11 de marzo de 2004. Un equipo del Servicio de la Información de la Guardia Civil trabaja a destajo sobre uno de sus objetivos, Félix Ignacio Esparza Luri, máximo responsable del aparato logístico de ETA. Apenas hace unos minutos que las bombas han estallado en Atocha y cualquier movimiento del dirigente terrorista adquiere un valor fundamental.
Esparza Luri se debate entre las dudas al escuchar la noticia. Se encuentra en su apartamento, al sur de Francia, ignorante de que todas sus palabras están siendo escuchadas por su principal enemigo, los agentes del Instituto Armado. El jefe de los explosivos y armamento de la banda terrorista habla con su compinche Galder Bihotz Cornago, quien también ocupa un puesto relevante en el organigrama de la organización. Finalmente, llegan a una conclusión: "Esto han tenido que ser los moros", en referencia a Al Qaeda.
Este es el relato de lo sucedido aquella mañana en casa de los terroristas. Y de cómo el Ministerio del Interior encabezado por Ángel Acebes -bajo los últimos días de presidencia de José María Aznar- supo en el mismo mediodía del 11-M las conclusiones a las que había llegado Esparza Luri.
"No me huele a ETA"
Las últimas operaciones antiterroristas en la capital -así como la documentación incautada a la dirección de ETA- ponían de manifiesto que querían perpetrar un ataque mayúsculo en la ciudad. Pero aquel golpe excedía cualquier hipótesis o planteamiento:
Poco después de las explosiones, y como era norma cuando tenía lugar un atentado en Madrid, se celebra una reunión en el Estado Mayor de la Dirección General de la Guardia Civil con representantes de todas las unidades potencialmente implicadas. El oficial representante del Servicio de Información cuestiona la autoría ante la sorpresa y reprobación de todos los presentes: «No me huele a ETA», fue su afirmación.
El ruido de las bombas de Madrid llega a todos los rincones del mundo, también al sur de Francia. En alguna casa poco visible, el jefe del aparato logístico de ETA, Esparza Luri, y su compañera, escuchan las noticias que la televisión francesa emite en directo, tras anular el resto de los programas previstos. No salen de su asombro y observan las imágenes de Madrid, más con ojos de espectador que de profesional del terror.
Unos guardias civiles de la UCE-1 que trabajan en la exploración de la Operación Trípode prestan mucha atención a todo lo que ocurre en el interior de la vivienda, prevenidos de que cualquier reacción del jefe etarra tiene que ser inmediatamente comunicada:
Desde las 8.09 horas los miembros de ETA siguen las noticias sobre el atentado de Madrid en la radio y televisión, también sintonizan un scanner. Comentan el atentado: les ha sorprendido. No tienen claro que ellos actúen de esa forma. Colocar una bomba en un lugar público, sin previo aviso, no encaja con el modus operandi de la banda terrorista. Se oyen las noticias de fondo mientras se produce una conversación entre el dirigente de ETA y la miembro de la banda terrorista Bihotz Cornago, Leitza.
Bihotz: ¿Eso es posible?
Esparza: ¿Sin aviso? No.
Bihotz: Hombre, es que a ver quién tiene cojones de decir ahora que sí, que ha habido una llamada y han pasado…
Esparza: Pero que seamos nosotros… es posible [inaudible] se les ha ido la olla y se las ha ocurrido [inaudible] una movida de estas.
Esparza: [inaudible] no han sido ellos.
Bihotz: [inaudible] lo están diciendo todos y eso sería una cagada. En la tele dicen que un grupo islámico ha reivindicado el atentado. Están todos echándonos la culpa a nosotros y ahora dicen que todavía hay que confirmarlo [es un comentario referente a la reivindicación por parte de grupos islámicos].
A las 10.51 se oye en la televisión a un dirigente del PNV decir que los datos apuntan a que los autores hayan sido personas de origen vasco. Esparza Luri a renglón seguido que habrán sido de Al Qaeda.
Después de mantenerse atentos a las noticias de la radio y de la televisión, tanto por canales franceses como españoles, los miembros de ETA se muestran sorprendidos por la magnitud del atentado en Madrid: no saben si es obra de ETA o no. Les extraña que ETA actúe así, sin aviso previo. No hacen demasiados comentarios sobre el tema. Se limitan a repetir las noticias que oyen en los medios de comunicación.
En un momento determinado, Esparza Luri balbucea finalmente: «Esto han tenido que ser los moros». Es mediodía del día 11. Para quienes le escuchan, está claro: si el jefe de logística de ETA, de los explosivos, que también es miembro de la dirección de la banda, dice esto, hay una cosa segura: ETA no ha sido. Las novedades se transmiten en tiempo y forma.
El atentado dejó un balance inicial de 190 muertos en el mayor atentado islamista jamás perpetrado en Europa. El rechazo de la sociedad se plasmó en manifestaciones multitudinarias. ETA, desbordada y empequeñecida por una violencia tan ingente como ella nunca podría desatar, quedó en shock, sin saber qué hacer. Acababa de perder en tan solo una mañana el protagonismo que tenía desde hacía décadas, al verse minimizada su fuerza ante el poder asesino de un grupo desconocido y aparentemente poco o nada estructurado.
Tardaría poco en emitir un comunicado en el que se desligaba de lo sucedido. Hicieron la siguiente valoración: «Si cometemos un acto así, quedaríamos todavía más aislados de lo que ya estamos». Tres días después de la tragedia se celebraron las elecciones generales en las que el socialista José Luis Rodríguez Zapatero obtuvo los escaños suficientes para ser designado nuevo presidente del Gobierno, frente a las aspiraciones del PP de Mariano Rajoy.
Como consecuencia de los atentados de Atocha se crea el Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista (CNCA), un organismo dependiente de la Secretaría de Estado de Seguridad constituido de forma permanente por dieciocho policías, dieciocho miembros de la Guardia Civil y cinco del Centro Nacional de Inteligencia (CNI). El objetivo era recibir información, procesarla y coordinar los datos que tenían los cuerpos policiales. ETA quedó paralizada durante semanas, también para distanciarse de las consecuencias del atentado.
La consternación de la sociedad por el terror de Atocha obligó a la dirección a no precipitar ningún movimiento y a revisar cuidadosamente su estrategia. Sabía que en caso de atacar se encontraría con la respuesta más contundente de la población y de los diferentes agentes sociales y políticos. Además está acorralada, tras los últimos golpes policiales a sus estructuras.
Las estimaciones apuntan a que el aparato militar lo constituían 210 terroristas en 2002, de los que algo más de 70 estarían integrados en comandos y unos 140 brindaban su apoyo (infraestructura, información, captación o cursillos). En poco tiempo, fruto de las operaciones policiales, las estimaciones de los terroristas que engrosan las filas quedan obsoletas. Y todo está dispuesto para que ETA sufra su golpe más duro en décadas a manos de la Guardia Civil.
Extracto del libro Sangre, Sudor y Paz, escrito por Lorenzo Silva, Manuel Sánchez y Gonzalo Araluce, editado por Ediciones Península y a la venta desde este martes, 10 de octubre.