Les unió el nombre, el oficio y su enorme influjo en el mundo de la música. Sin embargo, les distanció el abismo de la fama. Antonio Stradivari (1644-1737), de la italiana Cremona, gozó del reconocimiento universal como uno de los mayores lutieres de la historia. El otro Antonio, Torres (1817-1892), almeriense, orgullo de su patria chica, ha tenido que conformarse con una fama mucho más acotada pese a que es el genio creador de la guitarra flamenca, de los sonidos más potentes que tiene este género tan español.
Es tal la desproporción entre ambos que a Antonio Torres, con el fin de ensalzar su relevancia, se le conoce como el Stradivari de la guitarra española, mientras que no hay constancia de que alguien, pese a la equiparación de méritos en sus respectivos instrumentos, tilde al italiano como el Torres de los violines.
La idiosincrasia nacional, siempre tan esquiva con el mérito propio pero tan fácil de deslumbrarse con todo lo que viene de fuera, y el tinte aristocrático que se le concede al violín frente a la popularidad que siempre ha tenido la guitarra son dos de los factores que explican —aunque no justifican— este agravio.
Fue precisamente Antonio de Torres quien, con sus obras maestras en madera, elevó a los altares de los conciertos un instrumento hasta entonces denostado por plebeyo por las élites culturales españolas del momento y ha convertido a las Torres en las guitarras flamencas más caras del mundo, gracias, sobre todo, a una sonoridad mágica.
Una de esas joyas de las aproximadamente 200 que hay censadas del lutier andaluz, la guitarra SE35, vivirá el próximo 6 de noviembre un nuevo capítulo de su novelesco recorrido, parejo, por cierto, a la propia vida del más grande guitarrero español. Baste para narrarla partir de un embrión argumental y otro geográfico.
Lleno de deudas
El primero es la historia de un aprendiz de carpintero, a quien por deudas le llegaron a embargar hasta la sierra con la que desempeñaba su oficio. Sin embargo, este almeriense alcanzó la cumbre artística con sus Torres, como se denominan en los círculos especializados, y que vendría a ser el trasunto guitarrístico de los celebérrimos y carísimos Stradivarius.
La guitarra SE35, que se subasta el 6 de noviembre, es una de las aproximadamente 200 censadas del lutier andaluz
El segundo es una pedanía cerca de Almería, con apenas un puñado de casas y espolvoreada de paupérrimos cortijos, que se llama La Cañada de San Urbano y que es donde nació el genio andaluz, un día de San Antonio de 1817. Eso sí, Torres se trasladaría bien pronto a Vera, donde empezó su periplo por otras ciudades.
Desde ese humilde rincón a las casas de subastas más prestigiosas del mundo media un abismo espacio-temporal que, como se apuntaba, tendrá una nueva cita en Vichy Enchères el próximo sábado. Esta casa, situada en la provincia francesa que le da nombre, trabaja con obras de arte en general, pero es especialmente reconocida por los valiosos instrumentos musicales que saca a la venta.
En el caso de los días 5 y 6 de noviembre salen a puja solo instrumentos de cuerda y de viento. De hecho, junto a la construida por Torres habrá otras nueve guitarras en catálogo, pero, seguramente, ninguna con la atractiva intrahistoria de ésta.
Los renglones más prosaicos dan cuenta de su año de construcción (1882) y de la adscripción a la segunda etapa de la trayectoria artesanal que el propio Torres estableció a partir de su regreso a Almería.
Antes, había recalado en otras ciudades como Granada y, principalmente, Sevilla, donde se labró ya una sobresaliente reputación que, con el tiempo, exportaría a Madrid y Barcelona. Allí saldrían algunos de sus aventajados discípulos como Manuel Ramírez, uno de los primeros en asimilar el magisterio de Torres y en trabajar bajo su influencia en los distintos talleres que regentó en la capital, el más famoso en el número 24 de la Cava Baja.
Por contexto cronológico, a este segundo periodo de Antonio de Torres pertenecerían aquellas guitarras construidas a partir de 1875. De ahí que el descifrado del modelo SE35 de referencia que se subasta corresponda en sus iniciales a Segunda Etapa seguidas del número de serie.
Para cerrar este capítulo, quizás lo más prosaico pero orientativo es hablar de dinero: el precio de salida fijado está entre 100.000 y 150.000 euros, lejos de los 15.000 o 20.000 euros que cuestan las que usan los grandes maestros ahora.
Una trama amoroso-religiosa
Como precedentes a estas maravillas, en el año 2007 en la afamada sala Christie’s fue vendida una Torres por 157.000 dólares y en 2009 otra por 86.500. En España, una de sus más míticas guitarras, conocida como La Invencible, se subastó en 2014 en la Casa Balclis con un precio de salida de 100.000 euros. Este modelo cuenta incluso con una página web para su contratación. Otras famosas guitarras que salieron de las manos del almeriense siguen manteniendo apelativos como La Leona o La Suprema que dan idea de su entidad.
Una de las 'Torres', llamada 'La Invencible', cuenta con una página web propia para su contratación para conciertos
Hasta aquí los datos más asépticos. Sin embargo, es la partitura sentimental la que dota a la SE35 de un plus de interés documental. No es fácil reconstruir su historia completa, pero, hasta donde se sabe, el amor primero y la religión después tuvieron mucho que ver en la trama y el desenlace de la vida de esta guitarra. Primero, un amor dual. El que sentía la princesa Toporkoff por la guitarra y el que profesaba su esposo Youri Alexandrovitch Toporkoff por ella, ya que la Torres que ahora se subasta fue un regalo que le hizo el ruso a Louise-Anne Morlaut, que era el nombre de soltera de su mujer.
Las referencias del matrimonio son escasas. Se conoce, eso sí, la fecha y lugar de su boda que tuvo lugar el 9 de enero de 1951, en París. El príncipe Toporkoff, nacido en la localidad rusa de Ekaterinoder en 1895,y fallecido en la comuna bretona de Landévennec en 1970, fue teniente del ejército del zar Nicolás II hasta que la revolución bolchevique le hizo huir de Rusia. Se instaló en Francia al igual que otros 200.000 compatriotas, según los cálculos aportados en su día por el historiador especializado en el exilio ruso, Andrei Korliakov.
Esta masiva presencia de los conocidos por los franceses como los "rusos blancos" dificulta al máximo conocer detalles biográficos concretos del príncipe. Tampoco los facilita la casa de subastas pese a los requerimientos de EL ESPAÑOL | Porfolio. Su negativa se escuda en la confidencialidad de los papeles de la familia y en que están escritos en cirílico.
Sin embargo, ni el rastreo en la transliteración al ruso de su nombre aporta más allá de una ficha en una página especializada en genealogía en la que se limita a dar cuenta de su fallecimiento.
El apellido genérico Toporkoff sí aparece, precedido de la inicial N, en el índice onomástico del libro Histoire Illustréé de l'emigration russe (1917-1947) también del historiador Korliakov ya citado. Sin embargo, hace referencia al director de fotografía Nikolai Toporkoff, uno de los ilustres exiliados, sin haber constancia documental de que tuvieran parentesco.
En una abadía
La fe religiosa fue, como se adelantaba, la otra línea argumental en el devenir de la Torres SE35 antes de llegar a las vitrinas de la casa de subastas de Vichy. Louis-Anne Morlaut, además de su pasión por el instrumento de las seis cuerdas que la llevó a pertenecer a un club de guitarristas, era persona muy creyente y piadosa. Tanto como para dejar en herencia sus bienes —que no eran menores ya que incluían inmuebles, lujoso mobiliario y, por supuesto, la guitarra construida por el almeriense en 1882— a una comunidad benedictina que la casa Vichy Enchères tampoco desvela, aunque hay pistas fundadas que pueden ayudar a descubrirla.
Así, en la localidad bretona de Landévennec, donde falleció el príncipe Toporkoff, hay una conocida abadía de esta orden construida en 1950, la de Saint-Guénolé, que bien podría haber sido, por su vinculación geográfica, la destinataria de este valioso instrumento que llegaría a ese lugar de meditación, paz y silencio en la década de los ochenta, según el único dato aportado de manera directa por la casa de subastas. Sin embargo, es justo señalar que ofrece prolija documentación biográfica y técnica sobre el lutier español en su página web.
Es decir, estuvo en torno a 40 años alojada en un monasterio. Haberla sometido a voto de silencio durante estas décadas hubiera sido pecado ya que la sonoridad de las Torres, pese a tener en torno al siglo y medio de vida, resulta arrebatadora.
Lo es para los más célebres concertistas y también lo era para sus vecinos sin más conocimientos musicales que su sensibilidad. Así, cuando en las numerosas noches tórridas almerienses salían a tomar el poco fresco que les regalaba la caída del sol, el genio guitarrero aprovechaba el silencio para templar sus obras. Ese fascinante imán procedente del rasgueo de cuerdas hacía que, de manera sigilosa, la gente se arremolinara en su ventana para gozar de ese privilegio.
La aportación de Torres
Este pasaje se lo contaba la nieta, Ana Salvador Torres, a José Luis Romanillos (Madrid, 1932), también lutier y autor de Antonio de Torres, guitarrero: su vida y obra, la única obra monográfica existente sobre su figura, publicada por el Instituto de Estudios Almerienses (IEA), lo que da idea de la falta de reconocimiento fuera de su patria chica (el Museo de la Guitarra de Almería lleva su nombre).
De hecho, resulta muy elocuente que el libro se publicará en inglés en 1987, ya que Romanillos residió muchos años en el Reino Unido, y luego se tradujera al alemán, japonés, francés, italiano hasta que, finalmente, en 2004, fue editado en castellano por el IEA. Y eso que tanto Romanillos, uno de los expertos más renombrados, como, nada menos que Andrés Segovia, el más aclamado concertista de guitarra del mundo, han considerado al artesano español el creador de este instrumento tal y como hoy se concibe.
¿Qué cambió Torres para aunar elogios en un país que tiene la discrepancia casi como deporte nacional? Resumirlo es un reto de altura, aunque intentos ha habido. Las Torres "crean de un instrumento solista una orquesta". De esta manera, tan gráfica, lo expresa el lutier italiano Gabriele Lodi en el documental La Española, la de Torres (disponible en FlixOlé y Filmin), sin duda el más valioso y trabajado testimonio audiovisual sobre su vida y obra.
Que haya poca bibliografía o documentación no minusvalora la existente. Estrenado en 2019 tras cuatro años de intenso trabajo, y presentado en la Seminci de Valladolid, al componente profesional, sustentado en diversos y cualificados testimonios, se suma el familiar y afectivo ya que sus realizadores, Raúl Enrique Navarro y Fran López Montoro son primos e hijos de los tataranietos del insigne guitarrero.
Más que de cambio cabe hablar de síntesis y de sentar las bases de un canon que, a partir de Torres, se universaliza. Antes de Torres, el diseño de las guitarras resultaba muy cambiante en función del país en el que se construían, lo que se notaba en elementos tales como el clavijero o el puente. Después de Torres, se armoniza su forma con la plantilla moderna, agrandada y ancha.
En suma, un punto de inflexión que dio como resultado la configuración del instrumento que hoy se conoce con independencia de la calidad de sus materiales o el sonido que ofrezca. Eso ya depende de nuevo de ese aspecto prosaico ya mencionado llamado dinero que tendrá un importante papel en la subasta del 6 de noviembre.