Mónica Pérez, enfermera en A Coruña: "No estábamos preparados para la soledad de la Covid"
Entrevistamos a una de las profesionales en primera línea del CHUAC, que nos explica como ha afrontado el colectivo de enfermeros, uno de los más expuestos, este año de pandemia y el futuro: "Nos da muchísimo miedo la Semana Santa"
27 febrero, 2021 06:00Casi ha pasado un año desde que se decretó el confinamiento y estalló la pandemia del coronavirus. 365 días que cambiaron la vida de muchas personas, incluidos los profesionales sanitarios. Más necesarios que nunca, afrontaron en primera línea la lucha contra una enfermedad desconocida.
Uno de los colectivos más expuestos, todavía a día de hoy, son los enfermeros. Su labor de cuidado y acompañamiento de los pacientes los hace estar la gran mayoría de la jornada laboral rodeados de personas que padecen el virus.
Hablamos con Mónica Pérez, supervisora de la planta de Oncología del CHUAC de A Coruña. Tras 21 años de experiencia como enfermera, fue una de las primeras personas desplazadas a una planta Covid. Ella nos cuenta cómo ha sido este año para su colectivo, sus principales preocupaciones y las de los pacientes a los que han acompañado.
¿Podrías hacerme un resumen del último año desde la perspectiva de una enfermera?
Cuando empezó la primera ola, la nuestra fue la segunda unidad en convertirse en unidad Covid. Nos pilló muy novatos. Se conocía muy poco sobre el virus, los tratamientos o los cuidados. Fuimos aprendiendo sobre la marcha y nos formamos lo más rápido que pudimos.
¿Cómo eran los ánimos de tu equipo y del colectivo entonces?
Nos pilló frescos. Veníamos de estar en nuestra planta ordinaria y sin esa sobrecarga que supuso trabajar con esos equipos, con nuestros tratamientos y nuevos profesionales. Hubo que adaptarse. Conforme fue haciendo más calor se hizo muy difícil trabajar con los equipos de protección. Teníamos que parar porque sudábamos mucho. Fue duro a nivel profesional, pero sobre todo a nivel emocional.
¿En qué sentido?
Al principio no se permitía venir a las familias. Estábamos solo nosotros con los pacientes. Vivimos situaciones muy duras y tristes. Compañeras que se quedaban con una persona para que no falleciese sola. Eso psicológicamente nos afectó. Precisamente en oncología hacemos todo lo contrario. Cuando un paciente va a fallecer, entra en una habitación individual y viene toda su familia a despedirse. Se muere rodeado de los suyos. No estábamos preparados para esa soledad del Covid.
¿Qué diferencia hay en la manera que afrontáis esta tercera ola?
Nos pilla con más experiencia pero más desanimados. En la primera lo dábamos todo, diciendo que había que salir de esta. Pero vimos que por la imprudencia de algunos vivimos varios picos. Este último fue especialmente dramático. Mucho peor que el primero. Muchos de los ingresos eran por contactos indebidos, por saltarse las normas. Esto ya nos pilló cansados y desilusionados. Creemos que mucha gente ha hecho callo. Cuando convives con esto tanto tiempo llega un momento que no cala tanto en la gente.
¿Cómo se solucionaría eso?
Nosotros, en realidad, ya no tenemos las esperanzas puestas en la población, sino en la vacuna. Los sanitarios ya estamos casi inmunizados. Estos días empiezan los mayores de 80. Por ahí podríamos atajar, porque nosotros estamos temiendo la Semana Santa. La gente no es capaz de cumplir las normas. Ahí está el ejemplo de las navidades. La mayoría lo hará bien, pero con que unos pocos lo hagan más…
¿A afecta a los pacientes esta situación?
Lo que más nos afecta es el cansancio psicológico. Es muy duro, pero para un paciente esto es peor que estar en la cárcel. Un recluso puede ir a zonas comunes, se relaciona con otros presos, va al patio. Aquí no pueden ni asomarse al pasillo. Están en cuatro paredes. Quien incumple las normas debería estar una semana en la misma situación. El grado de aislamiento en su máxima expresión. Es muy duro para ellos. No todo el mundo puede manejar una tablet para hablar con la familia.
¿Notáis que tienen miedo?
Lo hemos notado sobre todo en las familias. Te llaman temblándoles la voz porque no están con ellos, no pueden estar a su lado. La mayoría suelen estar tranquilos, pero hay otros que no pueden aguantar encerrados. Sobre todo cuando el ingreso se prolonga en el tiempo. No es lo mismo estar cuatro o cinco días que tres semanas. Nacimos para estar en sociedad, no aislados en una habitación. Aquí, en el CHUAC, puedes tener suerte de que te toque una habitación con vistas a la playa, pero si estás del otro lado ni eso tienes. Nosotros intentamos que estén lo mejor posible y hacerles la mayor compañía.
¿Cómo interactuáis con ellos?
Intentamos estar tiempo con ellos, que nos noten cerca. Somos a las únicas personas que ven. Con el EPI es más complicado tener trato con ellos. Parte de nuestro trabajo es acompañar a los pacientes, además de cuidarlos. Está claro que no somos psicólogas. Intentamos ayudar desde el punto de vista de la enfermería. Con escuchar, a veces, es suficiente.
¿Qué es lo más duro?
Cuando un paciente está terminal, que estén solos. Es duro tanto para el que se va como para el que se queda. El hijo, el marido o la mujer que no han podido despedirse. Nosotros a veces tenemos que sufrir eso. Una anécdota que me pasó en la primera ola fue que una chica nos escribió una carta para leerle a su madre, que estaba muy mal. No tenía el teléfono y su hija estaba confinada, por lo que no podía ni traerle el móvil. Nos dio una carta y se la leí yo. Empecé y tuve que irme tres o cuatro veces de la habitación. Estaba poniendo en esa carta todo su corazón y tú tenías que leérsela. Cómo te preparas para eso. Fue terrible. De los momentos más duros de mi carrera profesional.
¿Cómo es trabajar con un EPI?
Complicado. Se vuelve todo más frío. Coger una mano con un EPI no es lo mismo que cogerla piel con piel. En Oncología somos muy tocones, porque los pacientes están en situaciones difícil y hay que interactuar mucho con ellos. Con el EPI es muy complicado. Los pacientes apenas nos reconocen con la pantalla y con todo. A veces nos tenemos que pintar con rotulador el nombre para que sepan quienes somos.
¿Cómo ha sido adaptarse a estas nuevas medidas higiénicas?
Nosotros ya para evitar errores trabajamos en pareja. Uno se pone el EPI y el otro le ayuda. El problema es la frialdad en el trato con el paciente. No saber quien te atiende es muy incómodo para ellos. No terminan de confiar en ti. No lo llevamos especialmente mal. Creo que ha sido mucho peor la presión psicológica. Cuando trabajas por un objetivo, esperas una recompensa. En este caso, estamos siendo castigados.
¿Cómo habéis compaginado estar en primera línea y vuestra vida personal?
Somos enfermeros, es nuestra profesión y estamos agradecidos de poder trabajar y ayudar. Pero nuestras familias no y sin embargo están en riesgo. En la primera ola yo mandé a mis hijos fuera y no los vi en tres meses. Con todo el dolor de mi corazón, pero no quería ponerlos en riesgo. A mi madre, que es de alto riesgo, tampoco la puedo ver. Aquí en el hospital tomamos todo tipo de precauciones, pero siempre esta esa preocupación. Mi caso es igual al de muchos compañeros en la misma situación. Nosotros hacemos un sacrificio personal. Y por eso nos duele tanto ver que no se cumplen las medidas.
¿Cómo afrontáis los próximos meses?
Tenemos que ser prudentes. Nos da muchísimo miedo la Semana Santa. No os lo podéis imaginar. Hay que seguir las normas. Si nosotros estamos en el hospital y no nos contagiamos, la gente en la calle tampoco debería. Hay que cumplir y ser precavidos. Las medidas funcionan, ahora hay que cumplirlas.