Cameron o cómo hacer el ridi
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A toro pasado, era un pésimo augurio que un primer ministro del Reino Unido tuviese más cara de tercer moranco que de quinto beatle. En vez de una bella canción tenía que salirle un chiste malo, y no precisamente de humor inglés. Nos enturbiaron las buenas notas de David Cameron en Eton y Oxford, así como sus buenos trajes, su buena dicción y la creencia en el seny de los británicos, que resulta haberse evaporado como el de los catalanes.
Precisamente un catalán ilustre, Josep Tarradellas, que parecía un inglés de los de antes, dijo la célebre frase de que en política se puede hacer todo menos el ridículo. Cameron lo ha hecho hasta convertirse en el hazmerreír de Europa. Le tomó afición a convocar referéndums, que es como jugar a la ruleta rusa con el electorado, y en el tercero le tocó ya la bala que ha acabado con su vida política. Aunque no con su memoria: obtiene de regalo la deshonra, que es otra forma de posteridad. Conforme vayan brotando los efectos del brexit, todos, británicos y no británicos, nos vamos a acordar mucho de él. Ha sido una especie de maracanazo en el país que inventó el fútbol.
Todo por no tener personalidad con los populistas: por ceder a ellos como si fuese el hombre blandengue del Fary. Y también por trasladar fuera de su partido –a su país y a toda Europa, nada menos– las batallitas internas de su partido. Un hombre pequeño que obtiene como logro un desastre grande. Otro hombre minúsculo, Trump, ha calificado de “grandioso” el brexit. Y Marine Le Pen se ha apresurado a envolverse en la bandera del Reino Unido, como –según dijo otro inglés de los de antes– hacen los (¡y las!) canallas. Entre nosotros, Iglesias, Garzoncito, Echenique, Pisarello y los nacionalistas se han enredado en malabarismos para salirse (solo retóricamente) de la corriente en la que están. Como si hubiera populismos buenos y malos y encima el bueno fuese el de ellos.
Mi amigo Antonio García Maldonado ha recordado la maldad del gran Churchill (no confundir con nuestro Churches) sobre el laborista Clement Attlee: “Un taxi vacío llegó al número 10 de Downing Street, se abrió la puerta y salió Attlee”. El viernes Cameron pronunció su discurso de derrota ante el 10 de Downing Street y en octubre se lo llevará otro taxi vacío. Fue la jornada también de la rehabilitación de Neville Chamberlain, que, como señaló Roger Senserrich, ha dejado de ser el peor primer ministro británico de la historia.
En realidad, Cameron nos ha echado un capote a muchos. Veo que nació en 1966, que es el año en que nací. Es un alivio saber que, por mucho que yo haga el ridículo en mi vida, nunca seré el nacido en 1966 que más haya hecho el ridículo. Tampoco (¡espero!) el que haya hecho más daño