Fue el 10 de enero de 2017, hace ahora un año. Aquel día, Lucía decidió acabar con el sufrimiento que llevaba dentro por culpa de dos compañeros de instituto que durante meses se rieron de ella, le pegaron y le insultaron. Le decían gorda, lechosa, fea. Otras veces le clavaban lápices en la espalda o le daban codazos en el estómago. Aquella tarde de martes se quitó la vida en la habitación de su casa.
Por la mañana, Lucía había participado en una terapia de grupo con otros niños que habían vivido intentos de suicidio. Sólo unas horas después, la niña, de 13 años, aprovechó el rato en el que su madre echaba la siesta en el sofá del comedor: cogió una correa y se ahorcó en su cuarto.
Aquella tarde, Lucía, tras hacer los deberes, le dijo a su madre que se iba a probar ropa para el próximo salón de manga al que quería ir. María Peligros, su progenitora, se confió y se tumbó un rato a descansar después de recoger la mesa y fregar la vajilla. Cuando despertó, no escuchó a la niña. Extrañada, entró en su habitación y se encontró a su hija muerta. Lucía aún llevaba puestos los auriculares con los que siempre escuchaba música.
Cuatro meses y medio antes, el 29 de agosto 2016, Lucía intentó quitarse la vida por primera vez. En aquella ocasión, aprovechando que estaba sola en casa mientras sus padres trabajaban, se tomó un bote de medicamentos. Cuando notó su efecto intentó ducharse para despabilarse. Pero cayó y se partió el labio. La encontró desplomada una tía suya, a la que su madre había llamado alertada porque la niña no cogía el teléfono móvil ni el fijo. Aquella vez la salvaron los médicos. Hace un año, en su segundo intento de quitarse la vida, nada pudieron hacer por ella.
Este próximo miércoles se cumplen 365 días del fallecimiento de Lucía. Unas semanas antes, a mediados de diciembre, los padres de la niña, María Peligros Menárguez y Joaquín García, abren las puertas de su casa a EL ESPAÑOL. Su hija fue la última mártir del bullying en España. Vivía en Murcia, donde según un estudio de Save the Children el 11% de los niños sufre acoso escolar de forma ocasional y un 2,8% con carácter frecuente. Es la región que registra las cifras más altas de todo el país .
"Ahora es vivir sin vivir"
La residencia de los padres de Lucía ya no es la misma en la que vivían hace un año. Por aquel entonces residían en Aljucer, una pedanía de la periferia de Murcia. Ahora el matrimonio se ha mudado a un inmueble a 50 kilómetros de allí, cerca de la playa, donde nada, ni la habitación de la niña, los rostros conocidos de la calle o el autobús en el que su hija iba a clase les recuerden la peor experiencia de sus vidas. “No podíamos vivir allí. Me asfixiaba estar entre esas cuatro paredes”, dice María Peligros sentada a la mesa del comedor.
María Peligros y Joaquín visten de negro un año después. Tienen 57 y 54 años, respectivamente. La madre de Lucía está en tratamiento psicológico y psiquiátrico desde que se suicidó su niña. Se encuentra de baja laboral desde el verano de 2016, cuando su hija intentó quitarse la vida por primera vez.
Joaquín, que no es el padre biológico de Lucía pero la crió desde chiquita tras casarse con María Peligros, ha vuelto a su antiguo empleo com contable en una empresa de distribución de frutas. Cada 15 días, el matrimonio acude a terapia de duelo con otros padres que han perdido a sus hijos de forma idéntica. Todos tenían hijos mayores que Lucía.
“Ahora es vivir sin vivir. Respirar de forma automática. El dolor de perder a una hija por culpa de dos chiquillos es…”, dice María Peligros sin poder terminar la frase.
Abril de 2016: Lucía lo cuenta todo
Los problemas de Lucía comenzaron en el instituto Juan de la Cierva, coincidiendo con su primer curso de la educación secundaria. Desde los primeros días de clase dos compañeros empezaron a acosarla: se reían de ella por su aspecto, le insultaban y le pegaban mientras la mayoría del resto de chicos reían sus gracias. Lucía se sentía apartada, discriminada, sola.
Su tutora se percató de ello y, poco antes de las Navidades de 2015, lo advirtió a la dirección del centro, que no hizo nada. Poco después esa profesora se dio de baja por maternidad y su sustituto obvió el problema.
Llegó 2016, Lucía se reincorporó a las clases tras el año nuevo, pero nada cambió. Aquellos dos chicos no sólo la acosaban durante las horas lectivas. También lo hacían en el autobús en el que iban hasta el instituto juntos. Le insultaban por su físico. Le pegaban. En voz alta se preguntaban: “¿Quién va a querer sentarse con una gorda? Pero si das verguenza”.
Lucía explotó en abril de 2016. No aguantaba más. Una tarde, su madre le propuso salir a dar una vuelta juntas. Ella, al principio, se mostró contenta. A la media hora cambió de opinión. María Peligros le preguntó qué le pasaba. La niña se derrumbó y contó su calvario.
Sus padres acudieron de inmediato al instituto. La jefa de estudios expulsó a uno de sus acosadores durante cinco días. Al otro, uno. No tomaron otra medida. Cuando los chicos se reincorporaron a las clases todo siguió igual: incluso le hacían fotos para amenazarla con subirlas a las redes sociales. Por ese tiempo Lucía ya había dejado de comerse el bocadillo y apenas se relacionaba con el resto de la clase.
Cambio de centro 20 días antes de acabar el curso
María Peligros y Joaquín volvieron a presentarse en el instituto de su hija. Como no cesaba el acoso, solicitaron el cambio de centro a la Consejería de Educación de la Región de Murcia. Aunque a regañadientes, el Gobierno regional aceptó. Lucía, a falta de 20 días para terminar el curso, se matriculó en el el instituto Licenciado Francisco Cascales.
“Fue una liberación para ella. Era otra. Nos dijo que estaba mucho mejor”, explica su padrastro. “Fíjate como llegó allí de mal que hasta le sorprendió que una niña le dijera que se sentara junto a ella el primer día de clase”.
Llegó el verano y Lucía, aparentemente, siguió mejorando. Disfrutó de las vacaciones con sus padres, viajó, jugó con sus primos. Pero el 29 de agosto todo cambió. Quedaban menos de dos semanas para el inicio del nuevo curso y la niña, nacida el 2 de octubre de 2003, intentó quitarse la vida por primera vez. Tomó medicación aprovechando que estaba sola en casa porque sus padres se acababan de reincorporar a su puesto de trabajo.
“Yo la vigilaba muchísimo. La llamé desde mi trabajo -un supermercado- y no me cogió el teléfono. Llamé a mis dos hermanas. Cuando llegó una de ellas a mi casa la encontró inconsciente en el baño. Tenía el labio partido. Había intentado despejarse con el agua de la ducha, pero no sirvió para nada”, cuenta María Peligros.
Tras ingresar en el hospital, los médicos no sabían si Lucía iba a aguantar las siguientes 48 horas. Al final, lo hizo y fue recobrando la consciencia poco a poco. Estuvo una semana hospitalizada. Los primeros dos días, en la UCI.
“No quería hablar de nada de lo ocurrido”, recuerda su madre en el comedor de su nueva casa, donde las estanterías y las paredes están repletas de fotos de su hija fallecida. “Sólo llegó a decirme: 'Mamá, no quería seguir viva. Llegué a creerme lo que me decían, sentía asco de mí misma”.
Después del primer intento de suicidio, Lucía incrementó la frecuencia de sus visitas al psicólogo y empezó a participar en una terapia de grupo con chicos que también habían intentado quitarse la vida. A ojos de sus padres parecía que mejoraba: con el inicio del curso escolar en su nuevo instituto hizo nuevas amistades y los fines de semana quedaba con chavales a los que, como a ella, también les gustaba el manga… “Estaba feliz”, dice su madre.
Una carta en la que volvía a pensar en el suicidio
En apariencia, Lucía parecía dejar atrás los fantasmas del pasado. Aunque la psicóloga que la trataba no conseguía que se abriera y le contara lo sucedido el último verano, la niña escribía sus sentimientos y pensamientos en una especie de diario que ambas compartían.
Pero el 21 de diciembre de 2016, el último día del curso antes de las vacaciones de Navidad, la limpiadora de su instituto encontró una hoja suelta en el pupitre de Lucía. Parecía arrancada de ese diario. En ella volvía a hablar de sus intenciones suicidas. El daño seguía ahí, aunque no lo mostraba.
Lucía pasó las navidades en familia. Disfrutó de la Nochevieja en un hotel junto a sus padres, algunos familiares y varios amigos de la familia. Cuando su madre le preguntó qué quería de regalo para el día de Reyes, ella respondió con algo inmaterial: “Sólo quiero ser feliz, mamá. No me hace falta nada más”. Al final, sus padres le regalaron una mini cadena y una camiseta con un personaje de uno de sus cómics favoritos.
El 9 de enero Lucía retomó las clases. A la mañana del día siguiente su madre la sacó del instituto para acudir a la terapia de grupo. Por la tarde, tras despedirse de su padre al marcharse al trabajo y decirle a su madre que se iba a probar la ropa para el próximo salón de manga, se quitó la vida dentro de su habitación. No podía más. El daño provocado por el acoso de dos compañeros y la connivencia del resto la llevó a quitarse la vida.
Ni una disculpa o un perdón
Tras la muerte de Lucía, la Fiscalía de Menores asumió el caso. Se acabó archivando porque los acosadores de la niña eran menores de 14 años y, por tanto, inimputables. La magistrada del juzgado número 9 de Murcia decidió reabrirlo un mes después en base a la investigación realizada por el Grupo de Menores (GRUME) de la Policía Nacional.
En su posterior sentencia señaló que se habían hecho mal las cosas en su antiguo instituto, que el protocolo de actuación falló, pero reconoció que no había ninguna persona física a la que inculpar por la muerte de Lucía.
La Consejería de Educación de Murcia cerró el caso con una amonestación a la jefa de estudios del instituto Cascales. Ella era quien expulsó a los dos niños y quien atendió en varias ocasiones a los padres de la menor. Pero no hizo nada más. Lo poco o mucho que hiciera le valió para no ser imputada.
Ahora, a los padres de la menor muerta sólo les queda la opción de recurrir a la vía administrativa. “Nos quieren dar dinero y callarnos. Pero nuestra hija no tiene precio. Ya veremos qué hacemos. Ellos -los acosadores de mi hija- sí tienen derechos. Pero, ¿dónde se quedaron los de Lucía? Por eso pensamos que la Ley del Menor debería modificarse”, se quejan María Peligros y Joaquín.
A la despedida de Lucía en el tanatorio sólo fue la profesora de música del instituto donde comenzó a sufrir bullying. Los padres no recibieron ni una sola llamada de nadie más de aquel centro preguntando por cómo estaban. Tampoco les pidieron perdón por no actuar antes. Ni siquiera les dieron el pésame. “Yo no culpo a los profesores de aquel instituto, lo que hizo mi hija fue por aquellos dos individuos, ¡pero con solo una llamada nos hubiesen aliviado tanto!”, dice María Peligros.
Su última carta: 12 días antes de suicidarse
12 días antes de quitarse la vida, Lucía escribió en un hoja de libreta unas reflexiones a modo de balance del año. Tenía fecha de 29 de diciembre de 2016. Su madre la encontró después de su muerte, mirando entre los cajones de su habitación en busca de respuestas a su dolor.
Aquella carta que sonaba a despedida decía así: “(…) De siempre he dicho que mi vida es como una montaña rusa, nunca sé por dónde va a ir. En mi instituto no tenía a nadie, sólo me hablaban para insultarme (…) Empecé a odiarme a mí misma (…) Llegó el 29 de agosto y todo fue oscuro -fecha de su primer intento de suicidio-. Debido a lo que pasó pude olvidar a gente que nunca debió estar en mi vida. Llegué a mi nuevo instituto y aparecieron Yessi y Thais. Os quiero. (…) No quiero acabar sin mencionar a mi familia, los cuales me aguantan y me apoyan día tras día. Os quiero. Gracias a todos, espero poder teneros este 2017 a mi lado. Feliz año nuevo”.
Lucía se suicidó dos días después de retomar las clases. Su madre, pese al cambio de residencia, aún guarda sus libros, sus cedés de música y su sudadera preferida en una habitación que nunca fue suya pero que ahora, dice María Peligros, quizás la habite su alma.