Después de asesinar con sus propias manos a su exnovia Marina Okarynska y a Laura del Hoyo el 6 de agosto del año 2015, Sergio Morate esperó a que se hiciera de noche. Metió los cadáveres en su coche y se dirigió a Palomera (Cuenca), su localidad natal. Mientras esperaba, y con los cuerpos de las jóvenes en el maletero del automóvil, el joven se puso a cenar. Esa noche las enterró a las dos en cal viva. Luego huyó a Rumanía.
Ese detalle, el de la cena con los cuerpos en el vehículo, es de los más escalofriantes del caso. Este mismo domingo, Laura habría cumplido 28 años. Aquel día había salido al encuentro de su mejor amiga, Marina. Sentía que tenía que estar a su lado en un momento complicado. Esta acababa de llegar de Ucrania, donde se había casado y había rehecho su vida.
Marina venía a España a despedirse de sus amigos, con quien había pasado grandes momentos de su vida en Cuenca (Castilla La Mancha). También tenía que pasar por un mal trago: volver a la casa de su ex pareja, Sergio Morate, a recuperar algunas cosas que había dejado allí muchos meses atrás. Laura decidió acompañarla en ese momento difícil. Nadie volvió a verlas con vida.
Han pasado más de dos años. Dos años desde ese último viaje juntas en coche. Desde que los padres de ambas denunciasen ese mismo día su desaparición. Desde que apareciesen sus cadáveres, aquel 12 de agosto, una semana después.Desde que un vecino que pasaba por allí en bicicleta viese los cuerpos tirados boca abajo, muy cerca de unas pozas de la cabecera del río Huécar. Desde aquella autopsia fatal que indicaba cómo habían sido asfixiadas, quemadas y luego enterradas en cal viva por Sergio Morate, quien huyó en coche hasta Rumanía, donde fue detenido por las autoridades y extraditado a España.
Todavía son tiempos duros para las familias de ambas. Este lunes le verán la cara al "monstruo" -así lo calificó su familia cuando el joven huyó tras perpetrar los crímenes-. Comienza su juicio en la Audiencia Provincial de Cuenca. Desde las nueve y media de la mañana de este lunes, y tras 26 meses de espera y calvario para las familias, Morate responderá por sus crímenes. La Fiscalía pide 48 años de prisión para él: 25 por el asesinato de Marina y 23 por el de Laura.
El caso que conmocionó a Cuenca y a España en el verano de hace dos años empieza su juicio esta semana. Durará hasta el viernes. Declararán las familias de Marina y de Laura. En total, hasta 39 testigos y alrededor de cincuenta policías nacionales. El veredicto corresponderá a un jurado popular. Siete hombres y dos mujeres son los que decidirán el destino del asesino confeso de las jóvenes de Cuenca. Marina, Laura y sus familias les reclaman ahora justicia.
La boda de Marina
16 de junio del año 2015. Dos meses antes del asesinato de Marina y de Laura. Marina irradia felicidad. Luce un radiante vestido blanco, sonríe rodeada de sus seres queridos y de los amigos de la infancia. Es el día de su boda.
Para llegar a ese día Marina tuvo que dejar atrás muchas cosas. Y cortar por lo sano con otras tantas. El paso principal lo tomó en diciembre del año 2014. Esas Navidades, Marina puso fin a cinco años de relación con Sergio Morate, un noviazgo complicado, plagado de discusiones y de desencanto. No quería saber nada más de él. Lo tenía claro.
A principios de 2015, volvió a su Ucrania natal. Allí se produjo un reencuentro importante: Marina volvió a ver a un antiguo amor de su juventud. Retomó la relación con él. Terminaron casándose ese 16 de junio rodeados de sus más allegados. Muchos llegaron desde Cuenca para presenciar el evento. Marina era de nuevo feliz.
Esa celebración, piensan los investigadores, pudo ser el detonante para que Morate planeara el asesinato de Marina.
Marina, pese a todo, había sido muy feliz en España Sus padres se habían buscado la vida para encontrar trabajo y terminaron instalándose en Cuenca. Años después, trabajaba como camarera en un bar cercano a la catedral, en el centro de la localidad. En su tiempo libre disfrutaba con Laura y el resto de su grupo de amigas.
Laura, una de sus mejores amigas. Salían juntas, viajaban juntas, se lo contaban todo. Eran uña y carne. Ese agosto de 2015, Laura tenía 24 años. De cría, había sido la reina de las fiestas de su barrio, El Pozo de las Nieves. Pertenecía a una familia muy conocida en Cuenca: su madre trabaja como auxiliar de enfermería en el hospital de la ciudad. Tenía dos hermanas. También ella, cuentan quienes la conocen, era “una currante”. Durante un año y medio trabajó en la Perfumería Druni, un comercio de cosmética situado en Xirivella (Valencia). Pero su principal anhelo era convertirse en peluquera profesional.
El día de su muerte, horas antes de que ella y Marina desaparecieran, Laura dejó un mensaje en su perfil de Facebook. Todavía hoy, leerlo resulta descorazonador. La joven desbordaba ilusión ante un nuevo objetivo en su vida: “¡¡¡Ahora sí que si estoy decidida!!!! Toca nueva etapa y estoy súper feliz y voy a prepararme para ser una profesional de peluquería, de lo que siempre he querido, y voy a luchar por ello. ¡¡¡No va ser fácil pero voy a conseguirlo!!!”.
El día del asesinato
6 de agosto de 2015. En torno a las cinco de la tarde, Laura sale del segundo piso de un edificio de dos plantas del barrio Pozo de las Nieves, situado en el centro de Cuenca. Va al encuentro de Marina, que acaba de llegar de Rumanía. Juntas se dirigen a recoger los efectos personales de esta en casa de su exnovio. Laura conduce y recorren el kilómetro y medio que hay hasta la casa de Morate. Mientras, de camino hacia allí, Marina llama al joven. Estamos yendo hacia allá, le dice.
Morate se pone nervioso. No tenía previsto que apareciese otra persona con Marina. Había comprado todo lo necesario para sus propósitos: un paquetede bridas, cal viva, dos paquetes de bolsas de basura, un rollo de cinta americana de la marca «Bricotoro» y un cortafríos. Al rato, llaman a su puerta. Son Laura y Marina.
El joven vivía en aquel entonces en la urbanización Ars Natura, vallada, de nueva construcción, rodeada de descampados y de un pequeño parque. Fue ahí donde Laura aparcó el coche. Ni a ella ni a Marina nadie las volvió a ver con vida.
Sergio abrió la puerta y les ofreció entrar. Una vez las chicas estaban dentro, cerró automáticamente la puerta. Ahí comenzaba su plan. Entró con Marina en la habitación y Laura esperó fuera, en el salón. Entonces, cogió una brida y con ella rodeó el cuello de Marina. Apretó una y otra vez hasta que la joven se desplomó en el suelo.
Al escuchar los gritos, los golpes y el forcejeo, Laura abrió la puerta del cuarto. Intentó huir. Pero la puerta estaba cerrada con llave. Morate dejó el cadáver de Marina, se acercó a Laura, le golpeó en la cabeza y luego la estranguló con sus manos.
Meses después, ya preso, Morate confesó todo a los agentes que le custodiaban. Con absoluta frialdad no tuvo ningún escrúpulo. No escatimó en detalles. Incluso presumió. Asesinar a las dos jóvenes, dijo, le había llevado cinco minutos.
Sergio metió los cadáveres en las bolsas y estas en el maletero de un Seat Ibiza que le había prestado un amigo. Desde allí, se dirigió a su localidad natal, Palomera, a poco más de un kilómetro del lugar del crimen. Se trata de la zona del nacimiento del río Huécar.
Los padres de Laura hallaron el vehículo en las inmediaciones el domingo 9, tres días después del crimen. Dentro estaban su bolso, su móvil y unas pastillas que tomaba para paliar una enfermedad corolaria que padecía. El miércoles 12 aparecieron los cuerpos. Estaban enterradas en la cal viva que Sergio había comprado días atrás.
Huida a Rumanía
Según sus más allegados, Morate nunca salía de fiesta, nunca bebía alcohol. Era un tipo frío, aficionado al gimnasio, al que acudía con enorme regularidad. Huraño, comentan quienes le conocen. Sin embargo, tras esas instantáneas de bíceps cincelados y pectorales trabajados en las pesas, su salud no era tan sólida. Le habían diagnosticado años atrás un cáncer de testículos. Estuvo en tratamiento mientras salía con Marina. Ella le cuidó, se fijaba en que tomase la medicación. El aspecto actual del asesino nada tiene que ver con el de esas fotos de años anteriores.
No era la primera vez que Morate descubría la cara del monstruo. Ya había entrado en prisión en el año 2008 por un delito de violencia de género. Había secuestrado y atado a su expareja. La había llevado también a Palomera, cerca de donde enterró los cadáveres de Marina y de Laura. Morate, por ese crimen anterior, estuvo en la cárcel tan solo un año y medio. Luego lo dejaron en libertad condicional.
Morate se quedó absolutamente solo pocos días después de asesinar a Marina y a Laura. Había huido hasta Rumanía. Mientras tanto, en España, su familia repudiaban el execrable crimen del hijo perdido en un comunicado. Lo reproducimos a continuación.
“Nadie de la familia defiende ni apoya lo que ha hecho este monstruo (ya que no se puede llamar persona o humano a alguien capaz de hacer algo así). Ha destrozado la vida de esas dos muchachas y las de sus familias sin ningún derecho. Ya no se le puede tachar de presunto sino de asesino, y la familia no podemos seguir calados. Seguiremos intentando ayudar a la policía en todo lo que esté en nuestra mano pero ahora nuestra lucha queremos hacerla pública para que aparezca y pague por todo lo que ha hecho. Por si algún casual lo lees, que sepas que te odio con toda mi alma y nunca jamás te perdonaré lo que has hecho (nos has matado en vida a todos)”.
Este lunes, empieza a hacerse justicia.
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