Le he dicho a Omar Ayuso (Madrid, 1998), sentados en unas butacas blancas de la primera planta del Teatro Pavón, en una mañanita de miércoles de primaverilla, que me gusta, y me ha respondido que es gay, que a ver qué hacemos, y yo le he contestado que ya lo sabía y que esa es mi pena, y nos hemos reído los dos, encogiéndonos de hombros. Lo cierto es que la declaración fue después de la charla, o, mejor dicho, a consecuencia de la charla, porque Omar Ayuso resulta un conversador extraordinario, rápido, divertido, profundo, autoconsciente, obrero y espeleólogo de su propia sentimentalidad.
Es un joven muy viejo -por sabio, no por diablo-, y él mismo reconoce la cosa antigua que le atraviesa al comienzo de la entrevista. Se le nota la sombra de una intuición larga, de una verdad centenaria dentro, y se pregunta una cómo cabe todo eso en el cuerpo de este chaval de cejas hermosas y pobladas que lleva el ojo ardiendo de Ricardo Cavolo en el dorso de la mano. Tiene sentido que esa narrativa y esa mirada propia que va cocinando se esté empezando a canjear en una faceta de director, más allá de la de actor. Su primer corto, Matar a la madre, puede verse en Filmin.
Pero ahora, el chico que lo reventó con Élite -y el que menos tiene que ver con Élite: tanto que se acabó yendo, aunque ahora haya vuelto- se ha lanzado a las tablas del teatro para protagonizar, con Toni Acosta, El sonido oculto, un triller psicológico "donde nada es lo que parece" que parte del texto de Adam Rapp, finalista del Pulitzer, aquí adaptado por Juan Carlos Rubio. Se estrena el 29 de marzo en el Pavón.
¿Cómo contarlo sin contar, para que ustedes vayan a descubrir el misterio? Nos lo adelanta él: "El sonido oculto narra la relación entre Julia Martín, una profesora de escritura creativa de la Universidad de Salamanca, y Hugo Barroso, su alumno. Se encuentran en un momento clave en sus vidas y a través de la literatura y de las novelas que ellos escriben, arranca una historia de soledades compartidas...". Sólo sabemos que él la busca para inspirarse y ella acaba haciéndole una curiosa petición. Hasta aquí podemos leer. Mientras tanto, les dejo con este poema que es Omar Ayuso.
P.- ¿Cómo fue la infancia de Omar Ayuso en Manzanares El Real? ¿Qué tipo de niño eras?
R.- Pues es curioso, porque hay algo que conecta bastante con este momento: yo era un niño muy, muy teatral. Vivía siempre con una especie de ilusión mental en mi día a día y cada vez era un personaje distinto. Salía a hacer la compra con mi madre y un día era Indiana Jones, al día siguiente era Dumbledore y al otro era Gandalf, y así me iba montando mi movida por la calle. Me imaginaba que las personas eran orcos…
P.- Y es que algunas lo son. Por malos, al menos.
R.- Total. Y montaba teatritos en las escaleras de mi casa y obligaba a mi familia a verlos. Un niño curioso, muy, muy viejoven, eso toda la vida. Fui un niño que se comió a su abuela. Muy travieso, muy movido, muy hablador. Con dos años ya hablaba como hablo ahora.
P.- Un niño más listo que un ratón.
R.- (Ríe). Sí. Un poco pesado, diría. Un poco repelente. Llevaba siempre un libro como de paseo, pero en realidad no lo leía.
P.- Un niño-Matilda.
R.- (Ríe). Ese era yo.
P.- ¿Qué tienes de tu padre y qué tienes de tu madre?
R.- De mi padre tengo lo más evidente, que son las cejas, mi rasgo marroquí por excelencia. Y de él tengo otra cosa… que es el disfrute del ser, a veces, un poco solitario. Y tengo una hipersensibilidad, creo, que heredada de mi madre. Soy una persona sensible, pero eso no siempre es algo bueno. Quiero decir, “sensible” no significa “buena persona”, a veces todo lo contrario, hay muchos sensibles hijos de puta.
"'Sensible' no significa 'buena persona', a veces todo lo contrario, hay muchos sensibles hijos de puta"
P.- Pero tú no, ¿no?
R.- (Ríe). Yo no, no creo, eso es lo que intento.
P.- Te viene bien para canjearlo en el arte, el tener los sentidos abiertos.
R.- Sí, pero para la vida es algo más complicado. De mi madre creo que también he heredado una cosa muy cuidadora, muy familiar, muy, muy pasional. En exceso también.
P.- ¿Tú cuándo decidiste convertirte en actor y cuándo en director?
R.- Ser actor es algo que quiero desde pequeño, desde que tengo uso de razón. Y director…me di cuenta con doce años, cuando vi por primera vez la filmografía completa de un director, de Pedro Almodóvar. Y descubrí la figura del director, con todo lo que eso conllevaba, con lo que era tener una mirada y una voz.
P.- ¿Te impactó La ley del deseo? Es una de las más arrebatadas para mí.
R.- Me impactó más La mala educación, que fue de las primeras que vi, porque me vi en la pantalla. De repente encontré referentes que no había encontrado. De repente vi a dos niños gays en un colegio, y una historia de amor entre dos niños gays, y conecté ahí mucho con una realidad que ahora es mucho más común, que es la realidad LGTB. Ahora estamos más representados, pero cuando yo tenía diez, es decir, hace quince, no lo estaba tanto o casi nada. Yo en series recuerdo al personaje de Fidel en Aída y dos o tres cosas más en España. Entonces sí: así lo sentí.
P.- En el caso de Almodóvar, además, se recibía de forma carca por el público como un auténtico exotismo, como una modalidad más de sus exageraciones geniales, nunca como un retrato.
R.- Fíjate que es curioso que la gente lo perciba como un exotismo y los que estamos dentro lo percibamos como un refugio. Yo lo que veo, o lo que veía viendo sus películas, era una minoría en un búnker, que en el fondo es lo que pasa. Te generas como una especie de búnker seguro dentro de tu círculo de confianza y te piensas que el mundo es eso, pero no, para nada. Ves las películas de Almodóvar y ves personajes marginales, en realidad, porque hay un desplazamiento dentro de la sociedad de lo normativo hacia lo que… hacia lo que no es minoritario, en realidad.
P.- ¿Has podido conocerle a él después?
R.- No le he conocido todavía y la idea de conocerle me genera mucho respeto. No sé si quiero conocer a Almodóvar, por si no fuera agradable conmigo… es que me llevaría un mal rato. Es un referente bastante importante dentro de mi vida. Le he idealizado totalmente. Luego empecé a ver también filmografías de otros directores, Xavier Dolan, Haneke… y me metí en la universidad a estudiar Comunicación Audiovisual. Luego llegó el cásting de Élite por una casualidad y me dieron el papel. Ahí empezó todo. Y ya hace seis años.
P.- ¿Qué tiene el Teatro Pavón que no tenga Netflix?
R.- Disciplina total, compromiso. El teatro me obliga a entregarme por completo por primera vez a algo, de una manera casi religiosa, como un acto de fe. El teatro tiene una cosa que es que una vez que se lo das… se lo tienes que dar todo, todos los días.
P.- Es un amante exigente.
R.- Sí. Hay que cumplir al 100% para estar bien sobre el escenario, ya no vale lo de dormir regulín o ir un día menos descansado. La semana pasada hice un bolo con 39 de fiebre. Hay que hacerlo y hay que salir al escenario.
P.- Así que lo de “show must go on” es totalmente cierto, ¿no?
R.- Sí.
"Me obsesiona mucho la belleza, pero no la normativa, sino la 'sorrentiniana', la del síndrome de Stendhal"
P.- Si nuestras obsesiones nos definen, ¿cuáles son las tuyas? ¿Qué te vuelve loco?
R.- Cualquier sesión de cine o de teatro, me obsesionan como consumidor de ambas. Voy dos o tres veces a la semana al cine y una o dos al teatro. Me obsesiona la narración de la historias. Me obsesiona mucho la belleza, no entendida como belleza normativa, sino como la búsqueda de lo que a mí me parece bello.
P.- ¿Y dónde lo encuentras?
R.- En los chicos, en los hombres, en los ancianos, en los niños. Y en las mujeres, en mis referentes, en mi hermana. La belleza es el motor y no tiene nada que ver con cosas superficiales. Es una belleza ‘sorrentiniana’. Me obsesiona poder vivir el síndrome de Stendhal. Y, últimamente, me obsesiona conocerme: me obsesiona no tapar, saber cómo me siento, entender qué es lo que me duele, qué es lo que me mueve hacia un lado o hacia el otro. No quiero engañarme. He descubierto mucho en el último año…
P.- Y…
R.- No te voy a decir nada, obviamente (ríe).
P.- Hijo, cómo te pones (reímos).
R.- No, mira, estoy aprendiendo a quererme. Me he querido muy mal.
P.- Pero, ¿por qué?
R.- Porque tenemos una cultura que no nos enseña a querernos, no estamos entrenados para querernos. Estamos entrenados para que nos quieran. Aprender a quererse uno mismo, sin nada más de base, es muy difícil.
P.- ¿Has tenido inseguridades, complejos?
R.- Constantemente. Sí, sí. Sí. Y el teatro me está ayudando mucho para eso.
P.- ¿Cómo se lidia con eso?
R.- Con un buen terapeuta.
P.- ¿Lo has encontrado? Al tuyo, digo, al que es para ti. Siempre le digo a mis amigos que cada uno tiene que dar con el suyo.
R.- Me ha costado, pero he encontrado el lugar, la verdad. Yo hago terapia de grupo, he encontrado un grupo maravilloso, y es la hostia, porque te conecta con el mundo de una forma muy desprejuiciada. Te iguala. Somos doce personas que somos exactamente iguales, independientemente del origen que tengamos y de a lo que nos dediquemos. Nos ayudamos, nos compartimos los unos a los otros. Luego el terapeuta nos guía. Y tengo mi terapia individual.
P.- ¿Te deja fumar con él? Para hablar mejor…
R.- ¿A ti te deja?
P.- Sí, abriendo la ventanita.
R.- ¡Qué romántico!
"Hay que abrazar la gilipollez. En la vida a veces hay que volverse gilipollas para después dejar de serlo"
P.- La nebulosa del humo crea una complicidad, una burbuja. ¿No te pasa?
R.- A mí me pasa para escribir. Pero creo que también es un poco para recrearme en un personaje (ríe). El escritor… que fuma… y escribe… (ríe). Pero mejor que cualquier cosa es el teatro, que me está construyendo una autoestima interpretativa que yo no tenía. Yo no me consideraba un buen actor. Y todavía me cuesta, estoy empezando, llevo seis años sólo… ¿qué quiero ser ya, Antonio Banderas? Qué aburrido sería conseguirlo tan pronto.
P.- ¿Te ha dado miedo ser flor de un día?
R.- Sí, claro, da miedo. Sigo ahí y creo que voy a seguir siempre ahí. Ese miedo en el fondo es miedo al futuro, está y es inevitable. Hay que relativizar un poco y quitarse uno un poco de importancia, que no somos tan importantes.
P.- ¿Cómo hace uno para no volverse gilipollas?
R.- Es que en la vida a veces hay que volverse gilipollas para volver a dejar de serlo.
P.- ¿Cómo es ese tránsito?
R.- Creo que volverse gilipollas va muy de la mano de no ser consciente de lo que te está pasando. Cuando dejas de ser consciente de lo que te está pasando, desconectas del entorno y de la realidad, te vuelves egocéntrico, no en un sentido convencional de la palabra, sino en “muy tú y tus problemas, tú y tu mundo”. Dejas de empatizar y de entender lo que está pasando a tu alrededor, empiezas a distorsionar lo que te está pasando a ti… y te vuelves gilipollas. Egoísta. Quizá no un buen amigo. Quizá no un buen hijo.
Pero es que creo que todos tenemos que pasar por eso. Si me lo aplico yo, con el tema de la fama, la fama es un momento de sobreestimación que te desconecta absolutamente de todo y que tienes que reconducir. Y la gilipollez se va con trabajo personal, pero hay que entenderla. Hay que abrazar la gilipollez.
P.- ¿Cuándo fue la última vez que lloraste?
R.- Pues creo que el viernes, haciendo la función. Yo lloro mucho. Y cada vez más.
P.- Yo lloro todos los días, o, al menos, me emociono. ¿Y tú?
R.- Ay, yo ojalá llorar todos los días, todavía creo que estoy muy bloqueado como para eso. Bueno, emocionarme, me emociono todos los días. Es muy bueno llorar. Llorar es síntoma de emocionalidad, y la emocionalidad es buena, la vulnerabilidad es buena.
P.- ¿Qué te pone rabioso?
R.- Me pone rabioso todo lo que no me gusta de mí. En el fondo sé que lo que me pone rabioso del de enfrente es todo lo que identifico como mío. Supongo que me pone rabioso no ser más disciplinado. No ser más constante en el deporte.
P.- Qué pesada la gente también con el imperativo de hacer deporte para ser directamente buena persona o una persona confiable.
R.- A mí me sienta muy bien a la cabeza, no lo digo por lo físico. Yo soy una persona muy nerviosa y tiendo a la obsesión y hacer deporte me relaja y me viene bien. Me da coraje no tener la constancia de hacerlo todos los putos días, que es lo que debería hacer, y descansar dos, o uno.
P.- ¿Cómo es ahora para ti la fiesta y cuánto pone en entredicho tu propia intimidad?
R.- Yo salgo poco de fiesta, entendiendo “fiesta” como una discoteca. No voy porque es que no me gusta, no me divierto ahí desde hace mucho tiempo. No me parece divertido.
P.- ¿No te gusta bailar?
R.- Me gusta bailar, pero me gusta ser consciente de lo que estoy bailando. Y ya no me gusta colocarme o beber y desconectar de mí, no me gusta ya. Bueno, a veces sí me gusta, pero no me sienta bien, entonces no me gusta.
P.- Resaquitas tristonas.
R.- Sí, pero que tampoco disfruto, porque no me entero de lo que estoy viviendo y quiero enterarme. Pero yo creo que tengo una vida de persona joven bastante entretenida, mi ir al teatro es el ir a la discoteca. Me paso todo el día nervioso. Es muy motivador. Y bueno: aprendes a autoprotegerte.
"Cuando conozco a un chico que no me conoce, es una bendición: la idealización es una mierda"
P.- ¿Y cómo lo aplicas eso al amor? Cuando conoces a alguien, dices: ¿quién te gusta, Omar Ayuso… el de la pantalla, o el que tú crees que soy, o el de Instagram, o el del teatro…? ¿Te preocupa?
R.- Sí, esto es un tema. Sí, sí, sí. Es complejo. Es difícil. Cuando conozco a un chico que no me conoce, es una bendición. Alguien que a lo mejor no tiene ni puta idea de quién soy, o que le suena quién soy pero no ha visto Élite, o tal, es una bendición. Es que el componente idealización es muy mentiroso, es una mierda. Entonces… yo te diría que incluso tener una pareja famoso tiene más inconvenientes que ventajas. Pero pasa también al revés: pasa que te gusta alguien mucho y esa persona no quiere estar en ese lugar, no quiere estar con un famoso…
P.- Pero que la gente abra la cabeza ya también…
R.- Bueno, es que hay gente a la que le agobia mucho que le paren por la calle, hay gente que valora mucho su intimidad. Y…
P.- ¿Te ha pasado?
R.- (Ríe). Sí.
P.- Qué putada. Oye, pero, ¿qué has aprendido del amor -romántico- desde que tenías 15 años hasta ahora? Suelo poner esa edad por ser la edad de los descubrimientos.
R.- Del amor romántico he aprendido que es una puta mierda, que es una mentira y que te enferma. Es así. El amor parte del propio, esto de “si no te quieres a ti, no vas a querer a los demás”, que me repateaba mucho, ¡es verdad! Es verdad.
"Creo en la relación abierta y en el poliamor, pero depende del momento vital, para eso hay que estar fuerte y equilibrado"
P.- ¿La monogamia tiene algún sentido, o es una cosa obsoleta?
R.- Tendrá sentido para quien la tenga. Para mí no lo tiene mucho. O sea, yo creo bastante en la relación abierta y en el poliamor. Creo que uno tiene que saber cuál es su momento para tener una relación abierta y cuál no: yo, por ejemplo, ahora no estoy en el momento de tener una relación abierta, pero sí creo en ellas.
P.- Ante eso, uno se pregunta “¿cuánto tengo que cambiar yo para no sufrir?”.
R.- Sí. Uf. Claro. Bueno, yo en realidad creo en la relación itinerante. Tienes una pareja y la abres y la cierras según el momento vital en el que estáis. Porque a lo mejor a mí no me influye nada que tú seas mi pareja y tengas relaciones sexuales con alguien en un momento de mi vida fuerte, estable, bueno… pero a lo mejor en un momento de enfermedad o en un momento de ansiedad o inseguridad, me desestabilizas por completo. Al final esta cosa del “compromiso” o de la “fidelidad” a mí no me llevan tanto a tener un lazo inamovible o un contrato con alguien, sino a pensar: ¿qué le puedo generar emocionalmente a esa persona si hago X o hago Y?
P.- La idea de un solo cuerpo para toda la vida… puede quedarse corta.
R.- Es malentenderlo.
P.- Ah, ese era el viejo pacto.
R.- Es que la relación de pareja es una relación más, no es “la” relación, es algo que hay que construir y cuidar y entender sus cambios, igual que los entiendes con una hermana, o una madre, o un amigo, o una relación laboral.
P.- ¿Y del sexo, qué has aprendido desde los 15 hasta ahora?
R.- Creo que cada vez le doy más valor al sexo. Cada vez entiendo más cómo me afecta según qué relaciones sexuales tengo y cómo me relaciono desde la parte sexual. Sí: le he dado más valor, más importancia. Con esto no quiero decir que de repente sea una cosa tremenda… (ríe). Pero sí tenemos que entender que cómo nos relacionamos sexualmente nos marca mucho, nos condiciona mucho y es el espejo de una situación emocional, de una relación, de muchas cosas. Yo intento verlo así, como parte de la conducta. Cuando he estado mal, he podido tener sexo insano, como una manera de consumo, como una forma de tapar.
"La representación del sexo en las series es una mierda: es como el porno, no hay que mirar ahí"
P.- Son las lógicas del mercado: usar y tirar, obsolescencia programada…
R.- Total, es que además el momento invita a ello. Instagram. El Grindr.
P.- ¿Tú puedes tener Tinder o Grindr?
R.- Sí, por poder puedo.
P.- Pero no tienes.
R.- (Ríe). No.
P.- Digo: a ver si tienes uno secretito. Y ahora todo el mundo buscándote…
R.- (Ríe). No, pero siempre me he preguntado qué habría de malo en tener una cuenta de estas. De malo, nada.
P.- Malo no, pero que estaría sobresaturado el móvil, pues sí.
R.- Quién sabe. O no (ríe).
P.- Si lo pruebas algún día, ya me contarás.
R.- Yo estoy muy en el offline. Estoy intentando el offline. Es difícil, es difícil, y más sin ir a discotecas.
P.- Oye, ¿por qué no follamos como en Élite?
R.- Porque en Élite se folla de mentira. La representación del sexo en las series es una mierda. No hay que mirar ahí. Es como mirar el porno. Si es que en el fondo, es porno.
P.- ¿Y a dónde miramos?
R.- Te tienes que mirar a ti, a tu entorno, a lo que te cuentan las amigas, a la persona con la que compartes el sexo, tienes que informarte, tienes que leer… pero a las series no miremos, por favor, porque es como el porno pero no salen los genitales. Es lo mismo. Se representa así porque vende. Es la capitalización de todo.
P.- ¿Aséptico? ¿Estetizado?
R.- Ni siquiera. Es un recurso para que lo compres. Es un mecanismo de márketing en la mayoría de los productos mainstream. Luego claro que hay cine que representa de puta madre el sexo. En estas series mainstream no se cuenta casi nada con el sexo y no está contado bien. El sexo es torpe, el sexo es sucio, el sexo depende de cómo estés emocionalmente ese día, el sexo puede ser doloroso, dañino…
P.- Aburrido. Narrativo. Deportivo.
R.- (Ríe). Sí. El sexo no es una coreografía, cojones.
"El sexo es torpe, es sucio, depende de cómo estés emocionalmente y puede ser dañino, no es una coreografía"
P.- ¿Qué te parece que ahora se diga que la derecha se ha hecho con el punk?
R.- ¡Pero por favor! ¿Cómo va a ser punki y rebelde la derecha? Basta ya de estos discursos, que además blanquean a la derecha. Como el señor que salió el otro día diciendo que ahora vivíamos en un momento de censura como en la dictadura… basta-ya. El punk es el punk, y el punk nace de la minoría, del suburbio, del indie, de lo que no tiene una plataforma ni una estructura, y es a lo que no se le da voz desde la normatividad y lo mayoritario, de ahí nace el punk. Cómo va a nacer el punk de la derecha si la derecha es la estructura.
P.- Diáfano. Pero el debate está ahí: Ayuso con su idea de punk…
R.- Ayuso no es una punk, Ayuso es una fascista.
P.- Dicen ahora que aceptan lo de “fascista”, que es casi un piropo, un síntoma de que lo están haciendo bien.
R.- Eso dice mucho. Pero es que le estamos dando a la derecha el valor de escandalizarnos, y ya se piensa que por ser escandalosa… es punk. Esto está todo estudiadísimo. Vox tiene ahora de jefe de campaña al que llevó a Donald Trump. Esto es agitar el avispero. Esto es desestabilizar las instituciones y esto es manipular la mente del votante. Es así, no es nuevo.
P.- ¿A quién harías tú ministro o ministra de Cultura? No tiene que ser nadie de la política, es un juego.
R.- Me ha venido a la mente Mariano Barroso. Le respeto mucho. Pienso también en Natalia Menéndez, la directora de teatro. Mira: ¡Carlota Ferrer, te voy a decir! Si Carlota Ferrer fuera ministra de Cultura, las cosas irían mejor.
P.- Había leído que de pequeño tu ídolo musical era Alaska, ¿qué te parecen las críticas de Jorge Javier Vázquez hacia ella, diciendo que es “la gran decepción”? ¿Para ti lo ha sido?
R.- Es que el problema reside en las peras que le pides al olmo. Para mí Alaska es mi ídolo musical, y ya está, y punto. No me gusta verla sentada al lado de Federico Jiménez Losantos, porque me da asco.
P.- Y de Esperanza Aguirre, amiguísimas.
R.- Y de toda esta gente… pero no me metas en estos jardines (ríe).
"Yo me veo, aunque cambie la carcasa, escribiendo siempre sobre un tema que gira en torno a la enfermedad mental y a la adicción"
P.- ¿Recuerdas que en Fue la mano de Dios, el cineasta le preguntaba al chico ‘pero tú que quieres contar’ y él respondía ‘quiero contar que cuando mis padres murieron no me dejaron verlos’? Pues es la pregunta que te hago yo a ti como creador. ¿Qué quieres contar?
R.- Yo me veo, aunque cambie la carcasa, escribiendo siempre sobre un tema que gira en torno a la enfermedad mental y a la adicción. A día de hoy, sí. Es lo que quiero contar.
P.- ¿Por qué?
R.- Porque me interesa mucho. Y porque tiene que ver con mi historia.
P.- ¿Qué tipo de adicción?
R.- Hay muchas. La adicción es un problema mental: sustancias hay muchas, y compras, y juego, y chocolate, y dinero, y sexo, y de todo. Me interesa también la adicción entre las personas. La adicción a la fama, al aplauso, al reconocimiento.
P.- ¿A quién te gustaría dirigir?
R.- A Lola Dueñas. Es una de las mejores actrices de este país.
P.- ¿Y si fuera él?
R.- A Javier Cámara. Es un referente tan sano… Es un espejo tan bonito en el que mirarme.