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La cripta del nanaísmo es un dado de mil caras. Los objetos, los cuadros, las personas… se muestran del revés al poco tiempo de sentirse observados. O no. Quizá sea al contrario. Stop. ¿Cuál era el lado bueno? En esta galería hay esculturas por el suelo, dibujos incomprensibles, unos ojos verdes en óleo, también un cuerpo desnudo. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Y qué hacen esos ahí charlando en una esquina?
Son nanaístas. Se dicen nanaístas. Se confiesan. Es difícil arrebatarles una definición, aunque todos ellos coinciden: “Somos rebeldes desde la conciencia del saber, luchamos contra la degradación ética y cultural”. Hablando en plata, y siguiendo las notas del día que quedó bautizado este movimiento, allá por septiembre de 2014, “el nanaísmo es abrir la ventana y darse cuenta de que no hay ná de ná”. A partir de ahí, este grupo de pintores, escultores, escritores, actores -y lo que se tercie- se marca como objetivo la creación. A veces de forma tangible; otras, simplemente, a modo de palabras en el aire, de tertulia, para cultivar el espíritu en los días del “páramo yermo”, “de las conciencias vacías”.
¿Quiénes son nanaístas?
Es la última vanguardia del siglo XXI, la resaca del dadaísmo, el cubismo, el fauvismo o el ultraísmo. El presente infiltrado en el pasado, una nave de Baco que navega en un tiempo que no es el suyo y que pretende, “ojo, sin ser elitistas”, salvar al hombre. Inconformistas, ilusos, pelean contra una sociedad que se les escapa, que los ha relegado a la rareza, a la locura.
Taurinos y antitaurinos, del Atleti y del Madrid, de gin-tonic y de vino, francófilos y anglófilos, similares y opuestos, comparten una “misión imposible”: recetar cultura para alcanzar “la plenitud física y mental”. Por si a alguien no le quedara claro, han redactado diez mandamientos que les constriñen. Incluso una dieta. “Esto es algo lo suficientemente serio como para que nos divierta. De verdad, el nanaísmo es algo muy serio”, saluda Manuel Marqués, empresario y escritor, fundador de esta orden “hedonista” y dionisiaca. Tan serio que ya han logrado la adhesión de Josema Yuste, Pepe Rodríguez, Luis Eduardo Aute, Miguel Rellán, El Langui, Juan Luis Cano o Fernando Sánchez Dragó.
El gin-tonic como elixir
Quizá lo más sencillo sea empezar por la dieta acuñada. “Las habituales son muy recomendables para el ganado de engorde y producción, pero claramente vejatorias para hombres de bien y libres”, reza uno de los documentos enmarcados en la galería Modus Operandi, enclavada en el barrio de Las Letras, punto de encuentro del nanaísmo.
“Que cada uno coma lo que quiera y cuando quiera, pero teniendo en cuenta tres aspectos fundamentales: antes fresco que conservado, mejor ecológico que convencional y preferible artesanal que industrial”, sintetiza la dieta nanaísta. El hedonismo se hace notar cuando se escribe eso de “la ingesta directa de agua, a palo seco, no es lo más recomendable, ya que el organismo humano está preparado para ingerir otras bebidas con muchas más cualidades organolépticas como el vino o la cerveza”.
Manuel reseña algunos de los alimentos intensamente nanaístas: el chocolate negro después de la comida, el aceite de oliva, el cerdo ibérico, la almendra, la miel, el queso, la sardina… “¡Y el gin-tonic que, como decía Churchill, salvó más vidas y mentes de hombres ingleses que todos los doctores del Imperio!”. Elena Guerrero, su esposa, fotógrafa, arqueóloga y por supuesto nanaísta, anota: “Y el ajo negro, que permite besar después porque no deja rastro en el aliento”. “¡El nanaísmo sería, por ejemplo, luchar contra el calimocho!”, apunta otro de los presentes.
Un rito nanaísta en directo
Llega el momento del rito: una tertulia, el único elemento capaz de derribar el “yoga ibérico” que decía Cela, la siesta. El dramatis personae es el siguiente: Manuel Marqués, empresario y escritor, fundador del nanaísmo. Elena Guerrero, fotógrafa, artista y arqueóloga. Javier Elorrieta, músico y director de cine. Pablo Lozano, escultor y hombre de negocios del mundo taurino. Cristina Queros, acrtiz y… no le gustan los toros. “¿Veis? Aquí somos una cosa y la contraria”, reitera Manuel. La revolución imposible para acabar con la desidia, la vagancia cultural y, en definitiva, “el feísmo”.
Sobre su bautismo nanaísta, ninguno habla de “conversión”. “Es un hallazgo, no cruzar de un lado a otro. De repente, un día te das cuenta de que eres nanaísta, de que necesitas cultivar tu espíritu para alcanzar la plenitud física y mental. Por eso decimos que hay miles de nanaístas inconscientes. Nosotros lo somos de manera consciente”.
Las reuniones, como ellos en sí mismos, son surrealistas. No tienen periodicidad concreta, tampoco un itinerario marcado. La próxima, a falta de confirmar la fecha, será una excursión a Toledo para ver una exposición acerca del cardenal Cisneros.
-¿Y eso por qué es nanaísta?
-Porque de postre tomaremos mazapán. Primero en tarta y luego en figuritas. Si pidiéramos sorbete de limón, además de no ser una excursión nanaísta, sería una aberración.
-¿Por qué son “rebeldes” ustedes y no los que como tal aparecen en la prensa?
-El rebelde común tiende a manifestar su ignorancia. En contra de lo que pueda parecer, se niegan a salir de su zona de confort. Disfrutan con la exaltación de lo vulgar. Son los encantados de haberse conocido.
El manifiesto nanaísta
Manuel, Elena, Pablo, Javier y Cristina aceptan el reto de escapar de lo abstracto. O por lo menos intentarlo. Queda puesto sobre el tapete el manifiesto nanaísta para tratar de abarcar esta escuela inabarcable. Más allá del papel, los nanaístas organizan exposiciones, conciertos y publican libros para predicar con el ejemplo.
1. “Reivindicamos el surrealismo español”
Pablo cita una retahíla de autores recientes que configura las influencias nanaístas: Miguel Mihura, Edgar Neville, Enrique Jardiel Poncela, K-Hito, Rafael Azcona, Luis García Berlanga… “Los nanaístas aspiramos a tomar su relevo para diseccionar la realidad con ese humor elegante, surrealista y magnífico”, apostilla Manuel. En el decálogo, este punto termina así: “Cualquier cauce es válido para que, dentro de un siglo, sigan riéndose de nosotros”. También es “finura”, añade Elena. Javier habla de la “frescura de los propios instrumentos” para lograr la brillantez y la ironía.
2. “Creamos a partir de los clásicos y la antigüedad”
¿Esto no es poco “revolucionario”? “¡Pero si Sócrates es lo más moderno que hay!”, se altera Manuel. Pablo, intensamente taurino, parafrasea a Rafael Gómez “El Gallo”: “Lo clásico es lo que no se puede mejorar”. El conjunto de los tertulianos coincide en bucear en el pasado para seguir creando. “Un dato: desde la antigüedad se ha producido más, pero no mejor. El aceite de oliva de los romanos era mejor que el nuestro”, resume Manuel.
3. “Nuestro leitmotiv es la búsqueda, más que la propia conquista”
Este apartado tiene mucho de batalla perdida. Sacan a colación el mito de Sísifo, el creador que no renuncia a su cometido a pesar de saberse derrotado de antemano. Manuel cita a San Agustín: “Buscaremos como si fuéramos a encontrar, pero nunca encontraremos sino teniendo que buscar siempre”.
La tertulia nanaísta centra el debate en esa sociedad que nos empuja a vivir cada vez más rápido, cubriendo etapas, sin disfrutar del proceso, del durante. “Hacemos algo para conseguir algo, pero dejamos sin valor el camino”. Sería demasiado idealista no reconocer que el artista, el ciudadano, debe cumplir encargos. “Y si es un retrato date por hundido”, bromea Elena. Pablo, en este mar de citas en el que navegan los nanaístas, invoca a Luis Buñuel: “Dijo que sus películas mexicanas eran alimenticias”. Con eso pretende expresar que ellos también forman parte de esa dinámica perversa, a la que miran con el cuchillo entre los dientes.
4. “Defendemos los efectos naturales por encima de los especiales”
“En dos ámbitos principalmente: en la mesa y en el cine”, introduce Manuel. “Las buenas películas se acabaron con la Guerra de las Galaxias, ¿dónde quedó el oeste?”. Pablo pide clemencia con el trabajo de George Lucas, pero reconoce que no pudo llegar a la tercera entrega: “Luego aquello se convirtió en la copia de la copia de la copia...”.
5. “La tauromaquia es un rito sagrado: la única esperanza de ser libres y la última oportunidad de seguir existiendo”
-¿Esto no supone una barrera de entrada para quienes no son taurinos?
- Lo hemos puesto por provocar. Si un antitaurino se acerca leyendo esto, seguro que es nanaísta. En ninguna parte decimos que haya que ser taurino. Lo importante es ser una cosa o la otra, pero sin querer prohibir la contraria.
Ahí está Cristina, que no pisa las plazas, al lado de Pablo, que dedica gran parte de su vida a ello. En la cripta del nanaísmo exponen, como es lógico -“aunque esta lógica brilla en casi todos los lugares por su ausencia”-, artistas antitaurinos. Este jueves gris y nublado los amantes de la Fiesta ganan por goleada, pero quizá el próximo la victoria caiga del otro lado.
6. “Una afición por cada sentido y dos aficiones para nuestro sentido favorito”
El nanaísmo es un canto a Dionisos. Elena lo ejemplifica de esta manera: “Yo a mis hijos les digo que si beben, no lo hagan sólo por emborracharse, sino que disfruten de lo que toman”. Pablo no comprende esos botellones a la intemperie con el más barato de los alcoholes. Elena interviene: “Eso es distinto, una cuestión de dinero”.
- Pero, ¿qué pasa con los sentidos? ¿Cuál es vuestro favorito?
- ¡Todos! Somos hedonistas. Así tenemos dos aficiones para cada uno de los cinco sentidos. ¡Diez en total!
7. “Disfrutamos de la grandeur, o de lo que queda de ella”
Los nanaístas hoy reunidos no lamentan que España ganara la guerra de la independencia en el XIX, pero no les hubiera importado que los franceses se hubieran quedado “un poquito más”. “Sí, para que se nos pegara algo”, lanza Elena. “Nunca se sabe, quizá, si hubiesen ganado, habrían respetado mejor nuestras tradiciones que nosotros mismos”, contesta Manuel.
Con la mesa en vista, como casi siempre, resaltan: “Ellos hacen de la barbaridad finura. Ahí está el foie-gras. A nosotros, en cambio, nos salen los callos”. A los nanaístas les deslumbra que los vecinos sean capaces de “crear franceses universales a partir de talentos nacidos en otras tierras”.
8. “Las principales fuentes de riqueza en España son el idioma, el legado artístico, la gastronomía autóctona y el clima benigno”
“Sí, todo eso que, paradójicamente, no rentabilizamos al máximo”. Pablo, culinariamente hablando, divide España -de abajo arriba- en el “frito”, el “asado” y el “guiso”. “Tenemos los mejores productos y… ¡tres mares! ¿Sabemos lo que es eso? Se nos olvida. Y a pesar de todo esto, viramos siempre hacia la autodestrucción”.
Aquí vuelven a reseñar el “yoga ibérico”, la siesta. Eso sí, en su justa medida, entre veinte minutos y media hora, sólo sustituible por “una buena tertulia”. “La sociedad no ha tomado ese rumbo, ya lo sabemos, pero eso no quita para que lo reivindiquemos”.
9. “Preservamos la música popular, la que nace y muere en el corazón de los pueblos”
La música popular, en clave romántica y según los nanaístas, puede aportar a sus creyentes un pasado imaginario, a veces heroico. No hace mucho que tocó un cuarteto de cuerda en esta galería. El propio Javier Elorrieta ya ha publicado varios discos en los que recorre la música popular francesa. La propia tertulia nanaísta arroja una sintonía peculiar, cambiante, como sus paredes, sus cuadros y sus miembros.
10. “Los nanaístas somos, consciente o inconscientemente, del Atlético de Madrid, el único equipo que ha tenido seguidores incluso antes de existir”
Este punto lo ilustra una fotografía, una alineación del Atlético de Madrid con las cabezas trasplantadas. Posan de corto Marco Aurelio, Mariano José de Larra, Nietzsche, Schopenhauer o Dostoyevski. “Ser del Atleti implica una forma de afrontar la vida”.
Manuel deja claro que esto no se trata de una barrera de entrada: se puede ser del Real Madrid y, en el subconsciente, hacer el camino con valores atléticos. Poner de corto a estos históricos, deja claro, “no es una invención”, “sino un hallazgo”. “Si lees las obras completas de Nietzsche, te darás cuenta de que era claramente del Atleti. En esto somos muy rigurosos. Acabamos de descubrir a Noé como primer entrenador rojiblanco de la Historia. Nos gustaba Kant de mediocentro, pero resulta muy madridista. También Lope de Vega. Una pena”.
Casi tres horas de conversación, que se han esfumado en un pestañeo, dan para mucho. El manifiesto lo sella un arrebato proselitista, aunque los nanaístas no se venden en las puertas de las casas. Acogen, pero sin dar aldabonazos. Al estilo de las logias masónicas. “Somos un grupo abierto en busca de otros seres dispuestos a encontrar la belleza escondida entre las ruinas”.