KO al turismo nazi en la 'Guarida del Lobo': cierra el resort de Hitler
En este refugio Hitler pasó más de 800 días durante la Segunda Guerra Mundial. Un empresario lo convirtió en un hotel pero no pagó el alquiler. Las autoridades lo han cerrado por impago.
20 agosto, 2017 02:49Noticias relacionadas
Es muy probable que hoy también llueva en la pequeña ciudad polaca de Ketrzyn. Los densos bosques y 2.700 lagos de la región de Mazuria conforman un paisaje ideal para esconder un secreto. Uno de esos secretos es que aquí, muy cerca del enclave ruso de Kaliningrado, Adolf Hitler pasó más de 800 días durante la Segunda Guerra Mundial, más tiempo que en ningún otro lugar. Y la mayor parte de ese tiempo estuvo oculto en un búnker tan sólido que aún hoy se mantiene en pie y donde hasta hace poco había un hotel.
Hace cinco años, las autoridades polacas sacaron a concurso la explotación turística de la 'Guarida del Lobo', una pequeña ciudad secreta que los nazis construyeron a petición de Hitler para que sirviera de cuartel general durante la invasión de la URSS. El precio de la concesión era de 100.000 euros anuales y entre las condiciones a cumplir se indicaba la obligación de resaltar la importancia histórica de un lugar que cada año visitan unas 200.000 personas y la orden de primar los contenidos educativos por encima de la utilización comercial.
El empresario Jan Zaluska anunció, tras hacerse con el contrato de explotación, que restauraría los barracones de tropa para convertirlos en un hotel temático, ofrecería visitas guiadas a cargo de historiadores y hasta construiría un cine para los huéspedes. En vez de eso, se dedicó a alquilar habitaciones pobremente acondicionadas y a ofrecer actividades como una galería de tiro con armas que replicaban las usadas por los alemanes. Además, dejó de pagar hace tiempo el alquiler y finalmente los agentes judiciales irrumpieron en el complejo, desalojando a los huéspedes y clausurando las instalaciones. Lo que los ejércitos aliados no consiguieron en seis años de guerra mundial lo han consumado unos funcionarios polacos en una mañana: clausurar el cuartel general más importante de Hitler.
Las inmensas moles de la que fue la mayor obra arquitectónica del III Reich, que incluía ochenta búnkers, un aeródromo y una estación de tren, volverán a permanecer en silencio durante las frías noches polacas, ahora que ya no hay fiestas en el 'beer garden' al que acudían entusiastas del turismo. El que quiera seguir los pasos de Hitler tiene ahora que contratar el viaje desde Varsovia o puede llegar a la 'Guarida' por su cuenta y buscar un guía local en Ketrzyn. Pero ya no es posible pernoctar por 30 euros en una de las habitaciones donde vivían los 2.000 soldados de la guardia personal del Führer ni hacerse fotos con ropa militar junto al búnker subterráneo donde estaba el epicentro del terremoto que sacudió Europa.
Resulta difícil describir la 'wolfsschanze' sin aludir a los acontecimientos que provocaron su creación. En 1941 Europa occidental había sido arrollada por el ejército alemán y todo estaba a punto para la 'Operación Barbarroja', la invasión de la URSS con la que Hitler traicionaría a Stalin y que podría decidir el curso de la historia. Para estar lo más cerca posible del frente del Este, el líder nazi ordenó levantar en secreto una especie de mapa de su cerebro hecho de hormigón y acero. Miles de trabajadores traídos de Alemania, que rotaban cada poco tiempo para que no llegasen a sospechar lo que estaban haciendo, emplearon tres veces y media más cemento del que se usó en el Empire State Building para construir una ciudadela de escala geológica.
Tres perímetros de seguridad con dos torretas antiaéreas y una guarnición de 2.000 soldados de élite protegían la 'Guarida del Lobo', nombre en clave de Hitler, que diseñó personalmente el recinto que sería su búnker privado. Una mole de 70 metros de largo por 30 de ancho en forma de cubo en cuya base se situaba un dormitorio de tres por cuatro metros. Hitler había luchado en la Primera Guerra Mundial y le aterraba la posibilidad de ser atacado con gases, así que el recinto se ventilaba a través de unas cuantas tuberías con filtros que se distribuyen por paredes y techo.
La paranoia de Hitler
Hitler recibió en este lugar la visita de Mussolini, el General Moscardó y mandatarios de todo el mundo, desde la India hasta Japón. Las contadas veces que salía de su cubil lo hacía a través de un tren especial irónicamente apodado 'Amerika', que tenía dos locomotoras y dos vagones cañoneros y donde viajaba una escolta de 200 comandos alemanes.
A pesar de que estaba prohibido que ningún otro convoy se cruzase en su camino o que viajase cerca de él, para evitar cualquier ataque, la resistencia polaca emboscó en dos ocasiones al 'Amerika' y eliminó a cientos de sus ocupantes, pero en ambas ocasiones Hitler consiguió escapar. Desde la estación de ferrocarril de Ketrzyn se construyó una vía de uso exclusivo para este tren que conducía hasta la Wolfsschanze. Allí, la rutina diaria del Führer incluía paseos mañaneros con su perro, despachos diarios con sus generales, un café a las cinco de la tarde en un cenador bajo los árboles y cenas seguidas de largas veladas en compañía de sus colaboradores personales. Para muchos líderes nazis pronto se hizo evidente que si querían estar cerca del Führer tenían que trasladarse allí, y el número de búnkers creció hasta llegar a los 80. La 'Guarida' llegó a parecer una de esas ciudades antiguas perdidas en mitad de la selva, con extrañas pirámides de piedra y nieblas permanentes, donde se ordenaba el sacrificio de miles de vidas.
El curso de la guerra fue cambiando y a medida que el territorio controlado por Alemania disminuía, la 'Guarida' crecía. Hitler era presa de una paranoia creciente y desde las angostas ventanas, orientadas hacia el norte para evitar la entrada directa de la luz del sol, observaba sin cesar el cielo gris de Mazuria esperando ver aparecer los bombarderos aliados o rusos. "Saben exactamente dónde estamos, espero su ataque cualquier día", escribió.
Curiosamente, la única bomba que explotó en la 'Guarida' vino de la mano de un alemán. El 20 de julio de 1944 el Coronel Klaus von Stauffenberg se las ingenió para dejar un maletín con explosivos en la habitación donde Hitler iba a mantener una reunión. Seis de los asistentes murieron, pero él escapó con apenas unos rasguños. Stauffenberg fue ejecutado junto a otros 200 sospechosos de formar parte de la trama de la 'Operación Valquiria', que fue llevada al cine en una película protagonizada por Tom Cruise.
De repente, el escondite que parecía invisible e inexpugnable se había convertido en una pesadilla habitable de la que era preciso escapar cuanto antes.
El mismo día que los soviéticos liberaban Auschwitz, Hitler y su séquito abandonaban el cuartel general desde el que se mandaban instrucciones a millones de soldados. El lobo dejaba su cubil y huía hacia a Berlín, de donde nunca saldría. Cuando el Ejército Rojo tomó las instalaciones, Stalin ordenó volar por los aires el búnker de Hitler, pero ni siquiera ocho toneladas de TNT consiguieron destruir los muros de dos metros de ancho. Las más de 50.000 minas colocadas en cada centímetro del suelo no fueron retiradas hasta 1955.
Hoy, solo el sonido de los motoristas que acuden a esta zona para hacer trial o los gritos de asombro de los turistas rompen la paz de un escenario que parece, y tal vez es, una expresión de la locura en estado sólido y un lugar construido para un paranoico que cada noche dormía sepultado bajo 150.000 metros cúbicos de cemento. La vegetación ha empezado a invadir los dominios de quien pretendiera dominar el mundo y pronto cubrirá con su velo vegetal un pasado no demasiado lejano.