La idea era tan buena, que parece mentira que a nadie se le hubiera ocurrido antes. Tanto, que es difícil de creer que hoy no sea una realidad. Y eso que los científicos lo siguen buscando, continúan persiguiendo ese Santo Grial que es diagnosticar el cáncer mucho antes de que empiece a hacer estragos en el organismo y hacerlo, además, sin que el paciente tenga que sufrir un ápice. Por ejemplo, con una sola gota de sangre para cuya extracción no haga falta ni tan siquiera una aguja.
A principios de la década de los 2000, una mujer afirmó haberlo conseguido. En 2003 y con sólo 19 años, Elizabeth Holmes (38) fundó una empresa cuyo propio nombre era toda una declaración de intenciones: Theranos, una interesante mezcla entre los términos diagnóstico y tratamiento en inglés.
Era una compañía biotecnológica que en 2014 había cambiado su sede a un acristalado edificio en Stanford Research Park, en Palo Alto (California), un lugar emblemático para cualquier emprendedor. Allí se inventó el ratón del ordenador, creció Facebook y tuvo sus primeras oficinas Tesla. Poca broma.
Pero Theranos se disolvió en 2018, cuando ya fue totalmente evidente que las promesas de su fundadora eran falsas, algo que se expuso públicamente por primera vez en un artículo de The Wall Street Journal publicado en 2015. No, el cáncer (y 239 enfermedades más) no se podía diagnosticar tras pincharse el dedo en un supermercado y todos los inversores que habían creído a Elizabeth habían sido engañados.
Este martes se estrena en Disney+ la serie The Dropout: auge y caída de Elizabeth Holmes. Lo hace poco después de que haya concluido el último juicio a la que se denominó la Steve Jobs de la Medicina, porque sus sistemas de análisis de sangre iban a revolucionar la salud como el iPhone las comunicaciones.
Holmes está a la espera de recibir sentencia, lo que sucederá el próximo 26 de septiembre de este 2022. Ha conseguido pasar en libertad el tiempo que queda hasta entonces gracias a una fianza de medio millón de dólares, garantizada por sus propiedades. Y eso que, en 2016, Forbes pasó de estimar su fortuna en 4.500 millones de dólares a 0.
"No sólo cruel, también criminal"
El fiscal del caso, Jeff Schenk, dijo en su alegato final en el último juicio -que comenzó en septiembre de 2021- que Elizabeth había elegido el fraude por encima del fracaso empresarial. "Escogió ser deshonesta con inversores y pacientes. No sólo fue cruel, fue criminal". El jurado la declaró culpable de defraudar a los inversores, pero no culpable de hacerlo con los pacientes.
La historia de Holmes lo tenía todo para protagonizar una serie mucho antes de saberse que mentía. El personaje resultaba también fascinante cuando era el ejemplo de cómo se puede conseguir el éxito siendo joven y mujer emprendedora. Ella vendía la imagen de que había que intentar lo imposible y que ninguna empresa tenía sentido como tal si no venía acompañada de una misión. La suya: que nadie tuviera que perder a un amigo o un familiar antes de tiempo.
Elizabeth nació en 1984 en Washington, hija de dos trabajadores gubernamentales. Su tatarabuelo Christian R. Holmes fue decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cincinatti tras emigrar desde Dinamarca. Fue un gran filántropo y existe un hospital con su nombre. Fue un detalle que llamó la atención de algunos de los posteriores inversores de Theranos; con ese antepasado, era lógico que Holmes quisiera revolucionar la Medicina.
Los inicios
No le faltaban cualidades a la joven Elizabeth, pero sí había algo llamativo para ser una futura médica: desde niña, le aterraban las agujas, o al menos eso se encargó de repetir cuando ya era famosa.
En el documental La inventora. En busca de sangre en Silicon Valley (HBO Max), ella misma cuenta que, de niña, sus mejores amigos eran los libros y que apenas veía la televisión. Probablemente esto influyó en que fuera una excelente estudiante y pudiera ingresar sin problemas en una de las universidades más prestigiosas de EEUU, una de las pertenecientes a la IVY League: Stanford.
Para entrar en una de esas universidades no sólo hace falta tener buenas notas. Los comités de admisión valoran la iniciativa y la proactividad y Holmes iba sobrada de ambas. Tanto, que en su primer año en el campus de Palo Alto pidió asesoría, como muchos otros estudiantes, a Phyllis Gardner, una eminente bióloga y profesora del centro. Le contó su idea: desarrollar un test que simultáneamente detectara una infección y administrara antibiótico, todo ello a través de una punción digital. "Era físicamente imposible y así se lo hice saber. Más de una vez", cuenta Gardner en el documental.
Pero la profesora la derivó a un colega para que le ayudara. El ingeniero Channing Robertson animó a Elizabeth a perseguir su idea, que cambió ligeramente desde la original. Holmes ya no buscaba una pequeña máquina que diagnosticara y tratara a la vez las infecciones: quería ir más allá.
Ya se ha hablado de que la joven tenía miedo a las agujas y eso lo hacía extensible a toda la población. De ahí su nueva idea, un dispositivo que sacara una mínima muestra de sangre del dedo. Ese tubito de tamaño mínimo se introduciría después en una pequeña cajita blanca que, a su vez, se insertaría en la joya de la corona de la empresa: el Edison. El dispositivo, de color negro y del tamaño de una pequeña cajonera, analizaba la sangre y detectaba, en teoría, hasta 240 enfermedades, el cáncer precoz entre ellas.
Holmes se preguntaba que por qué los laboratorios de análisis necesitaban tanta cantidad de sangre para detectar enfermedades que, además, hacían necesarias las extracciones y encarecían el proceso. Su discurso tenía la necesaria dosis de conspiranoia; ¿por qué sólo dos grandes laboratorios de análisis se repartían el pastel en EEUU?
Con todas estas ideas y dispuesta a fracasar una y mil veces hasta conseguir sus objetivos, Holmes crea Theranos en 2004, tras dejar Stanford en su segundo curso. El profesor Robertson será uno de sus asesores y dicen que el responsable de la contratación de otro prestigioso científico, Ian Gibbons, que acabaría suicidándose en 2013. Su mujer acusa directamente a Holmes de este evento: el bioquímico no pudo soportar trabajar en una gran mentira.
El gran embuste
Durante casi 10 años, Theranos trabajó en un considerable anonimato. No publicaron ninguna nota de prensa, pero la actividad de Holmes y su segundo, Ramesh Sunny Balwani, jefe de Operaciones y, según los rumores, pareja sentimental de Holmes, era imparable. Para los empleados de seguridad de Theranos, eran Águila 1 y Águila 2 y así anunciaban su llegada a la sede.
Consiguieron aumentar su capital de forma exponencial y hacerlo además con inversores muy conocidos, casi todos hombres mayores fascinados con la determinación de Holmes. Por destacar sólo a algunos, el exsecretario de Estado de EEUU Henry Kissinger y el empresario Rupert Murdoch. Todos tenían, además de su edad, algo en común: un absoluto desconocimiento de la Medicina.
A Holmes se le daba muy bien hablar en público. Sabía apelar a lo sentimental -siempre contaba cómo un querido tío suyo había muerto porque lo que primero fue un cáncer de piel se extendió rápidamente a los huesos y al cerebro al llegar tarde su detección- y utilizaba palabras lo suficientemente vagas -como "consumibles"- para no dar detalles, pero que a su vez parecieran cargadas de significado, como han contado los periodistas que la entrevistaron para New Yorker y Fortune, dos publicaciones que publicaron su historia antes de su caída.
"Lo que pasaba dentro del Edison era secreto de Estado", escribió Ken Auletta, que hizo uno de los perfiles más exhaustivos de la joven para New Yorker. En el mismo, describió como "vaga" la respuesta de Holmes sobre cómo funcionaba la máquina: "Se produce una reacción química que genera señales de la interacción química con la muestra, lo que se traslada en un resultado que se revisa por el personal", le dijo.
Tampoco contaba mucho sobre la actividad empresarial, para salvaguardarse de la competencia que, según ella, no tenía ningún interés en avanzar. Pero sí deslizó que estaba en conversaciones con el Pentágono para utilizar su Edison incluso en el propio campo de batalla, algo que resultó ser falso.
En el supermercado
Hubo un punto de inflexión que puso a Theranos y a Holmes en el punto de mira y sucedió en 2013. La empresa firmó un contrato millonario con Walgreens, una cadena de supermercados muy conocida en EEUU. En Arizona, donde habían conseguido que se cambiara la ley y la gente pudiera hacerse análisis sin prescripción médica, se instalarían decenas de Edison para que la gente pudiera revisar su sangre regularmente. "Será como una película, se podrá hacer una vez al mes y ver la evolución", decían desde la compañía.
Ese año empezaría el principio del fin de Theranos, aunque muchos de sus trabajadores ya sabían que las cosas no iban bien. Según algunos testimonios de los mismos en el juicio, lo que se veía dentro de las Edison -ese "secreto de Estado" del que se habló en el New Yorker- era una pesadilla. Había sangre por todas partes, las muestras se mezclaban entre sí y prácticamente nada de lo que la máquina "decía" coincidía con la realidad.
Gibbons se había suicidado ese año, pero apenas fue a trabajar el año previo, ahogado por depresiones y problemas de salud. Su viuda ha contado que la única llamada que recibió de Theranos tras la muerte de su esposo fue para solicitar los documentos confidenciales que éste guardaba en su casa. Ella los dejó en la recepción.
En 2015, el diario The Wall Street Journal concluyó una investigación de cinco meses. Con innumerables entrevistas y pruebas -incluyendo la comparativa de un análisis hecho con Edison y en un laboratorio convencional-, publicó un artículo que resultó devastador para la empresa y que por fin quitó la venda a los que seguían confiando en Holmes. Apenas unos meses antes, debatía públicamente con Bill Clinton sobre cómo la sociedad no confiaba en la cultura de la prevención.
Posteriormente se ha sabido que la joven, una gran admiradora de Steve Jobs al que imitaba en el vestir -prácticamente sólo con jerséis negros de cuellos vuelto- presionó para que el artículo no saliera a la luz. Previamente, ya había advertido a sus empleados de que de la empresa no se hablaba, ni siquiera en casa.
En la actualidad
En 2018, Theranos se desmanteló, mientras Holmes disfrutaba de uno de los festivales musicales más conocidos del mundo: el Burning Man, que se celebra en el desierto de Nevada. Para entonces, ya había sido multada con medio millón de dólares por Competencia.
A Holmes parece no haberle pesado dejar la lista Forbes -en la que llegó a ocupar el puesto 110-. Al menos hasta que se dicte sentencia, vive como una reina desde que se descubrió su fraude, que ella sólo denomina fracaso.
Quizás ayude el hecho de que en 2019 contrajera matrimonio con William Evans, el rico heredero de los dueños de Evans Hotel Group, con quien tuvo un hijo el año pasado. Los tres viven en una mansión valorada en 135 millones de dólares en la campiña californiana. Son vecinos de Michelle Pfeiffer y Neil Young y, curiosamente, también de Larry Ellison, el cofundador de la empresa Oracle que invirtió en Theranos y perdió muchísimo dinero tras su caída.
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