Las últimas luces del día arañan los cristales de los escaparates de la calle Goya de Madrid, deslumbrando a la muchedumbre y colándose en el interior de los comercios. Algunos, los recién llegados, son tiendas de telefonía que anuncian con músicas estridentes el lanzamiento del último smarthphone del mercado. Otros, cada vez menos, son ‘los de toda la vida’: el tendero al que le puedes comprar patatas fritas a granel y la joyera de la esquina, a la que no le cabe un solo reloj más en las paredes. Pero, de los miles de empresas y particulares que en algún momento se instalaron en esta vía comercial, sólo uno se marchó sin irse jamás: la cafetería California 47, el lugar del atentado de 1979. Justo donde ahora hay un Ikea a razón de 100.000 euros al mes. 



Un atentado terrorista en 1979 acabó con este emblemático restaurante de enormes cristaleras y letreros con tipografías setenteras. Después, la compañía de Amancio Ortega abrió allí una de sus marcas estrella: Zara. Hoy el espacio alberga una de las dos tiendas que el gigante mobiliario sueco Ikea tiene en el centro de la capital. Donde antes se situaba la interminable barra en la que los madrileños disfrutaban de su café y tostada matutinos, ahora hay dormitorios de quita y pon. El local, privilegiado por su localización y por sus vistas a la estructura neoclásica de la iglesia de la Inmaculada Concepción, se paga a precio de oro: 100.000 euros al mes.

IKEA



- La gente se subía a mi taxi y me decía: “Lléveme a la calle de la cafetería California”



- Mira que la calle Goya es conocida.



- Nunca fue Goya. Era California 47.



La calle Goya mide dos kilómetros de longitud y consta de 164 números. Sin embargo para la gente, como recuerda este taxista para EL ESPAÑOL, era la avenida de la cafetería California: en la que desayunaban justo antes de entrar al trabajo, en la que merendaban cuando se pasaban toda la tarde comprando ropa y les entraba el hambre, donde se quedaba para charlar con los amigos y en la que tímidas parejas compartían batidos entre sonrisas. En la ciudad más extensa y poblada de España, este bar de estilo americano cubría el papel de la plaza del pueblo.

El origen de 'California' 



Fue en la década de los 50 cuando la American way of life (estilo de vida americano) se coló en nuestro país gracias a películas como Cantando bajo la lluvia o La ventana indiscreta. La sed insaciable de los españoles por sentirse como aquellos estadounidenses a los que idolatraban en las salas de cine llevó al apogeo de cafeterías inspiradas en los diner y cafés americanos. Así nacieron Nebraska, Dólar, Manila Pensilvania o California, con sus helados en copa, su repostería y sus batidos.



En los años 60, la cadena de cafeterías California abrió un local en el número 47 de la calle Goya, cerca de su cruce con la calle Velázquez y en pleno corazón del barrio de Salamanca. “Era donde iban los pijos, como se decía en la época”, explica una mujer a este periódico. Hoy, casi 60 años después de la apertura, continúa siendo tan famosa como el primer día: un icono salpicado por la tragedia.



A las 18:00 horas de la tarde del sábado 26 de mayo de 1979 no cabía una persona más en el local. El calor comenzaba a hacerse notar en Madrid y los ciudadanos se habían alejado del amor de las estufas para lanzarse a pasear a la calle. Las tiendas de ropa anunciaban artículos para la época estival y la ciudad volvía a estar llena de vida. Una merienda en California era obligatoria.



Este fue el momento escogido por los Grupos de Resistencia Antifranquista Primero de Octubre (GRAPO) para colocar una potente bomba fabricada con amonita, según se publicó en la prensa de la época. La explosión se produjo a las siete de la tarde de aquel fatídico sábado en el que nueve personas fueron asesinadas y otras 61 resultaron heridas, muchas de ellas de gravedad.

California 47



El interior del local era un escenario fantasmagórico, con todo cubierto de polvo y escombros. Lo que antaño fue una cafetería con aires modernos, asientos giratorios y neones se convirtió en un amasijo de hormigón y cristal. La imponente barra que dominaba la sala apareció completamente calcinada y las sirenas de las ambulancias, coches de policía y bomberos se clavaron en la mente de quienes lo vivieron.



El verano de 1981 tuvo lugar el juicio contra los responsables del crimen. Eran José María Sánchez Casas -un intelectual y activista político que participó en el congreso fundacional del Partido Comunista español- y Alfonso Rodríguez García, ambos miembros del GRAPO. Fueron condenados a 270 años de prisión a cada uno, además del pago de una cuantiosa multa de 150 millones de pesetas. Durante su estancia en la cárcel, Sánchez Casas realizó hasta 18 huelgas de hambre como forma de protesta.

El fin de la costumbre 

Los dueños de la icónica cafetería no cedieron ante el terrorismo. Reformaron y reabrieron el negocio, pero sobre éste pesaba ya la sombra de los asesinados. Más tarde la empresa Inditex, propiedad del antiguo fabricante de trajes leonés Amancio Ortega, vio en la privilegiada situación de este local una gran oportunidad para su expansión. Los pastelillos de California dieron paso a montones de prendas de ropa: Zara llegaba al corazón de la vía madrileña de las tiendas para quedarse.

California, reformado.



El año 2014, el Ayuntamiento de Madrid colocó dos placas conmemorativas del atentado de 1979. Una de ellas recuerda la fecha, el lugar y la banda terrorista responsable del crimen. En la otra, a la derecha de la primera, están escritos los nombres de los nueve asesinados: Pilar González Suárez, Elisa Díaz Ordóñez Bailly, Perfectina de la Fuente Cabal, María Teresa Alonso de Celis Pérez, María Hurtado Ramírez de Villa, Ángeles López de Sabasabe, José Martínez Argüelles, Fernando Manso García y Benita Martín González.

Placa conmemorativa.



Los maniquíes negros de Zara contemplaron la iglesia de la Concepción con sus ojos ciegos hasta que el 10 de julio de este año otra gran empresa se hizo con el local: Ikea. Las nuevas tecnologías y la venta por internet motivaron un cambio en la estrategia de Inditex -al principio realizaba un 60% de sus ventas en tienda física y el 40% restante online, pero después la situación se invirtió y pasó a facturar mucho más dinero a través de la red-, que optó por deshacerse de varias de sus tiendas, según cuentan fuentes del sector a EL ESPAÑOL. El famoso local de la calle Goya fue uno de los muchos que no pasaron la criba y fueron eliminados.



El espacio es propiedad de un fondo de inversión de nombre Redevco Retail y, tanto Zara como Ikea lo alquilaron por cantidades astronómicas al mes. La marca de Inditex pagaba 98.000 euros cada mes. A los suecos les cuesta algo más: 100.000 euros mensuales, según afirman estas fuentes.



El local lo vale: consta de 1.800 metros cuadrados que se reparten en tres plantas, una a pie de calle y dos superiores. Se encuentra en una de las mejores y más exclusivas zonas comerciales de España, lo que lo hace perfecto para cumplir con los objetivos de la marca de muebles: no buscan tanto vender, sino contar con un espacio en el centro de la ciudad que sirva de gran escaparate. Así podrán mostrarle sus productos a los clientes sin que éstos tengan que recorrer varios kilómetros en coche para ir a un polígono industrial.



Esta idea es la que ha traído a muchas de las tiendas que solían encontrarse en zonas industriales a los núcleos de las ciudades, como Decathlon: son enormes escaparates que se disfrazan de comercio, cuyo único objetivo es seducir a las masas y tentarles a que agarren el ordenador y se compren todo lo que les ha gustado en tienda. Aún es pronto para decir si esta estrategia en la que grandes compañías están dispuestas a pagar más de 55 euros mensuales por cada metro cuadrado de locales en los que no esperan vender realmente funciona. Todo queda en manos del tiempo y los consumidores.

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