Al mismo tiempo que muchas niñas españolas estarán mirando catálogos de juguetes antes de escribir su carta a los Reyes Magos, es posible que la polaca Anabella esté hojeando folletos de clínicas estéticas por una razón parecida: tener una Barbie en casa. La diferencia es que en el caso de Anabella, la Barbie es ella misma.
Muy lejos de la soleada California donde nació Barbie hace casi medio siglo, la arquitecta polaca Anella An, lleva gastados unos 35.000 euros -más de lo que cuestan 1.400 Barbies- en transformar su cuerpo en algo lo más parecido posible a una de esas muñecas. El resultado es inquietante. Lo que empezó con un simple retoque de nariz (“luego ya no pude parar”) ha terminado convirtiéndose en una obsesión que ha llevado a esta joven de 25 años a ser una versión muy realista de un personaje ficticio: la muñeca Barbie.
Convertir su cuerpo en un juguete ha llevado a Anabella An a convertirse en una celebridad kitsch de las redes sociales, con más de 70.000 seguidores en Instagram conseguidos en pocos meses. En un programa de televisión se definió como amante de lo raro “porque yo”, dijo, “soy rara”, y aseguró que para ella la belleza está en el interior y que no todo es apariencia. A pesar de lo cual dice que su sueño es ser conejita Playboy. Mientras le llega el momento de aparecer en un catálogo de juguetes o en una revista para Adultos, Anabella An continúa retocando lo que queda de su cuerpo y dando una nueva definición a la de cirugía plástica.
El proceso que le llevó a modificar su cuerpo de una manera tan drástica empezó, dice Anabella, de manera espontánea. “Todo el mundo tiene pequeños complejos con su físico, y en mi caso pensé que si pudiese cambiar algo sería mi nariz. Lo hice y ya no pude parar.” Viendo sus rasgos, parece claro que el proceso es a estas alturas irreversible y están por ver las consecuencias que pueda tener en su salud a largo plazo.
El Hospital Central Universitario de Helsinki publicó un estudio según el cual, de ser una persona de carne y hueso tendría mucho más de lo segundo. Una Barbie humana de 1,75 metros de estatura tendría unas medidas de 91-46-84 y carecería del porcentaje de grasa (entre el 17 y el 22%) necesario para tener la menstruación. La empresa Mattel cambió en 1999 el diseño y proporciones de la famosa muñeca, pero solo a una “rara” como Anabella se decidiría a parecerse a este juguete.
¿Solo? No. Por increíble que parezca, el caso de esta autodenominada Primera Barbie polaca no es el único, aunque tal vez sí el más espectacular. La ucraniana Valeria Lukyanova es otra seguidora extrema del plástico hecho carne. Aunque prefiere que le llamen por su nombre artístico-místico, Amatue (nombre que dijo visualizar en sueños).
La mezcla de Photoshop con realidad
Resulta difícil encontrar algo normal en la apariencia de Amatue. Sus ojos son como los de un dibujo animado japonés. Su piel parece porcelana pulida. Su figura es como un puzzle en el que las piezas por separado parecen normales, pero cuando están juntas no encajan bien. Sus uñas lucen un diseño fractal que combina puntos de varios colores y que, por supuesto, descubrió en un sueño. La cirugía facial a la que se ha sometido ha dejado su boca en un mohín perpetuo que le hace alimentarse de líquidos a través de una pajita y le impide sonreír –en caso de que le queden ganas-. Es una estampa escalofriante, pero estamos hablando de ella en un periódico, así que ha conseguido su objetivo.
Gracias a, o por culpa de los avances en cirugía estética, es relativamente fácil mezclar Photoshop con realidad. Con dinero y muchas ganas, cualquiera puede cambiar su apariencia física hasta extremos impensables. Lo que no es tan fácil de cambiar es el complejo psicológico que puede motivar a algunas de estas personas.
La mencionada Amatue asegura que lo que le impulsó a alterar su aspecto fue acercarse al ideal de belleza universal: “Todo el mundo quiere estar delgado, hacerse los pechos, cambiar su cara si no ideal. Es algo global hoy día.En los años cincuenta había un montón de mujeres guapísimas que no necesitaban operarse porque las razas no se mezclaban. Pero actualmente los rasgos se están degenerando y si por ejemplo una rusa se casa con un armenio, el niño puede ser muy mono pero si tiene la nariz del padre, probablemente habría que retocarla".
Definiéndose como “cercana al ideal de belleza nórdica”, jura que jamás se someterá al “suplicio destructivo” de tener hijos, con lo cual es de suponer que su esfuerzo por alcanzar la cumbre de la belleza racial es un tanto estéril y que el mundo no tendrá la oportunidad de admirar lo que podría haber sido el nacimiento de una estirpe perfecta. Físicamente, se entiende.
De profesión, arquitecta
Por su parte, la Barbie polaca compagina su trabajo de modelo a tiempo parcial con su profesión de arquitecta, aunque sus apariciones en televisión y la fama que está empezando a alcanzar le están haciendo decantarse por mostrar lo que otros han construido en su cuerpo más que por proyectar sus propias construcciones. En un programa matinal reaccionó de manera airada cuando un cirujano cuestionó su aspecto y aseguró que ningún doctor en Polonia sería capaz de lograr lo que, según ella, sólo en países extranjeros se atreven a intentar: barbificar a las mujeres. Alguien del público se preguntaba qué ocurrió antes, si el cambio en la mente de Anella o en su cuerpo, o si tal vez cambiarse el cuerpo le ha convertido en una persona diferente.
Hace unos años, la profesora de la Universidad de Bath Agnes Nairn, sugirió que muchas adolescentes suelen destruir sus muñecas Barbie de manera cruel, decapitándolas o metiéndolas en el microondas, marcando una especie de rito de paso a la edad adulta y de rechazo a su pasado infantil. Siguiendo con la analogía, podría decirse que el intento de transfigurarse en una muñeca buscaría prolongar la edad infantil y convertir en eterna una parte de nuestra vida en la que los juguetes a veces nos parecen más reales que las personas.
En un programa de radio, un psicólogo polaco era entrevistado hace poco sobre la moda de la barbificación femenina y una de las preguntas que le hicieron fue por qué no había un equivalente a Ken -la versión, más o menos masculina, de Barbie- entre los hombres. “Oh, pero ya existe”, dijo, “¡es Cristiano Ronaldo!”.
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