María Blázquez Bravo, una mujer joven, morena, alegre, disfrutaba de la vida, sobre todo, si el escenario tenía lugar al aire libre. Allí, rodeada de naturaleza —daba igual playa que montaña, escalada que montar a caballo—, era donde desplegaba su sonrisa. Era su revulsivo, porque esta castellanomanchega de 33 años, natural de Talavera de la Reina (Toledo), no había tenido una existencia sencilla.
A María la conocían las fuerzas de seguridad: no por su propia actitud, sino por la violencia que sus anteriores parejas habían ejercido contra ella. Había tenido que denunciar en más de una ocasión los malos tratos que sufría. Y, precisamente, en esa espiral encontró su final: la mató, presuntamente y como apunta la investigación policial, su novio, Pedro Llinares. La Guardia Civil encontró los cuerpos de ambos, muertos a tiros. El arma había sido la escopeta de él.
Sucedió este martes en Finestrat, un pueblecito alicantino de algo más de seis mil habitantes a apenas veinte minutos en coche de Benidorm. En la gran ciudad residía María, tras haber dejado atrás su Talavera natal y donde sus padres regentaban un conocido comercio de tapicería. En Finestrat había estado trabajando de camarera de manera ocasional, durante el año y medio en el que estuvo residiendo, intermitentemente, allí.
La llamada de su exnovio maltratador
Todo comenzó con una llamada de teléfono. La Guardia Civil recibió una alerta sobre el paradero de María, puesto que un hombre —que se identificó como su expareja, pero con la que mantenía, según él, una relación de amistad— aseguraba que no respondía a sus llamadas. Sabía a dónde había ido: a la casa de Pedro en Finestrat. Según fuentes cercanas a la investigación consultadas por EL ESPAÑOL, probablemente iba a recoger sus pertenencias.
Pero este supuesto amigo no era un colega cualquiera: María constaba dentro del sistema de seguimiento integral de víctimas de violencia de género, entre otras cosas, por haber denunciado a quien realizó la llamada. También constaban episodios de malos tratos de otros hombres hacia la víctima, afirman las fuentes.
Aunque las autopsias de los cuerpos no son concluyentes y mantienen las incógnitas sobre ambas muertes y la Policía Judicial de Villajoyosa —a cargo de la investigación— no cierra ninguna hipótesis, fuentes conocedoras del caso apuntan a este periódico que se trata, con toda probabilidad, de un caso de violencia de género. Los agentes, que encontraron el cadáver de María con un tiro en el cuello, no tienen apenas dudas sobre ello. Al lado, Pedro, junto a su escopeta, para la que tenía licencia. Él se suicidó tras detonar el arma contra su cabeza. Entre Pedro y María, según los registros oficiales, no constan denuncias por violencia de género ni episodios violentos.
Una víctima "que ha normalizado la violencia"
La psicóloga experta en violencia de género Bárbara Zorrilla explica a este periódico que el hecho de que María encadenara varias parejas que la maltrataban no hacían sino convertirla en una víctima aún más vulnerable: “El hecho de que tuviera distintas relaciones afectivas que ejercieran la violencia hacia ella no es en ningún caso culpa suya, porque la violencia siempre es responsabilidad de la persona que la ejerce”.
“Probablemente, a raíz de cada una de estas relaciones, ella aunaría distintos factores de riesgo, como la baja autoestima. Las víctimas en esa misma situación ya han normalizado la violencia, han aumentado su tolerancia, y eso las deja más indefensas”, detalla la especialista. “No son capaces de frenar o detectar el maltrato. Quizás ella pueda ver pautas normales de relación en lo que es, realmente, es violencia de género”.
Para la psicóloga, en casos como el de María, en el que constaban distintas inclusiones en el sistema de seguimiento de víctimas, “si no hay orden de protección, no se ha valorado el riesgo correctamente”. “Es muy importante brindar asesoramiento y apoyo psicológico para desvelar lo que está oculto y que la víctima vea los escalones del maltrato, para que se empodere y pueda reconocer lo que está viviendo”, cree Zorrilla.
María Blázquez Bravo es la cuadragésimo primera mujer asesinada por un hombre desde que comenzó el año. En España, en 2018, también han sido asesinadas María José Pallarés, de 67 años; Anna María Giménez Martínez, de 48; Manoli Castillo, de 44; Maguette Mbeugou, de 25; Nuria Alonso, de 39; Nerea y Martina, de 6 y 4; María de los Ángeles Egea, de 41; Jhoesther López, de 32; Yésica Domínguez, de 29; Dolores Mínguez, de 60; Ivanka Petrova, de 60; Ana Belén Varela Ordóñez, de 50; Leyre González, de 21; María Isabel Alonso, de 62; María Judith Martins Alves, de 57; Paula Teresa Martín, de 40; Cristina Marín, de 24; Ati, de 48 ; María Isabel Fuente, de 84; Martha Arzamedia de Acuña, de 47; Raquel Díez Pérez, de 37; Jénnifer Hernández Salas, de 46; Laura Elisabeth Santacruz, de 26; Pilar Cabrerizo López, de 57; María Adela Fortes Molina, de 44; Paz Fernández Borrego, de 43; Dolores Vargas Silva, de 41; María del Carmen Ortega Segura, de 48; Patricia Zurita Pérez, de 40; Doris Valenzuela, de 39; María José Bejarano, de 43; Florentina Jiménez, de 69; Silvia Plaza Martín, de 34; María del Mar Contreras Chambó, de 21; Vanesa Santana Padilla, de 21; María Soledad Álvarez Rodríguez, de 49; Josefa Martínez Utrilla, de 43; Magdalena Moreira Alonso, de 47, y una mujer de 40 años que no ha podido ser identificada.
La serie 'La vida de las víctimas' contabilizó 53 mujeres asesinadas sólo en 2017. EL ESPAÑOL está relatando la vida de cada una de estas víctimas de un problema sistémico que entre 2003 y 2016 ya cuenta con 872 asesinadas por sus parejas o exparejas.