Valeria Quer, hasta ahora, en la novelesca y nunca grata historia de su familia, había sido una secundaria. El protagonismo, tristemente, fue para su hermana Diana, asesinada. El presente, sin embargo, la sitúa en un primer plano. Y no, precisamente, por algo deseable. La joven ha presentado una denuncia por violación en el aniversario del hallazgo del cadáver de su hermana. En el escrito cuenta que, en un viaje a Segovia, el amigo con el que compartía coche paró 65 kilómetros antes de llegar y la agredió sexualmente, según adelantó El Norte de Castilla. Cuando ocurrieron los hechos, era menor de edad.
Entonces, no denunció. Pero ahora, con 18 años en el carné de identidad, ha decidido dar el paso. No quiere que ni ella ni nadie sufran la pena de su hermana, desaparecida en la madrugada del 21 al 22 de agosto en la localidad de Puerta del Caramiñal (A Coruña) y encontrada 497 días después, el 31 de diciembre de 2017, asesinada por José Enrique Abuín, alias El Chicle. Valeria no olvida todo lo vivido. Todo lo contrario. Recuerda a menudo a Diana. “Un día más es un día menos. Te echo de menos a más no poder. Te amo”, publicaba en su cuenta de Instagram hace menos de un mes.
La supuesta violación se habría producido en el peor año de la joven. Primero, encontraron el cadáver de su hermana ese maldito 31 de diciembre de 2017; después, ella fue presuntamente violada por su amigo. La denuncia la puso contra el joven en Pozuelo de Alarcón (Madrid) y ahora el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Sepúlveda (Segovia) ha abierto diligencias previas. El apellido Quer, de nuevo, envuelto mediáticamente por los titulares de prensa, algo inevitable.
Esta vez, sin embargo, la intención de todos los implicados es guardar silencio “para intentar evitar filtraciones que precipiten la indeseada avalancha mediática”, como ha pedido la jueza que lleva el caso en Sepúlveda. Y la familia ha hecho lo propio. Juan Carlos, el padre, ha evitado pronunciarse y ha pedido respeto. “Es un asunto de estricta intimidad (…) Es una situación muy delicada”, reconoció, pidiendo “ética y responsabilidad” al tratar la información.
No obstante, es inevitable que el apellido Quer arme revuelo. Cualquier gesto, declaración u opinión es susceptible de ser noticia. Y Valeria lo sabe. La semana pasada, por ejemplo, publicando una foto en la que visitaba junto a sus padres el busto que le han levantado a su hermana en Pozuelo de Alarcón, donde se incluye un poema en su memoria titulado ‘Abanicada por el viento’. “Triste sería llamar a esto foto. Hacía mucho tiempo que no nos veía a los cuatro juntos en una así. Una pena que sea de esta manera”, escribía, acompañando su publicación de Instagram con una instantánea.
En ese mismo homenaje, junto al busto de Diana, el padre enarbolaba una de las luchas de su familia, encabezada por Valeria. “Perder a una hija con tan solo 18 años de este modo tan trágico es una pena perpetua que acompañará a nuestra familia el resto de nuestra vida (…), pero hay que sacar algo positivo, y ese fue el mensaje que nos transmitió Diana: luchar por una sociedad más justa, más segura y más solidaria para nuestros hijos. Ese es el legado. Ese sería nuestro deseo”, proclamó.
Y Valeria, a su modo, ha hecho suya esa lucha honrando a su hermana desde que encontraron su cadáver. Sin ir más lejos, hace menos de un mes, tatuándose su rostro en el gemelo. En él, se puede ver la cara de Diana, su gestos, sus ojos y una sonrisa. Esa que tanto adoraba Valeria; la misma que echa tan de menos desde que su mundo dio un vuelco en aquel maldito agosto. O, más concretamente, aquel 31 de diciembre.
Desde entonces, ese recuerdo perenne, ese no olvidar, lo ha ido compaginando con otra lucha: enarbolar la bandera de la prisión permanente revisable y del feminismo. “Por ti, Diana, y por todas y para todas, seguiremos. Hoy nos ha llegado la noticia de que el gobierno por fin toma partido por la protección de las mujeres. Vamos a ganar”, escribía. “No queremos asesinos ni violadores en la calle”, comentaba, también, en su cuenta de Instagram.
Lejos queda el sufrimiento de aquel tiempo y el recuerdo de su desaparición, relatado en un vídeo posterior. “Me dijo: ‘Adiós, vale’”. Y se acabó. Nunca más volvió a escuchar su voz. A la mañana siguiente, su madre la despertó y le anunció que Diana no había llegado. No le tomó importancia. “Se habrá quedado a dormir en casa de una amiga”. Sin embargo, el tiempo pasó sin noticias. “Nuestros días se basaban en estar en el sofá con la televisión puesta esperando noticias, viendo cómo se desarrollaba todo y no había novedades”. Hasta aquel 31 de diciembre en el que apareció su cadáver. Finalizó la espera, pero comenzó el duelo.
Atrás quedaban aquellos altibajos en su relación con Diana (“como las de cualquier hermana”) o sus problemas con su madre y con su padre. También, aquel viaje a Kenia con su novio para despejarse. Eso le vino bien. “Sólo a corto plazo”, como contó un amigo a EL ESPAÑOL. Porque después, Diana López-Pinel, su madre, tuvo que llamar a la Policía después de que su hija la amenazase con un palo y le gritase “mala madre”.
Recuerdos que quedan en la memoria o en el historial familiar. Vanas anécdotas que puede engullir la tierra sin consultar. Lo que no olvidan es a Diana, su historia, su desaparición y lo que significó para todos. Tampoco, que después de encontrar el cadáver, como refleja la denuncia, en aquel año, Valeria habría sido presuntamente violada por un amigo. Eso es lo que queda por dilucidar. Mientras, Valeria seguirá con sus luchas. Enarbolará la bandera del feminismo, de las mujeres y de la prisión permanente revisable. Todo por su hermana.