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Sentadas en la terraza del Café Comercial como dos señoras que vuelven de la peluquería -un café doble con leche, un vapeador, una charla con el quiosquero, un modelito divino para agitar el barrio-, a Samantha Hudson (Palma, 1999) la paran a cada rato. El camarero se le reconoce fan y le pregunta por MasterChef: la echa de menos, dice, y ella le replica que nunca le interesó la cocina: "Allí todos se preparaban meses antes, tía, con cocineros Michelín, mucho lujo, ¿sabes?, yo prefería estar merendando con mis amigas"-. Varias chavalas le piden selfies. Una madre, temblorosa de emoción, se le acerca a decirle que es la inspiración de su hijo de dieciséis años y que sus palabras siempre le hacen mucho bien. Ella se sonríe. "Qué monas las mamis", dice con ternura al despedirse.
La Hudson sabe que las buenas chicas van al cielo y las malas a todas partes, así que ha elegido ser de las segundas: ha pasado de ser un icono queer de los márgenes -coquetona y en lucha contra el capital, como ella misma dice- a comerse el prime time en el exitoso programa de cocina, a publicar un disco llamado Liquidación Total, a girar por toda España, a rodar una película con Paco León que está a punto de estrenarse -Rainbow-, a lanzar un podcast con Jordi Cruz para Netflix y a protagonizar Una navidad con Samantha, un programa de Atresplayer donde la acompañarán Arturo Valls, Paco Clavel, Amaia o Anabel Alonso. Casi nada.
Se hace llamar la "reina de los bajos fondos" o la "Miranda Makaroff de los pobres", quitándose importancia, pero lo cierto es que pasa el tiempo y se subraya como un referente imprescindible de la generación Z: ha venido aquí a pasárselo bien, a gozar del trayecto, a relativizar este mundo tan grisáceo, tan trágico y repetitivo, tan carente de imaginación. Se dedica a serlo todo, a jugar con sus mil vidas posibles, a metamorfosear y ficcionar el día a día porque está harta de limitarse a un solo cuerpo, a un solo rol y a un solo destino. Todo se está transformando, todo puede ser sorprendente al minuto siguiente.
Samantha con su padre albañil, con su viejo sueño de regentar un bar de copas, con su fascinación por Manuela Trasobares, con su carcajada alegre y ruidosa. Samantha haciéndole ghosting a Jesucristo después de enamorarse de él con once años. Samantha poniendo de los nervios a la facción rojiparda con su purpurina y su cascabeleo vital. Samantha disparándole al mismísimo Franco a la cabeza en un videoclip que ha pisado callos de derecha e izquierda. Samantha Hudson ensayando todos los días -saludando a las vecinas, haciendo recados, retocándose los morritos- hasta que llegue el estreno de su papel más deseado: el de convertirse en la anciana más chula del mundo.
Pregunta.- ¿También tiene energía Samantha Hudson los días de lluvia y frío?
Respuesta.- Mi personalidad depende en un 90% de tomar café. No sé vivir sin estimulantes. Como verduras y frutas de temporadas, ahora que refresca, bien de jengibre, calabaza y granada.
P.- Me lo apunto.
R.- Buenísimo. Y cebolla y ajo, siempre, que son antibióticos naturales.
P.- ¿Cuántas personas viven dentro de Samantha Hudson?
R.- De momento tengo tres inquilinos que están al corriente de los pagos y dos que van con un poco de retraso. Respondiéndote de manera prudente a la pregunta, una chica tan moderna como yo no puede permitirse el lujo de ser sólo una cosa. Cada día que me levante, lo que me proponga ser, seré, por lo menos en la estética. Luego ya que a efectos prácticos cumpla mis objetivos… es culpa del azar, y yo por desgracia no controlo el universo. De momento, me apaño.
P.- ¿Cómo improvisas cada día en tu performance infinita?
R.- Depende de lo que haya visto o vivido. A lo mejor un día de lluvia me siento hecha una mierda y salgo vestida como Pamela Anderson en Barb Wire y ni llevo paraguas para tener el look mojado. Depende del mood con el que te levantes, como Martín Matín.
P.- ¿Basta una sola identidad para toda la vida o eso es muy aburrido? ¿Cómo hace la gente para soportarse a sí misma toda la vida dentro del mismo rol?
R.- Yo creo que una vez entiendes que la vida es un teatro y que tu personalidad es un guion sujeto a cambios, puedes performar. A veces te ciñes a un script que otros han planeado para ti y resulta frustrante, porque no todas son tan buenas actrices para desempeñar cualquier rol. Eso me ocurre a mí, que no soy buena actriz, por eso me he vuelto la productora ejecutiva de mis propias tramas. No hay que tener miedo al desarrollo de tu argumento, porque nadie es igual desde que nace hasta que se muere.
P.- ¿Cómo es Samantha Hudson cuando está sola en casa, cuando nadie la ve, cuando cierra el telón un ratito?
R.- Depende mucho de cuánto café haya tomado (ríe). Hay veces que voy con el subidón, me pongo un merengue y bailo yo sola delante del espejo. Otras veces estoy siesa porque también tengo sangre castellanoleonesa, y claro, mi familia, la mayoría, no hace ni una mueca.
P.- ¡Y tú has salido súperexpresiva!
R.- Sí, pero cuando la situación lo requiere. Cuando en mi casa estoy hasta el coño y agotada por los sinsabores de la vida, me quedo tiesa y firme, rigor mortis, y no hay quien me mueva del sofá.
P.- ¿Cuál es tu mayor talento?
R.- No sé si es un talento, pero agradezco mucho la química cerebral que tengo: no me dejo secuestrar nunca por las emociones, ni por las positivas ni por las negativas.
P.- Eso es tan importante en los tiempos que corren. Estamos todos tan neuróticos, tan irascibles…
R.- ¡Por eso, nena! Voy con pies de plomo. Ni ilusión desmedida, ni tristeza desbocada. Valoro mi sentido del humor y mi gestión emocional, porque si no acabaría como el rosario de la aurora.
P.- ¿Y tu mayor miedo cuál es?
R.- Lo que más me atemoriza es convertirme en algo con lo que no me sienta representada y sobre todo ahora, que estoy en circuitos más mainstream: me aterra dejarme llevar por la vorágine capitalista, convertirme en el estandarte de alguna marca, anunciar alguna eléctrica o un banco…
P.- Como Loquillo, ¿no?
R.- Sí. Bastantes referentes de los ochenta han sucumbido a esos placeres tan tentativos. Pero de momento, creo que dentro de lo posible mantengo un equilibrio entre la ética y la supervivencia. No dejo de ser una asalariada, así que escapar a las dinámicas del sistema es muy difícil. En esta sociedad casi ningún consumo es ético y llevar un discurso 100% coherente es casi imposible. Me da miedo convertirme en lo que alguna vez he criticado.
"Hay muchos gays que rechazan la pluma porque se puede ser gay y misógino, perfectamente"
P.- ¿Cuáles son tus líneas rojas, cuál es la proposición que siempre rechazarías?
R.- Nunca digas "de este agua no beberé"…
P.- Ni "este cura no es mi padre".
R.- (Ríe) Exacto. No sé cómo se va a desarrollar mi vida. Pero los dos ejemplos que te he puesto los concibo como lo más alejado que puede haber de Samantha Hudson. Ni eléctricas, ni bancos. Es una gran línea roja para empezar.
P.- Has dicho en alguna ocasión que no existe una masculinidad sana. ¿Por qué? ¿Cuándo te diste cuenta de que la masculinidad, tradicionalmente entendida, te hería?
R.- Yo creo que se puede ser masculina y no ser tóxica; por ejemplo, mira las lesbianas butch. Pero, en general, el arquetipo de masculinidad suele ir relacionado con actitudes y comportamientos bastante violentos. Más que que me violenten los hombres, me violenta la masculinidad. También les violenta a ellos mismos, a los chicos heterosexuales, ¿eh? Y les hace daño.
P.- Cuando de niño les dicen "los machotes no lloran".
R.- Sí, o cuando no quieres jugar al fútbol y ya eres un maricón. En general, todos los comentarios homófobos y misóginos forman parte de una estrategia que interiorizamos desde pequeños… para no sacar los pies del tiesto. Si eres una chica, está bien visto que te parezcas a un hombre, que tengas un liderazgo masculino, porque los hombres ¡molan!, pero cuando eres un hombre, parecerse a una chica es lo peor que puedes hacer. Eso es un poco lo que me pasa a mí, que siempre he sido muy femenina: ya de niña le pedía los tacones a mi madre. Y ridiculizar eso es misoginia pura. También lo hacen mucho los gays plumófobos: porque puedes ser gay y ser misógino, perfectamente.
P.- ¿En qué modelo de familia crees tú? ¿Se puede reinventar el concepto tradicional?
R.- El concepto de familia que tenemos es puramente burgués y caucásico. Es de necios pensar que en todas las culturas del mundo antes de la colonización había el mismo esquema de familia. El concepto de padre y madre, el hecho de que sean los progenitores quienes se encarguen de los niños… no es igual y no ha sido igual nunca en todo el mundo. Ha habido una globalización y una colonización extrema y se ha intentado implantar ese modelo. Actualmente hay reformas de ese modelo, como los matrimonios de hombres homosexuales que alquilan un vientre: a mí me parece lo mismo. Siguen siendo dos cónyuges que destinan la figura femenina a la capacidad reproductora.
P.- ¿Y si rompemos con el patrón del amor romántico, e incluso el de la pareja monógama, y decimos, de repente: oye, mi familia son mis amigos?
R.- Por supuesto, eso sería estupendo. Me gustaría que cada una tuviera un hijo y los criásemos en comunidad. Además, sería más práctico, porque una no puede estar en todo. Eso es un mito sustentado en la idea de que el hombre trabajaba y la mujer cuidaba a los niños. Pero desde que la mujer se incorpora al mundo laboral y tiene, además, que acatar las mismas tareas asociadas al papel de la mujer, ¡es imposible! Yo creo que la autogestión y el trabajo comunitario siempre son mejores.
P.- Fuiste muy devota como de los 11 a los 13 años. ¿En qué momento dejaste de hablarle a dios?
R.- Yo defiendo la religión, porque creo que para muchas personas es una buena herramienta para afrontar ciertos conflictos.
P.- Como la muerte.
R.- Sí. Yo jamás voy a decirle a mi abuela que es una ingenua o una necia por creer en dios: entonces yo sería una sádica y una persona sin sentimientos. Pero el hecho de que la religión te prometa una vida mejor, un paraíso, es precisamente un reflejo de que no tienes una buena vida actualmente. Si la gente no tuviera tantos problemas y tanto miedo, no tendría que creer en vidas alternativas. Eso fue lo que me pasó a mí, que dije: a ver, creo en Jesucristo, esto está muy bien, pero a fin de cuentas sigo siendo un maricón desgraciado, se meten conmigo en clase y tengo unas expectativas de futuro bastante nulas. En ese momento lo creía así.
P.- ¿Cuándo descreíste?
R.- Fue de forma natural. Igual que vino, se fue. Me pasa lo mismo con los enamoramientos. Así que me enamoré de Jesucristo y luego le hice ghosting. Le dejé de contestar a los mensajes.
"Me enamoré de Jesucristo y luego le hice ghosting. Le dejé de contestar a los mensajes"
P.- ¿Has vivido alguna situación de acoso o agresión en tu vida?
R.- Muchas patadas. En el colegio, el pack básico de 'maricón de colegio': mariquita para acá, mariquita para allá, nenaza, eres un notas… luego cuando iba en verano al pueblo las cosas eran más heavys. Cuando encierras a tantos adolescentes juntos en un sitio…
P.- Es una especie de Gran Hermano.
R.- Sí, acaba el verano, vuelves a tu casa y parece que eso no ha ocurrido. Quizás sentían que iba a haber menos represalias porque era un espacio más de divertimento: verano, el pueblo, en fin. Ahí recuerdo episodios bastante traumáticos. Una vez pincharon a un sapo con un palo, me acorralaron y me empezaron a dar con el sapo… me pareció bastante horrible.
P.- ¿Luego te has reencontrado con esta gente, has podido decirles 'qué pasa aquí'?
R.- Muchos me pidieron perdón. Otros han obviado el tema y ahora me tratan bien, no sé porque si de repente soy "famosa"…
P.- Qué trampa, ¿no? No podemos saber si ese cambio es real.
R.- Claro. Cuando empiezan a creer que eres "guay", la falta de respeto se cambia por la tolerancia. No es que entiendan cómo te sientes y se arrepientan, es que te dejan existir. Con mucha gente de mi colegio sucede esto, pero en el fondo sé que piensan que una cosa es ser gay y otra cosa es ser un maricón.
P.- Qué barbaridad.
R.- Sí. Eso es posiblemente lo que más me decían.
P.- Oye, pues que se jodan.
R.- Sí. ¡Disfruto tanto! Sé que es mezquino, pero…
P.- Tendrás derecho a una revancha histórica, ¿no?
R.- Claro. La verdad que sienta bien. Ese es el único lujo que me permito, ser brujita.
P.- Imagínate que tienes una noche por delante con Ayuso. ¿A qué bares o discotecas de Madrid la sacarías y qué le contarías a la tercera copa?
R.- Pues la verdad es que, objetivamente, no iría con ella a ningún lado. Es ultraderecha. Como mucho la llevaría a un barranco y la empujaría (ríe). No, en serio: no hay que decirle nada. Ella sabe lo que hace. Performa que es tonta pero nada más lejos de la realidad. Tiene un carisma desbordante, pero precisamente ese es el problema: que aunque estés en contra de lo que dice, te ríes de ella y atiendes a las cosas que dice.
P.- ¿Y a la reina Letizia?
R.- Ay, sí, a la reina Letizia me la llevaría al gimnasio y le pediría, por favor, que me contara qué rutina de brazos hace. Está mazada, mamadísima. Podría levantar un camión ella sola.
P.- ¿No hay ni un humorista varón que te haga gracia?
R.- Ninguno, tía. Cien por cien verdad. No hay ningún hombre heterosexual en España que me haga reír. Bueno, alguno de after habrá, porque voy puesta de ketamina y me río. Me enseñas un tostador y me parto la caja. Los hombres no saben hacer bromas: un hombre se puede reír con una mujer, pero una mujer no se puede reír con un hombre. Simplemente sueltan cuatro chorradas y los colegotes hacen como que se ríen, es lo de siempre. ¡Ay, mira! Pepe Viyuela. A él le amo. Y me hace reír. Sí, él sí. Además, también sale en mi especial, con Arturo Valls, que me cae genial. He reunido a los únicos hombres heteros que me gustan (ríe).
P.- Has dicho que eres asexual. ¿Por qué?
R.- Antes el impulso sexual se consideraba algo pecaminoso, especialmente para la Iglesia católica, una blasfemia, por aquello de sucumbir a los pecados de la carne… ahí no tenías sexo o lo tenías a escondidas. Y ahora que el dogma es el capitalismo, la gente se ha convertido en su propio producto, en su propio burgués, y sentimos la necesidad de explotar nuestro capital sexual, en parte por sentirnos válidas y aptas para el consumo…
P.- El colocar nuestro valor en la mirada masculina.
R.- Exacto. Aunque sea paradójico, el remedio es la enfermedad. Sentimos la necesidad de que nos consuman, y al mismo tiempo eso nos produce tanto dolor y tanto conflicto… que llenamos esas carencias afectivas de nuevo manteniendo sexo poco placentero con gente que no es de nuestra confianza. Eso te lleva a un bucle de mantener sexo, no estar conforme, estar triste, y como estás triste, mantienes sexo todo el rato.
"Antes tenía mucho sexo, no me compensaba, me generaba conflicto… lo he dejado y me siento mejor"
P.- ¿Ese ha sido tu caso? ¿Te has parado a pensar y has dado un paso atrás?
R.- Sí. Cuando eres una persona homosexual no tienes opciones a explorar tu sexualidad de una manera pública y sana. La mayoría de encuentros son clandestinos… y la mayoría de relaciones que estableces con otras personas del colectivo son a través del sexo. Las personas heterosexuales tienen más variedad a la hora de establecer sus vínculos. Yo al final dije: tengo mucho sexo, no me compensa, me genera conflicto… pues voy a dejar de tenerlo. Y lo he dejado (ríe).
P.- ¿Y te sientes mejor ahora?
R.- Mucho mejor, con mucha menos presión y mucho más consecuente con las emociones que profeso. Pero vamos, que no me refiero a que haya que tener una pareja monógama ni enamorarse para tener sexo: puedes hacerlo en encuentros multitudinarios, pero lo fundamental es que haya consenso, diálogo, y que puedas decirles "oye, hasta aquí".
P.- Hablemos de Por España, tu polémico temazo. ¿Qué significa España para ti?
R.- Pues España para mí, igual que todos los países, es un territorio. No sé quién establece las fronteras ni quién decide dónde comienza otro país, pero en general me parece que el concepto de nación es burgués y algo que sólo trae problemas. Cuando existe la nacionalidad, existe el concepto de ciudadanía: y eso significa que hay personas que no están empadronadas aquí ni son consideradas ciudadanas. No entiendo por qué tienes que estar orgullosa de haber nacido en un sitio, pues hija: que tiene gastronomía, sol y cultura, pues qué alegría, pues lo valoras, pero no es algo de lo que hacer alarde. Más que beneficios, trae conflictos.
P.- Sobre todo cuando en el nombre de España se han hecho también tantas barbaridades, ¿no?
R.- Sí. El problema es que haya nación. Desde que hay nación, hay exclusión. Luego yo puedo tener nacionalidad española y haber nacido en España, que si soy negra voy a seguir sufriendo racismo. Es un efecto placebo. Mira, esto es España. ¿Eres español? Se supone que tienes beneficios. No creo que sea así en la mayoría de casos. Por mucho que hayas nacido en la querida patria, al final todo se resume en con quién te acuestas, cómo es tu expresión de género y cuál es tu color de piel.
P.- Has matado a Franco después de bailarle como la auténtica Penélope Cruz en La niña de tus ojos. ¿Qué se siente?
R.- Sí, incluso lo han cambiado en la Wikipedia. Han quitado lo de que murió y han puesto "falleció asesinado por Samantha Hudson". Increíble (risas). Me siento realizada. Como que ya no puedo aspirar a más en mi vida, porque es lo más bárbaro que puedo hacer a nivel audiovisual en ninguna de mis propuestas. Prefería matarlo antes que travestirlo, que está muy visto, o que enrollarme con él.
P.- Has cambiado el relato, como el propio Tarantino en Malditos Bastardos, cuando mató a Hitler. ¿Qué crees que habría pasado si tú hubieras nacido antes y hubieras acabado con Franco; qué habría sido del resto de nuestra vida?
R.- Bueno, las cosas habrían estado mucho mejor (ríe). Lógicamente, yo defiendo la República. Pero siendo realista y lógica, si hubiera nacido en la época de la dictadura, ni hubiera tenido oportunidad de matar a Franco ni habría tenido, de hecho, oportunidad de existir. Franco me habría fusilado directamente, por maricón, claro, como a Lorca, así que ahora me vengo yo de él y me tomo la revancha: justicia poética.
"Franco me habría fusilado por maricón, como a Lorca, así que ahora me vengo yo de él: justicia poética"
P.- Hubo también quien se ofendió con tu canción por lo de "fusílame" o lo de "déjame coqueta en una cuneta": decían que te estabas riendo de los represaliados, de las víctimas del franquismo. O lo de "tú serás mi obispo y yo tu monaguillo"... lo tildaban de cachondeo, por tu parte, hacia las víctimas de la pederastia.
R.- Es curioso porque este vídeo más que críticas de la derecha, ha tenido críticas de la izquierda: "Denigrante que una travesti mate a Franco con la bandera de la República, porque mis abuelos lucharon por la República y eran comunistas…". Muchos dicen que realmente yo no he vivido esas cosas y no puedo hablar de ellas. Para empezar, es mentira, porque mi abuelo también luchó por la República: la gente se olvida de que las personas queer también tenemos familiares y ascendencia y antepasados. La cosa es que entiendan que si todas las personas que formamos parte del colectivo LGTBQ hubiéramos nacido en esa época, hubiéramos acabado fusilados. Sí que nos corresponde hablar de estos temas.
P.- ¿Cuándo se ha roto el romance de la vieja izquierda y la gente LGTBIQ? Hay un desprecio actual del varón obrero, digamos, al brilli-brilli…
R.- Bueno, es que hay muchos gilipollas dentro de la izquierda: la categoría de "gilipollas" no entiende de posicionamientos políticos. Si eres un hombre obrero rancio, te da rabia que otras personas diversas ocupen espacios y tengan su propia voz y luchen por sus causas. Lógicamente hay maricones capitalistas y mujeres ricas y empresarias que explotan a sus trabajadores, pero también hay gente queer obrera y gente queer en los barrios. Y si tú no conoces a ninguno, chato, es porque a lo mejor te consideran un peligro.
P.- Vi que Vox te colocó en un vídeo contra Pablo Iglesias, ¿no?
R.- Sí, hicieron un montaje contra Pablo Iglesias e iban metiendo imágenes catastróficas para ellos: una tropa de negros asaltando la frontera, hambre, desolación, destrucción, fuego y una de ellas era mi monólogo de los Feroz. Tenían miedo de una travesti en taparrabos en una gala de unos premios de cine. Ese es el enemigo: una travesti rubia de 22 años totalmente indefensa y desarmada.
P.- ¿Qué canción harías tú himno de España, Samantha?
R.- Siendo pragmática, La Macarena.
P.- ¿A quién harías tú ministro o ministra de Cultura?
Pecando de soberbia, me haría a mí misma ministra de Cultura, porque soy una tía molona, guay, y que entiende lo que hay que entender. Si no, a Aramís Fuster, que es la más chula.