“No me llames Alteza porque si no se nos corta todo”, dice con naturalidad al otro lado del teléfono la princesa Tessa de Baviera (1941), una de las figuras indispensables en el circuito de la jet set internacional de los 80. Sobre todo, en Marbella. En los últimos años vive alejada del escrutinio público sin conceder ninguna entrevista, pero con EL ESPAÑOL | Porfolio hace una excepción ya que tras contactar con ella antes de Navidad con motivo del estreno de la serie Los Farad (Amazon Prime) nos emplaza a después de fiestas para charlar con ella sobre Juan Carlos, Felipe VI y lo que se tercie.
Debido a sus viajes y diversos compromisos personales la cita se fue retrasando hasta que este martes pasado pudimos recordar con ella un pasado tan envidiado como envidiable. Echemos una ojeada a su árbol genealógico. En España desciende de los Borbones ya que su abuelo Fernando de Baviera se casó con la infanta María Teresa de Borbón, hermana de Alfonso XIII. Por tanto, es prima segunda del rey emérito Juan Carlos I. Y también es familia de Cayetana, XVIII duquesa de Alba porque su tatarabuelo fue Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia, XV duque de Alba.
Por la parte de Baviera, reino creado en 1806 a partir de la disolución del Sacro Imperio Romano Germánico gracias a Napoleón Bonaparte -tío abuelo de Napoleón III-, Tessa es pariente de Isabel de Baviera, conocida popularmente como la emperatriz Sissi ya que ambas descienden por línea directa de Maximiliano I, primer monarca de Baviera y de la Casa Wittelsbach.
Y con respecto a Francia da la casualidad de que Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia, XV duque de Alba se casó con María Francisca Palafox Portocarrero y KirkPatrik, hermana mayor de Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia tras su matrimonio con Napoleón III. Además, su bisabuelo materno fue Ferdinand de Lesseps, artífice del Canal de Suez y del Canal de Panamá.
En 1963 se casó en la Real Basílica de San Francisco el Grande en Madrid con Alfonso Márquez y Patiño, marqués de Castro con quien tuvo dos hijas, Myrta (1965) y Sonia (1969) que le han hecho abuela en cinco ocasiones. En noviembre del año pasado hizo su última aparición en sociedad en la boda de su nieta Sol Matossian a la que asistieron las infantas Elena (60) y Cristina (58). La joven lucía una diadema histórica de diamantes y esmeraldas en forma de flor que había pertenecido a Isabel II de España.
En esta entrevista muestra la pasión que siente por su madre, la princesa Marisol de Baviera ya que “era una persona estupenda que ayudó en todo lo posible a la gente. Se quedó viuda siendo joven y tiró para adelante sacando siempre tiempo para los más necesitados. Creó la Fundación de Ancianos, la Escuela de Enfermeras y fue vicepresidenta de honor de la Cruz Roja española. Debido a esta colaboración intimó con la princesa Grace de Mónaco”. La ex actriz de Hollywood es la artífice del Baile de la Cruz Roja.
Pregunta: Como prima del Emérito, ¿cómo está viviendo su situación en el exilio?
Respuesta: Me da mucha pena porque le tengo mucho cariño. Somos primos en segundo grado y, además, es el padrino de mi hija Myrta, al igual que lo es la reina Sofía. Juan Carlos ha hecho cosas muy buenas por España y ha metido la pata. Ahora se le tiene rencor. Si te digo la verdad, los errores se pagan muy caros.
P.-¿Debería vivir en España?
R.-Es que no quieren que venga. Él estaría encantado porque la Zarzuela es su casa.
P.-Se ha dicho que su trato no es tan íntimo como antes.
R.-¡Qué va! Me comunico con él todo el tiempo. De hecho, chateamos todos los días y el cariño que le tengo es bestial. Lo que ocurre es que como también le digo las verdades... Eso molesta porque a esta gente les rodea muchos pelotas que le dicen que sí a todo. Con sus padres, los condes de Barcelona, tuve mucho trato porque eran íntimos de mis padres. La condesa de Barcelona veraneaba en nuestra casa, Villa Teba, que estaba en Cap Martin, cerca de Mónaco. Además, con el conde de Barcelona he viajado desde pequeña por el mundo entero junto a los barones Thyssen.
P.-En breve Felipe VI cumplirá una década de reinado, ¿qué balance hace?
R.-Lo tiene muy difícil el pobrecito. Todo es muy duro, me da mucha pena. No me gustaría ser él.
P.-Pues entonces la infanta Leonor lo tiene fino.
R.-Es una chica que vale muchísimo, pero no sé si va a durar mucho la monarquía. Mira cómo están las europeas, la de cambios que ha habido en los últimos años.
P.-Durante una época don Juan fue uno de los visitantes ilustres en Marbella donde usted fue una de las indispensables en los años ochenta. Menuda época, ¿no?
R.-Era impresionante. Los personajes de aquel momento eran Gunilla von Bismarck, Jaime de Mora y Aragón -hermano de la reina Fabiola de Bélgica-, la emperatriz Soraya o Bastiano Bergese, que tenía una casa maravillosa en cuyo jardín daba unas fiestas espectaculares con alfombras persas y orquestas de negros. Recuerdo que Jaime era la mano derecha de los moros, les ponía tapices cuando salían de los yates y era muy divertido porque solía sentarse en una especie de trono vestido con su traje, su bastón y su monóculo esperando a que los turistas se hicieran fotos con él. Él era el único que iba con los árabes porque estos no se mezclaban nunca. Eso sí, dejaban unas propinas increíbles. En Marbella no se hablaba de aristocracia porque todos éramos amigos, unos de unas casas, otros de otras… Luego llegaron los rusos…
P.-¿Y…?
R.-Pues que Marbella cambió a peor, como todo.
P.-Deduzco que usted no está de acuerdo cuando se dice que hay que dejar el pasado y no mirar atrás ni para coger impulso.
R.-Es que era mucho mejor. Había más diversión, la gente era más educada, nos encontrábamos para hablar y disfrutábamos de cada instante. Recuerdo cómo jugaba en la calle, nos lo pasábamos tan bien. Aunque he de decir que sufrí muchísimo.
P.-¿Por qué motivo?
R.-Me hacían buylling en la escuela porque nací con una mancha enorme en la cara, me llamaban infantita y me decían cosas horrorosas. No todo es tan fácil de puertas para afuera. Mi vida ha sido terriblemente dura, pero he salido adelante y contentísima de lo que Dios me dé de vida. A la gente que trato les digo que se tienen que aceptar con lo bueno y lo malo porque si no lo haces con todas tus virtudes, defectos y tragedias lo tienes fatal.
P.-Desde fuera uno puede pensar que no será para tanto porque es princesa.
R.-La gente se cree que he vivido en un palacio con la diadema puesta todo el día. Craso error. He trabajado una barbaridad para sacar a mis hijas adelante porque mi marido no me ayudó absolutamente en nada cuando nos divorciamos. Me he dejado los hígados y lo agradezco. He trabajado en Rumasa, en Fomento de Construcciones y Contratas, creé mi propia línea de moda, hice entrevistas para la revista Semana. En fin, que no me arrepiento de nada. Sé lo que vale un peine y respeto mucho al trabajador. Cuando veo que hay muchas mujeres de mi edad que se pasan todo el día mirándose al espejo, si les ha salido alguna arruga, si tienen celulitis, me entran ganas de decirles que ayuden a los demás porque así se olvidarían de mirarse en el espejo todos los días. No puedo con esas cosas. Comprendo que soy rara.
P.-Vivimos en el mundo de las apariencias.
R.-Es tremendo. Y añádele que la gente tampoco lee.
P.-Las redes sociales no ayudan demasiado.
R.-Terrible. Los niños están todo el día con el móvil, no hay diálogo con ellos. Van a tu casa a verte y están en todo momento ‘tiqui, tiqui’. Cambian de teléfono todos los años, quieren las zapatillas de marca más caras y horrorosas y si no las llevan es como si no perteneciesen a un grupo.
P.-¿Ocurría lo mismo entre los aristócratas de su época?
R.-¡Qué va a pasar! Todos éramos iguales. Nos juntábamos unos de una casa, otros de otra, y nunca se hablaba de política ni de dinero. Todo lo contrario a lo que ocurre en la actualidad donde el que más tiene es el que más vale y no es verdad. El que más vale es el más inteligente, el más humano, quien ayuda a los demás. Es aterrador que a un rico le hagan la pelota y que un escritor no interese para nada.
P.-Usted figura en los agradecimientos de la serie Los Farad, ambientada en la Marbella de los ochenta. ¿Cómo se pusieron en contacto con usted para asesorarles?
R.-Me llamó un sobrino de mi marido que es amigo del productor Fernando Bovaira y me dijo que quería verme junto al guionista y el director. Yo no me acordaba que Fernando había sido mi vecino en la casa de enfrente porque la vendió hace muchos años. Les invité para que habláramos, les hablé de los personajes más populares, les conté anécdotas de las fiestas y les recomendé que se pusieran en contacto con el conde Rudi, ya que él ha vivido en Marbella desde hace muchas décadas y yo solo pasaba los veranos. Al final, tras ver la serie he visto que no tiene nada que ver con lo que les conté (risas). Pero es entretenida.
P.-Por parte de su familia bávara figura uno de los personajes más conocidos de la historia, Isabel de Baviera o Sissi, la última gran emperatriz de Europa. ¿Cree que se ha contado bien su historia? ¿Hasta qué punto se ha desvirtuado hasta parecer una fotonovela?
R.-Era una persona muy salvaje, le encantaba montar a caballo, disfrutaba del contacto con la naturaleza, quería horrores a su padre, era muy simpática y tenía una pelo largo rizado hermoso, una cintura muy pequeña y para la época era muy atractiva. Pero una vez encerrada en aquel enorme palacio fue bastante desgraciada. No fue feliz y lo pasó muy mal. Y para colmo tuvo una suegra con la que se llevaba fatal. Obviamente, con la interpretación de Romy Schneider en el cine todo ha quedado muy novelado.
P.-Entre los más íntimos de su familia figuran los Grimaldi.
R.-Sí. Rainiero y Grace de Mónaco venían mucho a nuestra casa en Cap Martin. He visto crecer a sus hijos Carolina, Alberto y Estefanía. Además, mi marido fue cónsul honorario de Mónaco en España porque se lo dijo Rainiero.
P.-¿Cómo era Grace Kelly en las distancias cortas?
R.-Era una actriz y murió actriz. Me explico. Era una mujer fría, americana, una chica bien de Filadelfia, educadísima y católica que le gustaba estar rodeada de su gente, de las estrellas de cine. Nunca entró en sociedad porque la sociedad en Mónaco era muy paleta. Rainero nunca sabía colocar a la gente en las galas y el protocolo de palacio era de pandereta. Pero era muy campechanote. Se volvió loco de amor por la actriz teatral Gisèle Pascal con quien quiso casarse, pero ella le escribió una carta en la que le decía que iba a desaparecer de su vida y que no la buscara porque él era un príncipe y ella una actriz. Unos años después en el Festival de Cine de Cannes llegó Grace Kelly para presentar El cisne, en la que interpretaba el rol de una princesa. Rainiero la invitó al palacio para una visita privada y cayó fulminado por su belleza. Empezaron a cartearse y surgió el noviazgo. Ya ves, Gisèle le dejó y terminó casándose con una actriz americana. Muy fuerte.
P.-¿Se adaptó a la vida del principado?
R.-No creo que fuera muy feliz, al igual que Charlene. ¡Qué cara de tristeza tiene siempre! Sus cuñadas la recibieron muy mal. Quisieron hacer de ella la doble de Grace y eso es imposible. Cada una tiene su identidad.
P.-Gracias a usted del palacio cuelga uno de los retratos más bellos de la difunta princesa realizado por un pintor español , ¿cómo se gestó el encuentro?
R.-Ricardo Macarrón me preguntó si podía ir a pintarla y les puse en contacto. Fue a Mónaco, y retrató a Grace en un cuadro enorme que está colgado en una de las paredes principales del palacio. Cuando volvió le pregunté qué tal le había ido y me contestó: “Me he aburrido mucho, te lo agradezco enormemente, pero pintar tal perfección me aburre”. A los pintores como Macarrón les divertía más la imperfección. Con esos labios, esa cintura, los ojos.. era como un cromo de lo perfecta que era. Carolina tiene la cosa mediterránea del padre, era estupenda y monísima y Estefanía era como una esfinge, muy fría.
P.-Asistió a una de las bodas más mediáticas del siglo cuando Carolina se casó con el playboy Philippe Junot, ¿cómo recuerda aquel día?
R.-Cuando fui a dar la enhorabuena a Rainero me dijo: “Más vale que me des el pésame”. Me quedé parada. En aquella época yo era muy tímida. “Sí, no estoy nada contento con la boda”, prosiguió el príncipe. A ver, es que Philippe era mucho mayor que Carolina, se la llevaba a París a bailar a las boîtes donde la dejaba sentada porque él se iba a fumar, a beber y estar con sus amigos. Ella lo pasaba fatal. Cuando se separó vino a cenar con su madre a casa de mis padres en la Costa Azul y te puedo decir que aquella niña estaba desconsolada, lo que llegó a llorar. Lo pasó fatal.
P.-En las últimas semanas el principado está que arde con el escándalo Les Dossiers du Rocher que han puesto al príncipe Alberto II contra las cuerdas, ¿de qué manera lo está viviendo?
R.-De ninguna porque no tengo ni idea de lo que ocurre. Desde que vendimos Villa Teba donde había veraneado desde los siete años no he vuelto porque no quiero recordar fantasmas del pasado. He cortado porque no quiero tristezas en mi vida. Asimismo, hace cuatro años murió mi íntima amiga Betsy, hija de Antoinette de Mónaco, hermana de Rainiero.
P.-Uno de las personalidades más influyentes en los orígenes del Montecarlo de Rainero fue Aristóteles Onassis, ¿qué anécdota le quedó marcada del magnate griego?
R.-Tenía unos 14 años cuando junto a mi hermano Fernando y unos amigos en la playa Montecarlo Beach vi que Onassis se sentaba al lado de nuestra mesa. No pude evitar poner la antena. Mi hermano no paraba de interrumpir y yo le decía que se callara. Onassis comentaba a su amiga que había que estar moreno todo el año porque aunque no se tuviera dinero, uno podía tomar el sol en la azotea o en un banco y, de esta manera, la gente creía que venías de Gstaad o el Caribe. Aquella frase estúpida se me quedó grabada. Veraneaba en la Costa Azul pero le echaron porque había desbancado el Casino. Era un señor muy maleducado, pero interesante. Se hizo a sí mismo. Era un fenómeno, como Amancio Ortega. Qué persona tan natural que no presume de nada ni pretende ser alguien.
P.-La mancha de su rostro a la que hacía referencia provocó que conociera a Dalí, ¿le impactó?
R.-Solíamos ir a Nueva York para que me quitaran quirúrgicamente la mancha quemada de la cara. Tendría unos 9 o 10 años cuando en una exposición me presentaron a Dalí. Iba toda vendada, me preguntó qué me había pasado y mi madre le contó toda mi historia. En ese momento me dijo: “Tú lo que tienes que hacer es ser feliz y jugar con la estupidez de la gente”. Mi madre no lo entendía, pero le capté a la primera. Me encantó lo que me dijo y le hice caso. Pasados los años, un tío me llevó a verle a Cadaqués. Le comenté que no se acordaría de mí, pero cuando le expliqué lo de la mancha enseguida supo quién era. Empezamos a hablar y me lo pasé en grande. Era un genio estrambótico, su mejor promotor, su mejor relaciones públicas. Le dije si no se cansaba de estar haciendo teatro y me volvió a decir que no porque jugaba con la estupidez. Le encantaba que la gente le considerara un genio y un loco porque le entretenía.
P.-¿Ha pensado en escribir su biografía?
R.-La Esfera de los Libros lleva detrás de mí tres años, pero no quiero. Tengo muchas vivencias, tendría que contar cosas que no son agradables y no voy a mentir, por lo que para contar una historia tonta prefiero no hacer nada. Estoy feliz dedicándome a consolar a gente con defectos físicos.