Llegar a Láncara (Lugo) es una odisea nocturna, complicada por la lluvia del otoño. Los árboles se tiran encima de una carretera precaria, llena de curvas y casi sin asfaltar. Sólo unas pocas y delgadas farolas en el lado izquierdo de la calzada orientan al viajero hacia el centro del pueblo. En este rincón situado a 15 kilómetros de Sarria se encuentra uno de los secretos mejor escondidos de la Galicia rural: los orígenes gallegos de Fidel Castro. Un periodista de EL ESPAÑOL recorre el pueblo que vio nacer al padre del comandante un día después de su muerte en La Habana.
El río Neira, cuyas aguas se deslizan hacia el oeste para alimentar al Miño, cruza un pueblo de parcelas fragmentadas y casas desperdigadas. Se trata de un lugar rodeado por bosques frondosos de robles cuyas carreteras no están reguladas por ningún semáforo. La vegetación se echa encima de la calzada, estrechando los dos sentidos de la calzada. Es la revolución de la vida.
No hay ni un alma en las primeras calles del pueblo. Es preciso avanzar un poco más allá hasta que aparecen los primeros bares, que son en realidad casas cuya planta baja ha quedado adaptada con una barra, unas botellas, unas cuantas mesas de madera y un televisor. Al entrar en uno de ellos, los hombres cantan y gritan mientras ven el partido. El camarero de la barra se me acerca.
-Buenas, estoy buscando la casa del padre de Fidel Castro. ¿Queda muy lejos?
-Mire, tiene que subir un kilómetro más arriba por esta carretera, pero hoy ya no va a encontrar a nadie allí. Después de todo el jaleo…
Se trata de un hombre de unos cincuenta años. Las canas lo delatan. Le digo que soy periodista, que vengo en busca de lo que otros a lo largo del día. Él sonríe; lleva toda la jornada respondiendo a las mismas preguntas una y otra vez. Le insisto: quiero localizar alguien que conozca y que hubiera vivido aquella visita de Castro, recién fallecido, cuando cruzó el mar hace 24 años no para acudir a las cumbres internacionales, sino para respirar sus orígenes, para oler y tocar la piedra de la casa en la que nació y vivió su padre.
-¿Recuerda todo aquello?
-Bueno, hombre, claro que lo recuerdo. Aquí nunca se vio cosa igual. Había helicópteros, vinieron gentes de todos lados. Fue una fiesta. Pero no te podías acercar a Fidel porque claro, venían cuatro negrazos que iban con él y te apartaban. Iba muy rodeado.
"Para los que le admirábamos es un día triste. Es una figura única del siglo XX. Y estuvo aquí con nosotros", explica un vecino.
El hombre prosigue con su relato. Tenía 28 años en aquella época, pero lo recuerda todo: las gaitas, la romería, las pancartas, el gentío... El brillo en sus ojos se incrementa cuando valora la pérdida del mandatario cubano. “Para los que le admirábamos es un día triste. Es una figura única del siglo XX. Y estuvo aquí con nosotros”.
La impresión que les causó a todos ver al líder de la Revolución Cubana de 1959, el hombre que acabó con la dictadura de Fulgencio Batista, que convivió con el Che Guevara y que se erigió como el contrapeso de los Estados Unidos en el continente americano durante décadas fue más allá de la aureola de mito con la que los habitantes del pueblo de su padre le veían de lejos. Les impactó su cercanía. “Era un tipo muy alto. Ahora porque está mayor y más encorvado, pero era muy alto, igual medía un metro noventa. Se paró a saludar a todos. Un señor muy amable”, explica el dueño del establecimiento. En Láncara, Fidel es como un vecino más. Aquella visita duró dos días inolvidables para los habitantes de la pequeña localidad lucense, pero algunos guardan las fotografías como un tesoro.
La típica romería de Fraga
Si algo era tradicional y esencial en el imaginario y en las costumbres políticas de Manuel Fraga eran las romerías. Una orgía gastronómica por la que desfilaban decenas de raciones de pulpo, empanadas, litros de ribeiro y sardinas asadas a la leña. Todo ello acompañado de la tradicional queimada de don Manuel y de los gaiteros. Y precisamente ese fue uno de los agasajos que el fundador de Alianza Popular le brindó a Fidel en su visita a Láncara el 27 de julio de 1992. Era la respuesta a la visita que el propio Fraga realizó a la isla de los Castro el año anterior, también en busca de la casa de su padre, en la que él mismo vivió entre los dos y los cuatro años. En aquel entonces, las diferencias políticas entre ambos quedaron a un lado. Sellaron la visita con tres partidas al dominó.
“Mi padre era uno de aquellos jóvenes pobres de Galicia a los cuales algún rico le daba una cantidad de dinero para que lo sustituyera en el servicio militar. Cuando le tocaba un rico, buscaba dinero y se la daba a aquel que no tenía”, dijo en aquel entonces el líder cubano. Fue de ese modo cómo el padre de los Castro partió, como muchos otros, desde Galicia hacia las Américas a finales del siglo XIX, en el marco del conflicto de la Independencia de Cuba.
La casa del padre de Fidel está hoy derruida. Unas pocas rocas apiladas entre sí y una larga lámina de piedra cubierta de musgo a modo de techo conforman el hogar en la que nació Ángel Castro Argiz en 1875. Hay una placa en el muro a la izquierda de la puerta:“Gallego que emigró a Cuba donde plantó árboles que aún florecen”. Uno de esos árboles se marchitó este sábado para siempre.
“Mi padre era uno de aquellos jóvenes pobres de Galicia a los cuales algún rico le daba una cantidad de dinero para que lo sustituyera en el servicio militar”, dijo en aquel entonces el líder cubano.
Hace 24 años, Fidel Castro entró por primera y última vez en la casa de su progenitor. Estuvo dentro 20 minutos. Celebró la sencillez de la morada. Le agradó que su padre no hubiera vivido en una de las típicas casas de los indianos. Esa noche durmió en un enorme pazo hoy reconvertido en casa rural a pocos metros de la vivienda ya derruida. No sabía, o no imaginaba, que donde trataba de conciliar el sueño se iba a convertir muchos años después en la morada del guardián de las esencias del castrismo en Galicia.
El guardián de las esencias del castrismo
“Yo sé quién puede tener fotos de aquel día. Tienes que encontrar al dueño de la casa rural. Ese hombre estuvo en Cuba muchas veces. Hasta cenó con los Castro en La Habana”. Ya en la calle, el tabernero me indica el rumbo hacia el pazo en el que durmió Fidel aquella noche de verano del año 1992. La carretera conduce en medio de la fría noche lucense hacia el siguiente cruce. A la derecha, una precaria marquesina de metal oxidado; delante, las farolas encendiendo la noche; a la izquierda, el enorme pazo que hoy acoge a los viajantes que se acercan por el pueblo. “Cada cierto tiempo suelen venir algunos cubanos. Se acercan, ven la casa, se hacen la foto y se marchan. Aquí tampoco hay mucho más”, señala otro vecino.
La Casa Grande de Láncara está rodeada por un enorme muro de piedra. Dentro del recinto, la casa, con una gran puerta de color blanco en el centro y una aldaba de hierro para llamar. De las luces del interior se deduce la presencia de huéspedes que hacen noche allí. A los pocos segundos de llamar, una cabellera blanca y rizada y un rostro enrojecido asoman por la puerta.
-Me buscabas a mí, ¿a que sí?
-¿Es usted el dueño de la casa? Me han dicho que tiene muchas fotos con Fidel Castro.
El hombre me invita a pasar y se presenta. Carlos López tiene 68 años y es presidente de la asociación Val de Láncara, una comunidad que ha actuado a lo largo de los años como un puente transatlántico de fraternalidad entre Cuba y Galicia. El hombre conduce al periodista hacia una enorme sala cuyas paredes están cubiertas de fotografías. En ellas están un gran número de caras conocidas de la vida política española: la reina Sofía, Manuel Fraga, el rey Juan Carlos, el líder nacionalista gallego Xosé Manuel Beiras… Se trata del particular panteón gallego de los recuerdos y vivencias que los Castro fueron dejando en las distintas visitas que realizaron al pueblo de sus ancestros. Un lugar en el que no pasa el tiempo.
"Tienes que encontrar al dueño de la casa rural. Ese hombre estuvo en Cuba muchas veces. Hasta cenó con los Castro en La Habana”, explica el dueño del bar.
En una mesa redonda a la izquierda de la puerta descansa un enorme libro abierto. En una de sus páginas, una carta de Raúl Castro, escrita para los dueños de la casa cuando la visitó en el año 2005. “Nuestro saludo para Carlos López Sierra y su familia que amablemente nos hospedaron y alimentaron en la pequeña Láncara, que tantos emotivos recuerdos trajeron a mi mente. Soy el más pequeño de los Castro Ruz y el único de los hermanos que faltaba por visitar tan sagrado lugar personal”. Es una de las principales reliquias de una sala adornada con múltiples vestigios del paso de Fidel y sus hermanos por el pueblo de sus padres.
Recuerdos de una amistad
Carlos lo observa todo con orgullo, apoyado en uno de los aparadores de la vieja sala de piedra. Todavía le brilla la mirada al recordar la visita del mandatario cubano. “Fidel me decía que Galicia es la cuna de la revolución. Eso me llenaba de orgullo”. El hombre lleva toda la mañana atendiendo a medios de comunicación de todo el mundo. Pese al cansancio no pierde la sonrisa.
Su amistad con Fidel se fraguó despacio a lo largo de las décadas, con viajes de ida y vuelta, visitas a La Habana entre puros y rones hasta altas horas de la noche. En el año 2002 él y la asociación fueron recibidos por los Castro en el Palacio de la Revolución, en la capital cubana, como si de jefes de estado se tratasen. “Nos esperó él mismo en la puerta y estuvimos diez horas cenando. Hasta que casi se hizo de día. Su muerte es una pena, pero me llevo muchos buenos recuerdos de todos estos años. Su huella no va a desaparecer”.
Fidel me decía que Galicia es la cuna de la revolución. Eso me llenaba de orgullo
La amistad y la simpatía que Fidel profesaba por sus raíces, la gente del pueblo de su padre fue algo que nunca ocultó. Hoy, 24 años después, en Láncara no sólo le recuerdan como el gran líder de la revolución, como el hombre de la eterna barba y el puro en la boca, sino como el que pudo ser un aldeano más, el hijo de uno que se fue y volvió a casa. Ven a alguien en el que se sienten reflejados.
Al término de la visita, Carlos, cuyo baúl de los recuerdos con los líderes cubanos resulta ilimitado, se despide con un aire de tristeza. Nunca más podrá brindar con el que fuera su amigo, el “camarada” que le recibió y le acogió como a un hermano. “Es una pena que no me pudiera despedir de él, pero al final nos toca a todos. Era un hombre muy mayor que vivió una larga vida. Es un ejemplo para todos”. Tras aquella visita del ya hijo adoptivo de la localidad, los habitantes de Láncara siguieron con sus vidas, pero lo cierto es que el pueblo vive desde entonces instalado en aquellos dos días del verano de 1992. Carlos termina sonriendo antes de cerrar la puerta de su casa al filo de las nueve de la noche. Tiene que atender a los huéspedes de esa noche. Guiña un ojo antes de cerrar la puerta. “Como diría Fidel: la lucha sigue”.