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Haga un viaje alrededor de su cuarto. Encontrará decenas de electrodomésticos, figurantes imprescindibles del siglo XXI. Lucen sanos, digitales y tecnológicos, pero ya pisan el patíbulo. Morirán más pronto que tarde. Aunque sus fabricantes emplean tácticas sibilinas, imagine que cada uno de los aparatos esconde en su interior un reloj que, a modo de dinamita, pauta la cuenta atrás. A efectos prácticos sería lo mismo.
Cada uno se destruirá a su manera. A uno le fallará la batería, el otro no soportará la última actualización, no habrá piezas en el mercado para sustituir las que se han roto... Quizá por eso, a finales del siglo XVIII y tras sufrir un prolongado arresto domiciliario, Xavier de Maistre dejara constancia en su libro de lo difícil que es regresar indemne de un viaje alrededor de la propia habitación. Doscientos años más tarde, todo se marchita de manera más vertiginosa, artificialmente.
No pierda de vista estos datos -facilitados por la Fundación Feniss a EL ESPAÑOL tras promediar distintas marcas-, que estructuran el ranking de la muerte anunciada de los electrodomésticos.
La vida que le queda a su casa
-La tostadora es el bien más frágil: suele durar entre 18 y 28 meses.
-Le siguen los microondas, con una vida estimada de entre 24 y 48 meses.
-Los móviles hay que enterrarlos cuando cumplen entre 2 y 3 años.
-La televisión apura su existencia cuando tiene entre 3 y 6 años (según explica Feniss, su reciente conexión a la red ha restringido enormemente la durabilidad).
-Lavadoras y frigoríficos: entre 2 y 12 años (cuando el baremo es tan amplio, la marca juega un papel mucho más trascendental).
Una clasificación que castiga al bolsillo poco a poco y que consolida una sociedad de consumo en la que todos son culpables, tanto el fabricante -por auspiciar el fin programado- como el consumidor -por comprar un modelo tras otro-.
Según explica Benito Muros, presidente de la fundación Feniss, cada persona gasta a lo largo de su vida alrededor de 60.000 euros sólo en ir reponiendo los electrodomésticos. "Tendrá que adquirir cuatro lavadoras, cuatro frigoríficos, cuatro hornos, 23 móviles, seis televisiones, cuatro lavavajillas, cuatro equipos de música, dos o tres coches...".
Una de las armas de Feniss para combatir el fenómeno conocido como "Obsolescencia Programada" consiste en otorgar un sello de buenas prácticas a las empresas que no planean este tipo de engaño. Muros, en conversación con este diario, cita un ejemplo fácilmente identificable: "El reloj negro de Casio".
-Si nos ceñimos a los móviles, ¿existe alguna salida? ¿Puede rebelarse alguien contra la obsolescencia programada?
-Hemos investigado a muchísimos fabricantes. Ahora mismo, no hay ninguna marca a la que se le hayamos concedido el sello.
Así nació la obsolescencia programada
La obsolescencia programada viene de largo. Tanto que la mayoría pronuncia el trabalenguas sin apenas esfuerzo. Nada más estrenarse el siglo XX, se encendió una bombilla que todavía funciona en un cuartel de bomberos de California. Aquello, además de un éxito, suponía una amenaza para el negocio. ¿Quién iba a comprar bombillas? A partir de ahí se creó un cartel que fijó un máximo de 1.000 horas de duración, con la consecuente pena para el que se saltase el tope. Después llegaron las medias de nailon, indestructibles. Misma historia, mismo desenlace.
Y, por último, nada más morir el siglo XX, Casey Neistat se sublevó contra las baterías que Apple colocaba a sus Ipod, de una duración máxima de 18 meses. Lo contó a los ciudadanos de Manhattan pintando la obsolescencia programada sobre todos los carteles de la marca. Así hasta 2018, con un incremento de la velocidad de las muertes pautadas debido a los grandes avances tecnológicos.
La indefensión legal
En España no existe una ley que prohíba la obsolescencia programada. El fabricante diseña como quiere y el consumidor es libre a la hora de hacer su compra. El "todos somos iguales" implícito de las marcas deja al usuario a los pies de los caballos. En Francia, la legislación sí que castiga estas prácticas. Con penas de cárcel de hasta dos años y multas de 300.000 euros. De ahí que la Fiscalía del país vecino investigara a Apple este mismo año por "ralentizar intencionadamente" sus dispositivos, un extremo que la empresa reconoció.
Benito Muros, de Feniss, explica que, a partir de 2020, las marcas se verán obligadas a confesar la vida útil prevista para cada artefacto. "Será gracias a una ley europea. Te doy un dato. Fíjate la presión que existe. Allí, tras un intenso trabajo de los lobistas, se ha terminado por llamar obsolescencia prematura a la obsolescencia programada. Existe ese miedo".
Aunque, según denuncia esta fundación, no es la dinámica perversa de consumo el único inconveniente: "Se generan muchísimos residuos y se van agotando los componentes. Dentro de veinte años, muchas de las materias primas con las que ahora se fabrica no existirán en el planeta".
Este diario se ha puesto en contacto con Apple. Ha recibido esta escueta respuesta: "No realizamos ese tipo de prácticas". La entrevista, declinada. Un portavoz se limita a señalar los comunicados emitidos por la empresa tras el lío con la Fiscalía gala.
La "trampa" de Apple
Miles de Iphone -sobre todo el modelo 6- empezaron a funcionar defectuosamente tras una de las últimas actualizaciones. La gran manzana dijo que forzó la ralentización para evitar que las baterías se estropeasen, apagando repentinamente los móviles. Pero hay una trampa. La gran parte de estos teléfonos, una vez sometidos al análisis de la batería incluso en tiendas oficiales, muestran que el fallo no tiene que ver con la batería y que la reposición no siempre supone el arreglo.
En Estados Unidos se fraguaron diez denuncias colectivas contra la marca y los franceses aderezaron su queja con más de 2.600 testimonios. En Madrid, Facua fue una de las organizaciones que encabezó la denuncia. "Todavía no hemos obtenido respuesta de la Fiscalía", cuenta Rubén Sánchez, portavoz. "Es cierto que estamos muy indefensos en términos legales, pero manipular un producto para que deje de funcionar antes de tiempo va en contra de los consumidores y eso es motivo suficiente para que una Administración Pública actúe. No ha habido movimiento ni del Gobierno ni de las Comunidades autónomas y eso es sintomático", relata.
"Sabemos que algunos de vosotros sentís que Apple os ha decepcionado. Os pedimos disculpas. Ha habido mucha confusión al respecto, así que nos gustaría aclarar este asunto", empezaba el comunicado que emitió la empresa.
La conclusión, tras un porrón de tecnicismos en torno a las baterías y los sistemas de actualización, es la siguiente: "Lo primero y más importante es decir que nunca hemos hecho nada que acorte de forma intencionada la vida de un producto Apple o que empeore la experiencia del usuario para conseguir que renueve su dispositivo". Entonces rechinan aquellas baterías de 18 meses para sus Ipod, que denunció Neistat a principios de siglo.
Hablan las "víctimas de la obsolescencia"
Enrique García López, en nombre de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), explica así la indefensión existente: "Son prácticas ocultas, indetectables. Nos llegan quejas, por supuesto. Pero, ¿cómo pones una reclamación? Incluso vienen muchos con problemas de obsolescencia programada que no son conscientes de que la sufren".
No es difícil poner rostro a las víctimas de la dictadura de la obsolescencia programada. Kike, que estudia en Dinamarca, tenía un Samsung Galaxy. Lo compró en septiembre de 2016. "De repente, la batería empezó a durar cada vez menos. Con el 20% se me apagaba. En Navidades, la marca me dijo que la cambiara, pero era un pastón y tardaban seis días. Al final, te la lían y compras otro dispositivo".
A Candela le ocurrió algo similar con el Iphone7, que adquirió después de sufrir la obsolescencia con el 4S, el 5C y el SE. "Todos, en algún momento, más pronto que tarde, dejan de funcionar. Unos se apagaban, otros iban lentos. Ni siquiera reclamé". Sabe lo que hay.
A Sofía, la muerte programada le asaltó con el Iphone 6 Plus. "Hubo un momento en el que la batería no me duraba ni una mañana. Salía de la facultad o de casa y se apagaba. Lo llevé a una tienda de Apple y me dijeron que estaba antiguo. Al final, me compré uno nuevo. Los cuido mucho, nunca se me ha roto la pantalla ni se me han caído al agua. Me siento estafada".
A Nicolás también le falló el Iphone 6, el modelo que supuso la última revuelta de los consumidores contra Apple. "El procesador dejó de ofrecer el mismo rendimiento. Diez minutos en escribirse cada letra de un mensaje, las aplicaciones no se abren... El fabricante me dijo: 'Es lógico, piensa que está muy antiguo, tiene cuatro años'. No entendía. El mío tiene dos, pero él se refería al modelo. Te sueltan eso de que la tecnología avanza. ¿Para qué invertí en su momento en un dispositivo de alta gama? Hace mucho que soy del universo Apple, pero esto se acabó".
Tanto Nicolás como Sofía se quejan de que la gran manzana anime a todos sus usuarios indiscriminadamente a instalar en sus teléfonos las últimas actualizaciones, esas que esconden la puntilla para el aparato, a no ser que sea uno de los últimos modelos.
Este diario ha comprobado en dos tiendas oficiales de dos ciudades distintas cómo los dependientes siguen vendiendo el Iphone 6, pero aconsejan comprar versiones posteriores: "Si te compras el 7, te durará un año o dos, por eso es mejor que pagues un poco más y te lleves el 8. Ocurre así sucesivamente". Palabras de un dependiente de Apple.
"Una batalla perdida"
Todos los testimonios aportan, pero conviene terminar el repaso con el de un hombre que lleva enfrentándose a la obsolescencia programada más de sesenta años. Se llama Luis Calleja. A día de hoy, sigue parapetado en su taller, Sonitube, reparando electrodomésticos antiguos. "Existen varias formas de programar esa muerte. Algunos lo hacen con un chip al que no puedo acceder que, en determinado momento, ordena el apagado definitivo. Otros lo que hacen es retirar las piezas del mercado. También están quienes blindan algunos apartados para que no puedan manipularse. Es una batalla perdida".
Luis se despide con una anécdota: "En los ochenta, tenía un amigo que trabajaba en una de las grandes marcas. ¿Sabes lo que me decía? Que tenía que calentarse la cabeza para ver cómo estropear el producto sin que se notara".