Berlín es una de las ciudades del mundo que más me gustan. “Pobre (ya no tanto) pero sexy”, según la famosa definición que acuñó su ex alcalde, Klaus Wowereit. La capital de los hípsters. Pero todavía no he logrado entender su escena culinaria.
No es que se coma mal, pero echo en falta esa pasión (algunos dirán obsesión) gastronómica que ha conquistado la mayoría de las capitales del mundo. No encuentro sitios especiales que quiera repetir o que recomendaría a mis amigos. En mi última visita me propongo intentar una nueva estrategia: probaré algún restaurante de alta cocina. Nuevo fracaso instantáneo: todo reservado para el fin de semana. Hay más interés del que pensaba.
Mi plan B es probar el local low cost del chef Tim Raue, de 41 años, cuyo restaurante de alta cocina tiene dos estrellas Michelin y figura entre los mejores del mundo. La versión más asequible se llama La Soupe Populaire, en uno de los barrios más de moda, Prenzlauer Berg. Sin saber nada del sitio, mi acompañante y yo acabamos un sábado encapotado y frío a mediodía en lo que parece una fábrica abandonada en medio de la ciudad, con su valla y su guardia de seguridad. ¿Google Maps nos habrá llevado a una dirección equivocada? Al entrar descubrimos un lugar que sólo puede encontrarse en Berlín: paredes desconchadas, tuberías a la vista, vigas oxidadas, pasillos dignos de película de terror.
Hemos llegado a la antigua fábrica de cerveza Bötzow. Estaba abandonada desde 1949 y, con mínimos arreglos, se ha transformado ahora en un espacio de exposiciones. Estos días se muestra una exhibición del pintor alemán Neo Rauch, que mezcla surrealismo y pop-art en obras de gran formato. Desde allí se accede mediante una escalerilla herrumbrosa a una especie de altillo metálico en el que está La Soupe Populaire. El escenario nos seduce de inmediato: sillas y mesas vintage, sin mantel, con los cubiertos en el centro para que cada cual se sirva los que necesite. Y el menú de degustación, en lugar de estar maridado con el vino (que también), se monta pensando en la exposición.
Platos sin complicaciones, con precios populares entre nueve y 22 euros, cuyo énfasis está en los ingredientes, pero que también se permiten algún juego. Mi preferido es el salmón marinado, con pepino en forma de guisantes y yogur de wasabi. Combinación imbatible. También me sorprenden las coles de Bruselas crujientes con plátano y limón. El plato principal es pato, con la piel supercrujiente y la carne tierna, acompañado de col roja y dumplings de manzana. Vinos de Italia y Francia, pero los más asequibles son los de Alemania y Austria. Probamos un tinto alemán, Rouge, una mezcla de Pinot Noir y Merlot que nos conquista. Una experiencia berlinesa completa.
Por la noche cenamos en el barrio de Kreuzberg, en Sauvage, que se reivindica como el primer restaurante paleo del mundo. Se trata de recuperar los supuestos hábitos de alimentación saludables de nuestros antepasados prehistóricos, con las técnicas culinarias modernas. Están prohibidos los alimentos procesados, cereales, gluten, azúcar refinado o productos lácteos. El local es acogedor: tonos ocres, luz tenue y un gran mamut dibujado en el muro. Es sobre todo carnívoro. Pedimos huesos con su tuétano, costillas de cerdo y nos atrevemos con el cerebro de cordero rebozado. Aunque la filosofía paleo no acaba de convencernos, se come muy bien.
Terminamos nuestra escapada culinaria a Berlín en el vietnamita Monsieur Voung, en una de las calles de tiendas de la ciudad, Alte Schönhauser, y muy cerca de la icónica torre de Alexanderplatz. Siempre a tope de gente, pero siempre se esfuerzan por encontrarte sitio. El menú, apuntado en una pizarra, cambia cada dos días, y nunca decepciona. Los rollitos de primavera, los tallarines con carne de ternera o el arroz con pollo, leche de coco y mucha verdura. Cerveza Tiger pero también buen tinto asequible. Por fin hemos encontrado un clásico.
Restaurante La Soupe Populaire. 242 Prenzlauer Allee, Berlín. Cocina alemana moderna. Precio: 72,5 por persona (menú y vino). Visitado el 12 de diciembre.