Un pequeño traqueteo. Un runrún preocupado, un rumor percutor, constante, desconfiado. Hacía tiempo que los ciclistas gallegos sospechaban. Lo temían, lo sabían. Entre el barro de los derrapes en la naturaleza y la grasa de las cadenas de la bicicleta se escondía algo más. Trampas. No eran bienvenidos en los montes.
El mensaje era claro. Los bosques tienen dueño y no son (todos) los ciudadanos. Mucho menos los que van acompañados de casco y dos ruedas.
Tras el inicio del juicio por el accidente de Diego, el ciclista de Vigo que quedó parapléjico en el monte de Alba tras caer contra una piedra de grandes dimensiones colocada, presuntamente, por la comunidad de montes de Valladares, EL ESPAÑOL recopila distintas trampas presentes en las montañas gallegas para impedir el paso de ciclistas. Puestas, presuntamente, por estos ‘amigos de los bosques’.
Rocas, lianas. Ramas atravesadas, troncos a medio talar, tablones con clavos. Los ratos a dos ruedas por los montes parecen, a tramos, una lucha por no caer en una ratonera plagada de obstáculos.
Pero esa piedra, la de Diego, es sólo el ejemplo, el más trágico de todos, de las distintas trampas que pueblan las montañas gallegas para ahuyentar a los deportistas del monte a través. Lo clásico y más sencillo es dejar una serie de troncos a medio talar. Así, se consigue ‘taponar’ de manera natural los senderos y se impide el tránsito. Ya sea a bicicleta o a pie.
Incluso si la naturaleza sigue su curso y el tronco cae por su propio peso, el daño está hecho. Más aún si se dejan, en mitad del camino, tablones con clavos para, en el mejor de los casos, pinchar las ruedas de las bicis. Si hay caída del deportista, el daño puede ser mucho mayor. Porque con los árboles en el suelo se entorpece el rodar de las bicicletas, incluso la redirección de la ruta. Pero, con heridas graves, la única salida es parar. Un stop obligado. Volver hacia atrás.
"Con que haya una trampa, puede ser mortal"
Sin embargo, los ciclistas gallegos están curtidos. No se dejan amedrentar. Aunque no por ellos aligeren ni un ápice la gravedad de la situación. “No creo que haya muchas trampas. Pero, con que exista una, puede ser mortal o dejarte paralítico. El peligro está ahí”, reconoce a este periódico Guillermo Janeiro, el responsable del Vigo Bike Contest. Lo cierto es que el Monte de Alba, en el que tuvo lugar el suceso de Diego, por ejemplo, no es de propiedad pública. Y así hasta el 25% del territorio de toda Galicia. Los dueños son las comunidades de montes: entidades de carácter privado que poseen más de 700.000 hectáreas de terreno en propiedad comunal. En total, hay 2.800 comunidades de montes en Galicia.
El objetivo de las comunidades de montes, según la propia Xunta gallega, no es “exclusivamente mejorar la explotación forestal y la de biomasa, sino también compatibilizar con los usos de aprovechamiento ganadero, producir setas, castañas u otro tipo de frutos del bosque y potenciar zonas recreativas y rutas de senderismo que profundicen en el conocimiento de nuestro entorno, a parte de programas de educación ambiental dirigidos a los más pequeños”.
Las bicicletas de montaña, sin embargo, no son bienvenidas. Al menos para algunas comunidades.
"El monte no es de todos"
Aunque la Secretaría General para el Deporte gallega afirma, a preguntas de este periódico, que el ciclismo es casi parte de la idiosincrasia de la comunidad autónoma: “La bicicleta y el ciclismo cuentan en Galicia -y en España- con una honda tradición”. Para la Xunta de Galicia, la bicicleta es, además de un medio de transporte, “un elemento que representa uno de nuestros deportes de mayor tradición y un símbolo de la buena salud de nuestra tierra”.
No se queda ahí: “Nuestra misión es defender, proteger y beneficiar a todas esas personas que quieren hacer deporte, para que dispongan de todos los medios necesarios y que cuenten con toda la seguridad que se les pueda ofrecer a la hora de subirse la una bicicleta bien sea en el monte, en la carretera o campo a través”, esgrimen desde el organismo público. Pero lo cierto es que la realidad puede ser ligeramente disonante.
El organizador del Vigo Bike Contest y mountain biker respira antes de hablar. “La gran mayoría de los terrenos que tienen las comunidades están para explotación forestal, no para ocio. Sí que hay comunidades que quieren habilitar circuitos para los ciclistas, pero no todos”. Aunque no hay que perder de vista la realidad. Él, más que nadie, lo sabe. “El monte no es de todos, es de la comunidad de montes. Es sólo de los comuneros, de esa gente que vive cerca de ese monte y es comunero. Su labor es cuidar del monte. Pero, de todos, no es”.
Amigos de la naturaleza por la conservación del monte
Un claro ejemplo de que los ciclistas no son bienvenidos en determinados montes es el caso de Diego. La Sección Quinta de la Audiencia Provincial de Pontevedra determinará la responsabilidad que tuvieron los miembros de la comunidad de montes de Valladares, que, presuntamente, venían colocando trampas e impedimentos en los recorridos forestales. Son cuatro comuneros, cuatro amigos de la naturaleza que trabajaban por la conservación del bosque: un directivo y tres trabajadores de mantenimiento.
Diego se encontraba en el Monte de Alba de Vigo el 4 de septiembre de 2014 -a apenas treinta minutos de la capital pontevedresa- con su bicicleta, su casco y toda su pasión bajando, saltando, disfrutando de la velocidad y del contacto con la maleza. Venía de otro monte cercano, Coruxo, tras pasar por la parroquia de Chandebrito. En el aire, ya sin posibilidad alguna de maniobra, tras volar desde una rampa de salto, lo vio. Una piedra enorme y muy pesada. Justo en el punto de caída.
Nada pudo hacer por evitarla. Chocó. Se quedó parapléjico.
Una trampa puesta "de manera estratégica"
Según declaró un testigo en sede judicial, el vicepresidente de la comunidad de montes exclamó, al conocerse el fatal accidente: “Si se cayó, que se levante. ¿No queríais piedras para saltar?”. Pero ya se habían ido quejando los deportistas, que se alertaban entre sí. “La comunidad de montes está rompiendo el circuito y poniendo obstáculos con árboles”.
La Policía concluyó durante el juicio que la roca estaba ahí “a mala fe”. “Colocada para provocar daño”. Situada de manera “estratégica en la trayectoria de los ciclistas”. En definitiva, puesta para herir.
“Hay comunidades de montes que son más reticentes a que las bicicletas pasemos”, explica Janeiro a este periódico. Casi se le puede ver a través del teléfono la sonrisa socarrona al tratar de hacer comprender a forasteros de los bosques gallegos la situación que se vive allí. “No quieren que nos salgamos de las pistas anchas de tránsito y que nos metamos monte a través. No están muy por la labor”.
Y suspira. “Pero ninguna ha utilizado un método así, como el de Diego. Hay otros casos, como la comunidad de montes de Coruxo, que nos cerraron el tramo de tal manera que era imposible meterte. Me parece perfecto cómo lo han hecho ellos, porque te lo indican, con señales, con cintas. Si las cierras, vale, pero los ciclistas no corren peligro. Hay otras comunidades que no sólo cierran los tramos, sino que dan una opción de salida para que no haya que retroceder”. “Da rabia cuando eres ciclista, pero entiendes que, al final, no es tu propiedad. No es público”.
La Xunta, a través de la Secretaría General para el Deporte, es taxativa, pero también se sacude ciertas responsabilidades: toda actividad realizada por la federación o clubes deportivos gallegos cuentan con todos los controles y seguridad necesarios. El caso de la bicicleta de montaña libre, como en el caso de Diego, es bien distinto. “Es una actividad que se sigue desarrollando por los ciclistas de manera individual y por su cuenta, algo difícil de regular porque no podemos impedir a un deportista que coja la bicicleta y que vaya a hacer ejercicio al monte, independientemente de la titularidad del dicho monte, donde pueden encontrarse algunas de estas trampas”, cuenta un portavoz a este diario.
Tras el accidente de Diego, se vive un antes y un después. No es que ahora vayan con cautela o con recelo. Lo que se experimenta en los montes de Galicia “es miedo”, según atestigua Janeiro.
“El accidente de Diego fue en septiembre y nosotros organizamos una prueba de mountain bike en un tramo que está justo encima, en ese mismo Monte de Alba, en marzo”. Tomaron precauciones, pero la congoja sigue ahí. “Piensas que fue Diego, pero podríamos haber sido cualquier otro. La mayoría de los ciclistas hemos dejado de ir por ahí. No sé si la comunidad ha ganado, pero, desde luego, hemos perdido todos”.