Es verdad que Roberto Enríquez (Madrid, 1971), más conocido como Bob Pop, es nuestra Fran Lebowitz. Es decir: un colosal observador de la realidad capaz de sacarle las tripas al mundo, a los secretos de las cosas, al runrún de las ciudades, a la política y a los afectos, a los personajes cómicos y trágicos y siniestros y emocionantes de esta España nuestra. En la mano lleva un bisturí cultural como quien porta un garfio y nos lee a todos un poquito por dentro, pero saltando siempre desde sus propias lecturas.
Aunque este chico lo ha hecho todo (televisión, series, novelas, teatro), en esencia es un escritor. Porque la vida se escribe y lo que no se escribe, no es vida ni tampoco nada que nos interese demasiado. Bob Pop pica piedra en la página, taladra los días, los huele, los escucha latir, los amasa, los suda, los repudia o los abraza, pero es profundamente consciente de ellos y de sí mismo, y eso, al cabo, es lo que separa la existencia de la subsistencia. Ahora los recoge en sus diarios, Días simétricos (Alfaguara), donde dialoga con los diarios de algunos de sus escritores favoritos, como Kafka, y habla consigo y en el camino nos habla a todos, nos apela a todos: es una suerte.
Gusta verle con sus gafas rompedoras, con sus colores fantasiosos en el vestir y su larga barba cana, extrañamente pletórico, enganchado a la alegría. Padece esclerosis múltiple, pero cuenta que ha dejado de obsesionarse por las cosas que no puede controlar. Su oficio, su mirada, su energía y su pasión van destinadas al pensamiento indagador y al disfrute, que a menudo son lo mismo. Hace bien, porque ya hemos entendido a golpes que la vida no es lo que pasa en nuestras células. Residimos en otra parte.
P.- ¿Qué has aprendido de ti mismo escribiendo diarios? Recuerdo una frase de Iñaki Uriarte que decía: “La vida es lo que pasa en nuestra cabeza”. ¿Lo sientes también así?
R.- Totalmente, porque adoro a Uriarte en todo, sus diarios me flipan, y he entendido eso que dice, pero también que la cabeza está llena de palabras y de voces de otros y de otras. Al final, todo lo que va conformando mi identidad tiene que ver con lo que me llega desde fuera: estímulos culturales y emocionales… a través de los que voy construyendo mi imaginario, mi pensamiento. Y luego creo que de la escritura he aprendido una capacidad de no revelarme ante lo inevitable, pero, a cambio, tratar de que sean pocas cosas las inevitables.
P.- ¿Qué es lo que parece inevitable pero puede revertirse?
R.- Hay una cosa sistémica frente a la que nos comportamos d aun modo muy sumiso, muy pasivo y muy determinista, y es que en realidad se pueden cambiar las injusticias, la desigualdad, la crueldad, la falta de piedad… yo ante eso me rebelo constantemente. Me parece que es mi obligación rebelarme. Sin embargo, ante cosas como la progresión de una enfermedad… pues mira, está en manos de la medicina, así que yo prefiero ahorrar esa energía para lo que sí puedo cambiar y lo que puedo ayudar a hacer evitable.
P.- La escritura también es lo que nos pasa en el cuerpo. La escritura es el cuerpo. ¿Cómo te ha afectado a ti tu enfermedad en ese sentido narrativo?
R.- Aunque suene raro decirlo, como escritor me ha dado la posibilidad de ocupar un lugar desde donde mirar con una perspectiva nueva, una perspectiva que no pensé que iba a ocupar. Desde ahí miro y cuento. Es una experiencia, un espacio que habito y desde el que leo y escribo y me leo y me escribo, y me doy cuenta de que es un sitio suficientemente diferente a todos los que he tenido para que me genere bastante interés intelectual.
P.- ¿Hay en los diarios algo que no cuentes porque sabes que van a ser publicados? ¿A dónde van tus confesiones más secretas? Tus miedos, tus deseos.
R.- No he escondido nada mío, no hay nada que yo entendiera lo bastante fuerte como para no poderlo escribir… pero sí he sido prudente con historias que no me pertenecen, con la vida de la gente que me rodea, a la que he puesto con iniciales o he modificado historias porque no me siento con derecho a revelar intimidades ajenas.
P.- Eso es un tema, ¿no? ¿Qué pesa más, el derecho a la propia escritura o el deber de lealtad con los nuestros? No destriparles la intimidad a familiares, amigos, amantes o ex amantes… ¿pesa más la literatura o la vida?
R.- Yo creo que hay que agradecer lo que hemos vivido, de entrada, y me gusta darle memoria a todo el mundo que está a mi lado y que ha estado junto a mí, sin que eso signifique cosas tan tontas como que si alguien dijo en una fecha que estaba en otro sitio y yo digo que estaba conmigo… ¿quién soy yo para delatar?
"A Javier Marías le perdono su machismo y su cosita de señor rancio. A Umbral también, porque está muerto"
P.- Así que la buena literatura sirve para ocultar las infidelidades de los amigos.
R.- (Ríe). Pues puede ser.
P.- ¿Qué tiene Kafka cuando lo bendicen? ¿Por qué es tu favorito?
R.- Le tengo una admiración brutal. Sus diarios son una obra literaria enorme y además, él no los trata así. Él los trata como cuadernos de notas donde escribe cosas mientras no escribe lo que para él es muy importante. Tiene esa cosa de la ligereza, dentro de que es Kafka… me fascina. Y me ayuda a entender su obra posterior e incluso la historia de Europa. Sus diarios son eternos y superiores.
P.- Oye, ¿y qué hacemos si dentro de unas décadas o unos siglos viene alguien y publica tu correspondencia, tu cosita epistolar con los tuyos, aunque sea Whatsapp, como hacemos ahora con Pardo Bazán y Galdós, sin su consentimiento?
R.- Mira, yo asumo que ya estaré criando malvas así que la verdad es que me da lo mismo.
P.- ¿Qué hay de la posteridad?
R.- La posteridad no me interesa nada porque yo no voy a ser ya testigo. Si es una fiesta y me la pierdo, es una fiesta que no me interesa.
P.- Pues nada, que se sientan libre entonces de publicar nuestros sextings y todo.
R.- (Ríe). Nos dará igual, claro.
P.- Hay algunas referencias en los diarios hacia Umbral o Javier Marías, que han sido dos autores muy relevantes (y que yo también venero), pero también muy cuestionados por el progresismo, sobre todo en lo que a su cariz machista se refiere. ¿Cómo te llevas con eso?
R.- Yo reconozco que en este caso no soy objetivo: a Marías le perdono cosas que a otra gente no le perdonaría, como su machismo y su cosita de señor rancio, pero igual es que es lo mismo que le ha llegado a escribir esas novelas que me han fascinado. Todo va en el pack. Y como además no quiero ser su amigo ni nada…
P.- Ni podrías, ya.
R.- La ouija para estas cosas viene estupenda (ríe). No, pero a Marías yo le veneré, le disfruté, pero en un momento dejé de leerle, porque ya me lo había dado todo. Tuve una relación utilitaria con él y luego me bajé de ahí. Umbral… es que es un tipo tan fuera de su lugar, tan pintoresco, tan ególatra… que ahí sí que es imposible distinguir el autor de la obra, pero le perdono bastantes cosas básicamente porque está muerto.
P.- ¿Qué es ser un intelectual? ¿A quién consideras tú intelectuales españoles?
R.- Ser intelectual es vivir de tu pensamiento y trabajar constantemente sobre él, cruzándolo y enfrentándolo a pensamientos ajenos para intentar explicar la vida y la realidad y el tiempo que nos toca. Para mí, actualmente, intelectuales son Santiago Alba Rico, Belén Gopegui, Constantino Bértolo, Paul B. Preciado…
"Para mí intelectuales españoles son Alba Rico, Gopegui, Paul B. Preciado… no tengo el gusto de recordar a uno de derechas"
P.- ¿Ninguno de derechas?
R.- No tengo el gusto, no recuerdo (ríe).
P.- ¿Recuerdas el mejor y el peor día de tu vida, los hayas escrito o no?
R.- El mejor todavía no ha llegado. El peor fue la noche en la que me violaron en El Retiro.
P.- A ti lo mismo te gustan Los Pecos que Kafka, ¿qué opina un prescriptor cultural como tú del viejo mito de la alta y la baja cultura? ¿Eso existe?
R.- Cuando tienes una relación tan íntima con lo cultural, con las ficciones, con las canciones, con el cine, con la televisión… en ti no hay compartimentos distintos. En mi cabeza, Chenoa ocupa el mismo lugar que Kafka. Los dos me han formado, de los dos he sacado ideas y formas de mirar la vida y grandes ratos de diversión. ¿Por qué voy a poner en lugares diferentes a Fangoria y a Grace Jones? Son lo mismo: están en mi pista de baile y en mis favoritos.
P.- ¿El futuro existe?
R.- El futuro, para alguien como yo, es algo que se vive cada día, desde mi presente rabioso y entusiasmado y divertido, y no me planteo el futuro, porque no sé cómo voy a estar dentro de un mes físicamente. Me cuesta mucho imaginarme en ese escenario, no sé qué papel ocuparé, pero yo sigo escribiendo cada día. No sé si seguiré con lo de los diarios, o me pasaré al teatro, o volveré a la tele, pero esto es importante para mí, escribir mis días, aunque no los vaya a publicar, para mí son fundamentales, como una galería o un fondo de armario de ideas.
P.- Gil de Biedma decía “tal vez tengan razón los días laborables”. ¿Lo crees? ¿O ganan, al final, los días de fiesta?
R.- Me encanta esa frase, pero yo he conseguido despedazar los días laborables, porque antes tenía una sensación de bloque de lunes a viernes, como una masa imposible de separar, y gracias a los diarios fui despedazándolos y dejándolos por separado. Vuelvo a tener siete días. Ahora mismo vivo así y tengo muy claro que cada día es diferente y que pasa cosas distintas, yo no tengo diferencia entre los días laborables y los festivos. Escribo todos los días, esta en mi casa, hago una vida más o menos similar siempre.
P.- Decía Arsuaga que la vida no podía ser trabajar de lunes a viernes y el sábado ir a comprar al supermercado.
R.- Y tenía toda la razón. Pero es que antes nos sentíamos ciudadanos consumiendo, y ahora nos sentimos ciudadanos produciendo.
"Antes nos sentíamos ciudadanos consumiendo, y ahora nos sentimos ciudadanos produciendo"
P.- ¿Sientes, como escritor, que tienes responsabilidad social, responsabilidad política, que no puedes ponerte de perfil?
R.- Yo no siento que nadie me esté esperando a que opine sobre nada (ríe). La responsabilidad que tengo con la escritura es que el pensamiento tiene que servir para generar posibilidades, para construir un imaginario donde ampliemos las vidas, donde atendamos a utopías y rompamos paredes y callejones sin salida. Si yo puedo contribuir un poco a eso, seré muy feliz. Pero llevo un tiempo muy tranquilo porque me siento parte de un coro de muchas voces de hombres y mujeres. No soy un solista.
P.- ¿Te han censurado alguna vez por ser de izquierdas?
R.- Si lo han hecho, no me he enterado, porque soy bastante zote en eso. Hay una cosa que no considero veto: si un medio tiene una línea editorial en la que yo no encajo, me parece legítimo que no cuente conmigo. Eso es línea editorial y cultura empresarial.
P.- Pero las empresas y los medios suelen estar dominados por la derecha. ¿Quedan espacios?
R.- Tampoco me creo con derecho a ocuparlos y no me interesan mucho. Los que no me llaman, entiendo por qué no me llaman. Debo de parecerles un pesado (ríe).
P.- ¿Qué es lo transgresor hoy?
R.- Hay una cosa transgresora que es la ilusión y el intento de felicidad, que suena muy naif, pero es así. Lo utópico es lo transgresor… pero ni siquiera sé si estamos transgrediendo, a lo mejor sólo estamos avanzando. Quizás lo importante no es transgredir, sino no parar en el camino.
"El resultado de las últimas elecciones es desolador, pero me pone en mi sitio: me dan ganas de callarme y de averiguar qué está pasando"
P.- En ‘Maricón perdido’ y en ‘Vidas ajenas’ hablabas de un niño marica de tu generación, uno como tú mismo, ¿cómo es un joven marica hoy, en Madrid, en 2023, en una ciudad donde Ayuso tiene mayoría absoluta?
R.- No lo tengo claro porque ahora los adolescentes viven dos realidades, la de su ciudad y la virtual, la de sus redes sociales, y no sé cuánto impacto tiene la realidad del asfalto para un chaval marica de 14 años. Lo que sí sé es que los lugares de violencia siguen existiendo y que cada vez vamos construyendo más lugares de refugio, aunque en Madrid, por desgracia, no son institucionales. Cambian muchas cosas para bien: ya no existe el marica de la clase, hay muchos chicos maricas y chicas lesbianas, intersexuales, no binarios, trans…
P.- Tú te presentaste en una ocasión por las listas de Ada Colau, bueno, cerrando lista, de forma simbólica, como muestra de apoyo. ¿Cómo vives ahora la vuelta de tortilla que ha dado el panorama electoral y el triunfo de la derecha?
R.- Es desolador, pero me pone bastante en mi sitio y me hace pensar que lo que yo creo que la gente puede valorar a la hora de ir a votar no tiene nada que ver con lo que yo valoro. Me siento muy lejos y me dan ganas de callarme un pco y de ponerme a averiguar qué está pasando, porque se escapa de lo que yo entiendo. Vivimos en burbujas, en círculos de amigos… y hay que salir un poco de ahí y hablar con el mayor número de gente posible.
"No encontraré nunca un partido perfecto, pero el proyecto de Sumar se acerca al modelo de país que yo quiero"
P.- Antes mencionabas a Alba Rico: él ha llegado a decir que hay que sacrificar a Podemos y apostar por Sumar, ¿qué valoración haces tú? Creo que vas a tope con Irene Montero, ¿por qué?
R.- Sí que voy a tope con ella. Ha cambiado el paradigma cultural, ha abierto un camino interesantísimo, me parece magnífica. Pero también creo en el proyecto de Sumar. Todo es complicado, no conozco los mecanismos ni las estrategias políticas ni tengo clara mi postura: al menos sé que nunca voy a encontrar un partido perfecto, uno que me represente al cien por cien, pero sí que necesito un proyecto de país y el de Sumar es el que más se ajusta al modelo de país que tengo yo en la cabeza. No creo que haya que destruir a Podemos para hacer Sumar. Podemos ha hecho muchas cosas, y esas batallas y logros deberían recuperarse y continuarse el trabajo.
P.- ¿Cómo definirías a Montero como ministra? ¿En qué sentido dices que ha cambiado el paradigma cultural?
R.- Entiendo que todo el asunto de la ley del sí es sí ha sido muy polémico por las rebajas de pena, pero también ha incorporado elementos importantes, como no revictimizar a las mujeres o diferenciar el abuso y la violación. Irene Montero nos ha ayudado a replantear qué es un abuso y qué no, y nos ha hecho pensar en un montón de cosas que hacíamos por inercia, o cómo ejercíamos poder sobre la mujer en muchísimos casos.
Y nos ha obligado a repensarlo no desde lo punitivo, sino desde lo conceptual, y eso es importante: al principio todo el sector reaccionario atacaba la le porque consideraba que el hombre quedaba al albur de cualquier desaprensiva, pero lo único por lo que la han acabado tumbado ha sido por el asunto de las penas, porque todo lo que hay alrededor es magnífico. Y la nueva ley LGTBI es estupenda. Se habla de feminismo, de clase, de derechos laborales. El Ministerio de Igualdad ha hecho muchísimo con Irene Montero a la cabeza.
P.- Culturalmente, ¿España es un país de izquierdas o de derechas? ¿O, simplemente, somos ingobernables, anarquistas...?
R.- España es un país que podría ser de izquierdas, pero nos pierde la simpatía y el síndrome de Estocolmo. Nos caen simpáticos los caciques. Entendemos que merecemos una vida mejor y un reparto más justo de la riqueza, pero tenemos demasiada buena relación con los caciques, porque nos los venden muy simpáticos… La sociedad es una cosa y los medios de comunicación son otra, y son todos de derecha más o menos moderada.
Pero España tiene una cultura que también tiene que ver con la rebeldía, con el avance, no creo que sea un país reticente al cambio, abrazamos los cambios de manera maravillosa. El problema es que al final acabamos pidiendo que nos gobiernen “los que saben”, y nos han incorporado a nuestro imaginario que “los que saben” son los ricos, porque para eso hicieron dinero, porque han estado toda la vida, porque saben qué hacer… Los mecanismos de poder son de derechas. Cuando la izquierda llega lo primero que hace es encajar en un sistema en el que no participó en su construcción. Pero España no es un país rancio. Es un país abierto al progreso y a la diversión.
"La ultraderecha, ante el avance feminista y LGTBI, tuvo que salir del cortijo y arremangarse y madrugar por una vez, eso me gusta"
P.- ¿En quién piensas cuando dices “caciques”?
R.- Pienso en toda esta gente de ultraderecha que ante el avance del feminismo y los progresos sociales, LGTB, sindicalistas y obreros tuvieron que hacer una cosa que no se esperaban, que fue dejar su puesto en el cortijo y arremangarse y madrugar para hacer política. No pensaron que tendrían que mancharse las manos. Es buena señal que se hayan dado cuenta de que las cosas no van a funcionar más como ellos funcionaban, por eso tienen que ponerse ahora a trabajar, lo justo, para que no avancemos y no pierdan sus privilegios, que tampoco son para tanto.
P.- ¿A quién harías ministro de Cultura? Es un pequeño juego, no tiene que ser nadie de la política.
R.- A Rodrigo Cuevas, aunque le pido perdón desde ya porque vaya putada (ríe). Es alguien que conoce la cultura desde lo popular, lo folclórico, lo colaborativo, habla con todo el mundo, mezcla, investiga, tiene interés, curiosidad, y ha sido capaz de poner en marcha proyectos en su pueblo, como un nuevo teatro. Me gusta su ideología y me gusta su capacidad de crear cosas inesperadas en lugares inesperados.