No uso reloj de pulsera. Hace años que no lo utilizo. Pero estos días he pensado que me volvería a poner uno que me permitiera llevar en la muñeca esos códigos QR que se han convertido en los nuevos salvoconductos para moverse ahora en el mundo marcado por la Covid-19. QR, mon amour.
En las últimas cuatro semanas, no he hecho más que enseñar códigos QR al entrar en aeropuertos, aviones, museos, hoteles, restaurantes y hasta taxis de España, Italia, Francia y Suiza. La bienal de Venecia es un despliegue de QR si quieres saber de qué va la muestra. Una muestra titulada ¿Cómo viviremos juntos?. Yo he sacado mi propia conclusión: enseñando a todas horas códigos QR.
Ahora que he vuelto a viajar internacionalmente por asuntos de trabajo tras una temporada en suelo patrio, ya no tengo miedo a los contagios sino a perder el móvil o quedarme sin batería y convertirme en algún país en una paria sin QR incapaz de acreditar mi condición de sujeto vacunado y sujeto que ha cumplimentado el papeleo digital de cada país. ¿Dónde he puesto el móvil? Rebusco en un bolso digno de Mary Poppins mientras aterrizo en Suiza.
El aeropuerto de Ginebra, con menos tráfico del habitual, es ese agradable ejemplo de eficacia helvética. Es al mismo tiempo un formidable showroom de marcas de relojes. La última vez que estuve creo que había más publicidad de bancos. Ahora lo acaparan todo. Esos elegantes anuncios de relojes que siempre marcan las 10 horas y 10 minutos por cuestiones estéticas y porque se ve mejor la marca. Encima de las cintas de equipajes hay grandes Rolex, como los que he visto en Wimbledon.
Tiendas cerradas
El despliegue contrasta con el hecho de que algunas tiendas estén cerradas. Las duties frees vacías. Las pérdidas en los locales libres de impuestos de los aeropuertos las imagino monumentales durante estos últimos y largos meses. Y mientras pienso en ello, reparo en un anuncio de Omega. Daniel Craig. Sin tiempo para morir. Tengo ganas de verla. Será la primera vez que vuelva al cine en casi dos años. Tengo curiosidad, entre otras cosas, por los inventos de Q. Seguro que mi deseado reloj con lector de código QR palidece ante sus ingenios.
La inauguración de un lujoso hotel, The Woodward, llamado a convertirse en el mejor de la ciudad, me ha traído hasta aquí. Desde la terraza de mi suite en el precioso edificio que fuera la sede ginebrina del HSBC de la avenida Wilson observo las tranquilas aguas del lago Lemán.
Del otro lado, veo alineadas las principales casas de relojes. Observo sus nombres y sus logos. Es el front row del prestigioso Swiss Made. La historia de porqué los suizos hacen relojes es interesante. La recuerdo mientras observo las tranquilas aguas del lago desde la terraza de mi suite. Todo se debe a las guerras de religión. Los hugonotes (protestantes franceses) fueron masacrados en Francia y muchos huyeron a Suiza.
Numerosos orfebres y joyeros galos establecidos allí tuvieron que adaptarse a una mentalidad calvinista que detestaba la ostentación: dejaron de hacer joyas y recargados ornamentos para las iglesias, porque no tenían encargos, y aprovecharon su buen hacer en el oficio en la incipiente industria de los relojes.
Me gusta recordarlo porque los relojeros suizos tienen una formidable capacidad de supervivencia. Superan guerras mundiales, pestes, el paso del tiempo, la competencia de nuevos y agresivos actores en juego.
6,9 millones menos
Su primera gran crisis llegó cuando los japoneses sacaron los relojes de cuarzo. Parecía que todo había acabado para ellos a finales de los años 70, especialmente en el segmento de los relojes más económicos. Su contraataque fue un éxito rotundo: crearon Swatch, un caso de éxito con el nombre propio de Nicolas Hayet que se estudia en todas las escuelas de negocio del mundo. Coloridos, simpáticos, emocionales, coleccionables, baratos pero fiables y estiloso. Yo también tuve uno. De Snoopy.
Ya en la calle, me dirijo a la zona comercial pensando en los nuevos enemigos. Tras los japoneses, llegaron los norteamericanos, los chinos, el mundo digital, la Covid-19... 2020 ha sido un año nefasto para la industria relojera para el país helvético. Según datos oficiales de la Federación de la Industria relojera suiza, los ingresos por las exportaciones de relojes han caído un 21,8%.
El año 2020 ha sido nefasto para la industria relojera en el país helvético con una caída del 33% en las exportaciones
El segundo cuarto del año registró un hito histórico con una caída del 61,6% en relación con el mismo periodo del año anterior. El número de relojes exportados durante el año sufrió una caída del 33,3%, lo que significa que salieron del país para su venta en el exterior, 6,9 millones de relojes menos que en 2019.
El declive, según el mismo estudio, afecta con más fuerza a los relojes de menos de 500 francos suizos, lo que no hace más que reforzar la tendencia de los últimos años.
La realidad en las principales tiendas de Ginebra parece corroborar esta situación en el mercado doméstico. Un simple vistazo a los locales de las calles de Rue de Rhône Rue y de la más popular Rue de la Croix-d'Or es un ejemplo de que no están en el mejor momento. En las sedes lujosas apenas hay nadie, por lo que el contraste con el número de empleados y personal de seguridad es mayor. Pienso en la cantidad de veces que ponen y quitan los relojes de los escaparates a la hora de la apertura y del cierre sin, tal vez, haber vendido un solo reloj. Tal vez uno o dos.
El caso de Swatch
En la colorida tienda de Swatch no me recibe Snoopy sino James Bond. Un cartel a tamaño real de 007 con este traje gris claro que parece no pasar nunca de moda, un reloj asomando por la manga del brazo izquierdo, un Aston Martin aparcado detrás y ese aire de tipo cool.
¿Pero no llevaba Daniel Craig un Omega en el aeropuerto? ¿Por qué me recibe en la tienda principal de Swatch? Swatch no es solo una marca de relojes, es también un gran conglomerado que tiene bajo su paraguas 19 firmas en diferentes rangos de precio y segmentos. Desde Breguet (el reloj de Maria Antonieta, lo que me recuerda mi reciente estancia en Versalles) hasta Omega, Longines, Rado, Hamilton…
Soy la única en la tienda. No tienen reloj de Snoopy, pero descubro, para mi sorpresa, una edición limitada de un Swatch diseñado por Q con motivo del estreno de Sin tiempo para morir. ¿Tiene lector de QR?, pregunto. Me temo que no. Y me enseñan unos modelos que sirven para pagar en algunos establecimientos.
Mientras me dirijo a la tienda de Omega pienso en la guerra entre los llamados smartwatches y los relojes analógicos y cómo se resolverá la situación en un futuro. Según datos del Global Smartphone Shipments Tracker de Counterpoint Research, la venta de este tipo de relojes se incrementó ligeramente en 2020 y Apple consolida su posición, seguido de Samsung y Huawei. Apple Watch Series 6 y SE vendió casi 13 millones de unidades en 2020.
¿Y el Rolex?
Y mientras prosigo mi paseo por relojerías vacías pienso en la curiosa paradoja: cualquier jovencito de hoy con un reloj de este tipo lleva en su muñeca más funcionalidades que el reloj que luce el superagente. Qué curiosa paradoja, Sr Q. Cómo iba a imaginar un escenario así Ian Fleming cuando escribió la primera entrega de su personaje en 1952.
El escritor, deseoso de hacer más creíble al personaje, le dotó de objetos reales, con nombre propio, con la principal finalidad de hacerle más creíble entre sus lectores, para hacer del él también un tipo refinado tal vez no muy en consonancia con su sueldo de militar. James Bond, licencia para gastar. Aston Martin, Taittinger, cigarrillos Moreland, mermelada Tiptree Little Scarlet y Rolex.
Sí, el reloj original y genuino del agente creado por Fleming no fue otro que un Rolex Oyster Perpetual. De hecho, es el que siempre lució Sean Connery. Pero vivimos sin tiempo para recordar, en los tiempos del product placement, en los tiempos de afinar complejas maquinarias que no tienen nada que envidiar a los tourbillones.
Son maquinarias complejas donde interviene la publicidad, el marketing, los embajadores de marca, las alfombras rojas, los eventos deportivos, las celebrities, los estrenos, los escaparates en aeropuertos de medio mundo y las ediciones limitadas.
Cuando llego a la principal tienda de Omega en Ginebra, cuya dirección me han facilitado en la vecina tienda de Swatch, compruebo con sorpresa que está temporalmente cerrada por reforma. No me parece el mejor timing, precisamente la semana del estreno de la última entrega de James Bond. Me dirijo a una más pequeña cercana.
Omega no es solo el patrocinador sino que tiene un vínculo muy estrecho con el hombre del momento, que no es otro que James Bond. La película batió, con 34 millones de dólares, el récord de recaudación de la franquicia durante el fin de semana de estreno en el Reino Unido. El estreno ha provocado los mejores tres días de taquilla en los 60 años de historia de las aventuras del más famoso agente al servicio de su majestad. Cuando el cine parecía medio muerto, llega James Bond a su rescate.
La película fue, con 34 millones de dólares, récord de recaudación de las películas de James Bond en Reino Unido
¿Pasará lo mismo con los relojes que con tanto estilo representa? ¿Cuántos espectadores de la última entrega llevan reloj en su muñeca? Pienso en esta pregunta en el avión de regreso a Madrid, cuando dejo atrás las duties frees vacías del aeropuerto de Ginebra, las tiendas con más relojes que compradores, los códigos QR.
"Ya estoy en casa". No hay nadie. Se han ido al cine a ver la última de James Bond. Vaya. Sin tiempo para mamá. Mis hijos tampoco llevan reloj. Mis alumnos de universidad, mayoritariamente, tampoco. Miran la hora en sus móviles. ¿Ha pasado el tiempo de los relojes de pulsera? Pregunta abierta.
Lo que parece que no ha pasado es la hora de James Bond, capaz de sobrevivir a todos y a todos. Incluido a Amazon. Amazon se hizo con la productora de James Bond, la MGM, en mayo pasado por 8.450 millones de dólares, en un momento decisivo para la industria del entretenimiento. Ha adquirido los derechos de todas las películas de la saga y puede convertirse en una pieza decisiva en el futuro.
¿Veremos algún día sus estrenos en Amazon Prime? Otra pregunta abierta. Por el momento, Jeff Bezos, se estrenó en el espacio con un Omega en la muñeca. El Omega Speedmaster, conocido como el Moonwatch. Omega se asocia ahora con James Bond pero antes, especialmente, con el reloj de los tripulantes del Apollo XI. El primer reloj en la luna.
Eso sí, Bezos encargó correas personalizadas con el nombre Blue Origin. Así es que ya tiene algo en común con la nueva criatura de su extraordinaria colección de adquisiciones que seguramente en un futuro incluirán todo tipo de cosas que ni si quiera soy capaz de imaginar, como metaversos y otros inventos que creo que me vienen demasiado grandes. En conclusión, echo de menos a Snoopy.