A Júlio Santos se le quiebra la voz en el claustro de su parroquia, en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Pedrógão Grande: “Cada caso es un caso, una vida, un futuro que queda borrado, pero hay algunos que son especialmente trágicos”. Tiene tono cansado. Acaba de enterrar a una niña de cuatro años, víctima del incendio que estos días ha arrasado el corazón de Portugal y que se ha cobrado la vida de 64 víctimas.
En su mirada se reúnen la muerte y la desolación. También oficiará otros 40 funerales de personas que han caído en la tragedia: “Esta gente son mis vecinos, mi familia...”. Tambalea su discurso, pero logra recomponerse y ofrece un hilo de esperanza: “Al menos tengo la oportunidad de hacer luto junto a ellos”.
El padre Santos es de esos pastores que dicen que tienen que oler a oveja: “Tenemos que estar junto a nuestro rebaño tanto en los buenos momentos como en los malos”. Por eso, cuando se enteró de que un incendio consumía el área de Pedrógão Grande -“lo vi por los medios la tarde del sábado y supe que tenía que estar con los míos”-, no dudó en coger su coche y viajar hasta las mismas puertas del infierno.
Se encontraba de retiro espiritual en Leiría, a una hora en coche de Pedrógão Grande. Aquel día, sin embargo, las carreteras y las principales vías de acceso estaban cortadas: “¡Tuve que dar una vuelta enorme para intentar volver a casa!”, recuerda el sacerdote en conversación con EL ESPAÑOL. Su determinación, no obstante, era ciega; no atendía a razones físicas, sino a su convicción de estar con los suyos.
- Casi todas las carreteras estaban cerradas, ¿cómo consiguió llegar hasta Pedrógão Grande?
- La cosa estaba complicada pero una vez que conseguí acercarme a la zona pude volver a casa a través de unos pequeños caminos a través de los cuales he transitado toda la vida.
- No sería fácil.
- Tuve suerte, porque parte de la zona por la que pasé ardió unas horas más tardes.
Mientras más de 2.000 bomberos participaban en las labores de extinción, Santos –que creció en una de las aldeas afectadas por el incendio– mantuvo su parroquia abierta, en ningún momento cancelando la celebración de la misa diaria.
En la medida de lo que permitían las autoridades policiales, el cura de Pedrógão Grande dedicaba el resto de esos días críticos a circular por la zona, acercándose a las aldeas que no habían quedado aisladas por las llamas, ofreciendo consuelo religioso a supervivientes, entre ellos algunos que han perdido a sus familiares en la tragedia.
Todavía huele a quemado en Pedrógão Grande:
- ¿Qué ha podido ver durante estos días?
- Han sido días muy difíciles, con la gente viviendo situaciones absolutamente devastadoras.
- ¿Existe algún consuelo en estas situaciones?
- Nosotros estamos aquí para eso, para ayudar y consolar, y cuando estoy entre mis feligreses intento levantarles el ánimo y darles un respaldo en esta situación extraordinaria.
Los funerales de más de 40 víctimas
Júlio Santos nació en una aldea próxima de Pedrógão Grande. Siente que los vecinos que han perdido la vida en el incendio no sólo son sus feligreses, también son su familia. En estos días se echa el dolor de todos ellos sobre sus hombros. Le cuesta encontrar palabras para describir el que probablemente haya sido el momento más duro en su trayectoria como sacerdote, el entierro de una niña de cuatro años que ha muerto en el incendio: “Los de aquí somos gente de fe, y la familia de la pequeña son creyentes. Están rotos por dentro, devastados, pero son gente que entiende que la vida es así. Entienden que la Iglesia y el ejemplo de Jesucristo son especialmente relevantes en estos momentos tan duros”.
- ¿Qué sentía la familia de la niña? Quizá… ¿rabia?
- Entendería que fuese así, pero no había furia en su pesar. Sólo una pena muy profunda.
La niña pereció en la que han bautizado con el nombre de “carretera de la muerte”. Al menos 47 de las víctimas mortales fallecieron en la tarde del sábado en el tramo de la N236 que une las localidades de Castanheira de Pera y Figueiró dos Vinhos, cercadas por el fuego. Las cifras aún tienen algo de provisional: los forenses del Instituto de Medicina Legal de Lisboa aún no han conseguido identificar a todos los fallecidos.
En manos del padre Santos está oficiar los funerales de unas 40 víctimas. El sacerdote está desbordado y se reconoce cansado. Su conversación con EL ESPAÑOL es atropellada, a punto de marcharse para celebrar nuevas exequias.
Ante el número de actos religiosos que tendrá que celebrar en los próximos días, Santos ha recibido refuerzos de otros municipios locales, como también la ayuda del obispo de Coimbra, a cuya diócesis pertenece Pedrógão Grande. El cura se muestra satisfecho con la labor que está haciendo la Iglesia para ayudar a los afectados –“con cariño, con corazón”–, como también con la respuesta de las autoridades ante el desastre.
“Entiendo que haya críticas, y ciertamente comprendo que las hagan la gente que ha perdido sus familiares, pero yo estuve aquí y no creo que se podría haber respondido a esta situación de mejor manera. Todo el mundo hizo lo que pudo, y fui testigo del trabajo incansable de nuestras autoridades locales, especialmente del presidente de la Cámara Municipal, que no paró en su afán de ayudar a todos los afectados y salvar las aldeas”.
- En los últimos días se han escuchado muchas críticas sobre la gestión gubernamental de la tragedia.
- Eran fallos normales, humanos, cosas que pasan en estas situaciones tan extremas, pero en ningún caso hubo actuación de mala fe por parte de las autoridades.
[El padre Santos no deja de prepararse para los actos religiosos que está a punto de celebrar en la que se ha convertido en la peor tragedia de la historia reciente de Portugal].
- ¿Cree que en los próximos días y ante la magnitud de la tragedia puede haber una mayor presencia de feligreses en su parroquia?
- Aunque las personas no estén presentes en la Iglesia, la Iglesia siempre estará presente en la vida de las personas. Si vienen a misa, bien, pero nosotros no dejaremos de acercarnos a ellos en las calles y las aldeas, para estar ahí siempre que nos necesiten.
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