Pepe Barahona Fernando Ruso

Voy vestido pero me siento desnudo delante de David. Trato de ser neutro en la manifestación de mis emociones a sabiendas de que él me escruta. Ambos nos miramos, hablamos de banalidades y espero a que su escáner mental procese una imagen más o menos nítida del sujeto que tiene delante, yo. Pero no funciona así. O sí. “Estás bloqueado —me dice—, en alerta, porque no quieres que te sienta”. Y es cierto. No quiero que note mi escepticismo. Que presienta mis dudas hacia la alta sensibilidad de la que él hace gala. Y así empieza una jornada con quien asegura sentir lo que otros sienten, ver lo que otros no ven y hacer un don de lo que otros perciben como un calvario.

Jerez de la Frontera (Cádiz), jueves. Mientras que media ciudad está de feria, David García Alcaraz recibe a EL ESPAÑOL en el gabinete que comparte con su mujer, Elena Domínguez, psicóloga y experta en neurociencia y biología del comportamiento. “Siempre supe que era diferente”, explica él en los primeros compases de la conversación. Ella asiente.

Personas con alta sensibilidad

Ese “ser diferente”, explica Elena, tiene nombre: persona altamente sensible, un rasgo de la personalidad nato presente en un 15% de la población. “No es un trastorno, tampoco una patología o una enfermedad”, puntualiza la psicóloga.

Según la doctora estadounidense Elaine Aron, pionera en el descubrimiento e investigación del rasgo y autora del libro El don de la sensibilidad: las personas altamente sensibles, quienes poseen esta virtud se caracterizan por procesar toda la información recibida de una manera intensa y profunda; por saturarse y sentirse sobrestimulados al recibir mucha información, sensorial y emocional; por hacer gala de una altísima emocionalidad y fuerte empatía; y por desarrollar una elevada sensibilidad capaz de captar sutilezas, haciendo propio el estado emocional de quienes los rodean.

David —cercano a los cuarenta, tranquilo, atento, complaciente y de aspecto tierno, aficionado al Scalextric y al skateboard y amante del orden y las simetrías— cumple con los cuatro criterios esenciales. Es muy altamente sensible. Apenas va a los centros comerciales. Y si lo hace es en horas de bajísima afluencia. Tampoco a los bares. Dejó de ir al cine porque sentía las emociones de quienes lo rodeaban. “Es complicadísimo”, asegura. “En un autobús no suelo estar cómodo, tampoco en los supermercados o en las bibliotecas —enumera—, aunque estén todos callados, recibo sus tensiones”.

“Me contagiaban”, resume. “Podía sentir lo mismo que sentían las otras personas, si se sentían tristes o contentos yo me sentía igual”, explica David, que ha llegado incluso a experimentar en su propio cuerpo las sensaciones de su vecino. “Venía poco, pero notaba cuando llegaba, empezaba a sentirme mal, a estar inquieto, nervioso, hasta que descubrí que era él; y cada vez que me sentía así, me asomaba por la ventana y ahí estaba su coche”.

De vez en cuando, para desintoxicarse de la vida de la ciudad, David se recarga de energía mediante el contacto con la naturaleza. Lo hace abrazándose a un árbol, sobre todo en situaciones de estrés, con el objetivo de restablecerse. Es algo común: las personas como David suelen buscar refugio en parques ante los estímulos de la ciudad.

NO SON VIDENTES, SON ALTAMENTE SENSIBLES

Algunas veces David empatiza tanto con quien tiene a su alrededor que llega a saber incluso el origen de su tristeza, de su alegría, de su ansiedad, de su nerviosismo. “También veo la intencionalidad —asegura—, sé cuando alguien viene a engañarme o a hacerme daño”. Y no, no es vidente, es altamente sensible.

Por si acaso, ahí sigo. En mitad de un cuarto pensado para serenar, a media luz, apoyado sobre una mesa de madera y mirando unas intrigantes láminas de colores que cuelgan de unas paredes color gris neutro. Estamos hablando. Y espero que David me sorprenda con un análisis más o menos acertado de cómo me siento en ese preciso instante. Bloqueo intencionadamente cualquier manifestación que pudiera dar pistas a mi interlocutor. Sigo escéptico. Nos miramos. Nada.

Su capacidad para interiorizar las sensaciones de otros fue un problema para David hasta que aprendió a gestionar sus emociones, a discernir las propias de aquellas que provenían de otros. Capacitado para los estudios, se tomó un descanso mientras cursaba su tercer curso de Ingeniería Técnica Industrial para irse a meditar a la India. Rompió con todo y con todos. Familia, amistades, compañeros de facultad y se dedicó a buscarse.

David García, en un parque de su localidad. Fernando Ruso

De vuelta conoció a su actual pareja. Ambos tienen un hijo, también altamente sensible. Y ella, intrigada por el comportamiento de David, lo invitó a leer las teorías de la doctora Elaine Aron. “Ahí descubrí que tenía el rasgo que ella describía”, confirma. “Y fue una liberación”.

“Comprendí que no era el único y ahora soy consciente de que hay muchísima gente que, como yo, ha estado sufriendo por no saber gestionar su alta sensibilidad”, recuerda. “Que tenemos un don —sigue—, que estamos capacitados para poder vivir las cosas de una forma más intensa, que podemos sentir a los demás más intensamente. Y eso te hace vivir la vida con más calidad”.

Ahora David ayuda a otros altamente sensibles, como coach, a gestionar sus emociones.

UNOS “BICHOS RAROS”

En España, las personas altamente sensibles se agrupan en una asociación nacional que dirige Karina Zegers de Beijl, autora de varios manuales sobre este rasgo de la personalidad. “Todos tenemos algo en común: nos hemos sentido durante toda nuestra vida como unos bichos raros”, confiesa a EL ESPAÑOL.

Karina se sabe PAS, persona altamente sensible, desde hace doce años. Y desde entonces no ha parado para favorecer el conocimiento de este rasgo de la personalidad entre la comunidad médica. “Pero no interesamos a la bata blanca”, se queja. “Se sabe mucho del autismo, del trastorno por déficit de atención e hiperactividad… pero los rasgos no interesan”.

La portavoz de los PAS españoles explica que solo hay una forma efectiva de determinar si una persona es altamente sensible: una resonancia magnética funcional, que permite ver la actividad cerebral ante determinadas tareas.

Siguiendo este método, científicos de la Universidad Stony Brook, de la Universidad de California, del Albert Einstein College of Medicine y de la Universidad Monmouth han llevado a cabo estudios para determinar las diferencias existentes entre los cerebros de los altamente sensibles y de quienes no lo son. En los de las personas PAS —o HSP, de ‘highly sensitive people’, por sus siglas en inglés— se observó una mayor actividad en sistema de neuronas espejo, asociado a la respuesta empática. También en zonas destinadas al procesamiento de la información sensorial.

LOS TEST DE LA ALTA SENSIBILIDAD

Pero la práctica totalidad de quienes se autodeterminan altamente sensibles llegan a esa elucubración a través de los múltiples y variados test que proliferan en las asociaciones de PAS. “La resonancia es cara y los test garantizan en una alta probabilidad la definición”, detalla Karina Zegers , la presidenta de la Asociación de Personas con Alta Sensibilidad de España (APASE), que ayuda a sufragar con la cuota de sus 200 miembros los estudios de la doctora Elaine Aron en Estados Unidos.

Pero el objetivo —“el gran sueño”— de Karina, según explica a EL ESPAÑOL, es poder entrar en los colegios. “Algo complicado, porque la comunidad educativa es muy reticente por ahora”, añade. “Así se podrían evitar diagnósticos erróneos de, por ejemplo, personas con trastorno por déficit de atención e hiperactividad —apunta—, que en muchos casos se confunden con personas altamente sensibles”.

Precisamente el colegio fue un calvario para Miriam. A sus 17 años acaba de saber que es altamente sensible. Aunque siempre se supo diferente. Sufrió acoso escolar y lleva arrastrando una depresión desde los 12 años. Ya ha salido.

Miriam Casas, adolescente que busca refugio en los parques ante los estímulos de la ciudad. Fernando Ruso

“Ir al colegio me producía un estrés terrible, pero no me sentía con fuerzas para decirle a mis padres que era para mí una tortura”, confiesa la joven. Ahora se siente liberada, mucho más después de conocer su condición de altamente sensible.

“UN DON O EL MAYOR CASTIGO DEL MUNDO”

“Lo veo como un don, pero porque he elegido verlo así; porque la alta sensibilidad puede ser un don o ser el mayor castigo del mundo”, zanja la joven, que maneja una conversación fluida y adulta. “Todo te afecta de un modo terrible si no sabes gestionarlo”.

Miriam es introvertida. Asegura disfrutar con un simple paseo por el campo. “Me siento en contacto con la naturaleza”. Esa es su huida. Su válvula de escape.

La ciudad, con su ritmo desenfrenado y sus incesables estímulos, explica Karina, está ideada para personas no altamente sensibles. “A nosotros nos cuesta seguir el ritmo, y ese es el principal error de un PAS”, asegura la presidenta. “Y tenemos que aprender a marcar nuestros propios límites, porque el estrés conduce a depresiones, problemas de la piel, del estómago…”, enumera.

Para Miriam el descanso está en la naturaleza; para David, en la meditación, en el ‘mindfulness’; y para Julia, en el deporte.

Julia Sánchez Abrines, 65 años, comparte con Miriam y David su condición de altamente sensible y una increíble capacidad apaciguadora. Su tono de voz sereno, su narración pausada, rebaja las pulsaciones de cualquiera. “No lo considero un superpoder”, confirma diligente. “Lo veo como un don, del que doy muchas gracias por tenerlo, porque eres receptivo a muchas cosas y puedes ayudar a mucha gente”, apunta. “Ya solo hace falta que se quieran dejar ayudar”, acota.

Julia Sánchez, deportista, aficionada al teatro y persona altamente sensible. Fernando Ruso

Sus hijos, de 32 y 38 años, no saben que Julia es altamente sensible. Su marido sí. “Para él yo estaba siempre triste, depresiva, sin ganas de ir a los sitios…”, explica. “Yo me he sentido rara —confiesa—, he llegado a pensar que era rarita”.

“TENGO MIEDO DE LO QUE PIENSEN DE MÍ”

Porque Julia cala a la gente fácilmente. Se percata cuando alguien tiene un problema. “Lo siento como si la persona estuviese en mí, se me coloca dentro”, detalla señalando su cuerpo menudo fruto de toda una vida practicando deporte. “No hace falta que sepa nada, no es necesario ni siquiera que la conozca; la veo, siento el dolor que siente esa persona”, puntualiza. “Pero me lo callo porque tengo miedo de lo que piensen de mí”, zanja.

Y ahí empieza a gestionar toda la información de la que dispone. “Le doy mil vueltas, veo todos los escenarios posibles hasta que encuentro la clave; de hecho —concreta—, sé que he ayudado a mucha gente”.

La experiencia vital de Julia se entronca en lo que defiende la psicóloga Elena Domínguez, que atiende a muchos PAS en su consulta. La alta sensibilidad, explica, tiene un sentido evolutivo y social, las personas que tienen este rasgo son capaces de ver cómo sus actos y los de sus iguales afectan a la globalidad, de velar por un bienestar común, tanto de su entorno, como de cuestiones relacionadas con el medioambiente. “Evolutivamente su existencia tiene sentido porque ejercen una función de protección de protección de la especie”, propone la especialista, que asegura que la alta sensibilidad también está presente en otras especies animales. “Podrían, por ejemplo, ejercer bien la función de consejeros porque tienen en cuenta muchas cuestiones y velan por las consecuencias de los actos a nivel global. Son personas muy previsoras”.

Julia, más práctica, define la alta sensibilidad como algo parecido a estar en un balcón, desde donde se ve todo, pero nadie te ve. “Paso desapercibida por la vida, y me gusta”.

“He luchado mucho para no ser como soy —resuelve—, ahora sé que no es un problema; me alegra saber que soy altamente sensible y tengo mucha paz”.

La vida de David fue un camino repleto de cambios hasta que descubrió su condición de PAS. Fernando Ruso

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