Los ciegos que vieron lo que los demás no quisieron ver

Los ciegos que vieron lo que los demás no quisieron ver

Opinión

Los ciegos que vieron lo que los demás no quisieron ver

Homero, Luis Braille o John Milton. Ciegos que vieron lo que los demás no quisieron ver. Que entendieron el mundo mejor que los que tenían ojos

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La historia es una ironía cruel. Hay millones de tipos con los dos ojos en su sitio que jamás han visto un horizonte más allá de su nómina o su plato de sopa. Y luego están los otros, los que no vieron un carajo pero entendieron el mundo mejor que nadie. Son los ciegos que no se resignaron a la oscuridad. Los que convirtieron su ceguera en un arma y no en una condena. Y esos, amigo mío, son los que dejaron huella.

Porque el mundo no lo cambian los que ven. Lo cambian los que miran más allá.

Empezamos con Homero, el primer contador de historias a lo grande. Sin ese viejo griego y su boca de oro, no tendríamos a Aquiles, ni a Ulises, ni la guerra de Troya. Y, si no existiera la Ilíada, no existirían las películas de guerra, ni las novelas de aventuras, ni la jodida épica de cada batalla de la humanidad. Homero no escribió libros. Talló la historia en piedra.

Luego viene Luis Braille, que con tres años se quedó a oscuras y con 16 ya había inventado un sistema que cambiaría la educación para los ciegos. Imagínese a un chaval, sin tecnología, sin ayudas, inventando un código táctil que aún hoy usamos. Mientras los gobiernos debatían si los ciegos tenían derecho a aprender, él les dio la herramienta para hacerlo.

Helen Keller, la mujer que se quedó ciega y sorda de niña y, en lugar de convertirse en un despojo, aprendió a leer, a hablar, a escribir y a pelear por los derechos de los discapacitados. Y no solo eso: feminista, activista política, defensora de la educación, conferenciante. Un fenómeno. Una que no pidió permiso para entrar en la historia, sino que derribó la puerta a patadas.

John Milton, el poeta inglés que se quedó ciego y aún así escribió El Paraíso Perdido, una de las obras más importantes de la literatura mundial. Su historia no es de superación barata. Es la de un tipo que, cuando perdió la vista, no perdió el filo. Siguió escribiendo, dictando, esculpiendo ideas en palabras como si tuviera
fuego en las entrañas.

Jorge Luis Borges, el arquitecto de los laberintos literarios. El argentino que convirtió la literatura en un juego de espejos, de bibliotecas infinitas, de paradojas que hicieron tambalear la realidad. Ciego en su última etapa, no necesitó ver para entender que la literatura es un universo sin límites.

Pero no todo es literatura. Stevie Wonder y Ray Charles no vieron el mundo, pero lo hicieron sonar mejor. Cambiaron la música. Inventaron estilos, rompieron barreras raciales, hicieron del blues, el jazz, el soul y el pop algo eterno. Escuchar a cualquiera de los dos es entender que la vista no tiene nada que ver con el arte.

Vayamos más atrás. Didymus el Ciego, un teólogo del siglo IV que perdió la vista de niño y, aun así, se convirtió en uno de los filósofos más brillantes de la cristiandad primitiva. Aprendió leyendo con las manos siglos antes de que existiera el Braille y dejó escritos que todavía hoy son estudiados en teología.

O Nicholas Saunderson, el matemático británico del siglo XVIII que, pese a ser ciego desde la infancia, terminó dando clases en Cambridge y creando un sistema táctil para enseñar álgebra y cálculo. A él le debemos buena parte del desarrollo matemático moderno.

En el mundo del activismo tenemos a Tilly Aston, una escritora y educadora australiana que, además de ser poeta y novelista, fundó la primera biblioteca de libros en braille en su país. Gracias a ella, cientos de ciegos tuvieron acceso a la literatura por primera vez.

Y si queremos un ejemplo moderno, ahí está Sabriye Tenberken, una alemana que perdió la vista a los 12 años y fundó la primera escuela para ciegos en Tíbet. No se quedó en la comodidad de Europa, no se conformó con su propia educación. Se fue al otro lado del mundo para cambiar la vida de los ciegos que ni siquiera sabían que podían tener derechos.

Ciegos que vieron lo que los demás no quisieron ver. Que entendieron el mundo mejor que los que tenían ojos. Que convirtieron su ceguera en un martillo para golpear los muros que otros daban por inamovibles.

Y luego están los que lo tienen todo, los que ven perfectamente, pero viven con los ojos cerrados. Esos que no han cambiado ni una puta bombilla en su casa, y mucho menos el mundo.

La historia tiene sus propias burlas. Y esta es una de ellas.