Tras la cristalera del hotel Catalonia, en Gran Vía, la gente sube y baja la calle a toda prisa para enganchar un metro, para derrapar en un taxi, para jugarse el resuello buscando el dorado: esta es una ciudad donde todo el mundo viene a hacerse rico demasiado tarde, es decir, después de nacer, ya con las cartas del destino marcadas. “De Madrid al cielo”, dijeron, y nos encontramos un ascensor social reventado y una invitación a subir a pie al ático, cuan larga es la Torre de Babel. Es fácil que se nos ponga cara de asalariados. Es fácil que se nos ponga cara de día laborable. Cerca, un grafiti grita: “Que la rutina no te haga olvidar que vas a morir”.
De todo esto habla Edificio España, el ensayo con el que Javier Ruiz (Valencia, 1973) ha ganado el Premio Espasa 2022: del peligro de la desigualdad. El analista económico señala que ya no hay dos Españas, sino cinco: es decir, todo una finca a lo largo que se divide en cinco plantas en función de la renta anual media por individuo. Mucha tela que cortar.
El jefe de Economía de la SER es afable, lúcido y didáctico sin dejar de resultar incisivo: estudia el país con un cúter y disecciona nuestras piezas podridas. Él ha vivido en sus propias carnes la maquinaria de los medios, de la política y sus turbulencias, sus bombones envenenados. Dice que le han despedido muchas veces y que todas duelen, como las novias que nos abandonan. Dice que la coherencia tiene un precio y que él siempre ha estado dispuesto a pagarlo. Dice también que ni la libertad de expresión se inaugura cuando le nombran, ni la censura empieza cuando le cesan.
Pregunta.- Fuiste un niño de clase obrera: por parte de tu padre, mineros, por parte de tu madre, camioneros. Has visto a los tuyos trabajar “hasta sangrar”. ¿Tienes eso que llaman “conciencia de clase”?
Respuesta.- Probablamente sí, y sin saberlo. Yo defiendo lo público porque soy hijo de lo público. He estudiado en EEUU en una universidad en la que no me hubiera podido pagar la beca. Te cuento una anécdota: me fui a Columbia a estudiar y una vez que estaba allí, la universidad mandó una carta a mis padres con la factura. Mi padre lloró al verla porque pensó “dios mío, yo esto no lo puedo pagar”. No era consciente de que eso, aunque te lo envíen, lo paga la beca. Ese es el grado de drama. Le debo mucho a lo público, pero también soy defensor de la iniciativa privada porque también le debo mucho a la iniciativa privada. Dicho esto, sí que creo que tengo una clase y que defiendo la clase del sótano social.
P.- Es importante saber qué tipo de niño fue uno para entender qué hombre es.
R.- Sí. Al niño que yo fui, probablemente, volvería para abofetearlo (ríe).
P.- Eras un poquito repelente.
R.- Sí. Le diría “deja el periódico y céntrate más en el fútbol, o en las chicas, o en lo que quieras, pero sal ya de ahí…” (ríe). Sí es verdad que cuando creces viendo sacrificios en tu casa, creces viendo el lugar al que no llegas y al que aspiras a llegar. Eso te marca, desde luego.
P.- ¿Existe aún la lucha de clases o eso es un concepto obsoleto, marxista?
R.- No sé si obsoleto, quizá un poco sí. Lo que hay es una lucha por ascender de clase. Ahora mismo la lucha es por subir de piso, por escalar del sótano al ático. No hay una opresión, en el sentido de intentar hundir a los pobres o explotar a los pobres, pero sí hay cierta intención de blindar y proteger a los ricos.
"Ya no existe lucha de clases, existe lucha por ascender de clase"
P.- Lo segundo siempre es a costa de lo primero.
R.- Exacto. Es lo que te iba a decir: no existe la explotación de clase, ese viejo concepto marxista, todo se ha refinado mucho, es mucho más sutil hoy, pero sí que acaba cayendo al final sobre los mismos. Cuando los impuestos no los pagan los ricos, los acaban pagando los pobres. Lucha de clases, no; lucha por clases.
P.- ¿Cómo se hace para ser economista de izquierdas? ¿No es eso un exotismo?
R.- Te diré algo que te va a sorprender: yo no soy un economista de izquierdas. Lo digo en serio. Yo soy una persona progresista y no me oculto, pero, citándote a Emilio Botín, que muy de izquierdas no era, “cada día tiene su afán”. Cada circunstancia tiene su afán. Yo lo que no me creo es a los de derechas que dicen siempre y todo el rato lo mismo. “Oiga, estamos creciendo poco”. Y dicen: “Hay que desregular”. “Oiga, estamos creciendo mucho”. Y también: “Hay que desregular”.
P.- Me hace gracia que ahora la gente de izquierdas tema llamarse “de izquierdas” y prefiera denominase “progresista”, así, como más suavito.
R.- Yo creo que ha pasado otra cosa. Disputemos el término. Hay tal grado de derechización en la derecha que cualquier cosa que ahora se defina como progresista, parece bolivariano. Como yo mismo. El problema no es de la izquierda. El problema es que la derecha en España está a la derecha del Fondo Monetario o la OCD, que defienden lo que te digo yo ahora (el papel del Estado, que los ricos paguen un poco más). Eso lo defienden el Banco Mundial, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, y yo también. ¿Son economistas de izquierdas? No. ¿Es una solución de izquierdas? Ahora sí. Yo tengo el corazón a la izquierda y no me disculpo por ello, pero yo no soy un economista de izquierdas.
P.- Así que es un problema de cambio de eje.
R.- Sí. Que el Consenso de Washington sea progresista es como que el rey sea un traidor, que es lo que le ha pasado a algunos partidos políticos, que decían que era ‘Felpudo VI’. Si el rey se te ha quedado izquierdista, es que a lo mejor tú te has ido muy a la derecha. Hoy se etiqueta como ‘de izquierdas’ lo que no te gusta.
P.- ¿No has sentido que los economistas siempre lucen conniventes con el sistema? O de no ser críticos.
R.- Sí, pero aquí, en España. En EEUU hay economistas muy potentes como Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Dani Rodrik... mil. Y son muy progresistas y nadie les mira raro por ello.
P.- ¿A ti te miran raro por ser economista progresista?
R.- A mí me llaman “analfabeto económico" cuando digo que los ricos tienen que pagar más.
P.- ¿Quién te dice eso?
R.- Algunos muchachos… ¿cómo te los definiría yo? Anarcoliberales.
"Que la gente sólo escuche lo que ya piensa es preocupante, pero que se haga en la tele, directamente es dramático"
P.- Has dicho que siempre tuviste una mentalidad muy justiciera y que de crío pensaste en ser poli. ¿Sientes que te has convertido en el portavoz de esa mentalidad justiciera también en televisión? ¿Cómo lleva uno la conciencia de clase a una jungla como la tele?
R.- Yo creo que si se quiere hacer rigor en la tele, se puede. No es que no se pueda o porque sea aburrido: quien no lo hace es porque no quiere. Y si no puedes, pues existen los libros: éste nace de una pizarra en Las claves sobre el Edificio España.
P.- Tú eres de “dato mata relato”. Pero a veces los propios conductores de los programas no están interesados en escuchar eso, ¿no te parece? Te recuerdo con Ana Rosa, después de la entrevista a Ayuso en su programa, visiblemente molesto porque no te dejaba aportar cifras.
R.- No estoy de broma con esto que estás diciendo. Hay mucha gente que sólo quiere escuchar lo que ya piensa. Es muy peligroso. Que eso lo haga la gente es preocupante, pero que lo haga la tele, directamente es dramático. Si tú a la gente sólo le das la información que te quiere comprar y que te va a pagar, tenemos, al final, una información sólo para ricos, educados y blancos. Porque esos son los que pagan por la información.
P.- Tienen dinero para comprarla y además para generarla, ¿no? Para dictarla.
R.- Totalmente.
P.- ¿Tú crees que Ana Rosa te despidió por eso: porque quería escuchar sólo lo que le gustaba?
R.- No lo sé. Esa es una fantástica pregunta para Ana Rosa.
P.- Tú tendrás tus sensaciones. Antonio Maestre, en su día, lo dijo sin ambages: que estaba claro que ibas a durar dos telediarios porque Ana Rosa no parecía muy contenta con la disidencia desde dentro.
R.- Te juro de verdad (especialmente ahora, en estas circunstancias) que que yo hable por Ana Rosa es un poco cabrón por mi parte. Creo que ese es el término científico.
P.- Hablemos en sentido amplio entonces: ¿te has sentido defenestrado, cabeza de turco…?
R.- Yo creo que he pagado, no alguna vez, muchas veces, el precio de la coherencia, si lo quieres ver así. No quiero yo engrandecerme. La verdad no se tuerce y yo no me tuerzo.
P.- ¿Cuál es la vez que más cara te ha salido tu ideología?
R.- A mí me han despedido tantas veces que escoge tú la que quieras (ríe). Cada vez que te echan, te duele.
"A día de hoy pienso que si hubiera sido de derechas, no me habrían despedido tantas veces"
P.- Como cada vez que te deja una pareja.
R.- Eso es. ¿Cuál de tus novias te ha dolido más…? Pues todas las novias que te han dejado te han dado un bofetón. Pero a ver: ni la libertad de expresión se inaugura cuando me nombran, ni la censura empieza cuando me cesan.
P.- ¿Has pensado “si hubiera sido de derechas, no me habrían despedido tantas veces”?
R.- Ah, no sólo lo he pensado, sino que lo pienso a día de hoy. Claro. Por citar a tu jefe, el periodismo es “información propia y punto de vista propio”. En el momento que tienes ambas cosas, estás haciendo periodismo. En el momento en el que estás pasando a limpio lo que te dictan, estás haciendo otra cosa. Si mi opinión coincidiese con la banca, con la eléctrica y con el palacio de la Moncloa, pues me iría mejor, claro: es más fácil convivir a favor de la corriente que en contra.
P.- ¿Quiere realmente el espectador la información de la que tú hablas? ¿Qué han significado estos 20 años de reinado de Vasile y qué significa su despido? ¿Quiere el ciudadano periodismo a la contra?
R.- Yo no sé si lo quiere, pero sé que lo necesita. Hay una cosa que comento en el libro y que me preocupa mucho, y es: la primera clave para saber si vas a votar o no, es tu nivel de renta. Los pobres no votan. Te cito cuatro ejemplos, pero hay muchos más: Madrid, Barcelona, Vigo y Sevilla. En las cuatro grandes ciudades, si tú eres pobre, no vas a ir a votar, y si eres rico, vas a ir a votar seguro. No puede funcionar un sistema donde una parte de la sociedad queda excluida de la democracia. Esa gente, tarde o temprano, acaba votando. ¿Y qué vota? Soluciones mágicas.
P.- Dos de cada tres votantes ricos votan a la derecha o la ultraderecha, mientras que la mitad de los votantes más pobres dan su voto a la izquierda, dices en el libro. ¿Por qué sólo la mitad? ¿Cómo se explica que haya obreros paupérrimos que voten a la derecha?
R.- Igual algo tiene que ver que toda la marea mediática empuje en una dirección, ¿no ¿Por qué las clases bajas votan en contra de sus intereses? El 20% más pobre, cuando vota, vota de manera un poco extraña. Sale por el populismo de derechas o de izquierdas.
P.- ¿Qué autocrítica puede hacer la izquierda? ¿Cómo que no ha sabido comunicarse con su propio electorado? ¿Se ha perdido en el brilli-brilli o en la guerra de identidades?
R.- Yo no creo que haya un error de la izquierda en eso. Entiendo lo que me estás diciendo, ¿eh? Pero no lo comparto. Creo que es fruto de lo que estamos hablando: de la desigualdad. La gente, desesperada por ello, puede recurrir a soluciones poco democráticas, en ocasiones. “Vamos a perseguir a los inmigrantes, vamos a perseguir los servicios públicos”. Es decir, “vamos a cargarnos el Estado democrático”. Eso no es un error de la izquierda, eso es una explotación política por parte de la ultraderecha.
"El ascensor social existe, pero está roto"
P.- ¿El ascensor social existe o son los padres?
R.- (Ríe). El ascensor social existe, pero está roto. Y por arriba, en las plantas de arriba, el ascensor social son los padres. Y por abajo, el ascensor social está roto, la fiscalidad ahora mismo está rota. Sube muy despacio.
P.- Te sube del sótano a la entreplanta, vamos.
R.- Eso es.
P.- El 55% de los que nacen pobres, morirán siendo pobres.
R.- Ese dato es de la OCD, no es mío. Sí. La pobreza se hereda. Y a los ricos les pasa lo mismo: no tienen posibilidad de caer. El suelo es pegajoso y el techo es pegajoso. Si tus padres tienen 6.000 millones de euros, o 600, o 6, serás millonario de por vida. Ese es el problema. Hay un dato que cuenta el libro que es el de los hijos de los abogados, que, en un porcentaje escandaloso, son abogados también. Y los abogados de segunda generación son más ricos que sus padres, porque heredan la cartera de papá, no sólo su oficio. Cuando pasa esto, el ascensor social no existe.
P.- ¿Y por qué son los ricos los que más hablan de meritocracia? ¿Por qué les gusta tanto este tema, si tienen mucho que perder? Se les llena la boca intentando demostrar que han llegado ahí por sí solos.
R.- Yo soy muy partidario de la meritocracia, pero no es sólo cuestión de eso. Las personas que nacen ricas y mueren ricas no tienen ninguna meritocracia, ninguna, cero. Eso es un accidente genético.
P.- Pero viene Tamara Falcó a contarte que ahora es chef, como diciendo “yo tengo mi valía, mi meritocracia”.
R.- Seguro que no ha tenido nada que ver, para montar su restaurante, la fortuna de su familia (ironiza). Seguro que si fracasa el restaurante y mañana, en lugar de chef, quiere ser vendedora de suéters, tampoco esa segunda oportunidad se la habrán financiado sus padres: seguro que no. En fin, tanto mercado como sea posible, pero tanto Estado como sea necesario. Habría que preguntarles a los liberales si lo que tenemos -por ejemplo, cinco bancos que se reparten el 80% del negocio bancario en España, cuatro eléctricas que se reparten el 100% del negocio energético, etc- es meritocracia o es oligopolio.
P.- ¿Qué te parece la frase “son todos muy liberales hasta que se notan un bultito”?
R.- (Ríe). Hostia, qué dura esa. Y qué verdad. Los servicios públicos -dos, tres- son el ascensor social. El paro, el subsidio de paro. Las pensiones. Y tres, la sanidad. Esos tres elementos son niveladores. Ser hospitalizado durante el Covid costaba 19.000 euros. Te tiene que salir muy a devolver la declaración de la renta para tener esos 19.000 euros, más dentista, más seguro… de verdad, tienes que ganar mucha, mucha, mucha pasta. Esa es una de las grandes falacias que se venden muy bien pero se viven muy mal.
“El resentimiento de Sabina con Hacienda es justificado: las reformas fiscales caen sobre los hombros de los que curran y no de los millonarios de verdad”
P.- Sabina canta en una de sus canciones: “El tiburón de Hacienda, confiscado de bienes, me ha cerrado la tienda, me ha robado el mes de abril”. En el último litigio se sostiene que debe más de 2,5 millones de euros al fisco, ¿se puede ser de izquierdas y no pagar impuestos?
R.- Entiendo. Veamos. Hay un resentimiento con Hacienda justificado, te voy a decir por qué. No se puede hacer reforma fiscal, tras reforma fiscal, tras reforma fiscal, sobre los hombros de los trabajadores, de la gente que curra. Yo tengo un problema con este Gobierno, para que veas, como te digo, que siendo de izquierdas no soy sectario y que veo sus errores. El gran error de este Gobierno de izquierdas es pensar que los ricos son los que tienen nóminas de 200.000 euros. No le aprietan al millonario de verdad, sino al tío con buena nómina. Esa gente está muy bien pagada, ¿quién lo pillara?, pero…
P.- Tú tampoco estarás mal pagado, Javier.
R.- No, pero yo no soy millonario, y esos tíos que cobran ese dinero tampoco son millonarios. Cuando tienes nómina, no eres rico.
P.- Lo que importa es el patrimonio.
R.- Sí. Si tienes nómina, puedes estar en el segundo o tercer piso del edificio, quizá hasta en el ático, pero el ático es muy alargado. ¿De verdad el abogado de Garrigues es el millonario de España? No, hombre, no. Los millonarios de verdad no tienen nómina y si quieres gravarles, sabes cómo hacerlo, y no es subiendo la presión al IRPF.
P.- ¿Y por qué el Gobierno no lo hace?
R.- Esa es una gran pregunta para el PSOE que, por cierto, nadie contesta.
P.- ¿Está cediendo el PSOE al chantaje de las grandes fortunas de “como me presiones, me voy del país”?
R.- Yo creo que los ricos no se van del país. Un ejemplo: Francia puso un impuesto a los millonarios y Gérard Depardieu se fue. A ser ciudadano ruso. Estoy seguro de que estará encantado celebrando su decisión hoy (ironiza). Vivir en democracia cuesta dinero y la democracia se paga.
P.- ¿Es un farol el “que nos vamos”?
R.- Si quieren marcharse, pueden hacerlo, no hay ningún problema. Pero creo que no lo harán. Me llama la atención que haya un movimiento en Alemania que se llama Tax Me Now liderado por millonarios e hijos de millonarios que no quieren heredar. Lo que están diciendo es “no necesito 6.000 millones de euros para vivir, pero el Estado sí”. Es curioso que eso no haya entrado a los medios en España. Warren Buffett, que es un millonario, quiere pagar más impuestos. Él paga un 8% de impuestos y su secretaria, un 36%. Biden señala que un bombero hoy paga más impuestos que un millonario, en términos porcentuales.
P.- ¿Estás queriéndome decir que entiendes el cabreo de Sabina, porque él no es el millonario pero van a por él como si lo fuese?
R.- Claro.
P.- ¿Hacienda está siendo ejemplarizante con él?
R.- Esa es otra. Y hay listas negras en las que los métodos de Hacienda son cuestionables. Las listas de deudores de Hacienda mosquean porque, primero, siempre son los mismos, y, segundo, porque es gente con la que Hacienda está litigando, pero no hay ninguna condena, por ejemplo. No tengo amistad con ella, no la conozco, pero lo que le están haciendo a Patricia Conde es aberrante.
P.- No sé si recuerdas que cuando Carmena entró en la alcaldía, se reunió una mañana con los grandes empresarios y les tranquilizó, entre risas: “Tranquilos, chicos, que no soy comunista”. ¿Le está pasando eso a Sánchez?
R.- Es posible, pero sólo sé que nadie debiera disculparse por ser comunista. Ser comunista no es ser criminal, es tener una ideología. Las dos grandes reformas que deberían hacerse para reparar el ascensor social sería reparar los impuestos y reparar la educación, que te sube de clase.
P.- ¿Qué presidente de la democracia ha traído más igualdad a España?
R.- Felipe González. Con números. La mayor caída de la desigualdad empieza con la Transición tardía y con la instauración de Seguridad Social, subsidio de paro y sanidad universal.
P.- El momento histórico aupó eso. ¿Y el segundo?
R.- Esa tónica sigue durante los años en que se gestó la burbuja inmobiliaria y se disparó el empleo. El empleo sirvió como gran equilibrador de rentas, así que la medalla de plata es para José María Aznar, pese a que sus políticas no eran sociales sino liberales. El problema es que esas políticas explotaron con la burbuja inmobiliaria en 2008 y todo ese empleo y riqueza desapareció ¡de golpe! Así que es una medalla de plata... pero de plata falsa (guiña).
P.- César Rendueles cree que hay que erradicar a los millonarios como clase social. ¿Y tú?
R.- No, no es necesario asaltar a los millonarios, ni erradicarlos, ni abolirlos, ni matarlos (sonríe), no es necesario volar el ático: lo que hace falta es arreglar el ascensor.
"El presidente que más igualdad ha traído a España fue Felipe González y, después, Aznar"
P.- ¿Abolirías el derecho a las herencias?
R.- Uy, ésta es dura. Te cuento mi visión: heredar un millón de euros, no es hacerte millonario. Que tus padres te dejen la casa de Madrid es legítimo, ¿tiene que estar exento? Puede. Heredar mil millones de euros es otra liga.
P.- ¿Cuál es el tope?
R.- Tú tienes que tener un mínimo exento por el que puedas heredar y que no tribute, y no pasa nada, pero a partir de un cierto nivel tiene que haber una nivelación social y tiene que ser muy fuerte, estoy hablando de un 50%. Esto es como lo de la pornografía: no sé definir la pornografía, pero sé reconocerla cuando la veo. Pues cuando tienes riquezas pornográficas… no sé definirlas, pero sé reconocerlas cuando las veo. Si por apellidarte Ortega juegas con una ventaja…
P.- De nombre Amancio, dices, ¿no?
R.- Sí. Los Ortega tienen una ventaja suya, de sus hijos, de sus nietos, bisnietos, tataranietos… si tu ventaja te da cinco generaciones más, este sistema está trucado y no hay igualdad de oportunidades, tanto que la piden los liberales.
P.- ¿Qué le cuentas sobre esto a Marta Ortega?
R.- Que tiene que pagar impuesto de sucesiones y que no puede heredar miles de millones de euros y decir que esto es un sistema igual para todos. No hay ningún mérito, es un accidente genético nacer en una familia de ricos.