Los espías españoles se han topado con un muro en Cataluña y los dedos apuntan a su jefe, el general Félix Sanz Roldán. El procés ha avanzado a un ritmo imparable: las reuniones entre los dirigentes del Govern en las que se trazó la hoja de ruta soberanista, la incapacidad para encontrar las urnas del referéndum del 1-O y, ahora, la huida de Carles Puigdemont (Pokemon, como algunos le llaman) a Bruselas, de la que se enteraron por los medios de comunicación. Todo se ha desarrollado ante los ojos del Gobierno y del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), incapaces de remar a un ritmo diferente al impuesto por Barcelona. El naufragio, lamentan desde el seno de la institución, ha sido “absoluto”. Y todos miran al capitán del barco, ausente.
El rubor del CNI (o la casa, como la llaman sus agentes) ha ido aumentando a medida que crecía el desafío independentista. Hay que recordar que Félix Sanz Roldán ha sido en los últimos años el hombre de confianza de Juan Carlos I, encargado de gestionar las principales crisis que han golpeado a la monarquía, especialmente la que se desencadenó tras la cacería de elefantes en Botswana con Corinna zu Sayn-Wittgenstein. La Casa Real estimó sobremanera los servicios del general durante aquellos meses de 2012, quien supo apartar con maestría a la princesa alemana de origen danés.
Las cosas han cambiado desde entonces para el jefe de los espías españoles. Felipe VI no ha heredado el mismo afecto hacia el general que profesaba su padre. La relación es más fría que con Juan Carlos I y, desde luego, no cuenta con la misma protección que entonces. La sensación que impera dentro del CNI, ha sabido EL ESPAÑOL, es que su director ya no es intocable. Y la gestión de la crisis de Cataluña le ha puesto sobre el alambre.
Carles Puigdemont y su Govern se han reunido en las últimas semanas en incontables ocasiones sin que el CNI haya podido siquiera sospechar qué se ha abordado en esos encuentros. El mayor fracaso, apuntan desde la casa, ha sido no saber nunca qué planes concretos se fraguaban en el Palau. Moncloa apretaba para saber y los espías españoles iban casi siempre con las manos vacías.
Las urnas para el referéndum del 1-O manifestaron esas tensiones. Es el primer episodio que marcó la deriva que ha terminado en naufragio. La Guardia Civil intervino millones de papeletas y sobres, pero ninguna urna: el CNI no averiguó su paradero.
Las heridas escocieron cuando el pasado 29 de septiembre, el vicepresidente catalán Oriol Junqueras y los consellers Jordi Turull y Raül Romeva presentaron ante los medios las urnas opacas con el emblema de la Generalitat que se repartirían entre 2.315 colegios.
La celebración de la consulta y las imágenes de las cargas policiales fueron difíciles de asimilar. También el malestar que provocó entre policías y guardias civiles un despliegue más o menos improvisado en Cataluña (con las crisis que ha desencadenado su alojamiento en barcos y hoteles) que todavía sigue activo. En Interior se cuestionó el infructuoso trabajo de la inteligencia española para desactivar aquella jornada.
La crisis belga
Félix Sanz Roldán trasladó a Interior las explicaciones pertinentes tras el fiasco de las urnas. Asfixiados por el procés, el margen de error era mínimo y cualquier descontrol podría tener consecuencias fatales.
En esas se sucedieron las reuniones del Govern en las que Puigdemont siempre descolocaba al aparato del Estado, el segundo episodio de este naufragio: convocatoria de elecciones, declaración unilateral de independencia, proclamación de la República… El president manejaba todas las cartas y en Moncloa no sabían cuál iba a utilizar. Así era difícil diseñar una estrategia efectiva para frenar el desafío.
De nuevo, el foco se trasladó sobre la casa, con una pregunta que pesaba como una losa: “¿Cómo es posible que esté ocurriendo todo esto y no nos estemos enterando de nada?”. Las únicas noticias llegaban a través de la prensa y eso escocía entre los servicios de inteligencia españoles.
Eso es exactamente lo mismo que ocurrió con la huida de Carles Puigdemont y cinco de sus consellers (Joaquim Forn, responsable catalán de Interior, Meritxell Borràs, de Gobernación o Administraciones públicas, Meritxell Serret, vicepresidenta, Dolors Bassa, consejera de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia y Antoni Comin, de Salud) a Bruselas el pasado 30 de octubre, la tercera gran crisis que ha sacudido al CNI.
Según ha podido saber EL ESPAÑOL, los aparatos del Estado se enteraron a través de los medios de aquella escapada en coche hasta Marsella, y el posterior vuelo directo a la capital belga.
Sobre ellos no pesaba ninguna medida cautelar impuesta por la Justicia, si bien la Fiscalía presentaría ese mismo día querellas por delitos de rebelión, sedición y malversación contra los miembros del Govern cesados por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Desde Moncloa temieron, como ha quedado patente con el paso de los días, que la cúpula del Ejecutivo catalán buscase eludir las acciones judiciales.
Ahora Puigdemont se encuentra en Bruselas defendido por Paul Bekaert, histórico abogado de etarras. Durante los primeros días, el ex president se alojó en el céntrico hotel Chambord. Ahora se hospeda en algún lugar desconocido.
Los agentes de la casa desplegados en la capital belga tienen una premisa clara: no perder la pista de Puigdemont, seguir sus pasos de forma obsesiva, saber en todo momento dónde se encuentra. No debe producirse otra fuga tras dictarse una orden internacional de detención contra el líder del procés catalán, quien no acudió este jueves a la citación en la que debía dar explicaciones ante la juez Carmen Lamela. En definitiva, evitar un ridículo internacional.
El CNI no acierta, Santamaría da la cara
Soraya Sáenz de Santamaría es la principal valedora del general Sanz Roldán en el Gobierno. El director del CNI lleva en el cargo desde 2009, con José Luis Rodríguez Zapatero al frente del Ejecutivo. Pero Santamaría, vicepresidenta desde diciembre de 2011, siempre se ha sentido cómoda con el militar al frente de la casa. Tiene buena conexión con él y siempre ha defendido su gestión.
En las últimas semanas, no obstante, la vicepresidenta no se ha sentido cómoda. El reto independentista la ha obligado a dar la cara ante los medios y demás fuerzas políticas sin apenas información entre las manos, sólo con las medidas adoptadas al relente de los movimientos de Puigdemont y su equipo. Mientras, el director del CNI ha permanecido en un segundo plano.
Todo esto ha sacudido aún más las tensiones internas en el Gobierno de Rajoy, con una balanza difícil de equilibrar: la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, por un lado, y la ministra de Defensa y secretaria general del PP María Dolores de Cospedal, por otro. En este tándem, cualquier error debilita a una para favorecer a la segunda. El naufragio del CNI en Cataluña ha debilitado la posición de Santamaría, máxima defensora de Sanz Roldán al frente del servicio de espionaje español.
Así, el general cuenta cada vez con menos apoyos. La huida de Puigdemont (dispuesto ahora a ser candidato el 21-D desde el extranjero) y el traspiés con las urnas agrietan una trayectoria que, a sus 72 años, puede vivir con Cataluña uno de sus últimos episodios.
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