Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, un oficial de la inteligencia naval británica consiguió un puesto de trabajo en un periódico y decidió compaginarlo con largas temporadas en Jamaica, donde tiempo después compraría una casa para convertirla en su residencia y a la que bautizó con el nombre de “Goldeneye”.
Su nombre era Ian Fleming quien, una vez instalado, se puso a escribir en febrero de 1952 su primera novela de espías, un proyecto que llevaba rondándole desde el inicio de la guerra. Frente a su máquina de escribir, lo primero que hizo fue pensar un nombre para el protagonista de su obra: James Bond. Pero aquel nombre no era inventado.
Así se llamaba un famoso ornitólogo que había publicado el libro Birds of the West Indies, una obra que es considerada una biblia sobre los pájaros. Cuando el ornitólogo se enteró, envió una carta a Fleming, que le contestó que mientras estaba trabajando en su primera novela de espías leía a menudo Birds of the West Indies y le gustó el nombre del autor para el protagonista de sus novelas.
Novelas llenas de villanos, casinos, acción, armas, ingenio y mujeres, bellas mujeres que no le temen a nada y que forman parte del universo Bond... Ellas fueron inspiradas por una agente doble con la que Ian Fleming coincidió en Gibraltar durante la Segunda Guerra Mundial: la Reina de Corazones, Larissa Swirski.
El nacimiento de una venganza
Larissa nació en Odessa, la actual Ucrania, en 1910, parte en aquel momento de Rusia. Su familia pertenecía a la nobleza que estaba emparentada con los Romanov, la dinastía que gobernó el país hasta la revolución de 1917. Ese año quedó destrozada su infancia y su vida, porque con tan sólo 7 años fue testigo de cómo los bolcheviques no sólo acababan con el régimen zarista, sino también con casi toda su familia. Le arrebataban todo, originando un profundo odio que años después le llevaría a unirse al régimen nazi para vengarse.
Larissa logró escapar junto a su hermana y sus abuelos en un buque de guerra británico que había acudido a salvar a la poca nobleza que había escapado de la masacre, comenzando un largo periplo por buena parte de Europa.
En Berlín aprendió hasta seis idiomas y estudió fotografía, una profesión que le llevó a París, donde abrió un pequeño estudio fotográfico que ganaría cierta fama gracias a su glamuroso origen y a su arrolladora personalidad. Eso le permitiría retratar a figuras de la talla de Rodolfo Valentino o Josephine Baker, mientras pasaba el resto de su tiempo con Salvador Dalí o Coco Chanel, que la utilizaba como intérprete para su clientela rusa.
En Cannes, donde solía pasar los veranos, conoció a Manuel Romero Hume, un piloto militar sevillano de madre escocesa con el que se casó y se mudó a Ceuta, donde había sido destinado tras el fin de la Guerra Civil española, en un momento de la historia en el cual los nazis ya habían invadido Rusia y parecían los futuros vencedores de la contienda.
Espía de Hitler
En 1941, durante una visita a Tánger, los alemanes la convencieron de que su labor contribuiría a derrotar a los que habían matado y expulsado a su familia de Rusia y a recuperar todo lo que habían pedido en Odessa. Y aceptó la oferta. Su nombre en clave: Reina de Corazones.
Tras recibir el entrenamiento pertinente, comenzó su trabajo para los alemanes asistiendo a fiestas de la alta sociedad a las que tenía pleno acceso gracias a su ascendencia aristocrática y a su matrimonio con Manuel.
Tiempo después, su esposo es destinado a Puente Mayorga, muy cerquita de la Línea de la Concepción y de Gibraltar, un lugar que era conocido como el “Spy Row”, el epicentro mundial del espionaje gracias a su cercanía al Peñón.
En su nuevo destino Larissa tenía que ir a Gibraltar casi diariamente, donde la Armada británica tenía una base vital, para tomar nota de la ubicación de posibles objetivos para los buceadores italianos y alemanes, que utilizaban bombas lapa para hundir a los barcos aliados en el peñón.
Larissa, además, se llevaba a su hija para disimular y para no levantar sospechas mientras tomaba fotos con una diminuta cámara Minox. En una ocasión fue detenida en la aduana por los británicos y tuvo que desnudarse por completo, ya que creían que ocultaba esa cámara, pero pudo esconderla en una bota de su hija y el carrete en uno de sus guantes.
Espía de Churchill
Pero en 1943 recibe la visita de su hermana, Ala, que vivía en París y formaba parte de la Resistencia Francesa, y que le contó la verdad sobre el régimen nazi, noticias que no llegaban a la España de Franco. Se sintió tan engañada que decidió trabajar como agente doble para los británicos.
Ese mismo día fue a Gibraltar para ofrecerse a los servicios secretos aliados. Fue atendida por David Scherr, su futuro superior, en una escena que quedó recogida en los archivos secretos del MI5 desclasificados décadas más tarde. Tras sentarse frente a su escritorio, cruzó las piernas, encendió lentamente un cigarrillo, sonrió y dijo: “Soy la Reina de Corazones, ¿quién eres tú?”.
En pocos días ya trabajaba como agente doble, momento en el que conoció a Ian Fleming, un joven teniente de la marina inglesa destinado en Gibraltar desde 1941, que la inmortalizó en su primera novela, Casino Royale, como la arrebatadora Vesper Lind, el gran amor de James Bond y origen de las chicas Bond.
Durante su servicio, fue descubierta por los nazis, pero la inteligencia británica pudo salvarla antes de que acabaran con ella, no sin antes dar un último golpe: el desmantelamiento de los comandos de hombres rana que atacaban a los aliados en Gibraltar y que era la antesala de una invasión del peñón.
Acabada la Segunda Guerra Mundial, se trasladaron a Sevilla, nuevo destino de Manuel, a quien comunicaron desde el Gobierno español que las actividades de su mujer podían perjudicarle, motivo por el que Larissa dejó de espiar y comenzó una vida anónima que acababa el 13 de mayo de 1977.
Atrás quedaban las aventuras de una mujer cuyo papel fue crucial para evitar la invasión de Gibraltar, que daría el control del Estrecho y del Mediterráneo a los nazis, una circunstancia que, probablemente, habría cambiado el rumbo de la Segunda Guerra Mundial.
Por cierto, al James Bond real nunca le molestó que le robaran el nombre, excepto cuando viajaba y las autoridades creían que su pasaporte era falso, cuando le denegaban canjearle cheques de viaje porque creían que se trataba de alguna broma o cuando algunas chicas telefoneaban a su casa de madrugada preguntando por James Bond.
En la carta que Ian Fleming le envió contestándole, le decía: “Entiendo que estén enojados por el robo del nombre. A cambio, puedo ofrecerle a James Bond el uso ilimitado del nombre Ian Fleming para cualquier propósito, incluso para bautizar alguna horrible especie”. Fleming llegó a invitar a este hombre y a su esposa a su casa en Jamaica y surgió una gran amistad. El escritor le regaló una copia de su novela You Only Live Twice (Sólo se vive dos veces), dedicada: "Al verdadero James Bond, del ladrón de su identidad".