21 septiembre, 2024 02:17

Un grupo de hombres susurra al otro lado de una cortina. Las palabras en inglés se deslizan hacia la estancia principal, donde los ávidos ojos de Patricia Reznak, siempre ocultos tras sus gafas de pasta negras, se pasean entre las vitrinas transparentes y observan las valiosas joyas que hay en su interior. Unas sortijas con monturas de oro gris coronadas por unas calcedonias azules talladas con la forma de un turbante evocan el pañuelo de Simone de Beauvoir; unos anillos de oro rosa con amatistas, esmeraldas y turquesas bautizados como 'Colección Tutú' rinden homenaje a los motivos musicales que despiertan las manos de la violoncelista Julie Sévilla-Frayse; collares con turmalinas paraibas y perlas haitianas color café, pendientes con tanzanitas violetas y anillos con diamantes clásicos completan el colorido tornasol de alhajas que hace bombear el corazón de Grassy.

Es primera hora de la mañana y las persianas metálicas de la joyería, situada en el número 1 de la Gran Vía madrileña, han dado paso a la tenue claridad que imprime el sol tamizado por las nubes en este día lluvioso que anticipa la llegada del otoño. El grupo de extranjeros ha acudido a una mesa de subasta que se celebra en la habitación contigua. Son días emocionantes para los Reznak, ya que la familia ultima los detalles para, en noviembre, estrenar una nueva colección de joyas para hombres elaborada en colaboración con el diseñador y decorador Lorenzo Castillo. Sin embargo, la mente pensante, la arquitecta de brocamantones, el espíritu creativo que da vida a las piezas de Grassy, es Patricia Reznak, que acaba de posar su mirada sobre una colección en oro gris y esmalte en fuego que evoca a las protestas estudiantiles de mayo del 68 en París. "Fue un éxito en prensa, aunque nadie lo entendió en su momento".

Grassy es un apellido francés. Reznak, checo. Esa danza genética de culturas europeas arraigada en una tercera nación, España, convierte a Patricia y a su hermano Yann, que en este momento cruza la puerta ataviado con un elegante traje azul oscuro que desprende un sutil y elegante perfume y un reloj Tudor en la muñeca, en herederos de ninguna patria, pero de todas partes al mismo tiempo. Ambos, ya superada la media vida, son tercera generación de joyeros al servicio de este negocio, fundado en 1953 por su abuelo Alexandre. Y ya hay una cuarta generación en marcha, formada por Óscar Vélez y su primo, Yann Reznak, hijo de Yann Reznak Sr.

Yann y Patricia Reznak frente a uno de los relojes del Museo del Reloj Antiguo que hay en la planta baja de la joyería Grassy, en Gran Vía, 1.

Yann y Patricia Reznak frente a uno de los relojes del Museo del Reloj Antiguo que hay en la planta baja de la joyería Grassy, en Gran Vía, 1. David G. Folgueiras E. E.

Alexandr creó la Unión Relojera Suiza en el 27 de Gran Vía en 1923; después, se marchó de allí y fundó Grassy en 1953, en el número 1. La familia también tiene otro establecimiento en la calle Ortega y Gasset. Nacido en Argelia pero de origen italiano y nacionalidad francesa, el 'abuelo Grassy' fue un apasionado de los guardatiempos. Importó cientos de ellos de algunos de los mejores relojeros –suizos, alemanes, franceses– del mundo. Por eso en la "cripta" que hay en la planta baja de Gran Vía, 1, a la que se accede por una escalerita con una alfombra verde esmeralda, se encuentra el Museo del Reloj Antiguo, una colección que, por evocar a Cortázar, es "una acumulación de soles privados que nos obligan a dar vueltas como planetas".

Quienes orbitan sin cesar en el museo no son otros que los pequeños autómatas –diminutas figuritas talladas y animadas– que se esconden en los relojes y cuyos movimientos son animados por los rotores, cuerdas, resortes y melodías de los cronógrafos, que les obligan a articular una coreografía atemporal y eterna. "Nuestro abuelo fue un gran importador de marcas relojeras suizas en los años 20 y 30. Le encantaban las distintas maneras de medir el tiempo", relata Patricia mientras pasa la mano por un viejo reloj Copérnico que reproduce el movimiento del sistema solar en tiempo real. "Son relojes de muchísimo valor, algunos muy raros para una colección privada como esta. Podían ser encargos particulares o de la propia Corte. Todos ellos conforman un 'museo vivo' en constante restauración".

La tradición relojera iniciada por el abuelo Grassy recayó en manos del padre de Yann y Patricia, Jirka Reznak (1935-2019), quien, tras heredar el negocio de su suegro, importó para la joyería piezas de marcas legendarias como Piaget o Baume & Mercier. Así, en 1967, convirtió el establecimiento en el principal distribuidor de Rolex. 57 años después, el 1 de la calle Gran Vía sigue siendo la tienda insignia de los suizos en Madrid. Grassy es su distribuidor oficial. "Hoy en día podemos decir que hay más coleccionismo en relojería que en joyería", interviene Yann Reznak con su grave tono de voz. "Lo sorprendente es que cada vez hay más compradores jóvenes. Un reloj es un vehículo de inversión. Como cuando se compraban sellos y luego valían fortunas. Hay una gran demanda y mucha creatividad por parte de relojeros independientes".

Creatividad. ¿Acaso se puede innovar en un sector que lleva cientos de años perfeccionándose y que parece desfasado para la era del smartwatch? Yann cree que sí. "No paran de inventarse nuevas maneras de medir el tiempo, distintos calibres de movimientos. La relojería de los grandes grupos –aunque Rolex es independiente a esto– suele dar vueltas alrededor del mismo plato. Cambian de esferas, sacan series limitadas relacionadas con un evento, como unas Olimpiadas, pero los relojeros independientes saben diferenciarse. Hacen pequeñas producciones, lo que requiere mucha calidad e innovación. Es mejor perfeccionar 1.000 relojes que producir 100.000. Hay marcas jóvenes e independientes que están entrando en el mercado internacional. Algunas de ellas tienen ofertas en subastas con precios por encima del de venta".

Detalle de las primeras joyas diseñadas por Patricia Reznak en 2006.

Detalle de las primeras joyas diseñadas por Patricia Reznak en 2006. David G. Folgueiras E. E.

Detalle de algunas vitrinas de la exclusiva joyería Grassy; de fondo, Yann Reznak durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Detalle de algunas vitrinas de la exclusiva joyería Grassy; de fondo, Yann Reznak durante la entrevista con EL ESPAÑOL. David G. Folgueiras E. E.

PREGUNTA.– ¿Cómo se diseña una joya de lujo?

RESPUESTA (PATRICIA REZNAK).– ¡Con mucha paciencia! (Risas). Debes tener la idea, el concepto; buscar la forma, empezar a dibujar, hacer una maqueta y hablar con los joyeros para ver cómo se puede fabricar. Esta sortija [coge unas piezas de 3.500€ de una vitrina] fue mi primera obra. Fue complicado construirla. Parece sencilla pero concurren tres oficios: el joyero, que construye la montura; el lapidario, que lapida la piedra y labra cada trocito para cada hueco; y el encastador, que coloca el metal encima de la piedra para unirla a la montura. Requiere coordinación y control, y yo, que soy arquitecta de formación y me dediqué a ello antes de entrar a Grassy, soy muy perfeccionista. Siempre hemos pensado que la calidad debe ser inmejorable. n su momento teníamos joyas de otras marcas, pero decidimos enfocarnos a nuestra clientela con joyas exclusivas de Grassy.

P.– Grassy decidió dejar atrás la importación y fabricarlo todo por su propia cuenta. Hoy son ustedes los representantes de su propia marca. ¿Cuál es el punto de inflexión?

R (YANN REZNAK).– Cuando mi abuelo inauguró esta tienda en Gran Vía es cuando empieza a interesarse por la joyería, por los objetos de arte, especialmente el oriental. Cuando yo entré en los años 80, que aún estaba estudiando Económicas y Empresariales, y entonces trabajábamos mucho con fabricantes de alta joyería francesa. Después decidimos no trabajar más con marcas y sólo fabricar en España. Todo lo que hacemos hoy viene de artesanos de Madrid y de Córdoba y los diseños son nuestros. La realidad es que la relojería, hoy en día, en cualquier joyería, ocupa una parte importante del negocio, mucho más que la joyería, aunque tendamos a buscar el equilibrio.

P.– ¿Tiene el español buen gusto a la hora de comprar joyería?

R (PR).– ¿Qué es el buen gusto? ¿Qué hay escrito sobre el buen gusto y cuáles son sus reglas? Es difícil responder. Sí te puedo decir que cada vez hay más mujeres que se compran sus propias sortijas, porque saben qué es lo que van a llevar y cómo se van a sentir a gusto. Un hombre que viene a comprar una joya para su mujer ya entra desesperado pensando que ella lo va a cambiar. Son decisiones personales. Los pendientes, al fin y al cabo, no quedan bien en cualquier persona. Es un trabajo de sastrería fina. Y a veces nosotros debemos trabajar a medida para nuestros clientes.

P.– ¿Hay carencias de materiales en cuestión de piedras preciosas? ¿Hay algún tipo de elemento que no se pueda encontrar ya?

R (YR).– Los más comunes son desde el oro hasta el metal con piedras. Los metales siempre son oro, porque no hacemos nada con plata. Entre las más difíciles de encontrar está la turmalina paraiba, descubierta hace 50 años. Fue un exitazo pero ahora hay mucha carestía y es casi imposible de dar con ella. Los diamantes, en cambio, son más sencillos y se compran por su 'ficha técnica', es decir, el certificado de un instituto gemológico. Aunque nosotros tenemos un equipo de gemólogos expertos. Son más fáciles de elegir, pero una piedra de color es mucho más subjetivo. En los zafiros y rubíes hay muchas cualidades de colores; las esmeraldas dependen de su origen. Los criterios de valoración son muy complejos. En nuestro caso siempre intentamos que las joyas tengan mucho color. Trabajamos con ópalos de fuego naranjas, tanzanitas violetas, mucha aguamarina y, por supuesto, diamantes, que son los más resistentes.

Imagen de archivo de Alexander Grassy.

Imagen de archivo de Alexander Grassy. Grassy Cedida

Seducir a Ava Gardner y Tony Curtis

"El lujo es el tiempo". La reflexión de Yann Reznak inunda la sala de las vitrinas y se mezcla con las conversaciones de la estancia aledaña. Paradójico que quien lo diga se dedique precisamente a vender relojes que lo encapsulan. "El lujo es el tiempo", reverbera la letanía. Mirar atrás en él implica trasladarse a aquellos años 50 en los que Ava Gardner y Tony Curtis visitaban la capital de España. Aquellos años aún de plomo franquista en los que CalabuchCalle MayorEl pequeño ruiseñor empapelaban las fachadas de los cines. Fue entonces cuando ambas estrellas de Hollywood se interesaron por los lujosos escaparates de Grassy y Alexandre, amablemente, los sedujo con sus conocimientos en relojería. 

Más de medio siglo después, los Reznak prefieren no hablar de sus clientes. Son un misterio y los mantienen en secreto, como los autómatas que se esconden en las cajitas de oro de los relojes copernicanos. De quienes sí hablan abiertamente es de sus colaboradores. Entre ellos el propio Lorenzo Castillo o la grabadora y escultora Blanca Muñoz, cuyo collar de 70.000 euros preside la vitrina de la entrada de Grassy. "No es lujo, es mucho más; es cultura, es gusto, es sensibilidad". Es aquello que aseguraba Coco Chanel: el lujo no reside en la riqueza y el esplendor, sino en la ausencia de vulgaridad; el verdadero lujo es estar libre, ser auténtico y encontrar belleza en los detalles más simples que la vida ofrece.

Como buenos empresarios, tampoco les gusta hablar de dinero. Pero las cifras son públicas. Las ventas de Grassy generan 17 millones de euros anuales. "Pero ya sabemos que la facturación no es el beneficio, y este negocio tiene muchos gastos. Aunque es cierto que tenemos relojes por 100.000€", asegura Yann. Tampoco está exento de dudas ni peligros, como cuando en 2001 un grupo de individuos atracó su joyería. "No es algo agradable de comentar, casi es un tabú, pero todas las joyerías han sufrido algún día negro. Quienes nos quieren maltratar van siempre por delante de nosotros. Lo hemos visto esta semana, ¿no? ¿Quién iba a pensar que miles de walkie-talkies iban a reventar el Líbano? Por eso debemos mejorar todos los días en seguridad". 

Sobre el futuro del sector joyero, y para explicar cómo será su mañana apelan al propio logo de Grassy, un caballito de mar. "Es el emblema porque nuestro abuelo decía que era un animalito que siempre iba hacia adelante", explica Patricia. "Y por eso ya tenemos la cuarta generación en marcha", añade Yann. "Nuestra responsabilidad es asegurar la sucesión. Seguir creciendo. Que no se diluya el negocio y avanzar. Tenemos muchos proyectos a corto plazo. También de apertura hacia fuera de Madrid, en el extranjero. Pero vamos con cautela, poco a poco".

Yann y Patricia Reznak en la escalera de alfombra de color esmeralda que une la sala principal de la joyería con el museo de los relojes.

Yann y Patricia Reznak en la escalera de alfombra de color esmeralda que une la sala principal de la joyería con el museo de los relojes. David G. Folgueiras E. E.