El 19 de julio de 1808, en una pequeña localidad de la provincia de Jaén, se enfrentaban el ejército francés y el español en la legendaria batalla de Bailén, considerada la primera derrota de los galos en territorio español, algo que no es cierto.
En mayo de 1808, Napoleón había obligado a abdicar al rey Fernando VII en favor de su hermano, José Bonaparte, que pasaría a reinar España desde aquel momento. Estas acciones provocaron la furia del pueblo español, que se reveló contra el nuevo rey y las tropas francesas, comenzando a formar núcleos de resistencia en cada provincia.
En Cádiz, el levantamiento del pueblo español fue tal que se asesinó al gobernador acusado de afrancesado y su sucesor decidió atacar a la marina de guerra francesa que estaba en su puerto. Napoleón ordenó al general Dupont, junto a un ejército de 20.000 hombres, dirigirse a Cádiz para sofocar la rebelión, pero llegaron tarde, sus barcos ya habían caído, y partieron de regreso para ser derrotados en Bailén.
Bajo el mando del teniente general Tomás de Morla, entre el 8 y el 14 de junio de 1808, la bahía de Cádiz fue testigo de la batalla de la Poza de Santa Isabel, una batalla naval que pocos recuerdan, en la que Napoleón fue derrotado por primera vez y que cambió el rumbo de la historia de España y del mundo tal y como lo conocemos.
Tomás de Morla y Pacheco nació en Jerez de la Frontera el 9 de julio de 1747. Hijo de Tomás Bruno de Morla y María López Pacheco de Saavedra y Valle, siguió la tradición militar de su familia y, en 1764, ingresó en la Real Academia de Artillería de Segovia, donde fue distinguido en todas las artes militares obteniendo el grado de subteniente en 1765.
En 1782, con el grado de teniente, participa en el sitio de Gibraltar, distinguiéndose como militar de gran prestigio y valor, tomando parte en los dos grandes intentos de conquistar la plaza, sin éxito, durante los cuales resultó gravemente herido, lo que le obligó a retirarse del servicio durante un tiempo.
Legendario artillero y estratega
Tras recuperarse y para aprovechar su talento y experiencia, regresó a la Academia de Artillería de Segovia como profesor de táctica militar, completando y ampliando los trabajos de algunos de sus colegas escribiendo importantes estudios sobre artillería, fortificaciones, pólvora y metalurgia que quedaron recogidos en su magistral Tratado de Artillería para uso de la Academia de Caballeros Cadetes del Real Cuerpo de Artillería. Esta brillante obra tendría gran influencia en varias generaciones de artilleros y fue traducida a varios idiomas empleándose como texto de enseñanza de artilleros en Holanda, Francia o Alemania, lo que le valió para ser ascendido a teniente coronel en 1784.
En abril de 1787, fue enviado junto a Jorge Juan Guillelmi y Andrada, a un viaje de cuatro años por diversos colegios militares en Holanda, Austria, Inglaterra, Francia, Prusia e Italia para conocer e informar sobre los últimos avances de la artillería y la fundición de cañones.
Las siderurgias inglesas le causaron tal impacto que se trajo a España numerosos documentos sobre sus métodos para fundir bronce y construir cañones, para que fuesen enseñados a los alumnos de la Academia de Artillería de Segovia. A su regreso fue destinado a Barcelona, donde asciende a brigadier en 1792 y se encarga de dirigir la nueva fundición de cañones, perfeccionando sus diferentes procesos de fabricación.
En 1793 es enviado a la Guerra del Rosellón, que enfrentó a la Francia revolucionaria contra los reinos de España y Portugal, donde es ascendido a teniente coronel, distinguiéndose como uno de los mejores estrategas de su tiempo, ofreciendo recomendaciones estratégicas que dieron brillantes resultados durante la contienda, hasta que fueron despreciados provocando desastrosos resultados.
Tras finalizar la guerra asciende a teniente general y Godoy le designa para que reforme y actualice las fábricas de pólvora de Murcia y Granada. Tras terminar su trabajo publica Arte de fabricar la pólvora, una obra que se convirtió en obligatoria en gran parte de las escuelas de artillería de Europa.
Trafalgar
En 1805, tras la batalla de Trafalgar, en la que la flota franco española fue derrotada por la Royal Navy, los pocos buques que se habían salvado buscaron refugio en la bahía de Cádiz, donde fueron bloqueados por una flota inglesa comandada por el almirante John Child Purvis, que impedía que los franceses pudieran salir.
Esta situación se prolongó hasta 1808, año en que las relaciones entre la flota española y francesa resguardadas en Cádiz comenzaron a ser más tirantes, motivo por el cual el almirante al mando de los navíos franceses, François Étienne de Rosily-Mesros, ordenó a sus hombres que no desembarcaran a tierra, temiendo que fuesen linchados por la población local debido al estado en que se encontraba la alianza entre Francia y España. Además ordenó pegar e intercalar sus barcos a los españoles, para que no pudieran dispararles.
[El día en el que el marino español Antonio de Oquendo venció a la Armada Invencible holandesa]
Ante el peligro de que esta aislada escuadra sucumbiera, Napoleón envió al general Pierre-Antoine Dupont de l'Étang a Andalucía al mando de un ejército de 20.000 hombres con la misión de ayudar a su flota y, junto a ella, hacerse con el dominio de la región.
El gobernador militar de Cádiz y capitán general de Andalucía, Francisco Solano, dio orden de vigilar a las naves francesas con una pequeña flotilla compuesta por embarcaciones civiles. Además, ordenó fortificar las defensas costeras y reforzar las guarniciones.
Mientras, en Sevilla se había constituido la Junta Suprema de España e Indias presidida por Francisco de Saavedra, que envió una orden clara a Solano: atacar a los franceses. Pero Solano no estaba convencido y adoptó una actitud pasiva y ambigua afirmando que, sin refuerzos, no podrían expulsar a los enemigos de la bahía. Cuando los gaditanos se enteraron de la orden y vieron que Solano no iba a hacer nada, se amotinaron y lo ejecutaron acusado de afrancesado.
Tomás de Morla toma el mando
La Junta Suprema decidió nombrar a Tomás de Morla como su sucesor. Rápidamente, comenzó a organizarlo todo. Separó las naves españolas de las francesas y reunió todos los medios que tenía disponibles a su alcance. Tenía tres fuertes, los barcos de guerra que se hallaban en puerto y varias lanchas que podían ser empleadas como cañoneras, unos veloces barcos armados con artillería y que eran muy complicados de eliminar por los pesados buques enemigos.
Instaló nueve baterías de artillería en diferentes puntos estratégicos, desmanteló otras y las cambió de lugar, dispuso dos naves para defender la entrada al arsenal de La Carraca y levantó decenas de posiciones de batería falsas para desviar y confundir al fuego enemigo. Pero tenía un grave problema: casi no tenía pólvora ni munición, ya que habían sido entregadas a los franceses, así que Tomás ideó un plan: hablar con los ingleses que bloqueaban la bahía.
Cuando el almirante Purvis fue informado de lo que pretendían hacer, se ofreció para entrar en la bahía y ayudar a los españoles a acabar con los navíos franceses, pero Tomás no quería ser responsable de un nuevo Gibraltar, así que educadamente le contestó: “Esto es algo que deben hacer los españoles”. Sin embargo, no rechazó el ofrecimiento que le hicieron de pólvora y munición, el objetivo de su plan.
El almirante francés procuró, con mucho tacto, alargar el inicio del inevitable combate con la esperanza de recibir pronto la ayuda del general Dupont y sus 20.000 hombres. Además, movió sus navíos a la Poza de Santa Isabel, un pozo circular de 300 metros de diámetro y 20 de profundidad que permitía navegar y maniobrar a sus buques de mayor porte y donde podía atrincherarse mientras escribía cartas desesperadas a Napoleón pidiendo ayuda.
Comienza la guerra
Finalmente, el 9 de junio de 1808, tras la declaración de guerra oficial a Francia por parte de la Junta Suprema de España, Tomás envió una última advertencia a Rosily: “Ríndase o soltaré mis bombas y balas, que se volverán rojas si usted se empeña”. El francés se negó a capitular, así que se inició el combate.
Los galos consiguieron aguantar de manera bastante digna mientras los españoles desplegaban todo su ingenio para doblegarlos. Durante tres días fueron bombardeados por tierra y mar incesantemente, aunque poco a poco la intensidad iba disminuyendo debido a la escasez de pólvora y por el lamentable e insostenible estado en que se encontraba la flota francesa, a la cual no querían hundir, sino someter.
Rosily seguía intentando ganar tiempo enviando cartas a Tomás en las que pedía que dejasen salir a su escuadra si no plantaban batalla o proponiendo desembarcar el armamento y permitiéndoles permanecer a bordo, pero el español se negó. Solo aceptaría la rendición sin condiciones.
Finalmente, el 14 de junio, superado, humillado y consciente de que no podría resistir más, el almirante Rosily se rindió en la que sería la primera derrota de Napoleón en un combate en España.
Ese día se hicieron 3.676 prisioneros y un botín de 5 navíos de línea y una fragata, 456 cañones, gran cantidad de pólvora y municiones y cinco meses de provisiones.
Con los barcos capturados, la flota española se componía de 37 navíos de línea y 24 fragatas, la tercera fuerza naval del mundo, pero durante la Guerra de la Independencia todas las prioridades se dieron al ejército de tierra y la marina fue abandonada y olvidada, convirtiéndose en viejos cascarones sin tripulaciones, sin mantenimiento y sin armamento.
Cuando Dupont y sus 20.000 hombres llegaron a Cádiz ya era demasiado tarde y regresaron al norte para ser derrotados en la legendaria batalla de Bailén, donde Tomás de Morla también participó y tras la cual fue enviado a Madrid para dirigir la defensa de Madrid, ciudad que Napoleón había amenazado con arrasar, tras ser informado de la batalla de la Poza de Santa Isabel.
El traidor
La misión de Tomás era la de oponer tal resistencia a Napoleón que desistiera en su empeño por desgaste, pero el español estaba convencido de que nada podían hacer frente a los 45.000 hombres de la Grande Armée, el Ejército Imperial Francés, comandado por el mismísimo Napoleón Bonaparte, si éste se empeñaba en tomar Madrid, su objetivo prioritario.
La Junta de Defensa envió a Tomás a parlamentar, pero fue recibido por Napoleón con desprecio, probablemente con el rencor debido al papel del español en las derrotas infligidas en Cádiz y Bailén. Durante las conversaciones, Tomás se entregó como prisionero y rindió la ciudad para evitar un inútil derramamiento de sangre.
Fue acogido por José Bonaparte, que le nombró consejero de Estado, pero su decisión motivó que fuese tachado por los españoles de cobarde y acusado de traidor, se le despojó de todos sus honores y se le incautaron todos sus bienes. Con la llegada de Fernando VII al trono lo perdió todo y se retiró enfermo y desmoralizado de la vida pública.
El 6 de diciembre de 1811, el héroe que derrotó a Napoleón por primera vez, una de las figuras históricas más controvertidas, polémicas, olvidadas y también más importantes de la historia de España, Tomás de Morla y Pacheco, moría olvidado en Madrid.