El Obelisco de A Coruña, el monumento nacido gracias a un faraón: Ramsés II
La historia de cómo una parada técnica de un barco francés en A Coruña inspiró el que es ahora uno de los monumentos más conocidos de la ciudad
20 agosto, 2023 05:00Al amanecer del 13 de agosto de 1799, un joven Napoleón Bonaparte, sudoroso, pálido y desencajado, emergió de la Gran Pirámide. “Aunque lo contara, no lo creeríais”, fue lo único que alcanzó a decir. Tenía tan solo 29 años, y durante el resto de su vida evitó volver a hablar jamás sobre el asunto. El secreto quedaría resguardado para siempre entre él y las milenarias piedras de la Pirámide de Keops. Durante aquella campaña en la que Bonaparte pretendía conquistar Egipto, fue descubierta la piedra Rosetta, clave para descifrar los jeroglíficos, se exploró el Nilo y se consiguieron dos obeliscos para Francia, los obeliscos de Luxor. Durante los 3 años que duró el traslado a París de uno de ellos, el barco que lo transportaba hizo escala en una ciudad gallega a la que dejó maravillada. Tanto que aquellos locos decidieron que ellos no serían menos que los parisinos y también tendrían su propio obelisco: el Obelisco de A Coruña.
El templo de Luxor es uno de los monumentos más extraordinarios del antiguo Egipto, situado en el corazón de la antigua Tebas, donde fue construido bajo las dinastías egipcias XVIII y XIX, quienes lo consagraron al dios Amón. Las partes más antiguas visibles actualmente se remontan a dos de sus mayores constructores: Amenhotep III y Ramsés II, quien erigió los dos obeliscos que estaban a su entrada.
Durante la ocupación romana fue empleado como cuartel para sus legionarios y albergó cultos romanos, cristianos y musulmanes, siendo considerado como uno de los únicos lugares del mundo en el que se han realizado prácticas religiosas desde épocas más antiguas de manera ininterrumpida, ya que se sabe que en su interior se han celebrado rituales durante los últimos 3.500 años.
La Campaña de Egipto y Siria, que transcurrió entre 1798 y 1801, era una expedición militar confiada por la República Francesa a Napoleón Bonaparte tras sus éxitos en Italia. El objetivo era conquistar Egipto para cerrar el camino a la India a los británicos, única potencia hostil de la Francia revolucionaria. La expedición terminó siendo un fracaso militar, pero se logró una victoria cultural, ya que gracias a ella Europa pudo redescubrir las maravillas de la antigüedad faraónica de la civilización egipcia.
Una victoria debida a que Napoleón no se embarcó solo con 30.000 soldados, sino que entre ellos había también un regimiento de 167 sabios encargados de investigar la historia, la naturaleza y la geografía del país del Nilo, conocidos como la Comisión de Ciencias y de las Artes de Oriente.
Durante dos años recorrieron el país haciendo exploraciones arqueológicas, copiando textos, dibujando edificios antiguos, realizando estudios geológicos, zoológicos, botánicos… que quedaron recogidos en una obra que se convirtió en la máxima referencia de la egiptología durante décadas. Además, estudiaron la posibilidad de construir un canal entre el Mediterráneo y el mar Rojo desde Suez, exploraron el Nilo y los restos arqueológicos del Antiguo Egipto, aunque su mayor logro fue el descubrimiento de la piedra de Rosetta mientras excavaban unas trincheras.
Jean-François Champollion, un historiador francés, desentrañó las inscripciones de aquella piedra, permitiendo descifrar por primera vez en milenios los jeroglíficos egipcios que nadie sabía leer hasta ese momento.
Años más tarde, el virrey de Egipto, Mehmet Alí, buscando congraciarse con Francia, ofreció como regalo los dos obeliscos que Ramsés II había levantado y que datan del siglo XIII antes de Cristo, que se encontraban a la entrada del templo de Luxor.
Champollion fue designado como negociador de aquel acuerdo, que fue aceptado por los franceses. En 1830 comenzó a organizase el traslado de uno de ellos. Para su transporte se tuvo que construir una embarcación bautizada como “Luxor”, de fondo plano y de un solo uso cuyas dimensiones habían sido determinadas teniendo en cuenta los puentes sobre el Sena y las dimensiones y peso del obelisco: 23 metros de alto y 222 toneladas de peso.
Tras zarpar de Tolón en abril de 1831 y, tras aproximarse lo máximo posible al obelisco gracias a la excavación de un canal, el monolito se embarcaba en la nave el 19 de diciembre de 1831. Ocho meses después, la crecida del Nilo permitió que el barco flotase, dando inicio a su travesía.
El 23 de diciembre de 1833, tras haber rodeado la Península Ibérica, el barco y su carga llegaban a París, donde era erigido en una gran ceremonia frente al último rey de Francia, Luis Felipe I, el 25 de octubre de 1836, en la Plaza de la Concordia. El segundo obelisco jamás salió de Egipto y en 1981, François Miterrand, lo devolvía oficialmente al gobierno egipcio.
Durante la extraordinaria travesía del “Luxor” y su preciada carga a París, hubo varias paradas técnicas en distintos puertos, uno de ellos, el de A Coruña, donde estuvo durante 15 días, pese a que las previsiones iniciales eran que la escala durase tan solo dos.
Semejante espectáculo no pasó desapercibido para los coruñeses, que acudieron en masa a ver aquella maravilla del mundo antiguo y que dejó entre ellos una sensación que durante años se mantuvo en el aire hasta que, años después, dos coruñeses de pro, Narciso Obanza y Ricardo Caruncho, decidieron ponerla en práctica: elevar un monolito para homenajear y agradecer sus desvelos por la ciudad a un querido político, Aureliano Linares Rivas.
Su idea no era levantar un obelisco ornamental como el de Luxor, sino un monumento que tuviese utilidad pública, motivo por el cual pensaron en dotarlo de un reloj, barómetro, termómetro, pararrayos y hasta una veleta en forma de bergantín.
Su proyecto fue elevado al ayuntamiento, donde fue aprobado por el pleno municipal, tras lo cual se encargaron los planos al arquitecto Antonio de Mesa y Álvarez en octubre de 1893. Los proyectistas y escultores coruñeses Saturnino y José Escudero recibieron el encargo de ejecutar la obra el 16 de febrero de 1894, que daría inicio el 3 de mayo, tres meses después.
El monumento estuvo acabado el 12 de diciembre, pero su inauguración en el centro de la ciudad se retrasó hasta las doce de la mañana del 10 de febrero de 1895, momento en el que su reloj de cuatro esferas, fabricado en Francia, que marcaba la hora de Madrid y A Coruña, con veinte minutos de diferencia en aquel momento, algo que desapareció con la estandarización de los horarios en el año 1900, comenzó a funcionar.
El monumento tuvo que ser elevado en la década de 1950, ya que los edificios que lo rodeaban comenzaron también a crecer. Con el tiempo, aquel obelisco inspirado por Ramses II, se convirtió en un símbolo de la ciudad y un punto de referencia en el que todos los coruñeses, alguna vez en la vida, hemos “quedado”.
Por cierto, aunque pueda parecer increíble, hubo otro obelisco egipcio que también estuvo de paso por Galicia, la Aguja de Cleopatra, un monolito que desapareció en medio del océano Atlántico y fue recuperado en Ferrol, desde donde partió a su ubicación definitiva en Londres en 1878.
Algo debe tener Galicia que tanto gusta a los egipcios…
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
- es.wikipedia.org
- elespanol.com/quincemil
- lavozdegalicia.es
- muyinteresante.es
- elpais.com
- elidealgallego.com
- cope.es
- laopinioncoruna.es
- ciudaddecristal.com
- boatsnews.es