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Son dos de las mujeres más importantes en el mundo del vino en España y la segunda familia más rica de La Rioja, según la revista Forbes, con un patrimonio de 415 millones de euros. Carmen (51 años) y Lourdes Martínez Zabala (55) dirigen un grupo con más de 160 años, viñas en media España y el rioja más vendido fuera de nuestro país.
"Una de cada tres botellas de Gran Reserva que se venden en el mundo es Faustino I", aclara Lourdes. Sus bodegas (seis en total en cinco denominaciones de origen diferentes, más la de cava) están presentes en 140 países del mundo y ahora, las dos hermanas han creado una nueva imagen del grupo con el que pretenden recuperar la historia de la Familia (en mayúscula) a nivel corporativo.
"Nosotros hemos crecido a partir de Bodegas Faustino, que es una marca que tiene ya más de 150 años y nunca nos habíamos planteado hacer una marca corporativa. Faustino es el eje, el pilar de todas las bodegas que han nacido después, pero necesitamos darles a cada una su sitio y ponerlas en valor".
Por eso se preguntaron qué los definía, quiénes eran y quisieron darle a eso un nombre. "Y no podíamos poner otro que familia Martínez Zabala, porque ya estamos en la cuarta generación y porque realmente nosotros somos una familia".
Faustino, un nombre que huele a gran reserva solo pronunciándolo, era su abuelo, y el segundo nombre de su padre. Pero la historia de su viña genealógica arranca en 1861 cuando Eleuterio Martínez Arzok, un comerciante de telas, se hizo con una casa palacio y un viñedo en Oyón (Álava).
"Nuestro bisabuelo era un comerciante, pero compró tierras y le cogió el gusto a eso de hacer vino. Siempre fue muy valiente y cuando la filoxera arrasó las viñas, se fue a América y trajo el triple de plantas que hectáreas tenía. Eran viñas españolas que Fray Junípero Serra había llevado a América cuando la filoxera americana y a su vuelta estaban ya inmunizadas", explica la hermana mayor a EL ESPAÑOL | Porfolio, en una charla junto a su hermana Carmen.
La lucha de esos años (el viaje de Eleuterio a América fue en 1906) ha marcado el espíritu de la empresa y también el de la familia, los mayores propietarios de viñedos en La Rioja, "un orgullo y una responsabilidad". Fueron muchos los vinicultores que no superaron la aniquilación de la filoxera y otros muchos que consiguieron revivir las fincas, pero siguieron sin estimar lo suficiente lo que crecía entre esas parras alineadas.
No era así entre los Martínez. Si fue su abuelo Faustino, en los años 20, el que se empeñó en embotellar el vino que producía para revalorizar sus caldos; fue su padre, Julio Faustino, el que envió por primera vez, en los 60, sus vinos a Austria, la primera exportación de una región que ha conseguido convertir la palabra "rioja" en sinónimo de "vino" en el mundo entero.
"Hubo grandes personajes en la generación de mi padre que se empeñaron, y consiguieron, que Rioja fuera sólo embotellado, que no se vendiera ni un solo litro a granel y sacarlo al mundo. Nosotros empezamos a exportar en los años 60, ya con la marca Faustino, y hoy en día estamos en 140 países y de Gran Reserva de Rioja tenemos una cuota del 33 y 35% de las exportaciones", aclaran las herederas.
Seis bodegas
Bodegas Faustino. Situada en Oyón (Álava), lleva 160 años haciendo rioja al más alto nivel y el más vendido en el mundo. Además de su gran historia cuenta con un inmenso parque de barricas y un espectacular botellero.
Bodegas Campillo. Cuando don Julio construyó Campillo, a los pies de la Sierra de Cantabria, en Laguardia (Álava), eligió ese nombre porque era la finca más grande que su abuelo perdió con la filoxera. Ahora es una estampa perfecta de la idea del château en la tierra del Rioja.
Bodegas Portia. Las bodegas diseñadas por Norman Foster en Gumiel de Izán (Burgos), plena Ribera del Duero, fueron una apuesta personal de don Julio para devolver a la sociedad lo que había recibido. En ella crecen vinos dotados de temperamento y personalidad, modernos y elegantes.
Bodegas Valcarlos. Esta bodega está situada en Los Arcos (Navarra) en pleno Camino de Santiago, y fue inaugurada en 2001. Sus techos tienen la forma de la misteriosa flor de loto que dan el toque perfecto a los vinos Marqués de Valcarlos y Fortius.
Bodegas Marqués de Vitoria. Situada también en Oyón (Álava), en esta bodega se realizan vinos de corte moderno, más frutales y con barrica nueva que consiguen una mayor diferenciación.
Bodegas Leganza. Se trata de una finca, la de Los Trenzones, de mil hectáreas con orografía situada en Quintanar de la Orden (Toledo). "No es la típica plana de La Mancha". En este terreno se ha llevado una selección de vides especiales.
Carmen y Lourdes saben bien lo que son las viñas, el proceso, cómo coger la uva, a qué huele la tierra húmeda pero, sobre todo, a mirar al cielo casi antes de poner los pies fuera de la cama cada día. Recuerdan a su padre y a su abuelo sentados en unos sillones orejeros fumándose un puro mientras hablaban de uvas, caldos y barricas. Y sobre todo, tienen grabada a fuego cada una de las enseñanzas de don Julio: "Los vinos tienen que ser señoritos, elegantes", rememora Lourdes.
Se han criado en un terreno del que han surgido hasta proyectos arquitectónicos tan transgresores e imponentes como las bodegas Portia, un edificio de Norman Foster en Ribera del Duero.
"Nosotros hemos crecido en el viñedo. Mi madre nos ponía el bocadillo de chorizo y nos llevaba en su Land Rover Defender, que ahora está muy de moda, con dos varillas delante para no dar golpes, a llevar agua y cervezas en unas neveritas naranjas a la gente que trabajaba en el campo. Porque mi madre se ocupaba mucho del campo. Es parte de nuestra infancia", recuerda Carmen.
Su padre Julio Faustino y su madre, Pilar, "su gran talismán", como le gustaba llamarla, fueron los responsables de una ampliación y consolidación de la bodega que la aupó a los primeros puestos en el sector gracias a la gran iniciativa del hijo de Faustino. Era un hombre muy bien relacionado en el mundo del vino y, sobre todo, un Juan sin miedo en los negocios.
"Todos en nuestra familia somos echados hacia adelante, porque si no, no estaríamos en este mundo vinícola. A la hora de hacer las inversiones o eres un apasionado o no haces bodegas Campillo, bodegas Portia, invertir todo en barricas, en botelleros... Es una pasión que se contagia y están contagiados todos los que tenemos alrededor, que es la familia", aclara Lourdes.
Son conscientes de que, precisamente eso, trabajar en familia, no siempre es fácil, "si te estás refiriendo a la consanguínea". De hecho, en 2011 años, cuando se hablaba de que la empresa incluso podía salir a Bolsa, un conflicto entre la entonces pareja de su padre, Mari Cruz Lizarazu, y Carmen y Lourdes, acabó con ambas hermanas fuera del consejo. Sin embargo, don Julio nunca dejó de legar el control de las bodegas en sus propios hijos y en 2015 las dos consejeras volvieron, hubo reparto de beneficios y definitivamente, en 2018, dieron por apagado el fuego.
En esos años, la muerte primero de su hermano mayor, en 2017, y la del propio don Julio, en octubre de 2020, mostraron el camino para crear una familia-empresa-bodega todavía más unida.
"Con el paso del tiempo sabes perfectamente que esto es una sociedad y tienes que respetar muchísimo a los demás y hacer tu trabajo. Es como los matrimonios, vas discutiendo cada vez menos, cada vez son más perfectos", explica Carmen quien aclara que ella y Lourdes forman parte de un consejo de administración 100% femenino, junto con otra consejera.
Ellas sin duda se complementan perfectamente. Sólo hay que verlas en acción. "Yo soy de letras y Lourdes de números, así que nos dividimos fenomenal", aclara Carmen. Y luego está el director de operaciones y los comités de cata, de asistencia, de ventas, de inversión... todo profesionalizado. "Yo llevo aquí desde el año 90 y conocemos muy bien la empresa como para poder opinar. Damos vueltas por todos los viñedos, las líneas de producción, vehículos, instalaciones, distribuidores... No somos de despacho, somos de movernos por todos lados. Obviamente estando los equipos preparados, nosotras les hacemos de soporte y también de vigías", asegura Lourdes mientras cuenta la mezcla de uvas que tienen en sus seis bodegas casi sin respirar.
Una bodega de Foster
Ambas hablan con pleitesía, amor y orgullo del hombre que les ha dado todo. A cada paso recuerdan lo que él decía, cómo trabajaba él, qué bebía... Don Julio Faustino no sólo ha dejado huella en su familia y en el mundo del vino, sino que su empeño por llevar las bodegas más allá de la tradición marcó la creación de instalaciones llenas de arte, genio e innovación. Y el ejemplo es Portia, la bodega que diseñó el mismo Norman Foster, en Gumiel de Izán (Burgos).
"Mi padre era un hombre que decía siempre quería devolver a la gente, al público en general, lo que el público había hecho por él. Como no era un hombre de gastarse el dinero en yates y en cosas de esas, -él sólo hacía bodegas-, quiso crear algo donde la gente pudiera ir, que fuera un poco museo y que se disfrutara de algo distinto. Y a los 70 años, lo hizo. Él y Lourdes habían estado en Berlín y les encantó la cúpula de Norman Foster para el Reichstag. Luego hizo el metro de Bilbao, tenía mucha relación con la ciudad y la sigue teniendo. Y de ahí surgió la idea", cuenta Carmen.
Don Julio y su mujer habían recorrido el mundo y los grandes retos arquitectónicos y las grandes construcciones se convirtieron en un fijo para visitar allá donde iban. "De los arquitectos que le gustaban, Foster era el que más. A mi padre le gustaba mucho la construcción, era otra de sus aficiones. ¡Incluso hubo siempre un ingeniero en plantilla! Lourdes fue a Londres a hablar con ellos y se inició una relación que ya es personal", añade la hermana pequeña.
De hecho, los Martinez Zabala han pasado, como familia que son, por la "estupenda" exposición de coches que Norman Foster tiene ahora mismo en el Guggenheim, "y eso que a mí no me gustan nada los coches", aclara Carmen.
Porque, además, esa reina de metal y modernidad que irrumpe en el paisaje de la ría bilbaína es otro de los puntos donde confluyen de forma especial el arte y los vinos Faustino. "El acuerdo para que el Museo Guggenheim viniera a Bilbao, entre la fundación y el Gobierno vasco, se firmó en otra de nuestras bodegas, la de Campillo, y mi padre fue testigo. Él sabía que era algo muy bueno para el País Vasco. Conocía a la familia Guggenheim, el museo de Nueva York y sabía que era algo muy importante".
Quizá por eso siguen viendo en ese monumento al arte y a la innovación la sombra de don Julio y quizá por eso de sus bodegas ha salido el vino 25 aniversario del museo. "Hay gente que puede transmitir con unas colecciones de arte impresionantes y mi padre transmitía con las bodegas. Pero él sabía que traer el museo, que estuviese en Bilbao era importante y ayudó en todo lo que pudo", añade Carmen.
Parientes y vino
En una casa donde el vino ha sido un miembro más de la familia, podría resultar difícil recordar cuándo dieron su primer sorbo. Pero Carmen y Lourdes tienen claro dónde y cómo. ¿El cuándo? Más o menos. "La casa de mis padres era una casa en la que se recogía a los tíos que no tenían hijos, a otros parientes... y se celebraba todo: el cumpleaños del abuelo, las Navidades, el cumpleaños de mi madre... Nos juntábamos como 40 y ponían una mesa muy larga y otra ovalada, que era donde nos sentábamos los niños. Y un poquito de vino yo creo que nos han dado siempre", reconoce Lourdes. "O lo cogíamos", bromea Carmen.
A las dos hermanas les cambia la voz cuando recuerdan esas fiestas íntimamente familiares. "Nos introdujeron con el rosado, nosotros bebíamos mucho rosado, y nos daban siempre media copita para brindar. La verdad es que nosotras, a nuestros hijos, ya les dábamos vino con 10 años o así para probar".
El secreto tras el mejor vino de 2021
Campillo 57. Este vino recibió el año pasado el premio al Mejor Vino del año y el Bacchus de Oro 2021 en una cata a ciegas entre 1692 caldos. Carmen y Lourdes hablan de excelencia, pero también de la historia de amor fraternal que hay detrás de esta elaboración en concreto. "Fue un vino hecho con el corazón porque Campillo 57 es un homenaje a la cuarta generación. Se llama 57 porque mi hermano mayor nació ese año y falleció repentinamente de un infarto. Y quisimos hacerle un homenaje. Quizá por eso ganamos el premio. Realmente yo me alegré mucho por lo que significaba", explica una de las hermanas.
Por su mente pasan las fresas maceradas en vino que adoraba el abuelo Faustino o la rebanada con pan, vino y azúcar que comían de pequeñas. "Eso venía de la época de la guerra, pero se les quedó a esa generación y a nosotras también".
Pero sobre todo recuerdan en todo momento la comunión diaria que se vivía, y se vive, con agricultores, distribuidores y exportadores a los que llaman siempre por su nombre de pila porque han sido parte de ellas siempre. "Entendemos este negocio como familia y es lo que hemos querido poner en valor. Familia Martínez Zabala es un homenaje a lo que ha sido nuestra historia y la marca es nuestro escudo familiar. Lo único que hemos hecho es modernizarla", insiste Lourdes.
En ese examen de conciencia que han hecho como grupo, Carmen y Lourdes enumeran del tirón cuáles son los cuatro pilares de una de las bodegas más saneadas de España: las personas ("lo que definimos como familia"), las viñas ("no se entiende una bodega sin viñedo"), la innovación y la sostenibilidad. Estas dos últimas podrían parecer incompatibles pero en Martínez Zabala se ha conseguido hacer las cosas como siempre pero de la mejor manera posible.
"Nos hemos ido adaptando a este cambio climático con muchísimas técnicas cada vez más sostenibles y cambios en las rutinas. Tenemos el mismo conocimiento, pero lo aplicamos mejor porque tenemos viñedos muy antiguos que nuestro padre y nuestro abuelo los separaban y ahora de ellos somos capaces de obtener vinos singulares. Y eso es lo que yo creo que ha sido el gran avance de la bodega", concluyen las nietas de Faustino.
Hubo sólo un instante de sus vidas en el que Carmen y Lourdes se plantearon ser otra cosa, lejos de una barrica; pero su destino había nacido del vino y tomaron de forma muy natural el camino de vuelta al viñedo. Es como una marca de la casa, una locura contagiosa a la que uno se une desde niño, y eso que sus padres se empeñaron en que vieran lo que había fuera para traer mejores cosas dentro.
"Él siempre nos decía que para saber mandar, hay que saber hacer. Y lo hemos aplicado siempre", aseguran.
Lourdes estudió Informática en Deusto e hizo un MBA en el Instituto de Empresa de la capital. "Tenía 23 años y me pareció maravilloso empezar a vivir en Madrid. Pero fue justo cuando mi padre estaba construyendo Campillo y solo estaba nuestro hermano mayor con él. Me dijo que hacía falta aquí y me vine, pero sin traumas", avisa.
Carmen, la pequeña de los cinco hermanos, tiene formación jurídica y estuvo trabajando un par de años fuera, aunque mirando siempre a la bodega por el retrovisor. "Sabía que lo natural era volver. Además, si llega a tener una fábrica de tornillos, pues bueno, no me hubiera parecido tan emocionante".
Dos mujeres al mando
Estando toda la vida en el campo, nadie nunca se planteó que dos mujeres no pudieran dirigir uno de los mayores grupos bodegueros del mundo, entre otras cosas, porque su padre nunca se planteó que dos mujeres, y más si eran dos Martínez Zabala, no fueran capaces de ello.
"Nos hemos encontrado algún idiota por ahí que nos ha dicho algo por ser mujeres, pero no referentes en el mundo del vino. Nuestro padre nos lo hizo muy natural y no tuvimos ninguna diferencia. Todos estudiamos, todos tuvimos las mismas oportunidades y nosotras estamos aquí. Además, tenemos muchas directoras mujeres", aclara Lourdes.
"En el País Vasco ha existido de siempre el matriarcado. ¡Cualquiera se ponía delante de mi abuela o mi madre! Muchas veces me imagino que pensarán que nosotras damos un paseíto y nos vamos a casa, pero a nosotras nos prepararon en igualdad de condiciones y de exigencia", puntualizan.
En un grupo con más de 240 trabajadores, gestionar todo en la pandemia fue una lección de improvisación y adaptación única para ellas. "Cuando nos encerraron nos preguntamos ¿y ahora qué? Los vinos no hay que dejar de moverlos y no puedes cerrar una bodega e irte". La caída de la hostelería supuso un golpe, pero aumentaron sus ventas en grandes superficies y en venta directa.
"Habíamos pasado la crisis de 1994, la de 2008, pero esta no era una crisis financiera, era una crisis sanitaria. Nos dedicamos entre todos a echar una mano para intentar traer material sanitario y a seguir trabajando con los vinos".
Pero también aprendieron que sólo podían salir de ésta unidos como la familia que son y con un objetivo claro: expandirse siguiendo siendo siempre los mismos. "Es un orgullo ir a Suiza y encontrarte una botella nuestra. A mí es casi de las cosas que más me gustan. Estar por todo el mundo", aclara la pequeña de las dos hermanas.
Por eso si se les pregunta por el futuro, hablan en todo momento de abrir fronteras: "Tenemos muchos países para seguir desarrollando. Estamos creciendo en Brasil, en Estados Unidos, México... Y no podemos dejar de lado nuestros principales países: Inglaterra, Suiza, Irlanda y Alemania. Ahora la tarea pendiente es recuperar los duty free de los aeropuertos, donde estábamos y lo perdimos; estar en las aerolíneas, en el AVE...", adelanta Lourdes.
Para las dos hijas de don Julio, el secreto de su gran empresa en cuarta generación es la raíz que une a la bodega con el viñedo, es el cuidado del campo al detalle, es conseguir un engranaje perfecto partiendo siempre de la tierra. "La familia Martínez Zabala y la marca en el exterior se mantienen porque tú puedes beber un Faustino I en Indonesia y te sabe igual de perfecto que si te lo bebes en España. Llevamos haciéndolo muchos años y al final el consumidor sabe que nuestros vinos y la familia per se lo que quiere es la excelencia".
Y Carmen da fe de ello porque se ha podido tomar el mismo rioja rico en Nairobi que en su casa a pocos kilómetros de las viñas donde sus hijos han jugado entre racimos y primos. "Para nosotras era muy natural ir a andar con las niñas a que merendaran, a soltar a los perros... han crecido también así. Hemos sustituido el parque infantil por las viñas, porque además vivimos en una zona rural y sales de casa y ya están ahí".
Las dos amasan, como el buen vino, con calma y tradición a esa quinta generación que ya anda en barrica. Sus hijos, "ya en los 20 y tantos", están estudiando y saben que alguno formara parte del futuro de Martínez Zabala, pero no hay prisa. Carmen y Lourdes tienen cuerda para rato y los que han de venir "primero tienen que formarse mucho y trabajar fuera. Luego ya podrán entrar o no".