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Roberto Brasero vive en un bajo. Cuando va a ver a sus padres, un quinto piso, sube por las escaleras. Las conversaciones de ascensor pueden herir de muerte a un hombre del tiempo: la petición imprevista, el pronóstico para un pueblo de nombre impronunciable… También pueden suponer el asalto del malentendido. El vecino que suelta un comentario sobre el cielo por mera cortesía quizá reciba a cambio un relato meteorológico detallado; y el que de verdad requiere el consejo del experto tal vez solo obtenga una sonrisa forzada.
“¡Lo digo en serio! No es nada fácil distinguir”, saluda Roberto Brasero Hidalgo (Talavera de la Reina, 1971) en el jardín a orillas de los platós de Antena 3, en San Sebastián de los Reyes. Mientras posa ante la cámara con un paraguas transparente y un chubasquero rojo, se confiesa creyente del “cambio climático” y razona acerca de la “influencia silenciosa” de la meteorología en el devenir de la Historia. Son las cinco de la tarde y se ha tomado el primer café a las seis de la mañana. Antes, miró a las nubes. “Primero hombre del tiempo y luego persona”, suele bromear.
Entre mapas de isobaras desde 1998, este periodista de traje marino y verbo rápido se ha convertido en referente meteorológico a golpe de espontaneidad, casi de forma azarosa, sin nocturnidad ni alevosía. Hace diez años, Brasero dedicó parte de su programa a Mariano Medina (1922-1994), el hombre del tiempo por excelencia, icono de RTVE. Su imagen blanco y negro en la pantalla, rígida y solemne, contrastaba con la del actual presentador, movido, patinador de platós, cercano, bromista sin resbalar. Dos eras, dos modelos frente a frente. El efecto Brasero -hacer partícipe de las previsiones al espectador y regalarle algún que otro reportaje- ya es una tendencia que replican casi todas las cadenas.
“¡Con qué cosas te hacen posar!”, le gritan un par de compañeros que salen al patio a fumar. De camino al plató, para más fotos, Brasero saluda a un camarero, al repartidor, a Josep Pedrerol… De repente, ya en la redacción, desaparece. “¿Dónde ha ido? Es muy movido, muy movido”, cuenta una de sus compañeras. Vuelve. Posa. Improvisa una predicción para estas navidades. “Es muy despistado. A veces le miro y sé que no me está escuchando, pero en cuanto conecta es súper eficiente, resuelve rápido”, dice una periodista que trata a Brasero desde su llegada a esta casa.
Como resume la manida escena de Spiderman, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Para muestra, un botón. Roberto Brasero camina por la feria del libro antiguo. Le para una señora: “Oiga, usted es el hombre del tiempo, ¿verdad?”. Era momento de sequía. Le exigió la lluvia. “Haga el favor de borrar los soles del mapa, esto no puede seguir así”. Se dio la vuelta y se fue. “Te lo digo totalmente en serio. Ella creía que yo podía hacer llover”, promete Brasero al borde del escalón del plató que, más de una vez, a punto ha estado de jugarle una mala pasada.
Su cercanía redunda en un río de personas que le arrolla en busca de una predicción. “Me cuentan un montón de cosas, las maletas que se llevan, con quién se van de viaje, los planes...”. En los encargos personales es donde más se la juega. El camarero del bar de Talavera donde desayuna su tío Urbano más de una vez le ha dicho que no vuelva. “Ya no sé si va en serio o de coña, pero se agarra buenos cabreos. Cuando considera que he fallado, le echa la bronca a mi tío y luego él me las echa a mí”, se parte.
Pero, ¿es Roberto Brasero, de verdad, un “referente”? ¿Qué ha hecho para marcar un estilo? “Ha afianzado una versión cercana, desenfadada, como si el tiempo te lo contara un amigo”, introduce Alberto Nahum García, profesor de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Navarra. “Una indumentaria nada engolada, la naturalidad con la que se mueve por plató, el agacharse para señalar una parte del mapa, la forma de enfatizar con las manos, una dicción marcada que no resulta cargante...”, enumera como ingredientes del éxito el experto consultado por este periódico. “Su flexibilidad y cercanía han casado bien porque la información meteorológica rara vez es dramática”. ¿Brasero es ya un referente? “Yo creo que sí. Aunque de forma distinta, ya ha alcanzado la popularidad de Mariano Medina, Paco Montesdeoca o José Antonio Maldonado”.
Se suma a la conversación, vía telefónica, Paco Montesdeoca, presentador de El Tiempo en TVE entre 1990 y 2007. “Roberto es un fenómeno, lo conozco y me resulta muy simpático. Tiene buena reputación en el sector. Yo creo que sí que ha inaugurado una nueva época, una nueva forma de presentar. No me atrevo a señalar cosas que deba mejorar”, se despide antes de montarse en un tren, con ruido de andén como banda sonora.
Mario Picazo, meteorólogo y profesor en la Universidad de California, presentó El Tiempo en Telecinco hasta 2014 y durante más de quince años. Compitió con Brasero: "A pesar de no ser del gremio, se ha preocupado mucho por aprender esta ciencia. Se empapa de un montón de cosas y las divulga bien. Desde que empezó he visto ese proceso de aprendizaje". ¿Y en cuanto a su particular forma de presentar? "El campechanismo, sin perder el rigor, es una buena forma de llegar al público, ha creado una escuela. Por otro lado, conozco gente de su equipo y sé que está bien rodeado. Vuelvo a lo de antes: en Estados Unidos las cadenas hacen un examen de meteorología a los hombres del tiempo. Estoy seguro de que él lo aprobaría sin problema".
Brasero, ¿eres consciente del cambio generado? -desecha el "usted" desde el primer momento-. “Lo noto porque me lo dicen, no veo mucho la tele… Me parece fenomenal que se cuente el tiempo de forma cercana. Mucha gente me dice que no veía la información meteorológica hasta que llegué yo. Sería falsa modestia si no lo reconociera”, responde. Antes de zanjar el tema, apunta: “No ha sido buscado ni pretendido. Lo hago de la única manera que lo sé hacer”.
Con el trabajo fotográfico en la mochila, se sienta a la mesa en la nueva cafetería de Antena 3, que parece una nave espacial. Se dispone a narrar sus aventuras y peripecias periodísticas. Antes que todo eso, se describe como un niño en las nubes, sin una afición particular por la meteorología, más allá de los paisajes de Marco y Heidi, que le fascinaban. “Quise ser torero hasta que supe que había que enfrentarse a un toro. Luego pensé en llegar a futbolista, hasta que me dijeron que sólo triunfaban los buenos. Más tarde, llegó la inquietud del astronauta, que todavía vive. ¿Por qué no?”.
De adolescente, tampoco triunfaron las lluvias, las sequías, los rayos y los truenos, pero salió a relucir un instinto de crónica, una pasión por narrar: “Era el típico que contaba cómo habían sido las excursiones del colegio a los que no habían venido”.
Brasero estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Fue a finales de los ochenta. La carrera eran cinco años y no se ofrecía a los alumnos mucha posibilidad de especialización. Entonces, “sí que me encantaba la rama de lo científico”.
“Creo que muy poca gente lo sabe, pero… ¡mis primeras prácticas fueron aquí!”. El hombre del tiempo, todavía becario, se subió al furgón de la edición del telediario de las tres. Antena 3 era una televisión recién nacida: “Tuve la oportunidad de hacer un montón de cosas. Me tocaron las Olimpiadas, la guerra de los Balcanes… Todo desde la redacción, pero muy enriquecedor”. Era el curso 1991-1992. “¡Mira! También fui becario de Manu Sánchez en Deportes”, dice mientras señala a su compañero, que atraviesa la cafetería en dirección al plató. Su último día de prácticas fue el primero de Olga Viza como presentadora, que relevó a Luis Herrero.
Un paréntesis. Has mencionado el Deporte, ¿cuál es tu camiseta?
“En eso el hombre del tiempo debe ser diplomático. En Twitter he tenido pocos problemas por equivocarme al predecir, pero cuando digo algo relacionado con el fútbol, entran en escena las más bajas pasiones. Prefiero no entrar… Que me disculpen los lectores de EL ESPAÑOL”.
En 1993, tras unos meses de vuelta a casa en Onda Cero Talavera de la Reina, Brasero recaló en Telemadrid. “Fue una etapa maravillosa. Me tocó la sección de local. Ahí fui enlazando contratos. Fueron días para cubrir de todo, desde asesinatos a fugas de gas. Mucho directo, mucha calle. Empezó a calar en mí el suceso meteorológico. Los desperfectos de las tormentas, las sequías...”.
Cinco años más tarde, con la llegada de Elena Sánchez como nueva directora de informativos se dio un baile de redacción, la típica reubicación de piezas. “Me llamó al despacho. No sabía si me iban a echar o a destinarme a otra cosa. Cuando me dijeron que iba a ser el nuevo hombre del tiempo, pensé: '¿Qué me estás contando?' Ella fue quien tuvo la genial idea de dar un nuevo enfoque al tiempo, de contarlo de modo mucho más cercano”.
A partir de ahí, comenzó una formación militar en el Instituto Nacional de Meteorología. Varios meses de clases y de visitas al despacho de Ángel Rivera. “Fue un cruce de caminos muy interesante. Un científico y un periodista que creían que se podía contar esa información de otra manera”.
Más pronto que tarde, llegó el debut de Roberto Brasero como hombre del tiempo. Teresa Castanedo le dio la bienvenida. “Lo recuerdo perfectamente. Empecé a hablar y, en vez de pincharme el mapa, pusieron una cámara en la que se veía a mi compañera Irune pasando folios. Ese fue mi estreno”. Desde entonces hasta 2005, Brasero afianzó en la televisión autonómica esa nueva forma de presentar, esa escalera subida a golpe de cercanía.
En una mesa de la cafetería está Irene Domínguez, directora de casting de este canal durante más de una década, la mujer que fichó a Brasero. No está pactado, pero enriquece este guion a marchas forzadas. “Yo tenía claro que tenía que ser él. Aunque era muy moderno al presentar, no lo era tanto al vestir. Llevaba una americana azul clarita y se me ocurrió ponerle unas gafas de pasta, que se empezaron a llevar mucho. Yo tenía un amigo que las vendía y se vino a la tele, pero como no gestionamos el permiso, no le dejaron pasar. El pobre Roberto, sin estar contratado todavía, se estuvo probando gafas en el parking un buen rato. Tenía un aire a Jorge Javier Vázquez”, cuenta Domínguez. Roberto Brasero fue el elegido. "¡Me había operado y ya no llevaba gafas! ¡Imagínate!".
“Cuando llegué había un programa, pero duraba cinco minutos. ¡Me parecían muchos! En la tele hay que abrirse hueco. Aquí, lo que más vale son los minutos. Hoy hemos hecho 18 y el lunes fueron 25. Mañana serán 19”, explica. Roberto Brasero era presentador a secas, hoy también es director del departamento de meteorología, un equipo formado por alrededor de diez personas.
La información meteorológica entraña un riesgo particular de aburrir a quienes la cocinan. “Sí, es cierto que se repiten muchos patrones. Intento no ceñirme a conceptos básicos, jugamos con las fotos y los vídeos de los espectadores y trabajamos en distintos reportajes”, dice este periodista, que ha logrado convertir la meteorología también en pasatiempo.
¿Y la mímica? Seguro que algo de premeditado tiene. “¡Que no, que no! Me dicen que muevo mucho los brazos, yo no lo creo. Es muy espontáneo. Prefiero no verme porque entonces trato de corregir cosas y todavía es peor”. ¿Te han dicho alguna vez que eres demasiado campechano? “Trabajo para que eso no ocurra, para que el caballo no se desboque. Quiero que se me entienda, pero manteniendo el rigor. No quiero ser el humorista, que quede en el recuerdo por sus chistes, y no por sus pronósticos”, se sincera. Una de las ventajas del estilo Brasero es que los resbalones no se notan: “He tenido más de uno, pero han pasado desapercibidos, parecieron parte del juego”.
A Brasero le dan la brasa con el apellido. “Mi padre es el señor Brasero y yo soy Brasero el del tiempo”. Una vez, en un monólogo humorístico, dijo: “El tiempo en agosto con Brasero… Sí, sí, con un par”. En agosto y en cualquier otro mes.
¿Y qué pasa si te pones enfermo? “Toco madera. Creo que no he faltado ningún día desde 2005, salvo los que me ha tocado librar. Dolores de cabeza, de garganta y tal… sí que he tenido, pero nunca algo lo suficientemente grave como para no dejarme presentar. Al final, das la cara veinte minutos y eso se puede aguantar”. Tras más de veinte años en pantalla, sigue sintiendo nervios al presentar. “Un punto es necesario porque te pone en tensión y evita que digas cualquier cosa”, dice este periodista casado y con cuatro hijos.
Antes de irnos, ¿qué tal el tiempo en Cataluña?
Parecía una tormenta perfecta e imparable y acabó en chubascos dispersos. Por seguir con la analogía… Tiene mucho de mar de fondo, esas olas que se forman lejos y que, en contacto con el viento de superficie, generan mucho movimiento cerca de la playa. Sobra ese viento que azuza e impide soluciones. Hay muchos que se sienten cómodos en el incendio.
¿El Gobierno de Rajoy ha abrigado bien a los españoles mientras tanto?
Me resulta difícil decirlo. Han sido episodios muy duros, todos veíamos el futuro muy negro. Parece que se va aclarando. Creo que debemos esperar para juzgar su actuación.
¿Y los nombres de las borrascas? No los pondrá usted en la sombra...
Se deciden por acuerdo entre las agencias meteorológicas de Francia, Portugal y España. Parece ser que varias encuestas dicen que la gente toma más precauciones cuando las borrascas llevan nombre porque las asocian a una mayor peligrosidad. El listado está preparado de la A a la W. Ana, Bruno, Carmen, David, Emma, Félix… Creo que este año no llegamos a José.