Domenico Lucano no ama la notoriedad pero esta semana su nombre volvió a sonar dentro y fuera de Italia. La revista Fortune lo incluyó en la lista de los 50 grandes líderes del mundo. fue el único italiano elegido para formar parte de una elite encabezada por Jeff Bezos, Angela Merkel o el papa Francisco.

La revista estadounidense ha seleccionado, junto a personalidades de renombre, personas desconocidas al gran público pero con historias ejemplares. Así es como Lucano, alcalde de un pueblo de 1.800 vecinos engastado entre olivos en una de las zonas más deprimidas de Europa, ha llegado al puesto 40 de la clasificación por delante de Melinda Gates o el primer ministro canadiense Justin Trudeau.

Para Fortune la razón es evidente: Lucano, en aquella Calabria que sólo sale en las crónicas por la poderosa organización criminal de la 'Ndrangheta, ha implantado en Riace un modelo que ha permitido salvar al pueblo de una muerte anunciada convirtiéndolo en un lugar de acogida para refugiados y solicitantes de asilo. “Un modelo estudiado y adoptado mientras la crisis de refugiados en Europa llega a su punto más álgido”, escribe Fortune.

El rescate de Riace

La nueva vida de Riace empezó en 1998. En julio un grupo de unos 200 kurdos iraquíes y turcos desembarcaron en la playa que se encuentra a unos ocho kilómetros del pueblo. Fue una de las llegadas masivas que se produjeron en aquel verano. En las crónicas de la época se menciona la solidaridad de la población local, de ciudadanos que llegaban a la gasolinera del pueblo con ropa y comida para repartirlos a los recién llegados. Es una imagen muy parecida a las que se ven ahora. Los voluntarios, entonces como ahora, llenaban los huecos de la respuesta institucional. Lucano se volcó en la acogida y empezó a imaginar lo que él define como “un proyecto político”.

“Por razones políticas, me habían interesado a la cuestión kurda y la cuestión palestina. Había estado en Roma para encontrar a Ocalan [el líder del Partido de los Trabajadores Kurdos, ahora en prisión en Turquía donde ha sido condenado a cadena perpetua] y me hice amigo de todos los kurdos”, explicaba Lucano durante un reciente encuentro en Riace en el Palacio Pinnaró, la primera pieza de la recuperación del casco histórico que promovió. Cuando llegaron los kurdos, apenas quedaban unos 400 habitantes en el pueblo, vaciado durante décadas por la emigración.

Uno de los murales que adornan las calles de Riace. M. P.



Como otros muchos lugares de la llamada Calabria Ulterior, la parte donde más viva es la herencia de la colonización griega, las casas de Riace fueron abandonadas por los lugareños. Lucano, que enseñaba Química en los institutos de la zona, pensó que los recién llegados podían ser sus nuevos pobladores.

Pocos meses después de aquel desembarco en las playas del mar Jónico, fundó junto a otros dos compañeros la cooperativa Città Futura con la que empezó a reformar las viviendas que acogerían a miles de personas a lo largo de estos años. “La idea era recuperar, recuperar y recuperar y llenar el pueblo con la gente que llegaba. Era una idea que miraba al futuro porque habíamos previsto que este éxodo no pararía. No queríamos consumir más superficie edificable”, explica.

El 'modelo Lucano'

Dos años después, aquel proyecto que había empezado como la utopía de unos pocos empezó a coger forma. Lucano, que desde 1999 era concejal de la oposición, presentó una solicitud para que pueblo se sumara al Programa Nacional de Asilo, un sistema de ayudas públicas para la acogida de solicitantes de asilo.

“Fui el primero en decir que los centros de acogida no tenían que ser lugares cerrados sino emular a las casas de los jornaleros, cuyas puertas estaban siempre abiertas”, dice Lucano.

A partir de entonces y utilizando los fondos del Gobierno y de la Unión Europea, Riace ha vuelto a poblarse. En sus calles estrechas de adoquines pasean vecinos de 22 nacionalidades. “De los 1.800 habitantes del pueblo, 400 son migrantes: de Palestina, Kurdistán, Siria, Benín, Somalia, Etiopía o Eritrea”, enumera Lucano.

Detrás de la cooperativa Città Futura, vinieron otras cuatro que han revolucionado la economía del pueblo con la inauguración de tiendas de productos de artesanía en las que los vecinos, nuevos y antiguos, trabajan codo a codo. En total, unas 65 personas son empleados en los proyectos de acogida.

Uno de los laboratorios de artesanía de Riace. M. P.

En uno de esos talleres, una mujer afgana, Tahira, recibe a los visitantes entre telas y trabajos de punto mientras sigue con un bordado que ha aprendido de su compañera, una señora de Riace que gracias a este proyecto ha encontrado una ocupación.

Justo enfrente de la entrada y apoyado en un mural con letreros de distintos países, se encuentra el somalí Osman Mohamed, que escapó de Libia cuando empezó la guerra en 2011 después de vivir allí durante 25 años. Como muchos otros, salió de la costa libia en una barcaza rumbo a Sicilia y su periplo terminó en Riace, donde trabaja como traductor y mediador cultural. La última de sus seis hijos, que tiene un año y medio, ya nació aquí.

Uno de los síntomas más claros de que Riace ha vuelto a vivir es la reapertura del colegio público. De sus 35 alumnos, sólo cuatro son italianos de origen. “Tú abres la puerta de la escuela y es el mundo. Es la imagen más bonita”, dice Lucano. También se han recuperado servicios de base como el centro de salud.  

Asnos para recoger la basura

A Riace se llega por la carretera estatal 106, una vía con alta tasa de accidentes que bordea la costa jónica desde Puglia hasta Reggio Calabria. Recorrerla es un viaje por las contradicciones de esta región, atrapada entre el recuerdo de su mítico pasado como Magna Grecia, la losa de la criminalidad y del clientelismo y una modernidad que a menudo ha acabado destruyendo la belleza del paisaje.

La urbanización salvaje marca muchos de los pueblos de la costa. En algunos, el azul de un mar cristalino choca con la basura que sale de los contenedores. Pero al llegar a Riace después de subir hacia el interior durante ocho kilómetros de curvas entre olivos y tierras cultivadas, lo primero que sorprende es la limpieza del lugar, la pulcritud de la plaza y los carteles coloreados que dan la bienvenida al visitante del “Pueblo de la acogida”.



Bajo una puerta de madera esculpida en alto relieve con imágenes de niños, mujeres y hombres negros, unos obreros descansan bajo el sol en la pausa para la comida. Junto a Damiano, un lugareño de 55 años, está sentado Daniel, de Ghana. Lleva ocho de sus 33 años en Riace. Aquí ha tenido sus dos hijos: a uno lo ha llamado Domenico como el alcalde y al otro Cosimo, como uno de los patrones de Riace.

Damiano y Daniel trabajan en la cooperativa que se encarga de la recogida de la basura, en una zona en la que la gestión de los residuos urbanos ha sido uno de los negocios más codiciados por la 'Ndrangheta. “La recogida de basura la hacemos de puerta en puerta con los asnos. Empezamos con dos y ahora tenemos 18. Usamos seis carritos de madera construidos por un vecino gitano”, cuenta Lucano. A la entrada de las viviendas hay pequeños contenedores de madera para separar la basura.

A la zona urbanizada de la costa de Riace la llaman la Marina y alberga unos pequeños veleros pintados con los colores de las banderas de los países de origen de sus nuevos vecinos. Un cartel plantado en la arena pone: “Playa y mar libres para quien entra y para quien llega”.

A poca distancia de aquí, en 1972 emergieron del mar dos estatuas griegas de bronce del siglo V antes de Cristo bien conservadas, que desde entonces se han conocido como los Bronces de Riace y que no han podido traer turismo por el sencillo hecho de que fueron trasladados al museo de la cercana Reggio Calabria. Ahora el principal atractivo turístico de Riace es ser un pueblo-laboratorio en el que se ha ido experimentando un modelo de acogida que ha beneficiado a la comunidad local.

El ghanés Daniel junto a sus compañeros de trabajo. M. P.

Uno de los últimos proyectos es la creación de un parque urbano en un lugar del pueblo que estaba abandonado. Lucano cuenta que en ello trabajan cuatro inmigrantes: Ivo, un joven originario de Togo que sufrió violencia en los motines del pueblo calabrés de Rosarno, la rebelión de los jornaleros subsaharianos de 2008 que llamó la atención de la prensa mundial; el kurdo Bahram, uno de los que desembarcó en Riace en 1998; Mohamed, de Benín, un hombre etíope y uno eritreo; y Kamisa, una mujer tunecina que sufrió violencia sexual en su país.

No todo es un “cuento bonito”

“Poco a poco Riace se ha convertido en un imán que absorbe nuevas formas de microeconomía, organización de proyectos o turismo solidario. Esta comunidad con una historia de emigración es hoy un lugar de inmigración. Un punto de salida se convierte en un lugar de llegadas”, afirma el alcalde al que le apodan Mimmu, u curdu, que se encuentra ahora en su tercer mandato consecutivo y que reitera que no le interesa hacer propaganda del pueblo.

“La fama está bien pero sólo si sirve para transmitir mensajes, no para que se convierta en un fenómeno mediático”, repite aun siendo consciente de que su experiencia es única. “Riace se representa como un cuento bonito pero la vida no es así”. Lucano vive solo en el pueblo. Su mujer trabaja en Siena y sus hijos estudian en Roma. En estos años no han faltado las amenazas, veladas y explícitas, de los grupos criminales que ensucian la economía de la región.

A menudo el alcalde ha denunciado el aislamiento institucional, los errores en el manejo de los flujos migratorios, la gente que ha querido lucrarse con los proyectos de acogida. “Es difícil. Hace falta una motivación grande”, reconoce. “Pero independientemente de todo, del interés jurídico, cultural, ético, antropológico de la experiencia de Riace, ésta es una comunidad que ha construido una esperanza para quien llega pero también para las personas de este lugar”.

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