Utopía y eólica
Mitología clásica y conflictos energéticos contemporáneos
Remote, in distant times I was ‘no-place’,
But now I claim to rival Plato’s state.
Con estos versos arranca la famosa Utopía de santo Tomás Moro: “Utopía me llamaron los antiguos, por alejada; pero ahora compito con la república de Platón”. Utopía, el no-lugar en el que el autor sitúa una obra principal en la filosofía jurídica occidental, en la que se describe la vida de los ciudadanos de una sociedad teóricamente ideal, que supera todos los defectos de los sistemas políticos existentes en el siglo XVI, de los cuales aún somos hoy herederos.
Digo teóricamente ideal, porque si algo transpira del ilustre pensador londinense, es un tratamiento irónico, un poco descreído acerca de la posibilidad de crear una organización social sin incoherencias ni tensiones… de ahí que escoja para dicha república el nombre de utopía, griego por “no-lugar”.
Porque de lo teórico a lo real dista un trecho, como en el episodio en que Homero nos narra cómo Ulises, Odiseo, llega a Eolia, la isla de Eolo. Alli, el señor de los vientos acoge y agasaja durante un mes con abundante comida y amables sobremesas durante un mes, hasta que Ulises se acuerda de volver a casa y pide a Eolo su beneplácito. Este, nada más y nada menos, ató a su barco un recipiente de cuero bovino, un odre, que contenía buenos vientos para impulsarlo hacia su Ítaca.
Todo iba a pedir de boca, con los vientos de Eolo dirigiendo a la expedición de Ulises con gran presteza a casa. Tanto es así, que en apenas unos días de navegación ya podían ver su isla al fondo. Ulises, relajándose al ver la misión casi completada, echó una cabezada… Que sus hombres aprovecharon para abrir, movidos por la curiosidad, el odre de piel de buey para cerciorarse de si no sería más bien oro y plata lo que Eolo había obsequiado a Ulises. Se desató la tempestad, como es natural, y viró la mar de manera que los barcos llegaron a la orilla… De la misma Eolia que habían dejado.
Eolo, decepcionado por la falta de confianza de los hombres de Ulises, echó con cajas destempladas a éste de su isla, sin prestarle ayuda esta vez.
Así, lo que estaba siendo un viaje relativamente sencillo, que Homero había despachado hasta entonces en diez capítulos, se complicó hasta sumar veinticuatro. Llegaron a destino, pero con muchos sobresaltos y desastres que se habrían podido ahorrar si su comportamiento hubiese sido más honesto.
Pensará el lector, llegado a esta línea, a qué vendrán las referencias un texto filosófico del XVI y un poema épico del VIII antes de Cristo. A desarrollarlo nos vamos:
Utopías contemporáneas
Según nos cuentan los expertos, los que saben de verdad, en cuestiones energéticas hacemos todo mal. Digo que saben de verdad, porque son mentes preclaras que hace unos años lo sabían todo de cómo reformar el sistema bancario para hacer imposibles crisis financieras; tiempo después nos explicaron con enorme voracidad la importancia de aquella cosa llamada prima de riesgo, que en ciertos momentos amenazó con llevarse por delante la vida en el planeta cual meteorito jurásico; años más tarde nos aleccionaron sobre la corrupción política, que hoy es ya una desgracia desaparecida a juzgar por su ausencia en el diálogo público; después, nos aleccionaron sobre pandemia y vacunas, con recetas tan efectivas que uno imaginaría la situación totalmente superada desde hace meses… y, habiendo solucionado sin mácula tan grandes problemas, ahora nos aleccionan sobre el precio de la luz, la maldad del sistema marginalista, la idem de la política comercial de Gazprom y la urgencia crítica de la desgracia climática.
Mentes preclaras, reitero, aunque a la luz de tan exitosa enumeración huelga hacerlo.
Pues estos pensadores, volviendo a la energía, nos explican que: el petróleo debe ser desterrado, que el gas no es la solución, que la energía nuclear presenta unos riesgos inasumibles, que las placas solares privan de hectáreas de terreno que deben dedicarse a otros usos, que la eólica terrestre afea los montes cuando vamos por la autovía y que la marina molesta a los peces que no deberíamos comer.
Es decir, y abandono por un momento la sorna de los párrafos precedentes, que no deberíamos utilizar ninguno de los modos que hemos concebido de manera técnica y económicamente eficiente para transportarnos, climatizarnos y cocinar. Esto, como cualquiera entiende, es una posición insostenible. Como sociedad hemos llegado a unos estándares de vida nunca antes alcanzados, a nivel global, se mire el parámetro que se mire, y renunciar al sistema energético que nos nutre significa desmantelar, en todo o en parte, el bienestar en que actualmente existimos.
No sé ustedes, pero un servidor no está por la labor de tirar por la borda todas las comodidades que hoy disfrutamos y nos hacen la vida más sencilla y longeva que nunca antes en la historia (exceptuando casos como el de Matusalén, Adán o Noé, cuyas dietas y hábitos urge seguir investigando).
Desprecios de hoy a los obsequios de Eolo
Así, uno de los postulados más peligrosos es el de oponerse a todo lo que genere un impacto, puesto que carece de la más mínima coherencia. Son múltiples, por utilizar un ejemplo que nos resulta muy cercano y actual, los movimientos que se oponen a la proliferación de parques eólicos en Galicia, con argumentos tales como la fealdad de tener una torre de doscientos metros con aspas de idéntico diámetro plantado en medio del monte.
No se puede negar que dicha figura supone una alteración del paisaje, y hay incluso supuestos en que no se debe permitir por existir perjuicios para poblaciones cercanas, espacios naturales dignos de preservación o concurrir usos del suelo que tengan mayor interés público. Tan lógico es, que dichas consideraciones ya están previstas en la legislación vigente.
Lo que tampoco debe obviarse, es que otros criterios de menor valor no pueden prevalecer ante una forma de producir electricidad que nos ayuda a disminuir la dependencia energética, descarboniza nuestra economía e idealmente debería generar tejido industrial y de servicios en nuestro territorio (esto último, digo idealmente porque está en entredicho ante los recientes cierres de fábricas del sector). No se puede, en fin, nadar y guardar la ropa, o reducir emisiones y atacar las energías renovables.
Está bien abrir el diálogo como sociedad acerca de los límites que queremos para la coexistencia con las nuevas formas de producción de energía, como sucede por ejemplo con la discusión acerca de las distancias mínimas entre aerogeneradores y núcleos de población, ahora que las torres son mucho mayores que las instaladas en nuestro país hace veinte años, pero no podemos caer en posiciones radicales que ponen en riesgo una forma de energía en la que somos potencia y tenemos capacidad de serlo mucho más en la nueva coyuntura política y tecnológica.
Que seguro que se taló un bosque espectacular en el espacio que hoy ocupa la Catedral de Santiago, y quién sabe cuántos más se desgraciaron para extraer todo el granito con la que se erigió. Entonces, lo ambicioso del objetivo justificó el sacrificio. Ahora, ojalá resolvamos con idéntica determinación la encrucijada.