Proclamaba con voz campanuda y satisfacción que jamás había "dado una noticia". Francisco Pérez Martínez, Paco Umbral, renovó todo un género del Periodismo a partir de su forma de entender la columna como género total; de hacer de la crónica de sociedad el testimonio de un tiempo y de un país. Un 28 de agosto de hace diez años, doce horas antes de que dejara de latir también el corazón del futbolista Antonio Puerta, sesenta años después de que Islero le atravesara el muslo derecho a Manolete en Linares, fallecía el escritor en la clínica Montepríncipe de Madrid. Cuenta su biógrafo Eduardo Martínez Rico que por la capilla ardiente fueron llegando "sus personajes, sus musas, sus rosas y sus látigos ese caluroso domingo de agosto. De Jaime de Marichalar a Fanny Rubio, de Inés Oriol a Gallardón, de Massiel a Ramoncín: musas y musos a partir de los cuales Umbral contó España, su España. EL ESPAÑOL lo recuerda y lo resucita en su faceta más periodística a través de varias de sus musas y de un muso: el "escápate de la mierda" a Ramoncín, el cuerpo "patrimonio nacional de" Victoria Vera, o la bufanda de Bárbara Rey.
Personalidades del ocio y del negocio, de la alta cultura y de los futbolines vallecanos, de la poesía y de la jet que desfilaron frente al cadáver exquisito y dandy. Recuerda el mismo Eduardo Martínez Rico haber escuchado a Mariano Rajoy, en la misma capilla ardiente, catalogar de "artículos gloriosos", en suspensivo, a toda la obra en prensa de Francisco Umbral. El propio Umbral sostenía, en serio y en 'boutade', que Rajoy era un "invento" suyo.
Hoy pocos rememoran al Umbral más público, al Umbral ácido que hizo de la negrita tipográfica una musa, una excusa para contar la actualidad de lo que pasaba por España. De cómo olfateaba la realidad a partir del universo femenino como inspiración.
Su muso Ramoncín o la poetización del presente
Ramón. J Márquez, Ramoncín, al que Umbral pintaba como "ángel de cuero y fisonomía de navaja, rockanrolero lumpen muy boicoteado por la new wave y el rock nenuco", pone el acento en la conversión de la realidad periodística a la nomenclatura 'umbraliana' de la columna. "Paco era Paco. Me acuerdo con cariño de lo primero que escribió de mí, un texto que se llama 'Ramoncín'. Equivocaba muchas cosas, obviamente, pero es que él hacía creación literaria de todo lo que escribía". Insiste Ramoncín en que al principio Umbral le dio a entender un consejo: "chaval, escápate de la mierda", porque "Paco no me conocía, no sabía que yo no era un marginado, ni vivía en la miseria ni nada de eso. Cuando nos conocimos la cosa cambió mucho y se dio cuenta de que yo ni era un barriobajero, ni un chaval 'tirao', ni una persona que podía haber acabado robando y tal porque había ido a la Universidad, leía mucho, tenía mi trabajo y tal... Y eso cambió mucho y facilitó mucho nuestra relación cultural. Después, cuando me ponía en negritas, que me puso muchas veces, la mayor parte de las veces era muy acertado."Cree el cantante que las licencias 'umbralianas' sobre la exactitud hay que condonarlas, entenderlas por esa "poetización del todo" que era cada columna. Y en esa poetización, sugiere Ramoncín, "entra también el personaje". "Umbral intentaba a veces hacerse el malo cuando no lo era. De alguna fiesta en mi casa, de las que él hablaba, en el ático donde se veía la Puerta del Sol, llegó a contar que las chicas se paseaban desnudas... todo eso era mentira evidentemente, pero la cosa es que él poetizaba lo que quería. En un libro suyo sobre literatura hasta me considera un dadaísta. En mi casa en Madrid tengo una foto en la que se nos ve salir de Bocaccio a altas horas de la madrugada. Dos amigos cómplices".
Su musa Vera
Umbral creó un personaje televisivo, social, que muchos han visto como una capa española contra el helor de la vida. Un abrigo para alguien que siempre tenía frío y se envolvía con papel higiénico y se hidrataba, en los principios madrileños del Café, con agua o leche caliente. Victoria Vera, una de sus musas, con quien mantuvo un célebre y tórrido speech televisivo que ayuda más a comprender al 'personaje Umbral' ("uno ha presentado de todo en esta vida, mítines comunistas de Marcelino Camacho y a Victoria Vera en bragas"), sostiene que el autor de 'Mortal y rosa' "no era muy diferente públicamente porque era un ser humano sensible y lleno de humor, un humor a veces ácido pero lucido e inteligente y que tenía un aire, en el fondo romántico. Como un personaje literario del siglo XIX con el que yo coincidía en sus juicios sobre las cosas y el país". Conviene reseñar que Umbral, en el programa 'Esta noche' de TVE, le espetó a Vera, musa 'umbraliana' y de la Transición, vaso en mano y directísimo: "¿Consideras que tu cuerpo hoy forma parte del patrimonio artístico nacional?".
Umbral en sociedad: De Yagüe a Fanny Rubio
Hay un Umbral asiduo de las tertulias de sociedad. De las cenas donde se cuece "el meollo del cogollo del bollo"; un Umbral que se codea con Cayetana de Alba ("Liria ya no es lo que era"), pero también con personalidades de las finanzas, de la política o del corazón más 'couché'. Un escritor que vive y asiste a su tiempo. Paloma Segrelles, constante negrita en los artículos de Umbral, especialmente en los más vividos de la Transición, lo recuerda en las cenas que ofrecía en su chalet ("el chalet de los Segrelles, que es como un castillo de novela gótica") donde acudía "una mezcla de personas muy diferentes y de distintas ideologías". Segrelles, factótum de los cenáculos de la Transición y del Club Siglo XXI conoció a Paco Umbral en los setenta, en la presentación de uno de sus primeros libros donde quizá no asistieran más de nueve personas.
Segrelles lo tenía por "uno de los pocos intelectuales" que ha conocido "que además de inteligente era listo para andar por la vida". "Un día me comentó", abunda, "que había firmado un contrato cuyo contenido era muy ventajoso, y le dije “enhorabuena, no sabía que eras tan buen negociante, eres el mejor empresario de ti mismo” y le molestó muchísimo, “¿yo empresario?”. Con el tiempo lo comprendió y lo decía orgulloso de serlo. Me recordaba a Dalí".
La periodista María Eugenia Yagüe ("su querida comadre") fue vecina de bloque de Francisco Umbral y tiene aún presentes sus conversaciones de ascensor en el edificio de la madrileña calle Juan Ramón Jiménez, número 28. Yagüe dibuja al Umbral vecino, pero también al Umbral periodista que muchas veces la citaba en sus artículos a partir de una de tantas reuniones que la informadora organizaba, a la tarde, en su domicilio: "Yo había estado cinco años fuera de España, y cuando me volvió a ver me preguntó y me habló como si me conociera de toda la vida. Que se fijara en ti, que te citara en una columna, era algo muy halagador. Otra vez me llevó a un curso en El Escorial. Lo divertido era su seriedad de aspecto, y luego lo divertido que era. Era una delicia porque era independiente, elegante, malévolo en el mejor de los sentidos. Picante, crítico, su estilo era único. Y sí, siempre recordaré esas charlas en aquel ascensor un poco antiguo".
Fanny Rubio, escritora, profesora, guionista del documental Ésta es mi tierra y otra de sus habituales negritas, arguye que "Umbral elegía muy bien los sujetos de la provocación. Usaba la rosa y el látigo, pero el látigo siempre dejaba una razón cómplice. La negrita obedece a que Paco usaba la cordialidad en el látigo. Paco era el sujeto más temible cuando te metía en la negrita. Tenía relaciones con alguien y de pronto, el látigo". Pero Rubio tampoco olvida cuando quiso llevarse a Umbral a un curso de verano de la Complutense, y le vetaron la presencia del escritor "por frívolo" o ya, una vez consolidado, cómo había orden en el bar de El Escorial de tenerle preparado "un pincho de tortilla", o "cuando se me cayó el techo de la casa, se lo comenté a Paco, y él se ofreció a arreglarlo con el seguro. Le dije que desde mi casa se veía el cielo y él, en seguida, me pidió los papeles de la aseguradora". O cómo "le gustaba esa decadencia de dejarse caer y que lo abanicaran, rodeado de gentes de las copas y de la noche. Era una decadencia a la francesa, rodeado de señoras podridas de dinero porque, como todo dandy, Paco tenía derechos de dandy".
La bufanda de Bárbara Rey
En Umbral caben muchos umbrales. La actriz y vedette Bárbara Rey ( "la chica sencilla de Totana -y qué fabadas murcianas me ponía-, se lo sigue montando con su callada sabiduría de siempre") pone el acento en su personalidad. Lo cuenta con cierta emoción a pesar de los diez años transcurridos desde la muerte del escritor: "aparentaba un carácter difícil, pero era una persona entrañable. No he conocido a nadie que usara tan bien la ironía, porque tenía un sentido del humor especial. Sigo sin entender que no esté aún con nosotros. Parece que lo estoy viendo con su bufanda y ese frío que siempre padecía, incluso en verano. Les regalé una bufanda a él y otra a Berlanga, que cosí en el rodaje de 'La escopeta nacional'. Siempre me trató muy bien". Ese mismo carácter de oculta afabilidad lo destaca Sisita Milans del Bosch ("un cruce de chica de Kiraz y niña de Serrano. Una señora bien que hace frases como de Oscar Wilde inocente y sin veneno"), recién salida de una crisis broncopulmonar de verano, quien retoma la capacidad 'umbraliana' de extraer lo poético de lo cotidiano. "Para Paco todo era lírico, veía lo lírico en las personas. Paco era una persona muy observadora. Detrás de sus grandes gafas tenía una toda una "mirada de las cosas". Le molestaba lo obvio, ya fuera un refrán o una actitud en alguna persona. Cualquier persona o conversación tenían que tener un algo. Y aunque Paco no lo pedía, en las reuniones comentábamos sus columnas; e insisto, era algo que Paco no pedía pero iba en su oficio. Era un personaje muy sensible, muy especial".
Musa y viuda: España Suárez
España Suárez Garrido, su viuda, atiende al teléfono analógico, acude a los saraos de la Fundación Francisco Umbral, mantiene la correspondencia y recoge el periódico al que por tradición sigue suscrita 'la dacha' de Majadahonda. Anda preocupada por el mantenimiento de la famosa piscina, donde suele bañarse "un par de veces al verano", y tiene un pequeño huerto de tomates que "tienen sabor a tomate". A ese paraíso interior y doméstico dedicaría Umbral su obra póstuma, memorial e íntima: "Carta a mi mujer". Para España la rutina de la columna periodística era la siguiente: "Se levantaba entre nueve y nueve y media, ojeaba El Mundo, donde fue más feliz, y ya veía más o menos un asunto que le sugería el tema de la columna. Jamás pudo escribir en una máquina eléctrica de escribir y menos en un ordenador, pero tuvo varias Olivettis. Cuando se ponía a escribir lo hacía de seguido, y lo sé yo, que me dictaba en los últimos tiempos la columna. No le costaba. A veces intercalaba una cita de un filósofo, de un pensador, que se le venía a la cabeza, y que no quedaba forzada en el texto. Si tenía que ir a un programa de televisión, asistía. Siempre que salía Cela en una entrevista se hablaba durante un tiempo de esa entrevista de Cela. Lo mismo pasaba con Paco". En torno a sus musas, España cree que Umbral no tenía "amigas corrientes, de ésas que sólo conversan de las comidas y pasan la tarde a base de refranes o contándose enfermedades".
Umbral en columna presente
Sus musas y su muso coinciden en extrañar a la persona y al escritor. El modo en el que Umbral, imagina Victoria Vera, abordaría "esta querida piel de toro", buscando "un lado poco convencional de la política". O - Ramoncín dixit- "cómo hubiese sido su columna a los podemitas, qué descripción haría de ellos y de las nuevas caras políticas frente al Rajoy que a él le gustaba y que hoy sería 'ese señor que fuma puros y lee prensa deportiva mientras las gachís ya no tienen tele para faldas de ir al cóctel en el hipódromo'. O cómo vería a nenucos como Errrejón, niños bien portándose mal, y a Pedro Sánchez como un tío majo de casino de provincias, muy bien plantado pero rodeado de cuchillos ansiosos".
A los diez años de su muerte, se valora su legado como integrante de una tradición que viene de Larra y pasa por Ruano. De su magisterio como memorialista canónico. Para otoño se prepara un congreso sesudo sobre su escritura. A una década de su muerte, se ha voceado que fue hermanastro del poeta Leopoldo de Luis, aunque dicen en Valladolid que era algo sabido en la memoria vecindona de la ciudad. También, y lo señala con satisfacción su viuda, al resol de la dacha, "lo han traducido al japonés", y eso que cierta noche en Marbella le confesó a Pat Kennedy aquello de que "los genios somos intraducibles".