Lo dijiste claro: "Sólo vale la serenidad cuando debajo hay fuego". Ahora mismo caminamos sobre llamas, José Luis, como en una Noche de San Juan perpetua. Y hace diez años que no escuchamos tu voz, pero guardamos todas tus palabras. Decías que las batallas hay que darlas, siempre. Por el mero hecho de darlas. Tú fuiste incansable, guerrero (un guerrero de paz), fuego pero no fatuo. Tuviste mil vidas en 96 años: la de funcionario, la de profesor, la de economista, la de escritor. La de poeta. Y sembraste semillas infinitas que germinan nuevas año tras año.
No dejas que los que te quisieron dejen de llorarte, tan especial les fuiste. Y tampoco te olvidan a cuantos ayudaste: "Como economista, le importaba mucho más la pobreza que la riqueza: él decía que la riqueza no le hace daño a nadie, pero lo que realmente es un problema es la pobreza", dice Olga. Hemos hablado con ella y con Pedro, tu chófer al que jamás presentaste como chófer, sino como amigo. Y con José Manuel, que está preparando una biografía literaria en la que muestra los "andamios" de tu creación. Ponte cómodo, que nos han contado muchas cosas de ti.
[José Luis Sampedro, una vida de poesía (inédita)]
Su historia de amor y sombrero
Olga Lucas es escritora, poeta, hija del exilio (sus padres se conocieron durante la resistencia francesa contra la ocupación nazi tras exiliarse en la guerra civil) y viuda de José Luis Sampedro, junto al que escribió Escribir es vivir, Cuarteto para un solista y La ciencia y la vida. A su lado, Olga experimentó una felicidad tan plena que temió ser víctima de un letal síndrome de Stendhal, hasta que el médico la tranquilizó asegurándole que "de felicidad y belleza no se muere nadie, la gente muere de miseria y fealdad".
Ella fue muy feliz. Y aún se le atraviesa el corazón en la garganta cuando habla de él con EL ESPAÑOL | Porfolio. Han pasado diez años desde que se despidieron: "Esto es un duelo interminable. Una persona que deja el listón tan alto, tan querido por todo el mundo… Yo sigo difundiendo su obra, vivo por y para él, pero sin que esté físicamente. El tiempo no hace nada, como mucho te ayuda a dominar mejor el llanto".
El caso es que no queremos hablar con Olga (sólo) de despedidas. Sino viajar, a través de su recuerdo, al momento en el que ambos se conocieron, anhelo premonitorio mediante. Verán: tanto Lucas como Sampedro recalaban cuando podían en un balneario de la localidad zaragozana de Alhama de Aragón, uno de esos lugares de agua y paz que mitigan las dolencias que ambos sufrían. La escritora cuenta con gracia que siempre iban en fechas distintas: "Entre otras cosas, yo era más pobre y tenía que esperar a la temporada baja".
En su primera estancia, rodeada de chorros y albornoces, Olga hizo buenas migas con las dos únicas mujeres de su edad, una madrileña y otra catalana, con las que a partir de entonces se puso siempre de acuerdo en las fechas anuales para ir a tratarse. "Yo con ellas siempre me quejaba de lo mismo, decía 'aquí el paisaje bien, pero el paisanaje no hay quien lo aguante'. Y la catalana me decía 'no reniegues tanto, que también nos haremos nosotras viejas algún día'", ante lo que Olga respondía que a ella no le molestaban las personas mayores, sino algo así como su falta de espíritu. Y añadía: "Yo, si estuviera aquí José Luis Sampedro, no diría nada".
Y dicho y, al cabo de un tiempo, hecho. Sin saber que José Luis Sampedro era también un habitual del lugar, Olga había dado en el clavo. Y un año el destino trabajó para modificar las fechas de ambos.
—Ese año, cuando llegué yo, la catalana ya llevaba dos días y me dijo: '¿Tú no querías aquí a José Luis Sampedro? Pues ahí lo tienes'. Yo creí que me tomaba el pelo, pero cuando ya llevaba dos días allí me arreó un codazo en el costado y me dijo 'mira para allá, ¿está aquí o no está José Luis Sampedro?'. A partir de ahí, todo el mundo estaba pendiente de si yo le iba a hablar.
—Salseo, salseo, que dicen los modernos.
—Sí. Y tardé muchos días en hacerlo. Pero en una cena un día me desafiaron: me dijo una de mis amigas 'esto del amor por Sampedro tuyo era de pacotilla, porque lo tienes aquí y no le dices nada'. Así que, además de las ganas que tenía de hablarle, me picaron.
A Olga le hicieron esa tan española de 'sujétame el cubata'. Y entró al trapo, y habló al escritor con cortesía cuando se encontraron en la antesala del comedor. Él respondió también cortés, y se citaron para el día siguiente en el casino de Alhama, "un sitio muy decadente en el buen sentido de la palabra". Ella iba nerviosa como una colegiala, ataviada con un sombrero por recomendación de una amiga periodista que había entrevistado a Sampedro y conocía de su gusto "por las mujeres tocadas".
—Así que yo iba subiendo las escaleras del casino con mi sombrero, flanqueada por las estatuas de las romanas con su culito al aire y la túnica colgando -sólo faltaba la niebla para ser una fotografía de Hamilton- y ya me acerco, él se levanta, se inclina y me dice 'muchas gracias por el sombrero', y en ese momento yo supe que mi suerte estaba echada. Que tuviera la sensibilidad de darse cuenta y agradecérmelo me pareció de otro mundo. Recuerdo que pensé que por qué no decían esto los chicos de mi edad.
—Historia de un sombrero, se podría titular la vuestra.
—Sí… A partir de ahí ya no nos volvimos a separar.
Fue entonces cuando Olga empezó a experimentar stendhalazos que, no era broma, la llevaron a consultar médicamente. Ella vivía en Valencia y cada día, religiosamente, recibía "flores o algo de parte de Sampedro". Al principio, ambos iban y venían. Él pasaba los inviernos en Valencia, y ella iba los fines de semana a Madrid. Y guardaron un tiempo de seguridad antes de anunciar el noviazgo, como los embarazos. "Luego llegó un momento en que pensamos que la Renfe y la Telefónica ya habían ganado suficiente a nuestra costa", dice Lucas con humor, y ambos se arrejuntaron. Y al tiempo se casaron, cómo no, en Alhama de Aragón.
Tenían pensado hacer una ceremonia íntima, principalmente para arreglar los papeles necesarios, pero la agente de Sampedro, Carmen Balcells, tomó el mando y organizó un banquete en el Monasterio de Piedra, y hasta consiguió un reservado especial en lo que había sido la biblioteca de los monjes, y una habitación para que José Luis se echara la siesta. De anillos, que ni anillos tenían preparados la pareja, llevó un auténtico muestrario para que eligieran el que mejor les sentara al dedo. Y a la mesa principal de ese festín se sentaron ambos chóferes, el de José Luis y Olga, y el de Carmen Balcells.
"Pedro y José Luis tenían realmente una amistad. Y desde el primer día que nos llevó, lo sentamos a nuestra mesa. Pedro le iba parando a cada tanto para que no llevara mucho tiempo las piernas encogidas (por sus problemas de salud). Y Sampedro le decía que también cuando necesitara él, parara. Todo eran detalles de tratarse de igual a igual", rememora.
Cuenta Olga otra anécdota con el que empezó siendo su chófer y acabó siendo el escudero y amigo fiel de su esposo: "Una vez paramos en Medinaceli, entramos a la oficina de Turismo por algo, y allí siempre te preguntan por estadística de dónde eres. Pues bien, Pedro estaba totalmente indignado y decía 'mira que preguntarle al maestro de dónde es, ¡si el maestro es ciudadano del mundo!, ¿no lo sabe usted?'".
"Hace ya diez años, pero me emociono, porque no te puedes imaginar la calidad humana que tenía, su sabiduría y sencillez"
Más que un conductor, un amigo
Pedro Bajo nos coge el teléfono una mañana, casi un mediodía, a la hora a la que solía tomar el vermú con su adorado José Luis Sampedro. Ha pasado un día entero, antes de la entrevista, recordando miles de momentos junto al maestro, como aún lo llama. Y aunque está prevenido, no puede evitar emocionarse en cuanto empezamos a charlar: "Yo era conductor para TVE, y me tocaba viajar. Un día me dijeron de recoger a Sampedro y nos fuimos a Molina de Aragón a hacer la grabación de El río que nos lleva, y ahí surgió una amistad que duró hasta dos horas antes de fallecer. Entonces él estuvo agarrado de mi mano…", evoca Pedro, pero no puede continuar sin tomar antes aire. "Hace ya diez años, pero me emociono, porque no te puedes imaginar la calidad humana que tenía, su sabiduría y sencillez".
Cuenta Pedro que, cuando estaba con José Luis, se sentía otra persona. "Él me enseñaba, me daba consejos… Fue como el padre del que no pude disfrutar, porque yo me vine muy joven a Madrid y él trabajaba fuera de casa. A mí José Luis no me presentaba jamás como conductor, sino como su amigo. Olga, él y yo éramos una familia". Una familia que, desde aquel primer viaje y a petición personal de José Luis Sampedro, que se encariñó inmediatamente con Pedro, viajó por toda España durante más de una década.
"Yo les llevaba a la cala de Mijas, donde tenían una casita alquilada, y me quedaba con ellos ahí una semana. Estuve también en Valencia, y en Alhama de Aragón... Por la mañana tomábamos nuestro vermú, por la tarde nuestros gintonics". Allá donde iban, a Sampedro le mostraban devoción: "En el Palacio de la Magdalena en Santander, en la universidad de Oviedo, en el Paraninfo de Zaragoza, ver cómo lo apoyaba la gente, y sobre todo la juventud… Para mí era muy emocionante".
De José Luis cuenta Pedro que era siempre "amable y sencillo". Y bromista. "Cuando íbamos a la cala de Mijas parábamos en Despeñaperros sobre la una, que es cuando le gustaba comer. Nos parábamos en el 112 de la carretera de Andalucía, que había una estación de servicio con unas tortillas muy buenas que a él le gustaban mucho. Y cuando pasaba Despeñaperros no te puedes imaginar el cambio, empezaba a hablar en árabe y a vacilar con Olga y conmigo", recuerda Bajo, testigo de excepción de los pensares de su maestro, que de vez en cuando echaba una cabezadita en el coche, "pero de pronto despertaba, sacaba su libretita y empezaba a hacer sus apuntes", y entonces le decía a su amigo: "Oye, yo no estaba dormido, estaba pensando".
En otro de esos viajes, tras una de las paradas reglamentarias para el café, José Luis recibió una llamada: Ángeles González Sinde, la Ministra de Cultura de entonces, le comunicaba que acababa de ser nombrado Premio Nacional de las Letras. "Él era tan sumamente sencillo que por supuesto se alegró un montón, pero ni se inmutó", dice Pedro. Eso sí, resolvió que había que celebrarlo, y le regaló un ordenador a Pedro que a día de hoy disfrutan sus nietas.
—En otra ocasión veníamos de la Cala a Madrid y paramos en la Mezquita porque yo no la conocía. Él se quedó fuera en un banquito mientras Olga me explicaba todo adentro. Cuando salimos tenía, no te exagero, 40 o 50 mujeres alrededor. Había una visita guiada y lo habían reconocido. Y él se ponía tan contento.
—¡Era una estrella del rock!
—Sí, y tenía mucho sentido del humor también, nunca le veías enfadado. Jamás, jamás, jamás, jamás. Y le llegó el buen humor hasta los últimos suspiros. Nunca le oí hablar mal de nadie.
Durante una vida entera, Pedro Bajo ha llevado en su coche a todo tipo de personas y personalidades. Se ha jugado la vida también llevando a periodistas amenazados al País Vasco en los años de fuego de ETA. Y algo tiene claro: "El cambio de ir con una persona a otra era abismal. He conocido a muchísima gente importante, y él siempre me presentaba como un amigo. Él quería que me sentara siempre con él, no consentía que me fuera de su lado. Eran las cosas de su bondad".
Cuando José Luis enfermó, Olga le pidió ayuda para atenderlo. Y él no lo dudó: "Me iba todas las mañanas hasta por la noche, le ayudaba en lo que necesitara. Él siempre me agarraba la mano y me decía 'todo lo que estás haciendo por mí, yo también lo haría por ti'. Y yo le decía 'pásame tu bondad, no tu sabiduría'".
Se les quedaron algunos sueños en el horizonte: recorrer Galicia entera, o ir en el coche de Pedro hasta Munich para celebrar la fiesta de la cerveza. Pero una foto de los dos con los dedos entrelazados sella cada mañana la amistad preciosa que fue posible entre los dos hombres: "Cuando me despierto es lo primero que miro, junto a la foto de mis nietas", dice Pedro, y añade: "Son inexplicables las vivencias que yo he tenido con él". Pero el caso es que a nosotros nos las ha explicado muy bien. Para la posteridad quedan.
Los 'andamios' de su creación
Pedro, su hija Alicia y sus nietas están afiliadas a la Asociación Amigos de José Luis Sampedro, cuyo secretario es el escritor y catedrático de Filología Románica de la Universidad Complutense José Manuel Lucía. La relación entre Sampedro y Lucía comienza en la Semana Complutense de las Letras de 2012, cuando éste se empeñó personalmente en que el homenajeado fuera Sampedro: "Me puse en contacto con Olga, Amaya (su amiga y mano derecha) y José Luis y les entusiasmó la idea. Pero como ellos se iban en invierno a Málaga no me podían atender, así que estuve trabajando desde octubre hasta marzo en su casa, con su archivo, para montar la exposición que luego inauguramos en abril de 2012".
"Él decía que para montar una novela, necesitaba una especie de edificio: tener unos andamios, una estructura fija, y cuando se terminaba la novela ya los quitaba, como se quitan de una casa"
Así, cuando el catedrático conoció físicamente a Sampedro, ya lo conocía profundamente de otra forma, a través de todos sus cuadernos, borradores, notas y lo que él llamaba los 'andamios': "Él decía que para montar una novela, necesitaba una especie de edificio: tener unos andamios, una estructura fija, y cuando se terminaba la novela ya los quitaba, como se quitan de una casa".
Así, revela Lucía, Sampedro llevaba un control portentoso de la aparición de cada personaje en cada capítulo, así fuera éste muy secundario, y escribía una profusa biografía de cada quien: "Si tenía un personaje en su novela con 40 años tenía que conocer qué le había pasado de niño, en qué trabajaba y con quién se había relacionado, aunque luego todo eso no apareciera en la novela".
Esa capacidad de trabajo inmenso y ese compromiso con su obra no le restaba libertad, pues cuenta el filólogo que José Luis dejaba a la historia discurrir por los cauces que ella quisiera. Así sucedió, por ejemplo, con El amante lesbiano, una obra en la que Sampedro abordó, en el año 2000, la diferencia entre género e identidad sexual: "Aún hoy es un tema de gran confrontación y polémica, como hemos visto con la Ley Trans, pero él hace más de 20 años se estaba planteando el tema en los términos en que muchos lo hacemos hoy: desde la libertad del individuo y el 'quién soy yo para decirle a alguien lo que no puede hacer', si lo hace sin hacer daño a un tercero. Qué mensaje de libertad y de dignidad nos está dando José Luis Sampedro, 23 años después", reflexiona José Manuel.
Por cierto, que esa es la novela que escoge cuando le ponemos en el brete de optar por una, precisamente por "la valentía" que mostró el autor al no rehuir el tema a sus ya 83 años. Pero para José Manuel no es fácil quedarse con una, pues las conoce todas en profundidad. No en vano "duerme y come con José Luis" desde que hace meses trabaja en la confección de una biografía literaria que verá la luz con la editorial Plaza y Janés, bajo una premisa: "Nos hemos dado cuenta en estos años de que la gente conoce y admira a José Luis Sampedro, pero no es consciente de su complejidad como ciudadano, científico, escritor… Él vivió 96 años, casi un siglo, así que también trata la historia de España, la llegada de la República, la dictadura, la democracia, y cómo él estuvo en primer plano en todos esos momentos".
¿Y para Olga y Pedro? ¿Con cuál se quedan ellos? "Probablemente con Real sitio. A los dos nos parecía que estaba injustamente menos reconocida. Es difícil elegir, pero me parece una novela de madurez, que él entendía que se la debía a Aranjuez, que siempre dijo era su paraíso terrenal, y donde sintió realmente la vocación de escritor", apunta Olga con generosidad, pues podría haberse quedado con una de las obras que escribieron a pachas. Pero sí nos cuenta algo del proceso de creación de Cuarteto para un solista: "Lo empezó a escribir solo, y tenía mucho material acumulado, pero llegó un momento que se atascó y él se daba cuenta de que no fluía. Dijo que estaba muy viejo y ya no servía para escribir. Y a mí aquello me dio pena por partida doble: que todo ese trabajo se quedara en un cajón y la gente no lo leyera, pero sobre todo me dio miedo de que si llegaba a la conclusión de que ya no servía para escribir, se muriera, porque para él lo de 'escribir es vivir' era una realidad, no una frase hecha".
Así, Olga le practicó una reanimación cardiopulmonar de urgencia y reescribió los primeros 40 o 50 folios, tan cruciales siempre: "A él le gustó y ya se reenganchó. Y a partir de ahí fuimos escribiendo totalmente al alimón, escribíamos como deberían hacer los políticos y no hacen: su versión pasaba de su escritorio al mío. Y a la cuarta o quinta ida y vuelta ya había un capítulo de consenso. Y al final estoy contenta de que saliera, así se hizo el libro".
Y nos queda por escuchar, o por leer, a Pedro:
—¿Con cuál se queda, Pedro?
—Tengo todos los libros de él, me los regalaron todos. Y cuando me pongo a leer, me parece que estoy hablando con él y me está contando sus historias… Sobre todo me quedo con La sonrisa etrusca, que es la que más me impactó. Él me hablaba mucho de los etruscos.
Despedimos a Pedro, y comprendemos: él tiene nietas, y La sonrisa etrusca es una historia de amor por un nieto. Una que vuelca la vitalidad enorme que, como su protagonista, tuvo José Luis Sampedro hasta el mismo día de su muerte. También lo dijo él: "El día que uno nace, empieza a morir un poco. Estamos acostumbrados a ver la muerte como algo negativo, y yo estoy tan cerca que no puedo dejar de pensar en este asunto. Pero pienso con alegría vital. Lo que no nos enseñan es que el día que se nace se empieza a morir, y la muerte nos acompaña cada día".