Inma Azorín pasa quince horas con los mismos zapatos. El calzado es un indicativo de lo que dura su jornada laboral. A menudo, el acto de atarse los cordones significa que el día empieza, y descalzarse, que finaliza. El de Inma se extiende desde que el sol se despereza hasta bien entrada la noche. "Así no pierdo tiempo. Siempre tengo algo que hacer, y ya me los quito cuando me tumbo en el sofá". Ese momento llega a las once, cuando sus hijos ya están acostados. Ya no hay ruido en casa excepto el de la tele y ella se abraza a un cojín como lo haría un búho nocturno a una rama del árbol en el que reposa.
Inma tiene 40 años, es madre de dos hijos de quince y nueve (Pedro y Alejandro), está divorciada y su reivindicación es clara: trabaja fuera y dentro de casa. Ejerce como encargada de una fábrica de tapices en Yecla (Murcia), pero, a la vez, es quien cuida de sus hijos. Su jornada laboral no se reduce a las siete horas y medias que pasa entre hilos, telas y máquinas de coser, sino que distribuye las tareas del hogar en las horas restantes. "Yo me levanto a las 7:30 y ahí ya empieza mi jornada laboral, que dura hasta las 11 de la noche. Una está remunerada y la otra, no. Por una dirán que soy 'mujer trabajadora' y la otra ni se reconoce como trabajo", afirma.
Verbaliza su día a día como en un sprint con la lengua: parece que al agilizar sus frases el día pasa más rápido. Se despierta a las 7:30 y se va directa a la cocina a poner el café y preparar el desayuno de sus hijos. Mientras ellos ingieren, ella aprovecha para lavarse la cara y vestirse. Friega los platos antes de irse, les recuerda a sus hijos que se lleven el bocata, le dice a Alejandro que no se olvide el libro de inglés, se maquilla y a las 8:45 sale de casa para dejar al pequeño en el colegio e irse al trabajo. En la fábrica tiene jornada partida: de 9 a 13:30 y de 15:30 a 19. Sus horas libres las dedica a realizar tareas del hogar para la supervivencia ajena: la de sus hijos. Prepara la comida, friega los platos, pone la lavadora, hace la compra, piensa en la comida del día siguiente, limpia el baño o el salón, barre la cocina, le seca el pelo al pequeño, le ayuda con sus deberes.
"Cuando acababa de divorciarme me sentía muy mala madre. Tenía que trabajar 'obligada' porque necesitaba el dinero. Económicamente voy hasta aquí. Sentía que descuidaba la casa y a mis hijos. Que no están descuidados pero no me da tiempo a hacer todo lo que querría", explica ella. No tiene una definición de qué es ser una buena madre y no le gusta que en el pueblo la juzguen: "Hay gente que piensa que si yo fuese buena madre no trabajaría fuera de casa. Hay gente que me lo ha recriminado, me han dicho que no debería haberme divorciado, que debería dedicarme a mi casa, a mi marido y a mis hijos".
En EL ESPAÑOL hemos acompañado a Inma en su jornada laboral completa, desde que se pone los zapatos hasta que se los quita. Hemos desmenuzado las horas para detallar esa frase en abstracto que a menudo escuchamos y que Inma repite como un mantra: "No paro en todo el día". Ella, mujer anónima a la que nunca se le rendirá homenaje el 8 de marzo, pone rostro a las que realizan tareas de cuidados no remunerados: "Me da apuro hacer esto porque es dejar mi vida al descubierto, pero por otro lado me hace sentir orgullosa porque igual la gente deja de vernos como a una 'superwoman'. Es una gran mentira, es como si fuese algo positivo pero agota muchísimo. Si no llegas a todo parece que no eres buena madre", dice.
Su crítica va a dirigida a las etiquetas que pretenden santificar la labor de una mujer como si fuese inherente a ella. "Qué buena es mamá porque me recoge la ropa, qué buena es mamá que se levanta a hacerme el desayuno, qué buena es mi mujer porque me hace la comida", parafrasea con sorna. Inma pide que la sociedad pase del "gracias" al reconocimiento. "Si dices 'gracias' es como si tuvieras que seguir haciéndolo. No, está claro que muchísimas trabajamos fuera y dentro, y las que trabajan solo en casa no paran tampoco. Hay que reconocer que esto es así porque negarlo sería una tontería. Pero lo que hay que conseguir es que ellos se impliquen igual que nosotras", añade.
Lo decía también la economista neozelandesa Marilyn Waring cuando apuntaba que el sistema es capaz de anotar el precio de un biberón pero ignora el valor del amamantamiento. Lo resumía con un: "Si no hay transacción, si no hay precio, no se contabiliza". "Me sienta muy mal que el 8 de marzo en la tele solo salgan las típicas mujeres de éxito. Me da rabia porque pienso: '¿Y las demás, qué? ¿Y las amas de casa, qué? ¿No son mujeres trabajadoras?'. Es como si el concepto 'mujer trabajadora' solo incluyese a las que tienen un trabajo fuera. No se piensa en la mujer que está un montón de horas trabajando dentro y fuera, que está cansada, que no puede más".
7:30-9. Desayuno
Alejandro le choca las manos a su madre nada más levantarse. Son las ocho de la mañana; el mayor, Pedro, ya desayuna y al pequeño le toca vestirse mientras Inma apura el café. Pedro sale antes y se va al instituto. Ella friega los vasos y platos del desayuno, saca a descongelar pechuga de pollo para la cena, hace las camas, ordena el sofá del comedor y a las 8:45 sale de casa para dejar a Alejandro en el colegio e irse al trabajo.
"Me considero ama de casa también, claro. Y no está valorado. A la mujer que trabaja dentro de casa no se la considera mujer trabajadora. Parece que solo lo eres si tienes una jornada remunerada. Una ama de casa nunca se jubila. Lo pienso por mi madre, que trabajaba en casa, cada día tenía algo que hacer. Porque yo por ejemplo entre semana limpio por encima, y ya el fin de semana a fondo. Pero mi madre todos los días lo hacía a fondo".
9-13. Trabajo en la fábrica
A las 9, Inma comienza su jornada laboral remunerada. Gana 1.100 euros al mes trabajando de lunes a viernes entre siete y ocho horas al día. Su misión es supervisar el trabajo de las costureras de la empresa, dedicada a la tapicería. "Muchas veces también las ayudo: corto la tela, les llevo los hilos, cargo los pedidos...".
Dice que cuando hace "faena de mano" piensa en la comida de la semana: "Los lunes toca pasta, los miércoles unas lentejas o algo así, los viernes algún puré de verduras... Los martes y jueves a mediodía su padre se los lleva a comer fuera. Son los únicos días que descanso un poco más. A mí a veces me gustaría llegar a casa y decir: 'Toma, una pizza para comer'. Pero no, no me sale. Me sabe mal por ellos. Si fuese egoísta y pensase en mí lo haría".
Define su trabajo "fuera de casa" como su momento de desconexión. "No estoy descansando, pero no pienso tanto en los críos ni en lo que tengo que limpiar. Para mí es más importante mi jornada laboral dentro de casa, es la que me preocupa, es la que más me agobia porque siempre hay algo que queda por hacer. Algunos fines de semana colaboro como fotógrafa para YeclaSport. Ni siquiera lo considero trabajo como tal porque es mi vía de escape. Me ilusiona".
13-15:30. Preparar la comida
Se quita la bata que usa en el puesto de trabajo, se ajusta la chaqueta y arranca el coche. Tiene media hora hasta que recoja a Alejandro del colegio. Hoy aprovecha para limpiar el baño. "Hay pelos, restos de pasta de dientes... Es que casi cada día hay que pegar un repaso". Tarda quince minutos, y usa el resto para poner el agua de la pasta y para preparar el sofrito de carne y tomate.
"Si me sobran unos minuticos también pongo la lavadora, así la saco antes de irme otra vez al trabajo y la pongo en la secadora".
Recoge a Alejandro a las 13:30, van a casa y mientras esperan a que llegue Pedro del instituto, ella acaba de preparar la comida y pone la mesa. Después de comer, friega los platos y limpia la encimera y la mesa. Es un ritual casi obsesivo. "No me gusta ver los restos de comida ahí". "¡Alejandroooo! Venga, a hacer los deberes", grita. Son las tres de la tarde y en media hora abre la ludoteca en la que el pequeño se queda mientras ella vuelve a la fábrica. Hasta las 15:30, ayuda a su hijo con los deberes. "Si tiene examen repasamos por la noche, y si queda algo por hacer, lo acaba en la ludoteca. El mayor, como ya tiene 15 años, se apaña. Hace sus deberes, o se va a entrenar, o se va a clases particulares... Es muy responsable". Sale de casa a las 15:30 en punto después de haber comprobado que su hijo ha dejado preparada la mochila del día siguiente. Le deja en la puerta de la ludoteca: "Un beso, ¿no me das un beso?". Arranca el coche y se va de nuevo a la fábrica.
15:30-19. Vuelta a la fábrica
"Yo no puedo permitirme hacer huelga el día 8", dice en referencia al paro mundial de mujeres. Hasta en 45 países las mujeres se movilizarán para protestar por todas las desigualdades existentes generadas por el sistema patriarcal: desde paros laborales de estudios hasta huelgas de consumo y de las tareas domésticas. También se protestará por las víctimas de la violencia machista.
Inma lo resume así: "No puedo dejar de ser la persona que cuida de mis hijos. ¿Quién se ocupa de mi casa, quién cuida de mis hijos, quién les hace de comer? Salgo a la calle a reivindicar y mis hijos qué. ¿Los dejo ahí tirados? No puedo". "¿Qué pasaría si nos pusiésemos todas las mujeres en huelga, si hubiese un paro real, también de cuidados?", le pregunta la periodista. "Uf, sería un caos... No puedo ni pensarlo. Si mi madre se hubiese puesto en huelga, por ejemplo, nos habríamos hundido todos. Pero pienso en si lo hubiese hecho mi padre y, sinceramente, no se notaría".
Inma frunce el ceño ante algunas afirmaciones. Le molesta especialmente una: "Los hombres tienen que ayudar en casa". "¿Qué es eso de que el hombre tiene que 'ayudar'? ¿Es que la responsable soy yo y tú me ayudas? Ellos dicen: 'Te he hecho la cama' o 'te he hecho la compra'. Y piensas: '¿Perdona? No me has hecho nada a mí. Lo has hecho porque tú vives aquí y tienes que hacerlo".
19-21. Cena
Su turno de trabajo remunerado finaliza a las siete de la tarde, hora en la que vuelve a coger el coche y aprovecha para hacer la compra. Si no, se va al gimnasio. Después, sobre las ocho, recoge a Alejandro de la ludoteca y vuelven a casa. Hoy ha ido a comprar agua, ternera para el día siguiente, algo de fruta y pan.
Llega a casa a las 20:15 con su hijo pequeño, coloca la compra y saca la sartén para hacer la cena. Mientras el aceite hierve, el mayor juega a la Play Station; Alejandro se entretiene en su habitación. Vuelve a poner la mesa, sirve el pollo y comienzan a cenar.
21-23. Fregar y limpiar
La cocina huele a ajo. Toca cenar a las nueve de la noche, la banda sonora es el ruido de las bocas al masticar rápido. Pedro y Alejandro recogen sus platos y mientras el pequeño se ducha ella friega la sartén, los platos, los vasos y los cubiertos; también limpia la mesa y la encimera, y barre. Es una sucesión de actos reflejo que ha automatizado, como lavarse la cara al levantarse o bostezar cuando uno tiene sueño.
Después prepara los dos bocadillos del día siguiente. "¿De qué los queréis mañana? ¿Jamón, atún...?", se oye. "No, de nocilla no", responde. Cuando acaba en la cocina, le seca el pelo a su hijo, lo acuesta y aprovecha para limpiar el comedor: "Si no, se acumula la suciedad, prefiero hacerlo antes de dormir y ya me quedo tranquila. Si está limpio, lo que hago es planchar y doblar la ropa de la lavadora. Tengo que poner una casi cada día".
Son las once de la noche, Inma se desabrocha los cordones de los zapatos y sube las piernas al sofá. Hace zapping en la tele, toquetea el móvil. Tiene sueño pero si se duerme su día acaba ahí. "Necesito estar sola un rato, es mi momento de desconexión, de no pensar en nada".