; Irene Baños, periodista especializada en cambio climático y autora de Accionistas del cambio; Juan Bordera, activista climático; Juan López de Uralde, fundador y coordinador federal de Alianza Verde; y Mariana Castaño Cano, experta en comunicación climática, contestan, desde sus respectivas posiciones, a algunas de las principales preguntas que surgen en torno al debate sobre la utilidad de las COP.
¿Para qué sirve una COP?
Para empezar, muchas personas desconocen cuál es la razón de ser de las Conferencias de las Partes (COP) sobre el clima. Estas Cumbres Anuales son organizadas por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC). Comenzaron en Berlín en 1995, aunque las dos COP más relevantes –debido a la envergadura de sus acuerdos– fueron la de 1997, celebrada en Japón, donde se acordó el famoso Protocolo de Kioto, a través del cual los países firmantes suscribieron la necesidad de reducir un 5% sus emisiones, y la de 2015, auspiciadora del Acuerdo de París, donde se estableció que la temperatura global del planeta no podía aumentar más de 2ºC para el año 2100.
Lo que fue la gran esperanza de llegar a acuerdos transnacionales para frenar la crisis climática cayó en saco roto cuando se demostró que las decisiones tomadas, si bien en teoría eran jurídicamente vinculantes, en la práctica escondían una letra pequeña. El Acuerdo de París de 2015 fueron rubricados por los principales países contaminantes del mundo, entre ellos Estados Unidos y China. Todos ellos se comprometieron a no superar los 2ºC de aumento de temperaturas. Eso era lo vinculante. Pero lo que no se firmaron fueron los mecanismos a adoptar por cada una de las naciones participantes para cambiar sus sistemas de producción y consumo.
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Ese es, precisamente, uno de los reclamos de Irene Baños, periodista y divulgadora científica, autora de los libros Accionistas del cambio y Ecoansias. Ella ha cubierto las últimas cuatro COP personalmente y, a pesar de reconocer que tienen más sombras que luces, considera que "sería muchísimo peor si no se celebraran", ya que, a pesar de sus deficiencias, "son mecanismos de presión para que los países aumenten sus acciones climáticas".
"Pensemos que el Acuerdo de París de 2015 fue un hito en la historia. Cientos de países se pusieron de acuerdo para reconocer que el cambio climático era un problema", señala Baños. "En los próximos cinco años, los planes de acción de los países aumentaron considerablemente gracias a las conocidas como Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional o NDCs. El problema es que eso luego no se plasmó en acciones reales. El propio Acuerdo de París no impone mecanismos de sanción, por lo que los países pudieron hacer las promesas que quisieron pero luego sus decisiones no tuvieron repercusión directa, sólo de imagen. De ahí que la presión social hoy sea fundamental".
Mariana Castaño Cano, periodista y fundadora de la agencia 10 Billion Sollutions, quien trabajó en el equipo de comunicación de Naciones Unidas desde la COP20 de Lima hasta la COP25 de Madrid, considera que, jurídicamente, sí que existen una serie de mecanismos que garantizan el cumplimiento de los acuerdos y compromisos rubricados en las COP. "Lo que se firma sí es vinculante, porque es un acuerdo internacional que obliga a ciertos compromisos, como cuando se firma la Carta Internacional de Derechos Humanos. El Acuerdo de París, por ejemplo, era vinculante. El problema es que [como señala Baños], no existe sanción" si no se cumplen los compromisos.
¿Qué significa que sea vinculante pero no tenga sanción? Básicamente, que los países tienen libertad de tomar las decisiones que quieran por mucho que se comprometan a cumplir objetivos. Los 197 países participantes presentaron en la COP de París unos planes de acción climática llamados NDCs, promesas que, aseguraron, convertirían en leyes nacionales que permitiesen reducir las emisiones de CO2. "Pero no existe una 'Policía del Clima'", señala Castaño. "Si un país no cumple con los NDC, tiene consecuencias de opinión pública, de falta de credibilidad, de huida de inversores, de presión internacional", pero no son sanciones directas.
Esa laxitud normativa es la que hace que las COP consigan menos de lo que prometen. "Nosotros ya reclamamos que tuvieran un carácter vinculante en Copenhage, en 2009, y fue un gran fracaso", asegura Juan López de Uralde, fundador y coordinador federal de Alianza Verde. "Uno de los dramas del Acuerdo de París fue que el objetivo de no aumentar la temperatura era vinculante, pero no las herramientas para hacerlo realidad. Una de las cuestiones que habría que cambiar es el mecanismo de toma de decisiones. Si no se toman por consenso, es difícil que salgan adelante. No se puede avanzar en consenso con un mínimo común denominador", sugiere el político.
Las contradicciones de la COP27
Llama la atención que una Cumbre del Clima en la que se habla sobre la necesidad de paliar los efectos del cambio climático esté plagada de lobbies de los combustibles fósiles. Según señala Global Witness, habría al menos 636 miembros de grupos de presión petroleros y gasísticos reconocidos tratando de influir en las decisiones de la COP27. Un gran porcentaje de ellos, por cierto, son rusos, uno de cada cinco miembros de la delegación de la autocracia eurasiática. Hay más lobistas de combustibles fósiles que delegaciones de ningún país. Y eso no es bueno para la imagen de la COP.
"Si alguien cree que esas multinacionales tienen interés de cambiar el modelo socioeconómico es que no ha entendido nada", denuncia Fernando Valladares, doctor en Ciencias Biológicas, investigador del CSIC y coautor de La salud planetaria. "Quieren hacer un malabarismo imposible: ser promotores de la contaminación pero participar en la cumbre para resolverlo. Son incompatibles. La COP es obscena y un teatro del mercadeo por cosas tan evidentes como esta. Y la gente apenas se moviliza. La inactividad social y política al final se ven reflejadas en cada cumbre del clima. Todos somos parte de la gran farsa".
Valladares, no obstante, no considera que las COP sean innecesarias; justo al contrario. "Es un momento en el que se les cae la careta a los jefes de Estado, a los propios países. Es una gran pasarela, un escenario de luz y taquígrafos. Está toda la prensa, los grandes científicos y muchos observadores documentando lo que ocurre. Sirven para analizar con crudeza y claridad cómo globalmente no estamos haciendo el más mínimo esfuerzo para anteponer los Derechos Humanos o los ODS [a los negocios]. Es un escaparate en el que se ve todo. Es penoso, triste y doloroso. Sirven para lo que no fueron diseñadas: para que la humanidad se mire en el espejo".
No es el único perfil crítico con la Conferencia de las Partes. Greta Thunberg se negó a acudir al encuentro tras conocer que se celebraría en un país como Egipto, que mantiene encarcelados a activistas disidentes como el británico-egipcio Alaa Abd El-Fattah y mantiene una turbia relación con los derechos y libertades de sus ciudadanos. También condenó que no hubiera suficiente representación civil y juvenil en la COP. Además, la fundadora de Fridays for Future señaló que la forma de viajar a la cumbre de los principales dirigentes iba a generar una huella de carbono inmensa.
Se han fletado cientos de aviones desde diferentes partes del mundo para acudir a Sharm El-Sheikh. El año pasado, los cálculos de la COP26 de Glasgow estimaron que los aviones y jets que viajaron a la cumbre produjeron más emisiones que la propia Escocia durante todo un año, tal y como aseguró el ministro de Exteriores de Australia, Alexander Downe. Este año el tráfico aéreo fue menor, pero aún así se presentó como el responsable de miles de toneladas de dióxido de carbono.
Por ejemplo, el Airbus A321-253X del primer ministro británico, Rishi Sunak, fletado desde Londres hasta Sharm El-Sheikh, gastó alrededor de 2,6 toneladas de combustible por hora, un equivalente a 41 toneladas de CO2. Por su parte, España movilizó tanto el Airbus A310 como el Falcon 900 para desplazarse a la COP, que consumieron alrededor de 60 toneladas. Eso, multiplicado por el casi el centenar de vuelos que acudieron a la cumbre –sin tener en cuenta peso, número de pasajeros, equipajes, tipo de avión– harían un total de 4.200 toneladas de CO2:
Cálculo elaborado por la UCL (University College London)
A más COP... más CO2
El gran enemigo de la credibilidad de las COP es el aumento de las emisiones. El CO2 es un gas producido por la quema de combustibles fósiles. Existe de forma natural y es necesario para la vida, pero las altas concentraciones de origen antropogénico acumuladas en los últimos años apuntan a que esta es una de las principales responsables del aumento generalizado de las temperaturas. Su elevada acumulación en la atmósfera genera que muchos de los rayos de sol que llegan a la Tierra no puedan rebotar y salir al espacio en forma de radiación infrarroja, por lo que se concentran, calientan el planeta y provocan lo que se conoce como efecto invernadero.
Las proyecciones históricas de condensaciones de CO2 en la atmósfera –medidas mediante calibración radiocarbónica, es decir, analizando la presencia de isótopos de carbono 14 en los anillos de los árboles– señalan que nunca se habían superado las 400 partes por millón de este tipo de gas. Ni siquiera hace 200.000 años, cuando los cambios climáticos naturales provocaron un aumento de casi 4 grados centígrados en la Tierra.
"El CO2 no ha parado de aumentar salvo por los pequeños respiros de 2008 y 2020", señala Antonio Turiel, doctor en Física Teórica, investigador del CSIC y divulgador medioambiental especializado en energía. "Es grave, porque la gente piensa que si decrecen las emisiones el clima del planeta se equilibrará, pero eso no es así. Cada vez que emites basura, esta se acumula a la que ya había de antes. Si ahora dejáramos de emitir, la Tierra seguiría calentándose un par de siglos. La cuestión es que no sólo no estamos deteniendo las emisiones, sino que las seguimos incrementando. Ni siquiera las políticas de contención de la UE funcionan, porque hay que sumarles el CO2 que emiten otros lugares más contaminantes, como China, cuyos productos se consumen aquí".
El gigante asiático es uno de los puntos de fricción habitual de las COP. "Ellos tienen claro el problema del cambio climático", asegura Turiel. "Pero dicen algo con mucha razón: no tiene sentido que se les señale con el dedo cuando son la sexta parte de la población mundial. Sus emisiones per cápita son la quinta parte de las de un europeo. ¡Y la mitad de sus emisiones son para elaborar productos consumidos en el resto de Occidente! Es de una hipocresía sangrante". Quitando los mini estados como Mónaco o Liechtenstein, Arabia Saudí y Estados Unidos son de los que más contaminan per cápita. "Las comparativas son tramposas".
Todas las fuentes consultadas señalan que el éxito o fracaso de esta COP27 dependerá de si finalmente se llega a un acuerdo para eliminar de forma equitativa la quema de combustibles fósiles. "Precisamente una de las grandes decepciones de Glasgow fue que se quitó una de las principales referencias a la eliminación de este tipo de combustibles", señala Mariana Castaño. "Eso ha generado muchísimas frustración entre los países más afectados –Tuvalu, Antigua y Barbuda, Haití, parte del África subsahariana– y las oenegés. Este año, a iniciativa de la India y la Unión Europea, se quiere retomar ese texto". A pesar de que la COP27 ya ha concluido de forma oficial y sin un acuerdo formal, las diferentes partes siguen sus negociaciones este fin de semana... in extremis.
Desconfianza, hartazgo, negacionismo y tecnofascismo
Precisamente las declaraciones de buenas intenciones que quedan en agua de borrajas son las que provocan un descontento generalizado en la población, cada vez más exhausta, cada vez más harta de escuchar, en boca de políticos incapaces de llegar a acuerdos, que hacen falta cambios estructurales en el sistema que ellos mismos no terminan de propiciar. Eso, denuncia Turiel, impulsa los negacionismos, la "mezcla de medias verdades con mentiras para divulgar los típicos argumentos de gente desinformada".
"Hay personas que creen que 5 años de estudios, 2 máster y una especialización de cuatro años de postdoctorado dan el mismo nivel de capacitación para hablar de estos temas que ver un vídeo de 20 minutos en YouTube", sostiene, resignado. La desconfianza hacia las COP deriva en hartazgo, el cansancio en negacionismo y, finalmente, este es capaz de generar movimientos populistas que puedan desembocar en movimientos autoritarios que se alimenten del resquemor y frustración de la población. Por eso, Turiel considera que la única receta para llegar a tiempo a los cambios necesarios –y paliar la escasez de recursos– es apostar por el decrecimiento.
Juan Bordera, autor, junto a Turiel, de El otoño de la civilización: textos para una revolución inevitable, juega sus cartas en esa misma línea. "La atmósfera no tiene fronteras", sentencia. "Debemos cooperar globalmente, reducir las desigualdades internas y acabar con los 'negocionistas'", hombres y mujeres, muchas veces representantes de lobbies que, envueltos en un verde greenwashing, venden recetas 'tecnoptimistas' como si se trataran de soluciones mágicas. "Cuando alguien te venda algo como un remedio infalible, desconfía", bromea Bordera.
"Todo esto es hacer negocio con las soluciones", continúa. "El problema es que si las respuestas de la COP y del IPCC no dejan de salirse del imaginario tecnoptimista, la consecuencia generará conflictos que puedan acabar derivando en tecnofascismos". Estos son, en sus palabras, "fascismos apoyados en el big data".
Bordera considera que hay "una batalla cultural" que necesita de "un movimiento que sepa trascender lo climático", una "iniciativa de contestación global" que sea capaz de despertar en los líderes mundiales una auténtica voluntad de transformación. "En este punto la desobediencia civil juega un papel fundamental; también la ciencia, que debe atreverse a hacer corpórea esa sensación de peligro de extinción. Me he encontrado con políticos que piden que haya más presiones desde las calles. Hay que empujar desde abajo". Él asegura que el cambio es posible. "Un salto al vacío da miedo, pero se han hecho cosas mucho más atrevidas a lo largo de la historia".
"El error son los políticos, no la COP"
Por su parte, Juan López de Uralde, coordinador de Alianza Verde, afirma que las severas deficiencias de las COP no son motivo para no considerarlas necesarias. Justo al contrario. "Es imprescindible que haya un proceso internacional, global y multilateral de lucha contra el cambio climático. Muchas veces las críticas que se puedan hacer a las COP son utilizadas por los negacionistas para tratar de tumbar el proceso. Aquellos que dicen que las COP 'son una mierda' son aquellos que hacen que las COP sean una mierda, ¿me explico? Los lobbies de combustibles fósiles, industrias petroleras, y países que no quieren que se avance contra el cambio climático hacen que en las sucesivas reuniones no se lleguen a acuerdos".
PREGUNTA.– ¿Son necesarias las COP a pesar de todo?
RESPUESTA.– Las COP en sí no es un error, sino la falta de voluntad de los gobiernos. Una COP es una reunión. Si tú acudes a una reunión sin voluntad de avanzar... no consigues nada.
P.– ¿Cuál es la máxima esperanza de la COP de Egipto?
R.– El principal objetivo es llegar a un acuerdo en pérdidas y daños. En políticas climáticas, en que se ratifique el objetivo de 1,5ºC de subida máxima de temperaturas, porque eso, indudablemente, aceleraría las políticas de mitigación. No podemos cambiar la realidad a nuestro interés. La ciencia nos ha dicho que más de 1,5ºC nos mete en un cambio climático catastrófico. El problema es que no se sabe si va a haber un documento final.
P.– ¿Cuáles son los países más predispuestos al cambio?
R.– Lo más interesados son los países más vulnerables, los conocidos como 'países isla', muy promotores de avance. Luego está la Unión Europea, que siempre ha ido en cabeza. Después, en función de su liderazgo político, hay otros que siempre bloquean todo, como los productores de petróleo, con los árabes a la cabeza, normalmente con apoyo de naciones como Rusia o Australia. China es variable y Estados Unidos... en fin, depende de su liderazgo.
P.– La palabra 'combustibles fósiles' también ha generado un airado debate.
R.– El penúltimo borrador de la Cumbre de Glasgow hablaba del objetivo de eliminar los combustibles fósiles. De última hora se cambió "eliminación" por "reducción", lo cual fue muy decepcionante. La cumbre de Egipto, que se celebra en condiciones globales complejas, como mínimo no debería suponer ningún paso atrás respecto a Glasgow. ¡Como mínimo! Allí se ratificó el compromiso de no superar el 1,5ºC y la reducción progresiva de combustibles fósiles. Si no se ratificara este encuentro supondría un dramático paso atrás.
La única forma de conseguir que las COP se conviertan en cumbres globales verdaderamente útiles y no en los ejercicios de "hipocresía" y "mercadeo" que denuncia Valladares pasa por que los dirigentes de los países ricos hagan sus deberes y lo demuestren con compromisos honestos y realistas. "La comunicación y el periodismo tienen una responsabilidad enorme", asevera Irene Baños. "La educación ambiental es absolutamente necesaria para realizar cambios estructurales en el sistema. Hay que transformarlo desde la base".
Y lanza un mensaje, más bien una letanía, que comparte con el resto de científicos, divulgadores y activistas: "La gente tiene motivos para desconfiar, pero mi mensaje es que eso no nos puede llevar a decir que no hay nada que hacer. Debemos movilizarnos, porque los multimillonarios no son quienes van a sufrir más las consecuencias de las crisis ecológicas. Esa rabia y esa frustración se pueden convertir en una mayor acción ciudadana. Debemos exigir a los políticos que nos representen como realmente merecemos".