Lo único que importa está en las sillas llenas
Este año, cuando te pregunten qué vas a pedir a los Reyes, olvídate de lo material. Pide tiempo. Pide salud
Llega un momento en la vida en que, cuando un niño pregunta qué se va a pedir a los Reyes, las respuestas de los adultos cambian. Ya no hay listas interminables de juguetes, ni deseos materiales. Solo hay una frase que se repite como un mantra, una plegaria disfrazada de respuesta sencilla: “Salud, y que no falte nadie el próximo año”.
De pequeños, no lo entendemos. ¿Qué tontería es esa? ¿Por qué pedir algo tan aburrido cuando puedes desear bicicletas, videojuegos o muñecos articulados? Pero basta con que pasen unos cuantos años, con que vivas unas cuantas Navidades más, para que esas palabras cobren sentido. Porque un día, sin previo aviso, te das cuenta de que las sillas empiezan a quedarse vacías.
Primero es el abuelo, que siempre cortaba el turrón con manos temblorosas pero precisas. Luego la abuela, que hacía el caldo mejor que nadie y repetía las mismas historias cada año, esas que ahora darías lo que fuera por escuchar una vez más. Y después, tal vez, ese amigo que siempre llegaba tarde al brindis, pero que llenaba la mesa de risas. Las sillas se van quedando vacías, y en su lugar quedan huecos imposibles de llenar.
Es entonces cuando entiendes que lo importante nunca fue lo que había bajo el árbol, sino quién estaba sentado a tu lado. Que los regalos se guardan en un rincón, se rompen o se olvidan, pero las risas, las miradas, las bromas de cada cena… esas se quedan grabadas, como tatuajes en la memoria. Y cuando falta alguien, no hay cena ni brindis que pueda llenar ese vacío.
Por eso, este año, cuando te pregunten qué vas a pedir a los Reyes, olvídate de lo material. Pide tiempo. Pide salud. Pide que la mesa siga llena, que las risas no se apaguen, que las manos que se cruzan al brindar sigan estando ahí. Pide días con tus padres, aunque ya estés cansado de oír sus consejos. Pide tardes con tus hijos, aunque creas que el trabajo puede esperar. Pide encuentros con tus amigos, esos a los que siempre dices que llamarás y nunca llamas.
Porque un día las sillas estarán vacías. Y no hay regalo, por caro que sea, que pueda llenar el hueco que deja alguien que ya no está. Así que haz algo más valioso que pedir: da. Da tiempo, da abrazos, da presencia. Olvida las excusas, las pantallas y los planes pendientes. Si algo nos enseña la vida, es que no hay promesas de futuros años, de próximas Navidades. Lo único que tenemos es este ahora, este brindis, esta silla que aún está ocupada.