"Cuando vi a tantos policías pensé que había matado a su chica". Se había rapado la cabeza y la perilla. Llevaba una vida aparentemente apacible y anodina a las afueras de Segovia. Pedro Luis Gallego, de 59 años, dos asesinatos y más de 18 violaciones a sus espaldas, antes conocido como "el violador del ascensor" y ahora como "el violador de La Paz", llevaba varios años refugiado en una nueva guarida. Era, al parecer, su base de operaciones. La casa en la que se instaló en el año 2014 estaba situada a las afueras de Segovia, en el número 16 de la calle Dámaso Alonso. Ahí, los vecinos, en la mañana de este miércoles, se vieron sorprendidos por el trajín de las autoridades, entrando y saliendo del bajo B del edificio, el piso en el que vivía Gallego.
Ahí vivía con su perro, un pequeño yorkshire marrón. Su novia, una chica rubia, más joven y no más alta que él, acudía a verle con mucha regularidad, de suerte que prácticamente muchos creían que compartía con él la casa. El violador del ascensor acariciaba ya los 60 años de una vida a caballo entre la cárcel (pasó más de 20 años) y los crímenes más execrables.
La doctrina Parot propició que saliera en libertad cinco años antes de lo que le tocaba (sería excarcelado en 2022). Acaba de ser detenido por violar a otras dos chicas de entre 17 y 24 años en los alrededores del Hospital de La Paz (Madrid), a 30 minutos en coche de Segovia. También había intentado violar a otras dos mujeres. No se había rehabilitado.
Su nueva vida en Segovia
"Cuando se fueron los últimos inquilinos de aquí y vino este chico, yo le pregunté a los dueños: '¿A quién se lo habéis alquilado esta vez?'. Y me dijeron: 'Nos lo alquila una señora mayor'". Lo relata a EL ESPAÑOL una vecina. En el buzón del piso en el que vivía Pedro Luis Gallego no aparece su nombre, sino el de los verdaderos propietarios de la vivienda. Él se instaló en régimen de alquiler desde que llegó hace más de dos años huyendo de la pedanía de Honcalada, al sur de Valladolid. Allí vivía su hermana y allí se ocultó él, aunque sin mucho éxito. Pronto los habitantes del pueblo denunciaron su presencia; aparecieron pintadas: "Fuera, violador". Huyó de allí para recalar en Segovia.
La zona de Nueva Segovia es de las más modernas de la ciudad. Un lugar apartado en el que es posible, si no eres del lugar, pasar desapercibido. El piso cuenta con, al menos, tres habitaciones, cocina, baño, y un amplio salón. Posee también un patio común al que todos los vecinos pueden acceder. Se trata de una vivienda eminentemente familiar en la que hay cerca de 40 apartamentos. Curiosamente, Gallego convivía con un notable número de guardias civiles, policías y bomberos. Todos en el mismo bloque.
Él decía que estaba en paro. Los vecinos se lo creían por la vida que llevaba, bastante anodina. Apenas se relacionaba con nadie. "A algunos nos llamaba la atención una cosa que hacía: siempre quería que la puerta de la calle estuviese bien cerrada". Pasaba muchas tardes con su chica, entre los paseos al perro y los cafés en la cafetería Bariloche y en el Cancha 17, una bar situado puerta con puerta con la entrada de su edificio. Algunos vecinos, tras varios años conviviendo entre las mismas paredes con el violador de La Paz, todavía no conocían su nombre. Se relacionaba poco. Era un tipo bastante reservado.
El hecho de ser nuevo y desconocido no le impedía, según cuentan otros inquilinos, provocar la incomodidad algunas tardes. El ruido y los gritos, fruto de los encuentros sexuales entre él y su pareja, que iba a visitarle con bastante frecuencia, no pasaba inadvertido para quienes vivían encima o a los lados. Mayormente, estos encuentros tenían lugar entre las tres y las seis de la tarde.
"Es que no solo es que sea un violador, que lo es, es que también se ha cargado a gente. A dos mujeres. Que este tío no era ningún mindundi". El hombre que pronuncia esa frase a EL ESPAÑOL se ve indignado. Está sentado en la barra del mismo bar al que Gallego acudía con regularidad. Allí, otros clientes habituales comentan lo ocurrido, consternados por haber convivido durante muchos meses con uno de los criminales más peligrosos de las últimas décadas.
El modus operandi
Ahora, Pedro Luis Gallego, cuatro años después de salir de la cárcel (2013), ha vuelto a ser detenido por crímenes similares a los que le llevaron a cumplir una larga condena que se hizo corta al aplicarse la doctrina Parot. Durante varios meses, sembró la inquietud y el pánico en el barrio de La Paz. Su proceder era el siguiente.
El violador de La Paz actuó entre la pasada Semana Santa y el puente de mayo. En ambas ocasiones, los raptos fueron llevados a cabo entre las nueve y las diez de la noche en las inmediaciones del Hospital de La Paz, en la calle Arzobispo Morcillo. A esa hora, la afluencia de gente es menor en esa calle. En cuanto veía a su víctima -en los cuatro casos, chicas de entre 17 y 24 años de edad-, se bajaba del coche con la cara tapada y la seguía andando por la acera que en esa calle está más cercana al parque. Algunas de las chicas huían creyendo que se trataba de un ladrón. En un momento dado, sacaba una pistola, le apuntaba y le decía que se metiera en el coche. Allí les tapaba los ojos y se las llevaba lejos de la zona para violarlas. Según fuentes de la investigación, "el violador de La Paz" las llevaba hasta su piso de Segovia y ahí cometía la violación.
La situación del piso dentro del edificio era, a todas luces, propicia para sus macabras intenciones. Situado en planta baja, al lado de la puerta de su casa está la escalera que conduce al garaje común de todos los habitantes del bloque. Es decir, no necesitaba entrar por la puerta principal, ni coger el ascensor para ser visto. Podía subir las escaleras nada más aparcar el coche y entrar en su residencia con la víctima.
Operación de la Policía
El fin de las agresiones sexuales de Gallego llegó la mañana del pasado miércoles. El operativo de la Policía Nacional y de la Policía Científica comenzó en torno a las siete de la mañana. Todos estaban vestidos de paisano. Llamaron a la puerta de la casa que llevaban días vigilando a las afueras de Segovia. Sabían dónde estaba. Fue él mismo el que abrió; en ese momento le detuvieron.
Una vez esposado, los 20 policías que formaron el operativo le sentaron en una silla en el vestíbulo del edificio, enfrente de su puerta, tapado con una sábana blanca para que nadie pudiera verle. "Nos taparon con cinta aislante todas las mirillas para que no viésemos qué pasaba. No paraban de salir con cajas de ahí dentro. Teníamos que pedir permiso cada vez que queríamos salir", explican quienes vivían en la misma planta que él.
Hasta doce horas duró el registro de la vivienda, aproximadamente hasta las siete de la tarde. Siete vehículos les hicieron falta para transportar todas las pruebas, después de que lo supervisase todo el juez.
Un historial interminable
Gallego salió en libertad en diciembre de 1991. Allí cumplía condena por violar a una mujer de 26 años. Su forma de actuar de aquel entonces era muy diferente a la actual: abordaba a sus víctimas en los portales de sus domicilios y posteriormente las obligaba a entrar en el ascensor. Ahí consumaba la violación.
El violador asesinó a dos chicas jóvenes un año después. En enero de 1992, asesinó a la joven burgalesa Marta Obregón. En julio de ese mismo año, acabó con la vida de Leticia Lebrato, de 17 años. Pero no eran los primeros crímenes que se le conocían. Venía sembrando el terror desde, al menos, diez años atrás.
Recién salido de la cárcel, el violador perpetró una violación tras otra en barrios vallisoletanos como el de Parquesol, la plaza de San Juan o el barrio de Gabilondo. Después de asesinar a Leticia, tras nueve delitos de violación, huyó en julio de 1992.
En junio de ese mismo año, antes de asesinar de once puñaladas a Leticia Lebrato y de huir días después, cuatro mujeres presentaron denuncias de violación en Valladolid. Él ya se había dado a la fuga en su coche. Tras una persecución de varios meses, disparos contra la policía y teléfonos pinchados, fue detenido finalmente el 17 de noviembre de 1992. Ahí ingresó en la prisión de Villanubla.
Una víctima: "Hoy me he vuelto a sentir violada"
Luis Lavín dice que el día en que Pedro Luis Gallego salió a la calle dejó de creer en la justicia: "Son estas cosas que te hacen replantearte qué clase de sistema penal deja libre a un violador", explica a EL ESPAÑOL por teléfono. Lavín fue el abogado de la familia de Leticia Lebrato, una de las dos jóvenes asesinadas por Gallego. Tenía entonces 17 años (fue en 1992), recibió once puñaladas y su familia aún no se ha repuesto de aquello. Cuando sus padres, Pablo e Isabel, supieron en 2013 que el asesino de su hija quedaba en libertad, solo acertaron a decir: "Veo a niñas en la calle y pienso que les puede tocar". Pablo, el padre de Leticia, añadía: "No me creo que pueda volver a matar desde hoy". Ese día Lavín también comenzó a ser un descreído: "Aquello fue una cagada del sistema penal. Pienso que cómo se pudo cometer semejante injusticia. Estaba claro que era reincidente", dice.
Lavín explica esto sustentando su argumento en la primera condena que Gallego recibió, igual que hace Blanca Estrella Ruiz, presidenta de la asociación Clara Campoamor, que ha llevado la representación conjunta de todas las víctimas del violador: "Fue a finales de los 80, acusado de violar a varias jóvenes. Aquel juez pensó que estaba loco, enfermo, y que debía ingresar en un centro psiquiátrico penitenciario. Este centro decide al poco tiempo que ya está 'curado' y lo pone en la calle. Yo tuve acceso a aquel informe y ponía literalmente que estaba 'en condiciones de salir y vivir en sociedad', que se daban 'garantías de que podía reinsertarse'", apunta Ruiz.
Fue entonces cuando volvió a Valladolid. "Cuando algunas víctimas comenzaron a denunciar y el retrato robot se distribuyó, él huyó a Galicia. Le detuvieron pero para entonces ya había violado a, al menos, 54 chicas en Valladolid y once en Salamanca [65 en total], además de asesinar a Leticia Lebrato y Marta Obregón". Finalmente fue juzgado por 18 violaciones y dos asesinatos (en juicios separados). "De las chicas que denunciaron, muchas se retiraron de la demanda colectiva. Tenían pánico. Por aquel entonces no se protegía tanto a las víctimas de agresiones sexuales, su privacidad estaba muy expuesta y él sabía una por una, con nombres y apellidos, quién había denunciado".
Blanca Estrella Ruiz, que lleva media vida ayudando a mujeres que han sufrido agresiones sexuales, apunta que el primer error que se cometió fue en el centro psiquiátrico penitenciario de Alicante: "No solo no estaba preparado para vivir en sociedad, es que apenas llegó a cumplir condena por las violaciones que ya antes de los años 90 había cometido".
Prueba de que a Gallego le daba igual la redención fue, como cuenta Ruiz, que en su segunda estancia en la cárcel rechazó recibir tratamiento psicológico alguno: "Ahora la ley ha cambiado, pero antes los presos se podían negar a recibir estos tratamientos".
Cuando comenzaron la demanda, rememora la presidenta de la asociación, "las víctimas se reunieron en un hotel de Valladolid": "Tenían miedo, yo estaba con ellas, estaban temblando. Al menos así estaban juntas, podían darse ánimos".
En 2013 el pánico volvió. Él había tenido acceso a los nombres y apellidos de las víctimas, así como a otros datos personales (DNI, residencia...). "Ellas solo me preguntaban: '¿Nos va a volver a pasar algo?'". Enterarse de que le han vuelto a detener ha sido una noticia agridulce. Por un lado, no podían evitar sentir alivio, pero saben que es a costa de que otras jóvenes hayan sido agredidas sexualmente, tal y como expone Blanca Estrella Ruiz: "Hace un rato una víctima me llamó y me dijo: 'Hoy es como si me hubiesen vuelto a violar'. Vamos a pedir prisión permanente revisable para este violador para que las jóvenes a las que destrozó la vida en los 90 y ahora no se vuelvan a sentir violadas".
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