María sufría maltrato sin ser consciente de ello. "Antes no lo sabía, ahora lo sé". Ha tardado dos años en poder verbalizar públicamente que su expareja la violó repetidas veces, incluso a la vista de todos por Internet. No olvida los 629 espectadores que se fueron sumando a la retransmisión en vivo para ser testigos de su violación, tampoco la sangre y el miedo a decir que no mientras que su novio la forzaba. "Me afectó mucho —confiesa—, me daba vergüenza salir a la calle por si me reconocían". Ahora habla por primera vez. Se reconoce como superviviente de la violencia de género y cuenta su caso para que quienes todavía la sufren vean en su testimonio una voz de ayuda. "Si vale para que una mujer, aunque sea solo una, salga del maltrato, yo ya habré ganado".
Seis años duró la primera relación de pareja de María, una joven de 26 años, delgada, de pelo largo y de mirada serena. Entonces no lo sabía, pero los primeros signos de maltrato llegaron al poco de empezar. "Fue sutil —explica—, me daba pena para que renunciase a mis obligaciones para complacerle; después me apartó de mi familia, de mis amigos, no me dejaba estudiar, tampoco trabajar, ni siquiera tener cosas, me las rompía".
Él también elegía los métodos anticonceptivos y decidía las cosas que debían hacerse en la cama. "Me fue anulando la voluntad para decir que no, me fue consumiendo", narra a sorbos María. Hasta que él no le pegó no logró identificar su caso como malos tratos. Solo entonces pidió ayuda al Instituto de la Mujer. Su relación se acabó cuando ella le dio un ultimátum a su pareja: o terapia psicológica o denuncia. Él se marchó, pero siguió acosándola por Internet y vigilándola gracias a los programas espías que había instalado en su ordenador personal.
Hoy, dos años después, puede contarlo. "Me siento preparada para que se sepa y para ayudar a más mujeres —subraya con autoridad—; porque me siento orgullosa de ser un eslabón de una red de mujeres supervivientes que estamos mostrando a otras muchas que se puede salir de la violencia de género".
María vive ajena a Operación Triunfo, no sigue las galas, tampoco conoce a los concursantes ni participa en los encendidos debates que saltan de la televisión a las redes sociales; aunque estos días, el gesto de dos participantes ha situado su testimonio y el de otras mujeres de la red mundial de mujeres supervivientes en el centro de las miradas.
El '#YoSíTeCreo' de Operación Triunfo
Julia y Natalia, dos de las aspirantes de Operación Triunfo, han lucido en sus apariciones en la academia dos diseños de la marca #EstaEsNuestraManada: camisetas blancas con puños alzados y lemas feministas como ‘No es no’ o ‘#YoSíTeCreo’. Detrás de esta iniciativa están dos hermanos veinteañeros y el 40% del beneficio de las ventas se destina a la Fundación Ana Bella, la red de mujeres supervivientes a la que pertenece María.
"No nos esperábamos esta repercusión", revela a EL ESPAÑOL Javier Aparici, el cofundador de #EstaEsNuestraManada, una marca creada hace escasos cuatro meses junto a su hermana Blanca. Él tiene 25 años y es emprendedor y ex trabajador de la auditora Deloitte; ella, 24 y fisioterapeuta. La idea se ha traducido en un volumen de facturación de 120.000 euros y más de 10.200 camisetas vendidas desde junio. Muchas de ellas después del empujón de las concursantes de Operación Triunfo.
"Ha sido un boom", insiste Javier, que quedó sorprendido cuando vio en las redes sociales a Julia con una de sus camisetas. Rápido, se fue a la base de datos y revisó el nombre de sus compradores en busca de la joven aspirante de Operación Triunfo. "La compró en junio", apunta. "Y en julio, sobre el diez o el doce, la compró Natalia", sigue. "Desconozco si ellas se conocían, pero me parece muy bonita la casualidad", detalla.
De vender unas 30 camisetas al día, Javier y Blanca pasaron a suministrar unas 120 unidades diarias. "Pero soy menos que mileurista, y me levanto todos los días a las cuatro de la mañana para atender pedidos y todos los comentarios que nos llegan", asegura el veinteañero, que ha vivido en seis países y ha trabajado como voluntario en una casa para mujeres maltratadas de las Hermanas de Madre Teresa en Calcuta.
"Ahí te das cuenta de lo importante de la vida —explica Javier—; también a ver que los objetivos por los que luchamos en occidente no tienen nada que ver con los suyos, que se limita a amanecer al día siguiente". Javier y Blanca tuvieron claro desde el principio la idea de destinar el 40% de los beneficios a la Fundación Ana Bella, en parte por la repercusión que esta red de mujeres supervivientes ha tenido con personas de su entorno directo. "Tenían que ser ellas", zanja Javier.
En Mairena del Aljarafe, un pueblo situado en el área metropolitana de Sevilla, las mujeres de la Fundación Ana Bella siguen atendiendo a las mujeres que todavía se encuentran inmersas en relaciones de malos tratos. Su modelo se basa en el testimonio en positivo de aquellas que ya salieron, las supervivientes.
Es miércoles y muchas de estas supervivientes posan para EL ESPAÑOL con las camisetas diseñadas por Javier y Blanca. A la sesión de fotos asiste María, violada en público por Internet; Solaeng, una brasileña que se vio en España sola y maltratada; Montse, que huyó con sus hijos después de que su marido la tuviera encerrada en casa y le amenazase que solo saldría de ella en un ataúd; María de Gracia, una mujer que supo reconocer los malos tratos 18 años después que se iniciaran; Vanesa, quien decidió dejar a su marido el día que su hijo de 15 años se peleó con él para defenderla; o Macarena, que perdonó al que sería su marido su primera paliza el día antes de su boda y que convivió con él durante 23 años. En todas ellas se repiten los mismos patrones. "Todos los maltratadores dicen las mismas cosas, se comportan de la misma manera", apunta Vanesa, una sevillana de 47 años. "Temí ser un número más, pero mis hijos me dieron fuerzas, me pidieron que llamara a la Policía y llamé, y no colgué”, recuerda. Salió de su casa con sus dos hijos, por entonces de 15 y 12 años y sin apenas ropa, sin dinero ni documentos.
La Guardia Civil le brindó una casa de acogida en su tercera denuncia. "He tenido que demostrar muchas cosas porque la sociedad no te cree", lamenta. Por eso lleva puesta la camiseta con el lema #YoSíTeCreo. Y se emociona al leerlo. "Yo sí las creo —confirma entre lágrimas—; les insisto, yo las creo".
Para recibir la ayuda de la Fundación Ana Bella no hace falta que medie una denuncia de malos tratos. Hasta su sede de Mairena llegan historias de mujeres que todavía viven situaciones de violencia de género o quienes años después de vivirlas se encuentran con otro tipo de barreras en su camino.
Se puede salir de la violencia de género
Su mantra es que sí se puede acabar con la violencia de género. "Es que sí se puede", resalta la trabajadora social de la fundación, Carmen Rodríguez, una joven de 24 años. "No vendemos motos, mostramos casos reales de mujeres que han salido del maltrato porque muchas de las que lo superan se quedan en la asociación para aportar su grano de arena”, narra. La piedra angular de su actuación son los testimonios en positivo de las supervivientes. "Ese es nuestro pequeño milagro que está creciendo cada día y hoy ya es una ayuda mundial”.
La Fundación Ana Bella ayuda anualmente a que 1.200 mujeres rompan el silencio y escapen de una vida de malos tratos. Este modelo ha recibido reconocimientos como el Premio del Observatorio contra la Violencia de Género, otorgado en 2012 por el Consejo General del Poder Judicial.
Todo empezó con Ana Bella Estévez, ideóloga de esta organización y el primer eslabón de esta red de mujeres supervivientes. Su marido le hacía firmar todo tipo de contratos disparatados en los que ella se debía comprometer a no leer, a no estar separada de él más allá de tres metros o a seguir con él a pesar de sus agresiones. Una noche se negó a firmar uno en el que le proponía "amor o muerte" y él la agarró del cuello. Solo la soltó cuando ella consintió firmar. Esa misma noche ella cogió a sus cuatro hijos y salió de casa. Tiempo después pensó que su testimonio podía ser útil para sacar a más mujeres de su misma situación. Así se empezó a tejer esta red de mujeres.
"El maltratador te aísla de la red de apoyo, porque es egoísta y te quiere solo para él", advierte la trabajadora social. "Muchas no son conscientes, pero cuando te das cuenta y ves que te sientes sola, ahí está el momento crucial de pedir ayuda —señala—; si no pides ayuda, cuesta mucho trabajo salir”.
"Somos una gran manada"
Macarena pidió ayuda después de 23 años de malos tratos. Denunció en 2014 y su vida dio un giro drástico. Perdió peso, empezó a maquillarse y dejó atrás su apariencia de mujer envejecida. "Parecía que tenía quince años más", apunta. "La Fundación Ana Bella es una gran manada, una gran hermandad; no las considero mis amigas, son más que eso. Lo que a ellas les pase es como si me pasase a mí", confirma.
Actualmente, la red de mujeres supervivientes de la fundación se extiende por varios países de Latinoamérica. Sus 19.000 voluntarias están también presentes, además de en España, en Estados Unidos, Canadá y Rumanía.
"No es una secta, pero todas hemos pasado por eso mismo y las personas que mejor nos entienden son quienes han pasado por lo mismo que yo", zanja. Montse insiste: "Nos cuidamos, nos llamamos para interesarnos las unas por las otras y nos protegemos entre todas".
Ella estuvo tres días secuestrada por su antigua pareja, un toxicómano, con el que tiene hijos en común. Logró escapar cuando la falta de drogas permitió el sueño de su ex. Horas antes le había puesto un cuchillo en la yugular. "Sentí la muerte muy cerca, me dijo que solo saldría de casa en un ataúd", asegura Montse, que prolongaba con pellizcos el llanto de su bebé para mantenerse alejado de su maltratador. Ya había intentado huir otras veces antes, pero siempre la alcanzaba. Llegó a pedir ayuda a sus vecinos, pero nadie se la brindó.
Años después ha pasado de víctima a superviviente y ofrece su testimonio para convencer a otras de que es posible. "Esa es la fortaleza de esta fundación, nuestro ejemplo las hace fuertes; porque nos encontramos con mujeres destruidas", explica la directora operativa de la Fundación Ana Bella, María de Gracia Prada Chamorro, también superviviente.
La Fundación necesita recursos para continuar con su labor en favor de las mujeres maltratadas y Javier y Blanca, con sus camisetas, se han convertido en inesperados patrocinadores.
Emprendedor de moda solidaria feminista
Javier hizo el doble grado de Administración de Empresas y Derecho salpicando su currículum de prácticas y becas en el extranjero. Vio quebrar el Banco Espírito Santo desde dentro, aprendió en Sacyr y consiguió un trabajo en Deloitte, pero después de tres años decidió dejarlo para emprender. Se ha dejado los ahorros en una marca de zapatillas de esparto artesanas Madeinterraneas y en #EstaEsNuestraManada, aunque ya ha recuperado la inversión inicial de esta última, unos 3.000 euros.
En los próximos días estrena una nueva línea de prendas entre sudaderas, camisetas, bolsos, chapas y pulseras en su marca de ropa feminista. "Hay dos mundos que me emocionan: la moda y la solidaridad con las mujeres; y esta es la fusión de ambas, moda útil, con valor añadido, el valor de lo social", cuenta Javier.
—¿Y no teme que puedan acusarlo de oportunista o de querer subirse al feminismo porque está en la cresta de la ola?
—No, de hecho no nos lo hemos planteado, porque hacemos este proyecto desde el corazón y eso se nota. Recibimos muchísimos mensajes de aliento a través de las redes sociales o de nuestra tienda y todavía no hemos recibido ninguna crítica. Cuando vengan, bienvenidas serán.
—¿Le gustaría ver a algún político con alguna de sus camisetas?
—Francamente no, pero no me sorprendería. Si lo viera, le pediría que se la pusiera con la misma verdad con la que se la ponen nuestras clientas; porque verdaderamente crean en lo que dicen los lemas.
Más allá de las participantes de Operación Triunfo, la marca ha cosechado el respaldo de la periodista Sara Carbonero y de la cantante Brisa Fenoy, compositora de ‘Lo malo’, uno de los temas que postularon a representar a España en la pasada edición del festival de Eurovisión y que cantan Aitana y Ana Guerra, también aspirantes del ‘talent show’ musical de La 1.
"Todas las mujeres deberían tener esta camiseta en su armario"
"La moda debe ser útil más allá de su función práctica, debe servir de altavoz para lanzar mensajes poderosos", insiste Javier. "Las mujeres necesitan este proyecto, porque detrás de estos diez euros —el precio de cada camiseta fabricada 100% en España— hay una mujer que va a tener una vida mejor, por eso todas las mujeres de España deben tener en su armario una de estas camisetas; también los hombres, porque esto es un problema que nos afecta a todos".
Más allá de prestar testimonio, la Fundación Ana Bella implementa iniciativas como el programa de inserción laboral para mujeres maltratadas a través de su escuela para el empoderamiento de la mujer; o el Programa Amiga, encargado de fortalecer la red social de mujeres que demandan alojamiento temporal, formación, asesoramiento legal, asistencia psicológica o apoyo y acompañamiento emocional.
"Nadie está libre de la violencia, cualquiera puede encontrarse en esa situación", insiste María de Gracia. "Por eso, cuando una mujer viene, cuando está muerta de miedo, cuando tiembla y entra por la puerta titubeando porque no sabe lo que se va a encontrar, yo le digo ‘Yo sí te creo’".
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