David Bernabéu lo perdió todo: el yate, la casa en la playa, la vivienda en la nieve… “Bajé a los infiernos, me quedé sin nada”, recuerda, suspiro mediante, a EL ESPAÑOL. Se quedó tocado, muy tocado. Como el capitán del Titanic, se hundió con su propio barco, una empresa inmobiliaria que le había subido a los altares. “Me creía invencible”. Sabía lo que era el éxito. Sus dos primeras compañías las había vendido con éxito, pero la tercera cayó en picado. No pudo hacer nada por retenerla. Quedó desamparado. “¿Y ahora qué?”, se preguntó. Pero su madre. Ay, las madres, siempre las madres. Ella acudió al rescate. “Hijo, ¿qué es lo que se te da bien? ¿Montar empresas, no? Pues hazlo de nuevo”, le reprochó. Ese fue el germen de Citibox. O, dicho de otra forma, del buzón inteligente. ¿Y qué es eso? Vayamos a ello, porque ya hay instalados más de 5.000 –la mayoría, en Madrid– para este Black Friday.
El buzón inteligente, en apariencia, no dista mucho del normal: se instala en las viviendas y sirve para recibir correspondencia. Eso sí, con una particularidad: acepta cartas, pero también paquetes. Es decir, cambia de tamaño, es más grande. ¿Y ya está? No. Hay más. La verdadera innovación es que el sistema permite recibir envíos a cualquier hora del día sin necesidad de que haya nadie en casa. El repartidor accede al portal con una aplicación, abre el mencionado buzón y entrega el pedido. Da igual la hora, el día o la disponibilidad del cliente. Lo deja preparado para que el usuario, al volver del trabajo –o de vacaciones, o de dónde sea– lo recoja con una app y un código. Así de sencillo.
La necesidad de dar a luz este nuevo sistema surge de un enquistamiento. “Me di cuenta de que lo único que no había cambiado en todo este tiempo era el buzón. Era igual que el del siglo pasado”, asevera David. La diferencia es que, mientras el cubículo y la entrega han mantenido su rutina habitual, el mercado ha mutado. Ya nadie envía cartas, pero sí productos. En 2018, el 71% de los internautas de entre 16 y 65 años hicieron sus compras por Internet. En total, 19’4 millones de personas. Una barbaridad. ¿El problema? “Muchas veces, pasa que el paquete llega a casa y no estás. Eso es un engorro porque tienes que avisar a tu vecino para que te lo recoja, a tu familia o a quién sea…. Eso es con lo que queríamos acabar cuando empezamos hace tres años ”.
En todo este tiempo, el concepto ha tornado en imperio. Lo que surgió en un bar y quedó plasmado en una servilleta, ahora es una realidad. En Madrid, en una planta noble del Paseo de la Castellana, trabajan 80 personas. De fondo, desde el piso 20, David y sus empleados ven el Bernabéu. A él no le gusta el fútbol, pero da igual: la magnitud de las instalaciones sugestionan grandeza y, sobre todo, futuro. Citibox ha instalado ya 5.000 buzones entre Madrid y Barcelona. Todos ellos estarán listos para ser utilizados este Black Friday. En total, 14.000 usuarios recurrentes utilizando la aplicación y, hasta la fecha, 180.000 entregas.
Esas cifras, sin embargo, son una pura anécdota con lo que está por venir. La idea gusta a todos. A las comunidades de vecinos porque instalan buzones gratis y saben que van a recibir, sin excepción, sus paquetes en casa; a los repartidores porque saben que entregan los pedidos siempre, que jamás se van a encontrar las puertas cerradas; y a los inversores porque creen en la idea. No es publicidad. Citibox es una startup, pero va a levantar una mega-ronda de financiación de 31 millones de euros en los próximos tres meses para instalar 310.000 buzones en Madrid. Es decir, próximamente podrían estar en seis de cada 10 hogares en la capital.
Médico frustrado y empresario de éxito
Visto así, podría parecer sencillo. Sin embargo, David sabe que no lo es. Lo normal, a menudo, es fracasar. Y él lo ha hecho varias veces en su vida. A los 18 años, por primera vez. “Yo iba para médico, pero no me dio la nota. Me quedé a una décima”. Tuvo que estudiar Farmacia en la Universidad de su tierra, en Valencia. Sus virtudes, en cambio, eran otras. En un viaje a Italia, se enteró de lo qué eran las franquicias de tintorerías. “Era el año 97 y había infinitas posibilidades. Era una época preciosa para ser empresario”. Lo vio claro. Su camino iba a ser muy diferente al previamente fijado.
“No tenía ni un duro”, recuerda. ¿Y qué hizo? Se presentó a un concurso en el que se daba el premio al joven empresario del año de la Comunidad Valenciana. Tuvo que hacer un plan de negocio. Se buscó la vida y se presentó. Ganó 25.000 millones de pesetas en aval. “Entonces, creé una franquicia de tintorerías. Y me fue bien. Montábamos una cada semana. La mantuve hasta el año 2000”. Y, entonces, la vendió. Le dieron un millón de euros. En aquel momento podría haber acabado su carrera como empresario con una piña colada en la mano en cualquier playa de El Caribe. Sin embargo, decidió volver a invertir el dinero.
Su segundo proyecto fue una empresa de esterilización de material quirúrgico. Ganó algunos concursos públicos, tuvo a su cargo a 400 empleados y volvió a vender la empresa. “Fue el segundo mejor momento de mi carrera como empresario. Me dieron una cantidad importante de dinero por aquella empresa (aunque no desvela la cantidad). Era el año 2003. No lo sabía, pero entonces empezó el caos”, rememora entre los buzones de colores de su oficina.
"Me quedé sin nada"
Concluidas sus dos primeras aventuras, se metió en una tercera. Entró en el mundo inmobiliario. “Yo lo que hacía era comprar suelo y lo vendía. Al principio fue muy bien. Dupliqué por muchos millones de euros mi patrimonio. Era bestial. Comprabas algo y sabías que en tres meses iba a duplicar su valor. Era pura especulación”. Pero no lo supo hasta 2007, cuando tuvo que renegociar toda su deuda con los bancos. La aplazó hasta 2011, pero dio igual: tuvo que cerrar su empresa. “Lo perdí todo, hasta mi casa. Fue una bajada a los infiernos interesante”. El joven empresario de éxito, tras dos jugadas maestras, había caído en la tercera.
¿Intentar una cuarta? De primeras, no quería. “No me habían quedado ganas. Pero no sé hacer otra cosa”. Su madre lo animó y el sistema de correos actual acabó de darle la idea. “Se perdió un paquete, tuve que esperar mucho hasta recogerlo y pensé: ‘¡Joder, esto le tiene que estar pasando a muchas personas!’”. Fue el momento en el que decidió cuál sería su siguiente proyecto: cambiar progresivamente los buzones actuales analógicos por unos nuevos digitales que lo acepten todo, a cualquier hora y sin demasiados costes: no necesitan electricidad ni Internet para funcionar. Son como los antiguos, pero se abren con una aplicación.
Los buzones inteligentes han llegado para quedarse. Parece complicado que fabricantes y usuarios se nieguen. Porque, quién no quiere recibir (siempre) los paquetes en su casa. Qué operario de correos se opone a entregar el 100% de sus pedidos. Seguramente, nadie. Será la empresa de David o puede que otra. Nadie lo sabe. Lo que es seguro es que el sistema es (y será) de éxito. Citibox lo tiene claro. Y, el Black Friday lo aplaude. ¡Cómo no!
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