Vida de Monte Pindo: pasado y presente del monte más mágico de Galicia
Del paganismo y la religión al patrimonio inmaterial a través de Pepe do Fieiro
7 octubre, 2023 05:00Con ochenta y ocho años, Pepe do Fieiro sube el monte con agilidad, el conocimiento de muchos años estudiando y viviendo el lugar y los ojos atentos a las pistas de un tesoro. El primer punto de contacto, es en la puerta de su casa para que nos lleve al Monte Pindo, situado entre los municipios de Cee, Dumbría, Carnota y Mazaricos y las Rías de Corcubión, Muros y Noia.
A los siete años, Pepe do Fieiro empezó a subir al monte para pastorear las cabras. Subía con otros niños, la mayoría más mayores, que también ayudaban a sus familias… Que antes era así, que lo de que los niños no pueden trabajar es una cosa de los últimos tiempos y quien no lo ha vivido, seguro que ha escuchado muchas veces aquello de Tiñas que saber ti o que é traballar, ías ver como non te volvías queixar. Lo cierto es que Pepe sonríe al rememorar su infancia y ha dedicado años a investigar y divulgar las historias, mitos y particularidades del mundo entero que es el Pindo. No puede distanciarse ni dejar de soñar con las reliquias que, desde los siete años, mantiene la esperanza de encontrar.
O mellor camiño para chegar á Laxe da Moa é o que comeza no lugar do Fieiro, a 5
quilómetros que doadamente se fan en dúas horas… Inda que depende, claro, do que se
enrede. Sei dun lugar desa Laxe onde pode haber un tesouro agochado; é un lugar cuberto
cunhas pedras que semellan postas aí pola man do home (Pepe do Fieiro).
Dos horas caminando y llegamos a un paisaje peculiar debido a los cientos de pilas que se han formado por la descomposición del granito. Se parece a la luna, pero estamos en Laxe da Moa, a 627 metros sobre el nivel del mar. Descansamos, sacamos algunas fotos y continuamos por una ruta más complicada hacia a Casa da Xoana. Es ahí adonde me dirijo con el equipo de rodaje del filme documental Monte Pindo. La idea es llegar a la cueva a una hora prudente, grabar la secuencia y deshacer el camino antes de que oscurezca. Pepe do Fieiro no nos acompaña, pero he aprovechado el tiempo para escuchar de su voz las leyendas que son recibidas con la emoción que él siente. Además, se sabe al dedillo la toponimia del lugar.
Le pregunto cómo es esa cueva y él me cuenta historias de las meigas que más de uno afirma haber visto. En concreto, habla del vecino que una noche bajó del monte desquiciado, asegurando que había sido atacado por meigas que lo atemorizaban y espantaban sobrevolándolo. Dicen que se encontraba en estado de embriaguez, pero mientras reímos, pienso que una cosa no quita la otra y que, de existir las brujas amigas de Satán que vuelan en escobas, no es de extrañar que se hayan sentido ofendidas. En esa cueva, también llamada reverte demos, se realizaban aquelarres, dormían las parejas que no conseguían concebir hijos, e incluso se cree que fue un lugar destinado a las cremaciones de los muertos.
Después de un tiempo con él, entiendo que Xosé de verdad mantiene la ilusión infantil de encontrar algo muy especial, y no sería la primera vez que esto sucede: en 1950, su padre desconfió de la colocación de unas piedras y se aventuró a explorar el lugar, topando con una pared semicircular construida con guijarros. Intuyendo que la naturaleza no había sido responsable de la construcción, deshizo la pared y descubrió un jarrón de barro que hoy se encuentra en el Museo do Pobo Galego. Una pieza que, dice, dataría del siglo XV.
Sabemos que la población morisca permaneció en la península tras la caída del reino nazarí de Granada en 1492. Se les había garantizado el derecho a permanecer en los territorios conquistados y seguir practicando su religión y costumbres, hasta que algunos sectores de la Iglesia católica hicieron presión para conseguir su conversión al cristianismo, y en los años sucesivos limitaron, cada vez más, las prácticas que pudieran identificarse con el islam… Aunque, naturalmente, la realidad va por dentro.
Aunque muchas de estas personas permanecieron fieles a sus creencias, tal y como Pepe nos dice que sucedió con aquellos que llegaron a habitar el Monte Pindo, otra parte se fue incorporando a la comunidad cristiana a través del bautismo.
Se analizan siete estudios recientes sobre la huella genética norteafricana en Iberia. En todos ellos se observan las mayores concentraciones de características genéticas asociables con el Magreb en el noroeste de la Península Ibéricai.
Resulta inevitable contagiarse de la ilusión de Xosé ante la posibilidad de encontrar alguno de los tesoros que os mouros dejaron antes de la huida, aunque el más importante que ubican en O Pindo es el de Lupa, una reina que aparece con diversas formas en Galicia: raíña Lopa, raíña Luparia, raíña Luca y raíña Loba, casi siempre descrita como una reina mora. En el documento Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus de principios del siglo XII, se dice que los restos del apóstol Santiago son enviados a Iria Flavia ante Lupa, que a su vez los remite al gobernador de Duio para que él se deshaga del cuerpo. Como el gobernador muere en el intento, Lupa ordena llevar el apóstol al Monte Ilicino. Los mensajeros burlan a un dragón que cae fulminado ante la cruz de Cristo y los toros bravos que cargan con los restos se vuelven milagrosamente mansos. Ante semejante prueba de la santidad del apóstol, la reina Lupa se convierte al cristianismo y hasta colabora en la construcción de su morada.
Lupa es una diosa precristiana, y el culto a Santiago sustituyó al suyo de la misma manera que Compostela sustituyó el Ilicino como entrada al más allá. Se dice que el cuerpo de esta reina fue enterrado en Laxe da Moa, con siete millones a los pies y otros siete a la cabecera ii.
En nuestro camino no damos con los millones, pero sí con otras reliquias como las rocas con formas antropomorfas entre las que destaca el llamado O Xigante y con los restos del Castillo de Peñafiel, construido por orden del obispo Sisnando II en el S.X y destruido durante as Revoltas Irmandiñas en 1467-69.
Llegamos a un punto en el que encontramos el camino cerrado y tenemos que abrirnos paso entre tojos y silvas. A cinco minutos de la cueva —y con mis brazos destrozados— un miembro del equipo de gravación tiene la mala suerte de hacerse daño en una pierna, otro que sufre una bajada de tensión por el esfuerzo y el calor de agosto, otro que dice que no tiene sentido continuar en esas circunstancias porque la seguridad es lo más importante y yo pensando que es obvio que ni gustamos a Lupa ni llevamos encima los restos del apóstol. Ante la tentación de dar media vuelta, e incluso de llamar a los servicios de emergencia, el guía nos motiva a seguir porque según él estamos a cinco minutos. No quedan cinco minutos de camino, de la misma manera que dos horas y media antes no quedaba una hora, pero finalmente llegamos a Casa da Xoana con las imágenes en mente de las historias de tiempos lejanos.
Entramos en el interior del túnel, descansamos y grabamos la secuencia. Pregunto a Alberto Lobelle, que dirige el filme, qué es lo que quiere en la escena, a lo que me responde que sea real, que piense en lo maravillada que estoy en ese lugar mágico, aunque lo que yo estoy es cansada e insegura ante una cámara a la que no debo mirar, aun siendo un elemento demasiado extraño y grande como para fingir que no existe. No pasa nada, grabamos la escena y después de un par de Sica, a ver si consigues no mirar a la cámara; unas cuantas entradas en la cueva sintiéndome maravillada en ese lugar mágico; y ¡Ay!, perdón, que he mirado a la cámara y para mis adentros Dios, qué difícil es esto… Terminamos el trabajo e iniciamos el descenso, con un lisiado y el miedo de que otro caiga desmayado, pero también con la satisfacción impagable de no rajarnos cuando quedaban cinco (veinte) minutos para conseguir nuestro objetivo.
De Pepe do Fieiro, aprendemos lo importante que sigue siendo la tradición oral en el conocimiento de nuestros lugares y sus significados. Él dejará para siempre un legado que es parte de nuestro patrimonio inmaterial: cuentos, leyendas, palabras y topónimos que son muestra de nuestros orígenes y que daban sentido y significado a los lugares que habitábamos. Mientras escribo, recuerdo a ese viejo de ojos azules como el agua de manantial del Monte Pindo, diciendo palabras para la mayoría inexistentes porque nombran realidades desconocidas, lugares deshabitados. Y sí, veo en Pepe do Fieiro a un hombre sabio, pero de ser mi abuelo, seguramente pasaría de sus historias como siempre pasamos de las historias de los abuelos. Supongo que por eso tiene sentido escribir de las cosas en las que solo creemos por momentos, cuando nos da por pensarlas.
Referencias
i Al-Qantara XLI 2, 2020, p.409. ISSN 0211-3589 doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2020.011
ii Reigosa, A. et al. (2006) Diccionario de los seres míticos gallegos. Vigo: Edicións Xerais de Galicia.