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-¿Me quieres, Carmen Balcells?- le preguntó un arrobado Gabriel García Márquez a su temida y colosal agente literaria, que ya amasaba costuras de símbolo.
-No te puedo contestar. Eres el 36,2 por ciento del total de la facturación-, dijo ella. Y se rieron.
Dicen que Carmen Balcells era como un emperador romano. Una papisa, una mamá grande y nutricia, una diosa tiránica apegada a sus ancestros campesinos. Vargas Llosa aseveró que su legado no es menor al de un gran autor o un gran músico. Vázquez Montalbán la bautizó como la "superagente literaria 009", aunque aún sin "licencia para matar, como James Bond". Por poco tiempo.
Juan García Hortelano desdibujó todas las dudas que pudiesen existir sobre su veneración, sobre su reino exclusivo, aclarando: “Todos escribimos para Carmen. Para que Carmen nos quiera". ¿Un secreto de seducción? Hacer sentir a cada uno como especial, como único en el mundo. Rosa Montero decía que con ella era la auténtica Marilyn Monroe. Carmen se movía por olores, por afectos, por odios y simpatías. Se movía por las tripas. Carmen tenía poderes mágicos.
Regalos a tutiplén
Dicen que era dueña de una flota de taxis y que poseía una inmobiliaria en Barcelona para alojar a sus escritores de paso en la ciudad. Dicen que lloraba por todo - de afecto, de pánico, de alegría-. Dicen que era ciclotímica, brillante, resuelta, persuasiva -tanto como para convencer a Vargas Llosa que dejase Londres y se fuese a Barcelona a escribir-, impune, intermitente, genial, feroz en sus negocios, extravagante en sus reacciones, exageradamente generosa en sus dádivas.
Practicaba "la elegancia social del regalo": cubría a los suyos de mimos, de exquisitos turrones, de carromatos enteros llenos de rosas. Te colmaba en tus momentos bajos, en tus depresiones. Pensaba la flor perfecta. El cuadro ideal. El objeto que pasaría a habitar para que la llevases siempre contigo.
Lo cuenta Carme Riera en Carmen Balcells, traficante de palabras (Debate), la primera biografía autorizada de la mujer que revolucionó el panorama editorial español. Riera fue su representada y su amiga durante más de cuarenta años y se ha pasado unos pocos escarbando en el archivo de la agencia y entrevistando a familiares, amigos, autores, editores y agentes para tomar este retrato en 500 páginas de la miura más brava.
"Muchos editores la detestan por la ferocidad con que defiende los centavos de los escritores y el día que no lo hagan empezaré a sospechar que se pasó al bando contrario"
Fue su querido Gabo quien le hizo el mejor traje a esa Carmen venerada y maldita: "Me gusta decir cuánto dinero gano y cuánto pago por las cosas, porque sólo yo sé el trabajo que me cuesta ganármelo, y me parece injusto que no se sepa. La única excepción a esta norma es que nunca hablo de dinero con los editores y los productores de cine, porque tengo un agente literario que habla por mí mejor que yo; primero, porque es mujer, y después, porque es catalana. Muchos editores la detestan por la ferocidad con que defiende los centavos de los escritores, sobre todo de los jóvenes y más necesitados, y el día que no la detesten empezaré a sospechar que se pasó al bando contrario".
Carismática, esotérica, autoritaria
Cuando nació su segunda hija, le inundó la habitación del hospital de flores y le mandó hacer la carta astral a la pequeña. Desde que conoció a Gabriel García Márquez, curiosamente, Balcells se había vuelto muy esotérica; todo lo esotérica, en verdad, que podía ser una iluminada de las cifras como ella, que era ampliamente rica pero que se había labrado cada penique, acostumbrada a desenvolverse con poderío y empaque ante cifras vertiginosas.
"Se lo contagió García Márquez", alega Riera. "Tenían muchas supersticiones comunes. Nunca dormían en una habitación en la que hubiese muerto alguien. El salero sólo se podía usar de una manera muy concreta; jamás 13 comensales; firmar los grandes contratos en día 7 o 27, porque a Carmen le parecía que era un número benefactor…". Tenía en nómina a una tarotista y a una astróloga. Su pitonisa de guardia se llamaba Lisa Morpurgo.
Creía en el destino, Balcells. Era una Leo iracunda: pasional, vehemente, leal, tocada por las estrellas, de una mecha cortísima que le quemaba los propios dedos y la hacía sufrir. Murmuraban sobre ella a cada rato: decían que era capaz de hacer y rehacer reputaciones, de aupar o hundir editoriales y colecciones, de multiplicar fortuna o de hacer quebrar empresas, pero en lo que sin duda era experta era en sacar de sus casillas a los editores -¡o autores!- que no asumiesen rápido su omnipresencia. Miren lo que le sucedió a Alfredo Conde cuando fue a pedirle consejo sobre un libro que estaba escribiendo. Se topó con un: "Te equivocas. Yo no aconsejo, yo ordeno". Agüita.
Lo mismo sucedió años después cuando un periodista le preguntó qué consejo daría ella a alguien que se propusiese empezar como agente literario. "Nada. Yo no doy consejos. Y menos aún a alguien que quiera hacerme la competencia". No se andaba con tonterías, Carmen. Cuando Rosa Regás ganó el Planeta con el libro La canción de Dorotea, se acercó a celebrarlo con alegría a la mesa de Balcells. Ella, escueta, le dijo: "Ya tenemos el Planeta. Ahora sólo te falta escribir una buena novela".
"Ya tenemos el Planeta. Ahora sólo te falta escribir una buena novela"
Cogía todas las llamadas: no podía soportar la idea de que una llamada no contestada a tiempo fuese la que iba a cambiarle radicalmente la vida. Cuando trataba con un autor, procuraba saberlo todo de él: ¿cuántos hermanos tienes, cómo te llevas con tus padres, cuál es tu color favorito, cuándo fue la última vez que lloraste?. Para contratar a sus empleados y colaboradores, jugaba a lanzar preguntas imposibles en coña sibilina: "¿Cual es tu anclaje en la angustia universal?". Por dentro se partía de risa.
Enemigos y fugitivos
Zoe Valdés la puso fina y la llegó a llamar "misógina" y "puerca" por no haber querido atenderla, pero lo cierto es que Balcells era muy déspota con quien no le interesaba y eso nada tenía que ver con el género. Había trabajado con autoras como Rosa Chacel, Isabel Allende, Nélida Piñón, Ana María Matute, Ana María Moix o Rosa Montero. Seis de sus representados consiguieron el premio Nobel -García Márquez, Vargas Llosa, Asturias, Cela, Aleixandre y Neruda-. Parece una buena marca, ¿no?
A la mayoría los quiso como a sus propios hijos y les acunó en sus pechos gruesos ante las inclemencias del mundo. "Si a la Balcells le caes bien, puede ir a tu casa a hacerte los macarrones, como si fuera tu madre", aseguró un siempre sonriente Eduardo Mendoza. Pero no quedaba la cosa ahí: cuando sus críos eran todavía pequeños, Mendoza hizo un testamento en el que constaba que, por deseo expreso de él y de su mujer, Ana Soler, nombraban a Balcells tutora de sus vástagos. "No podíamos encontrar en ninguna parte a nadie mejor". Es la misma mujer a la que en la oficina la apodaban Alarido de las Once, hora exacta en la que entraba metiendo voces y poniendo a la gente en orden militar. Contradicciones.
"Si a la Balcells le caes bien, puede ir a tu casa a hacerte los macarrones, como si fuera tu madre"
Su primer autor castellano, Luis Goytisolo, se le escapó de las manos. Le agobió demasiado. Él no soportaba que ella le organizase la vida. "Te decía todo lo que tenías que hacer. Vete a Nueva York a ligar con una Kennedy, divórciate de María Antonia, que no te conviene… Tampoco le gustaba mi actual mujer, Elvira Huelbes, pese a que, como periodista, dirigía el suplemento cultural de El mundo". Balcells le hizo ganar mucho dinero en sus negociaciones con televisión, pero él acabó por decirle "sayonara, baby". Ella se lo tomaba fatal. Lloraba prácticamente lágrimas de sangre. Que le dejase un escritor era muchísimo peor que la abandonase un novio. A dónde íbamos a ir a parar.
No quiso ser dios
Carmen Balcells nunca quiso ser dios, sólo "ministra de Finanzas y presidenta del Gobierno", como expresó en una ocasión a Riera. Otras veces rebajaba el asunto y se conformaba con ser directora general de Iberia. Más adelante se decidió por ser ministra de Justicia, como le confesó a Juan Cruz. Venía de la nada pero lo soñó todo. "Nos arruinamos cuando yo tenía veinte años. Es descalabro económico me impulsó a abandonar el pueblo… a veces pienso que si hubiera sido hombre, hubiera bajado a la ciudad para hacerme descargador de muelle, luego me hubiera encargado hacia Argentina y después de mucho esfuerzo hubiera llegado a ser Onassis", decía Carmen.
"Nunca quise ser dios, sólo ministra de Finanzas y presidenta del Gobierno. O directora general de Iberia"
"Ya sé que es un esquema masculino. Mi reacción de entonces fue distinta a lo que se esperaba en una mujer de aquella época: no me quedé en casa ni me casé con el novio letraherido que tenía". Se casó con Luis Palomares, con quien tres años más tarde tuvo a su único hijo, Luis Miguel. Riera sostiene que con su marido tenía una relación casi fraternal. "Fue una mujer con amores desgraciados, a pesar de que Luis era un tipo encantador y yo le quise muchísimo. Le trataba con cierto desdén delante de algunos invitados y hablaba siempre de otro gran amor… de la gran referencia de su vida, vamos. Le hubiera gustado ser una gran reina de corazones, una de esas señoras profanas. Lo decía medio de coña medio en serio, que le hubiera gustado ser una mujer objeto, una mantenida".
Sexo, amor, manternidad
Riera, como la propia Balcells, vale más por lo que calla que por lo que cuenta. En una ocasión, en plena negociación editorial, cuando Carmen iba ganándole a Lara, él le soltó: "Lo que pasa aquí es que tú no follas". Ella, con toda la ira verde que acostumbrada a manejar, sencillamente se puso a llorar. "Tenía una relación complicada con su marido y ella la aireaba por ahí. Y también tenía una relación complicada con su cuerpo, porque la gordura la tenía handicapada. Hubiera querido ser flaca. Ella era una mujer muy fuerte pero ese era su punto débil. Ahí dejaba de ser implacable", confiesa Riera. Luego le volvía de golpe la ironía y el humor corrosivo y ay del que le pillara cerca.
¿Y la conciliación maternal? Ay, fatal, fatal.
"Mal, una carrera profesional no es compatible con la maternidad. Para mí, una carrera es tener disponibilidad las veinticuatro horas del día y la maternidad hasta los cuatro años, lo mismo. Si usted es burócrata o funcionario es más sencillo tener niños, no te despedirán nunca y hay facilidades para escaquearse. Cuando nació mi hijo, en 1964, lo cogí fuertemente en mis brazos y me dije: Carmen, no tendrás más hijos, primero porque no quiero dividir el amor hacia este hijo con nadie, y segundo, porque tampoco creí que pudiera darle una educación excelente. Entonces ya tenía la agencia, pero vivía del sueldo de mi marido y me lancé de cabeza y patas al trabajo. Los otros, mi marido y mi hijo, se adaptaron".
Política y legado
¿Y entre el dinero y el poder, qué era lo que más le interesaba a Carmen? "El poder, sin lugar a dudas", responde Riera. Habría sido una gran política pero al final hizo la política a su manera. "Ella era más bien apolítica. Pertenecía a una familia conservadora de propietarios rurales y durante la guerra su padre tuvo que escapar por la ventana porque si no le hubieran matado. Pero la ejecución de Puig Antich la conmocionó y la lanzó a la rebelión antifraquista, aunque ya poco le quedaba a Franco vivo", recuerda Riera.
"En aquel momento se consideraba una mujer de izquierdas, pero fue gracias al PP que consiguió la llamada ‘cláusula Balcells’: Carmen consiguió para todos los escritores que pudiéramos repartir las ganancias en varios ejercicios. Fue por intermiediación de Marina Castaño y Ana Botella. Siempre estuvo agradecida por eso, y todos nosotros también".
A Carmen no le dolían prendas decir "esta boca es mía". En una ocasión fue con García Márquez a conocer a Fidel Castro "y le pareció un tipo tan divertido y tan simpático que se atrevió a pedirle, a bocajarro, libertades para los presos políticos y libertades para Cuba”, ríe Riera.”Por lo visto Fidel no dijo nada, pero el que se lo tomó fatal fue su hermano Raúl, que estaba ahí sentado, y protestó, furiosísimo… daba igual, porque Carmen siempre ganaba. Al día siguiente, Fidel fue a recoger a Carmen como si nada, para hablar de otra cosas de la vida y que viera que no había pasado nada. Ella era muy capaz de pedir lo que fuera. Era atrevida y segura. Y, además, siempre lo hacía en beneficio de los demás, nunca de los propios”.
-¿Ha tenido algún relevo generacional la Balcells, Carmen?
-Como escribió Federico de Ignacio Sánchez Mejía, "tardará mucho en nacer, si es que nace, una mujer tan clara, tan rica en aventura…"-, dice Riera, amasándose uno de los anillos que le regaló y que hoy cree que son de la suerte.
Carmen Balcells era una mujer que hacía regalos para quedarse en los otros.